Todo el mundo conoce el 22 de diciembre, como el día de la salud. Ese día tenemos en España el sorteo de navidad de la lotería, que es todo un clásico en España. Evidentemente el número de personas que dejan de ser pobres es muy inferior al número de personas que simplemente habrán perdido dinero y el beneficiario de la lotería tan sólo será el estado, (por ahora).
En esta ocasión, al igual que en cualquier sorteo, el reparto de premios es inferior a la recaudación, por lo que la esperanza matemática del juego es negativa para cada uno de los participantes. ¿Por qué se juega a la lotería?; si pocos son los elegidos y además todo el mundo tiene claro que se pierde dinero; la razón para jugar no puede ser por el análisis estadístico puro y duro, sino que tiene que entrar en juego la definición de los distintos escenarios.
Tenemos que tener en cuenta que el esquema mental para decidir jugar a la lotería es el mismo esquema que tratamos de hacer cuando tratamos de decidir si invertimos en bolsa o si contratamos un seguro sobre determinado aspecto.
En todos los casos tenemos el concepto riesgo; Si alguien está pensando en jugar a la lotería, tendrá una alternativa sin riesgo que es no comprar el billete; si compra los 20 euros de lotería en realidad se arriesga este importe a cambio de un premio. El riesgo de que la inversión salga mal es inmenso, pero el premio esperado es también muy elevado. En el caso de contratar un seguro, la opción con riesgo es no contratar; tenemos que tener en cuenta que la esperanza de contratar un seguro siempre es negativa, (por que la compañía de seguros espera tener beneficio, por lo que en términos de probabilidad el resultado esperado de la decisión de asegurar un bien teniendo en cuenta los riesgos y los costes de asegurar y de no asegurar siempre será negativa para el tomador del seguro). Al contrario que en la lotería donde es el elevado premio (e improbable) el aliciente para comprar el premio, en el caso del seguro es una perdida elevada, (y también improbable, ya que si no la prima sería insostenible directamente), la que nos lleva a contratar.
En realidad lo que tenemos en estas situaciones es uno de los aspectos fundamentales de la estadística; cuando la media, (y por tanto la esperanza) de un determinado valor no es representativa, su utilidad es muy reducida. Por tanto todo el mundo está dispuesto a perder con tal de evitar o intentar conseguir, (dependiendo de lo que interese), uno de los extremos de las opciones que se plantean. Es decir, la decisión de contratar un seguro está más influenciada por la pérdida máxima esperada que por la pérdida esperada en un entorno puramente aleatorio.
Esta aparente contradicción, nos lleva a una conclusión que en realidad es una autentica perogrullada, pero que en realidad se olvida con cierta facilidad. Cuando jugamos a la lotería no compramos la probabilidad de ganar un premio, sino que compramos la posibilidad de ganar un premio. En definitiva, lo que estamos haciendo es comprar ilusión, y la realidad es que todo el mundo es consciente de ello. Lo es Loterías y Apuestas del Estado, que comunica la ilusión en todas sus acciones comerciales, y lo somos los que participamos en la lotería, que somos capaces de comprar los billetes, asumiendo que el 22 de diciembre nos repetiremos todos: “lo importante es tener salud”. Quizás no todo el mundo es consciente de que este año tenemos menos probabilidad de que nos toque el premio, (se introducen nuevos números en el bombo), pero se compensa con un mayor premio.
De la misma forma, cuando contratamos un seguro, estamos pagando por evitar la posibilidad de que ocurra algo inesperado, o lo que es lo mismo, estamos comprando seguridad.
Ambas actitudes son tan racionales, que es común, lógico y razonable que una gran parte de la sociedad, (en la que unos serán aversos al riesgo y otros no tendrán tanta aversión al riesgo), hacen las dos cosas. Es decir, la mayoría de las personas pagamos algún dinero en un juego de esperanza negativa para conseguir un premio de azar, (riesgo extremo), y además pagamos en otro caso de esperanza negativa, para evitar un riesgo, (pagamos por minimizar el riesgo).
Lo que no tiene tanto sentido es el esquema mental de los gobiernos y de los analistas financieros, que ante una situación en la que se enfrentan a situaciones extremas, (normalmente negativas), tienden a eliminarlas de la ecuación.
Por poner un ejemplo; todos los análisis que se hacen, parten de una serie de bases en las que se eliminan los escenarios no favorables e improbables por sistema. Por ejemplo, no se consideran impagos de países, quiebras de bancos, o ruptura del euro, porque los efectos serían desastrosos. Si nos damos cuenta en todos los análisis que nos encontramos por ahí, que además en definitiva son la base para la toma de decisiones que nos afectan a todos, descartamos las situaciones extremas, basándose en que debido a experiencias pasadas son poco probables, (resumidas en frases como que “las deudas de los países se pagan en la inmensa mayoría de las ocasiones”, “España siempre ha pagado sus deudas”, “pocos países han dejado de pagar”). Por un lado tenemos que entender que en estas ocasiones, al revés que en el caso de seguros y de la lotería, existe un determinismo que no se tiende a recordar, (no se analizan los efectos de las decisiones, que en la realidad suelen tener cierta influencia), y además al final nos encontramos con el argumento final de que “no nos van a dejar caer”, lo cual es muy parecido a negarse a contratar el seguro porque no vamos a incendiar nuestra casa, (¿Alguno de los que tiene seguro cree que se va a incendiar su casa?).
En algunos casos, es fácil entender que es mucho más apropiado tener muy en mente los escenarios extremos, aunque fuesen improbables, (que hoy es difícil considerarlos improbables), por la sencilla razón de que son extremos, y recordar que como en la lotería y en los seguros, los escenarios cuando son muy extremos son mucho más importantes que su probabilidad y su esperanza estadística;