Una de las pocas verdades que nos cuentan es aquella referida a que, derivado de la reforma laboral y también del paro, se necesitaría un crecimiento menor del PIB para crear empleo. Sin embargo en esta frase con frecuencia se olvida todo el mundo de la gran pega de esta ecuación.
¿Hablamos de la productividad, entendida en sentido amplio como la cantidad de producción que puede sacar un trabajador?. Es muy sencillo entender que en un modelo en el que cada trabajador adicional genera un gran valor añadido, la productividad será elevada, mientras que en cambio, si cada trabajador aporta poco valor añadido, nos encontraremos con que será mayor el incremento de empleo que el incremento de productividad.
Pues si le damos un poco la vuelta a esto, que no deja de ser un cociente, nos encontramos con la primera conclusión lógica; de ser cierto el hecho de que el empleo va a crecer con menos crecimiento de producción que antes, estaríamos ante el caso de que la productividad sería menor que antes. Nada que objetar, a menos que recordemos aquello del valor añadido, o las críticas a un modelo basado en la baja productividad y el uso intensivo del trabajo, (en realidad es lo mismo, ya que no son más de dos formas de decir lo mismo).
Y las críticas a un modelo en el que se produce con poco valor añadido, (¿Cómo se va a producir con valor añadido si no hay quien lo pueda pagar?) y usando intensivamente el factor trabajo sin especialización no es baladí, ya que la principal era que estaba agotado. Es así de simple.
Y este es el grave problema que nos encontramos; el desempleo y las condiciones laborales llevan a un modelo de salarios bajos; este modelo lleva a que se contrate masivamente sin generar valor añadido; por la misma razón el modelo se basará bien en la especulación en bienes básicos, o bien en productos y servicios que se decidan en despachos y a base de endeudamiento, y un buen día descubriríamos que el modelo estaba agotado, porque incluso en el caso de que encontremos una cierta recuperación esta será inventada.
Sobre todo porque al final la competitividad, entendida como capacidad de competir, va a depender de cómo se produzca y de los costes de los factores. Renunciando a producir mejor, lo que nos queda tan sólo es el absurdo de fiar todo a la bajada del coste de los salarios, lo que tiene a su vez límites, lo que unido a la otra pata que es la petición de fondos a los bancos centrales, sólo nos puede ofrecer una sentencia sencilla: tanto la productividad como la competitividad son un cuento chino para dar una patada hacía adelante, confiando en que otros caigan primero, en lugar de una esperanza de recuperación.