La reciente muerte de David Carradine a consecuencia parece ser de su, digamos que, descuidada forma de realizar una práctica sexual de tipo masoquista: la llamada asfixia autoerótica, una causa de muerte que según estima el FBI "produce" entre 500 y 1000 fallecimientos anulamente sólo en EE.UU., me ha llevado a preguntarme si la Economía tiene algo que decir al respecto. No, obviamente, sobre este desgraciado suceso, sino respecto a lo que este hecho pudiera decir como síntoma de los tiempos que corren en materia de Economía de la sexualidad y, más concretamente, en relación a la "lógica" de la innovación en materia sexual; consecuencias que, quizás, puedan ser extrapolables en cierto grado respecto a la innovación en general.
Podría pensarse que, en materia de innovación, en el mundo del sexo poco hubiera que rascar ya que todo estuviera más que inventado. Y, ciertamente, así nos lo pudo parecer durante mucho tiempo a aquellos que llegamos a la madurez en los tiempos de la revolución sexual que, provocada por un avance técnico como fue la pildora anticonceptiva, recorrió el mundo en la década de los años sesenta del siglo pasado. Pero obsérvese que esta revolución sexual fue de tipo digamos que cuantitativo, consecuencia del fenomenal abaratamiento relativo en el coste implícito de las relaciones heterosexuales que supuso la desaparición del miedo a los embarazo s no deseados; es decir, la revolución sexual que trajo consigo la píldora no vino asociada con ningún cambio perceptible en los aspectos meramente técnicos de las relaciones sexuales sino sólo la liberalización de las costumbres sexuales (lo cual, ciertamente, no es ni mucho menos asunto baladí(1)). Pero en lo que respecta a las diferentes técnicas o prácticas sexuales y a su relativo uso, o sea respecto a la oferta de nuevas formas de sexualidad y a su demanda, no parece que hubiera grandes innovaciones o cambios como consecuencioa de la píldora: a fin de cuentas, y en lo que se refiere a sus aspectos técnico-prácticos, bien podía suponerse que las relaciones sexuales entre humanos habían ya contado, por así decirlo, con el suficiente tiempo como para que se probaran todas las variedades imaginables (y hasta inimaginables para muchas imaginaciones poco imaginativas), que -por otro lado- no son tantas pues la combinatoria matemática es -si uno se pone a pensar en ello- más reducida de lo que parece.
Pues bien, a lo que se cuenta y se ve hoy en día con que se abran las orejas y los ojos, esta apreciación que teníamos los hoy cincuentones no era en absoluto correcta y así puede decirse con total seguridad que el sexo se ha revelado en las últimas décadas como uno de los campos de la actividad humana más susceptibles de eso que se conoce como I+D+i, que tantas emociones y enardecimientos suscita entre los creyentes en el Progreso. Y no sólo es que la "industria" dedicada a la producción de inputs complementarios en las actividades sexuales haya experimentado una serie de revoluciones tecnológicas encadenadas que han proporcionado toda una nueva gama de nuevos instrumentos, artilugios, estimuladores químicos y complementos de todo tipo para las actividades sexuales que han mejorado la productividad física del "trabajo" sexual de ambos sexos casi a cualquier edad, sino que -incluso- según se dice las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han posibilitado la aparición de algo tan en principio difícil por lo ya dicho antes como es un "nuevo" tipo de "práctica" sexual: el llamado sexo virtual (aunque he de confesar que no sé muy bien en qué se distingue esta nueva práctica de la tradicional masturbación).
