Lo habitual es que los que pueden hablar del amor con conocimiento de causa, es decir, los que están enamorados sean, con escasas excepciones, tan aburridos para los que no lo están (o no lo están de la misma persona) como lo suelen ser esos viajeros que se empeñan inmisericordemente en enseñar las fotografías de sus viajes comentadas apasionadamente como si las palabras pudieran sustituir a la experiencia de la piel y los ojos, a la experiencia de haber estado allí. De ahí que sobre el amor se escriba sólo desde fuera, y así abundan los enfoques que desde la antropología, la psicología, la genética, la etología y la neurobiología se hacen sobre el amor, enfoques que los enamorados, los desenamorados y los que están en el trance de pasar de una a otra situación usan para justificar sus comportamientos, sentimientos, aficiones, perversiones, celos e infidelidades. Siempre hay una tribu ignota, un primate en alguna selva, un filósofo del pasado, una secuencia genética o un neurotransmisor cerebral de quien se puede echar mano para justificar lo que se quiera. Como decía Ferlosio, lo más sospechoso de las soluciones es que siempre se las encuentra cuando se quiere.
Y desde la Economía, ¿se puede decir algo sobre el amor que se agregue a lo que desde esos enfoques se dice? En principio parecería que no, pues ¿no es acaso el amor ese sentimiento que echa por tierra los cálculos racionales egoístas que son la base del comportamiento económico? Se diría que nos gusta creer eso, que los comportamientos guiados por el amor no son comportamientos económicos (¿acaso no se dice que "el amor es ciego"?) En suma, que si hay algo opuesto a una persona guiada por afanes económicos sería esa misma persona enamorada, al menos con aquella de quien lo esté, pues la generosidad, la entrega sin esperar nada a cambio, son las características del verdadero amor. ¿Seguro? Miremos el entero asunto más de cerca. Pero, antes de hacerlo, lo primero es acercarse desde un punto de vista económico a una concepción del amor.
Y desde la Economía, ¿se puede decir algo sobre el amor que se agregue a lo que desde esos enfoques se dice? En principio parecería que no, pues ¿no es acaso el amor ese sentimiento que echa por tierra los cálculos racionales egoístas que son la base del comportamiento económico? Se diría que nos gusta creer eso, que los comportamientos guiados por el amor no son comportamientos económicos (¿acaso no se dice que "el amor es ciego"?) En suma, que si hay algo opuesto a una persona guiada por afanes económicos sería esa misma persona enamorada, al menos con aquella de quien lo esté, pues la generosidad, la entrega sin esperar nada a cambio, son las características del verdadero amor. ¿Seguro? Miremos el entero asunto más de cerca. Pero, antes de hacerlo, lo primero es acercarse desde un punto de vista económico a una concepción del amor.
Y lo que se puede decir desde una perspectiva económica es que las personas tienen un conjunto de necesidades amorosas, necesidades de sexo, compañía, paternidad o maternidad, afecto, cuidados y servicios personales, dominio/sumisión y protección física y económica, a las que llamaremos siguiendo la terminología de la teoría del consumo de Kelvin Lancaster, "características" o "atributos" deseables, para cuya satisfacción es necesario que encuentran a otra u otras personas dispuestas a hacerlo, es decir, a proporcionar sexo, compañía, maternidad o paternidad, afecto, sumisión/dominación y seguridad física y económica. Cada individuo es, a la vez, un demandante de estas "características" o "atributos" en una peculiar o personal combinación, y un oferente de las mismas, también en una peculiar combinación, es decir, que cada individuo tiene una determinada y particular estructura de necesidades amorosas de las que es demanadante y también cada individuo se puede entender como un peculiar "paquete de atributos o características" del que es oferente. Lo que cada individuo busca en los demás es encontrar a aquel otro (o aquellos otros) que le ofrezca (o le ofrezcan en conjunto) la peculiar combinación de esas "características" o "atributos" que mejor le viene para maximizar su bienestar. Obsérvese que, desde esta perspectiva, cuando una persona, A, siente que está (perdidamente) enamorada de otra, B, es que ha llegado a una situación en la que ha identificado a la B como única y exclusiva proveedora de los "atributos " o "características" que desea, situación que se suele identificar como un estado cercano a la felicidad (¿no se suele decir que "mejor haber estado enamorado y perdido que no haber estado enamorado nunca"?), incluso aunque en esa situación A no se sintiera plenamente correspondida.