Pero con ser enormente importante el efecto de los descubrimientos de tipo técnico como, por ejemplo, la Viagra y sus sucesores(2) para la "eficiencia" en la acividad sexual, quizás palidezca sin embargo un poco ante el efecto que han tenido las nuevas tecnologías en comunicación. Gracias a Internet, a su anonimato y a los mínimos costes de difusión de información que su uso conlleva, los individuos han descubierto que por muy raros que fuesen en materia de gustos sexuales, es decir, por muy anormales, desviadas o "perversas" que fuesen sus preferencias sexuales, no eran ni mucho menos únicos o especiales: daba igual la "perversión" de que se tratase, Internet mostraba que había en el mundo cientos o miles de personas que compartían esos exóticos gustos, que eran "normales" si no estadísticamente s´en un sentido figurado. Previamente a Internet, un individuo con preferencias sexuales distintas a las normales podía sentirse anormal, especial, único; cosa que frecuentemente le obligaba a reprimirlas (es decir, a no satisfacerlas) so pena de sufrir del estigma de lo anormal o a hacerlo en secreto pagando por ello unos elevados precios explícitos o implícitos. Dicho de otra forma, en términos económicos, puede asegurarse que en materia de economía sexual, (al menos) las sociedades occidentales han sido enormente ineficientes a la hora de satisfacer las preferencias sexuales de (al menos) sus miembros menos convencionales en sus preferencias sexuales (al menos) desde la época en que el Cristianismo se convirtió en religión oficial en el Imperio Romano. Esa ineficiencia ha seguido dándose para esos colectivos minoritarios en buena medida a pesar de la progresiva secularización que el mundo occidental ha vivido desde el siglo XVIII e incluso tras las llamadas a la liberación sexual que Freud y sus seguidores (entre los que habría de destacarse a Wilhem Reich) debido a la dificultad que los elevados costes de información suponían para los individuos que buscaban econtrarse con otros de gustos sexuales afines o quisiesen sentirse "normales" de alguna manera.
Pero, como se ha señalado, Internet ha cambiado todo esto. En lo que posiblemente sea un un ejemplo más de lo que se conoce como Larga Cola ("Long Tail") (3), por fin, los individuos con preferencias sexuales anormales, desviadas o diferentes han dejado de estar aislados y pueden satisfacerlas (real o virtualmente) a bajo coste. Con la consecuencia inesperada de que el hecho de que puedan ser satisfechas las normaliza, y al así hacerlo las desestigmatiza, pues, en último término y en la gran mayoría de los casos, su anormalidad no se debía a otra cosa que no fuese a la imposibilidad de su satisfacción por las razones que fuera (ya sean religiosas, culturales o económicas). ¿Puede servir como ejemplo de esta "normalización" el que, tras la muerte de David Carradine, hayan aparecido páginas -incluso de revistas on line serias como, por ejemplo, Slate- donde se dan consejos para practicar la "opción" sexual de la autoasfixia de modo seguro?
(By the way. He de señalar que tengo mis más que serias dudas respecto a la pertinencia de las políticas que fomentan la innovación técnica en información y comunicación en todos los campos considerándola siempre deseable por sí misma sin cuestionarse si su expansión tiene costes de oportunidad (lo cual, por cierto, me convierte a ojos de algunos en un tecnófobo emparejado con los ludditas lo que llevo a mucha honra, al igual que ellos son a los míos unos auténticos papanatas). Por ejemplo, no dudo que gracias a Internet disminuyen los costes de transacción en numerosos intercambios económicos, lo cual es eficiente y deseable, pero tengo sobradas dudas de si en los tan importantes mercados financieros tanta información y tantísma exigencia de velocidad de reacción hayan supuesto nada bueno a la hora de tomar decisiones meditadas por parte de los agentes que operan en ellos, los cuales ante sus naturales y normales incapacidades de procesamiento de información y de toma de decisones, se han lanzado a los brazos de complicados algoritmos y ciegos programas informáticos como guía de sus operaciones en esos mercados con los conocidos y demasiado frecuentesmente desastrosos efectos ya cotidianos. También estimo que en el campo de la educación los ordenadores, pizarras electrónicas y demás parafernalia deberían estar lejos de las aulas. Ello no es óbice para conceder que la política tendente a posibilitar que todo adolescente tenga un ordenador con conexión a Internet potenciará aún más si cabe (sería lo normal, cosa de la edad) el uso con fines sexuales de la Red, que según algunas estimaciones -creo haber leído- que estaría en torno a un 60-70%) .
Ahora bien, y volviendo al tema, sucede que la "normalización" de (casi) cualquier práctica sexual consecuencia de la inovación tecnológica en tecnologías de la información y la comunicación tiene aquí una paradójica (o no tanto) vuelta de tuerca, pues es el caso de que al hacerse normales esas prácticas, se hacen normales a todos los efectos, y uno de ellos es que se convierten en prácticas o comportamientos sujetos a las mismas leyes que el resto de las actividades humanas, dejando así por ello las preferencias sexuales minoritarias de ser "especiales" no en el sentido de hacerse mayoritarias (si bien, la bajada en el precio implícito de su práctica supone una aumento en su demanda) sino, más bien, en el sentido de su "calidad", es decir, en lo que respecta a su capacidad de proporcionar una satisfacción sexual diferencial (¿superior?) respecto a la satisfacción que proporcionan las prácticas sexuales más normales o convencionales. Y esto último merece la pena el ser recalcado, pues el mero hecho de que alguien tenga preferencias sexuales "anormales" o diferentes viene a decir, de modo implícito, que no se conforma con la sexualidad normal, es decir, que la satisfacción que obtiene con la prácticas sexuales "normales" o convencionales es inferior a las que saca con la satisfacción de las preferencias especiales.
Uno de los cambios que los que investigan en estos campos han observado tras la paulatina "normalización" de las prácticas sexuales minoritarias ha sido su "endurecimiento". Así, Fabio Orlando, un economista que se ha dedicado a estudiar la evolución de una práctica sexual como es el swinging (el intercambio de parejas) en Italia (4) ha constatado no sólo su crecimiento, como consecuencia de esa normalización, sino también cómo, dentro de esa actividad, sus practicantes se decantan por actividades de sexo cada vez más duro. Así , dice Orlando, "aparte del crecimiento numérico del fenómeno, el comportamiento del swinger ha cambiado mucho en los últimos 25 años, tanto emn Italia como en el resto de mundo. Hace 25 años, las parejas buscaban casi exclusivamente otras parejas o mujeres en solitario, hoy las parejas buscan otras parejas , hombres sólo y grupos de hombres. El fenómeno ha evolucionado así de situaciones en que el centro de la interacción sexual era el componente masculino a otras en que lo es la mujer y el varón experimenta su placer de compartir su compañía con otros hombres", más concretamente, "las parejas que practican el swinging pueden o hacer swinging "blando" (como por ejemplo, tener sexo en la misma cama sin intercambiar las parejas, tener sexo con otra mujer pero sin otro hombre, sólo sexo oral y manual) o swinging "duro" (relaciones sexuales completas con otra pareja, sexo con otro hombre, sexo con muchos hombres, prácticas sadomasoquistas, etc.)". Y esta tendencia a prácticas sexuales cdad vez más extremas o duras no es ni mucho menos exclusiva del swinging, lo que se ha visto que pasa en el swinging parece darse en el resto de las actividades sexuales, es decir, la tendencia en cada práctica sexual a ir hacia el sexo cada vez más duro, como si para alcanzar el mismo grado de excitación y satisfacción sexual cada vez fuese necesario un estímulo sexual de mayor intensidad.
Y aquí está precisamente la clave. Como los psicológos del comportamiento y los economistas dedicados al estudio de la felicidad han recalcado (5), muchas actividades humanas están sujetas a los que se conoce como "adaptación hedónica". Con esta expresión se hace referencia al hecho empírico de que la gente se adapta a los acontecimientos (ya sean buenos o malos) que les suceden en sus vidas. Para cada individuo existiría un nivel de referencia en lo que se refiere a la felicidad o el bienestar o la satisfacción (un "setpoint level") posiblemente con una base genética que marcaría, por así decirlo, su nivel de felicidad alcanzable a largo plazo, de modo que acacontecimientos como el enamoramiento, el matrimonio, el premio en una lotería, la pérdida del empleo o una enfermedad seria si bien alterarían el nivel de felicidad o bienestar de un individuo por encima o por debajo de su setpoint de referencia, sólo lo haría a corto o medio plazo, de modo que con el tiempo, los individuos experimentarían un proceso de adaptación hedónica que les devolvería a su nivel de felicidad propio y de largo plazo. Los psicologos discuten si esta "habituación" es o no completa y el plazo que lleva la vuelta al nivel de referencia, pero no se discute su existencia.