Para los economistas, sin embargo, el asunto no está tan claro pues, en términos económicos, enamorarse significa aceptar entrar en una relación de monopolio con algún proveedor de los "atributos" o "características" adecuados para satisfacer las necesidades amorosas que uno siente, y se sabe con total certeza que los monopolios siempre venden sus productos más caros y en menor cantidad que lo que lo haría un oferente que tuviera que enfrentarse a la competencia de otros (se demuestra, sin embargo, que la "calidad" de los productos que vende un monopolio no tiene porqué ser inferior a la que suministraría en un entorno competitivo). Por poner un símil, estar enamorado es como si uno entrase en una relación de dependencia con un determinado frutero de modo que uno se comprometiera a comprarle la fruta sólo a él. En poco tiempo, el precio que acabaría pagando por cada tipo de frutas sería más alto y menor la cantidad que se llevaría de lo que le cobrarían y obtendría si se fuese a la competencia. Y, por supuesto, también el trato personal sería mucho más "dejado" en la medida que tu frutero monopolista supiera que te tenía pillado como cliente, pues como ya dijo el gran economista John Hicks que la mejor de las ventajas de un monopolio es llevar una vida tranquila, despreocupada. Si bien el símil puede parecer absurdo pues nada similar parece haber a primera vista entre comprar frutas y conseguir que alguien le de a uno los "atributos" y "características" que desea para satisfacer sus necesidades amorosas, no debiera sin embargo despreciarse este tipo de análisis económico de las relaciones amorosas porque las personas, para conseguir el "paquete de características" que desean, es decir, cuando actúan como demandantes en el terreno amoroso, han de comportarse de forma igual a como se comportan cuando son demandantes de cualquier otro tipo de bienes, es decir, han de "pagar" por ello dedicando al otro los recursos y tiempo del que disponen.
Que hay que pagar es evidente si uno se fija de salida en el proceso de búsqueda y selección de quien o quienes puedan satisfacerle las necesidades amorosas que tenga. El proceso de seducción, de "ligue", es un proceso extraordinariamente costoso al que los individuos dedican ingentes cantidades de tiempo y recursos económicos, inversiones en señalización tanto por parte de los que su papel es -a primera vista- el de ser seductores como por parte de los que su papel -aparente- es el de hacerse seducir, inversiones que son susceptibles de análisis económico (y que se tratarán más detalladamente en la segunda parte de este post). Obsérvese que, dada la variedad de "atributos" o "características" que se han incluido bajo la rúbrica de necesidades amorosas, es perfectamente aceptable que un individuo sólo busque (a veces o habitualmente) una combinación de ellas extremadamente simple, por ejemplo, la que se da en un contacto sexual esporádico. La inversión en tiempo y dinero que tendrá que hacer para satisfacer sus preferencias será en este caso (relativamente) pequeña. Dado que en esta situación las necesidades amorosas son tan "elementales" o "básicas", ha sido fácil el desarrollo de todo un mercado (el de al prostitución) que permite a determinados grupos de individuos (personas de edad o de grupos sociales minoritarios, individuos con preferencias sexuales atípicas) satisfacer estas necesidades elementales sin necesitar de otro medio que la renta. Las cosas son algo diferentes si las necesidades amorosas exigen para su satisfacción de una combinación de "atributos" mucho más complicada. Si un individuo busca no sólo sexo sino, por ejemplo, también afecto y cariño en una relación estable a largo plazo en la que, incluso, pueda satisfacer además sus deseos de paternidad o maternidad, dirigirse al mercado explícito de relaciones sexuales no es, ciertamente, el modo más adecuado de proceder. Lo que no significa que no deba dedicar tiempo y recursos económicos a ello, sino todo lo contrario. Y, como se ha dicho previamente, importará y mucho el tipo económico de relación amorosa que se establezca a la hora de definir el "precio" que se ha de pagar por la cesta más compleja de "atributos" o "características" deseables. Mediante el proceso de seducción lo que busca una persona es lograr que la otra, la que parece exhibir en mayor medida los atributos que la primera desea, se convierta en dependiente de ella. Si una persona tiene pleno éxito en su estrategia de seducción con otra, ello significa que esta otra estará enamorada de ella, o lo que es lo mismo, que estará en una relación monopolística con ella y pagará, como se ha dicho es típico de la conducta de un monopolio respecto a sus clientes, un alto "precio" en forma de atenciones, cuidados y olvidos de sí misma a cambio de conseguir ser algo "querida".