Y bien, en la medida que en materia sexual se dan también estos procesos de adaptación hedónica resulta obvio que "la salida del armario" para muchas prácticas sexuales minoritarias es, probablemente, ya de por sí una suerte de adaptación hedónica (ya se sabe, "el atractivo de lo prohibido") que desencadena la consecuente necesidad de aumentar crecientemente la intensidad de la estimulación sexual. Descubrir o crear nuevas prácticas sexuales se convierte así en uno de los mecanismos para evitar o retrasar el retorno hacia el setpoint de referencia en materia sexual...pudiendo llegarse en esos procesos de I+D+i a extremos indeseables como el caso de David Carradine ejemplifica. La evidente y creciente sexualización de la vida privada y social en el mundo de nuestros días está sin duda relacionada directamente esos intentos de innovar en materia sexual. Chesterton, el gran cultivador del arte de la paradoja, sin duda estaría encantado con esta de que la liberalización y normalización sexual es el camino más directo para aumentar la insatisfacción en esta materia.
Y, lo último, que como siempre ha de ser una pregunta. ¿No sería el valor que hoy se concede a la innovación un ejemplo más del intento de combatir la adaptación hedónica? Por ejemplo, todos aquellos que vimos la llegada de la televisión disfrutamos de un asombro que no tuvieron quienes ya nacieron en un mundo donde el televisor ya no era novedad. La llegada posterior del video, del dvd, de la televisón por cable o por satélite cierto que han supuesto innovaciones a destacar que han aumentado el bienestar y la satisfacción de los consumidores, pero no sé por qué me da que no son en absoluto comparables al efecto que tuvo aquella vieja televisión en blanco y negro. Y si lo que ocurre con la televisón es generalizable a otras innovaciones, ¿no corremos el riesgo como sociedad de acabar como Carradine estrangulados en nuestra carrera de innovaciones por ir más allá?
NOTAS
(1) Un modelo teórico acerca de los mecanismos subyacentes en el cambio social asociado a la revolución sexual aparece en Social Change: The Sexual Revolution de Jeremy Greenwood y Nezih Guner en Economie d’avant garde, Research Report nº9, may 2005. Una evaluación de rango mucho más general se encuentra en el más que recomendable libro de Jean Claude Guillebaud, La Tiranía del Placer (Barcelona: Andrés Bello, 2000)
(2) El Premio Nobel de Economía de este año Paul Krugman escribió un excelente artículo a propósito de la Viagra y la economía en
The New York Times Magazine (23/8/98). El artículo, de título "Viagra and the Wealth of Nations" se puede leer en su página web.
(3) Por
Long Tail o Larga Cola se hace referencia a aquellas distribuciones que se caracterizan porque el porcentaje de los individuos con preferencias particulares, especiales y por ende minoritarias es sin embargo tan alto que incluso puede ser mayor que el porcentaje de quienes comparten unas preferencias similares. Dicho de otra manera, el porcentaje de gente "normal" con unas mismas preferencias (que por tanto son la preferencia mayoritaria) es inferior a la suma de los porcentajes de gente que tiene preferencias distintas entre sí y a la preferencia mayoritaria. La idea que ha corrido mucho en el mundo del marketing estos últimos años es que la revolución en las TIC podía dar al traste con el modelo de producción en masa (o sea, dedicado a la satisfacción de las necesidades mayoritarias) a que obligaba la existencia de economías de escala.
(4) Fabio D’Orlando,
Swinger Economics. http://ssrn.com/abstract=1375093.