Ahora bien, está claro que no es ésa la relación que se presenta como ideal para las relaciones amorosas. El tipo de relación interpersonal que aquí siempre se pone como ideal al menos en el mundo occidental es el de una relación excluyente recíproca perfecta. En ella parecería que ninguna de las partes "pagaría de más" en términos netos, puesto que lo que el uno aporta o "paga" satisfaciendo las necesidades del otro, éste se lo devuelve satisfaciendo las suyas. Amor con amor se pagaría cuando la persona A estuviera enamorada de la B, y a la inversa, la B lo estuviera de la A. En términos económicos, este modelo de intercambio sería el de un doble monopolio bilateral. Se está en presencia de un monopolio bilateral cuando nos encontramos en un mercado en que sólo hay un vendedor (por lo tanto, hay un monopolio por el lado de la oferta) y sólo hay un comprador (situación que recibe el nombre de monopsonio, "monopolio" por el lado de la demanda). Por volver al símil de la frutería, hay un monopolio bilateral cuando para A sólo hay o sólo cuenta una determinada frutería (monopolio por parte de B) y B sólo quiere vender a un comprador, el A (monopsonio por parte de A). Respecto a esta estructura de mercado la teoría económica sólo dice que el resultado que en ella se alcanza (o sea, el "precio" y cantidad intercambiada) está indeterminado (aunque es demostrable que la cantidad de "bienes" intercambiada siempre es menor que en libre competencia, lo que en nuestro campo se traduce en la conclusión de que la satisfacción de las necesidades amorosas en las relaciones monógamas será inferior al alcanzado en el "amor libre"), y depende de la capacidad de negociación y fuerza relativa de los dos participantes. Si suponemos que este es el modelo típico de las relaciones entre hombres y mujeres, cosa que se suele dar por supuesto, parece que en estas situaciones sería más alto el precio que pagarían ellas. Para la sociobiología ello se debería a que los machos de cualquier especie, incluida la humana, tienen por razones biológicas una ventaja relativa asociada al escaso coste que la reproducción tiene para ellos (medida, por ejemplo, en términos del coste de producir espermatozoides frente al de los óvulos, o el coste energético de la gestación, parto y crianza) que les lleva a necesitar menos de sus compañeras. Para el pensamiento feminista, la razón de la superior posición masculina tendría razones no biológicas sino históricas y culturales (patriarcado) y económicas (discriminación). Aún suponiendo que ese substrato sea cierto, ello no significa que en cada relación concreta la posición dominante la haya de tener siempre el varón: de todo hay.
Pero la relación amorosa ideal es harto más complicada. Como cada individuo es a la vez comprador y vendedor, sucede que no se puede conceptuar en términos económicos como un monopolio bilateral sino, como ya se ha señalado, como un monopolio bilateral doble, pues en una relación amorosa ideal el demandante es a la vez único oferente y el oferente es a la vez único demandante. Pero ocurre que, dado que los individuos difieren en sus preferencias, dado pues que cada uno aspira o busca una peculiar combinación de "atributos" o "características" para satisfacer sus necesidades amorosas, será extremadamente difícil encontrar situaciones de monopolio bilateral amoroso simétrico, es decir, situaciones en las que dos individuos sean exactamente las "medias naranjas" que conformarían una naranja completa. Ello quiere decir que que lo más normal será la asimetría , es decir, que uno de los individuos se encontrará siempre más satisfecho que el otro en el terreno amoroso, asimetría que, en términos económicos viene a decir que lo normal será encontrarse con situaciones en que una de las partes paga más u obtiene menos satisfacción que la otra, lo que será fuente obvia de rupturas de pareja y de la búsqueda continua y sin esperanza del ideal de la simetría, inalcanzable estadísticamente hablando .
La asimetría del modelo explica o justifica económicamente la aparición de la infidelidad. Por un lado, la infidelidad (que no tiene por qué ser sexual o sólo sexual a tenor de la diversidad de "atributos" y "caracter´siticas" que se buscan en la relación de intercambio en la pareja) aparece como la respuesta económicamente lógica cuando la parte que paga más y obtiene menos, es decir, la parte "dominada" en el intercambio, busca fuera de la relación bilateral una fuente de satisfacción más abundante y barata de las "características" y "atributos" que desea, momento en el cual se produce la ruptura del monopolio bilateral puesto que el monopolista deja para esa parte de serlo. Pero, por otro lado, la infidelidad surge también cuando la parte "dominante", o sea, la que "pone" o "paga" menos busca fuera de la relación otras en las que que poner sus "capacidades" y "atributos" sobrantes, es decir, donde "gastar" su "poder de compra" excedente. También así el modelo deja de ser un monopolio bilateral pues la parte dominada deja de ser monopsonio para la dominante. Obsérvese que, en ambos casos, la infidelidad si no pasa a convertirse ella misma en relación principal, puede paradójicamente ser un factor de estabilización de la relación principal pues permite que ambas partes satisfagan de forma más completa sus necesidades amorosas de todo tipo dada la dificultad de que cada una lo haga contando sólo con un único proveedor.
Y, finalmente, una consideración del papel y la razón de los celos. H.L.Mencken, el gran cínico norteamericano, señaló una vez que "los celos descansan sobre la teoría de que otro tipo tiene tan mal gusto como uno", es decir, descansan sobre la suposición de que hay otros que también quieren que la persona que uno ha elegido como ofernte único, sea también su proveedor de los "atributos" y "características" que uno estima deseables. En términos económicos, los celos responden pues al miedo de que si se comparte con otros la provisión de esos "atributos" y "características", la parte que a uno le toque se reduzca todavía aún más. Los celos son así propios e identificadores de la parte dominada en la relación bilateral. Tanto, tanto, que como bien sabe quien alguna vez ha ocupado esa posición en una relación amorosa, su corrección o reequilibrio pasa inevitablemente por actuaciones que logren provocar celos en la parte dominadora. Si ello se consigue, es que habrá dejado de serlo.