FERNANDO ESTEVE MORA
Nadie, nadie debería dudar ni un segundo de que no hay ningún sustitutivo industrial perfecto a la leche materna. Eso es algo de sobra sabido en la comunidad científica. Repito, no hay ningún producto , ninguna "leche de fórmula", de la industria farmacéutica que pueda sustituir en sus propiedades alimenticias y beneficios inmunológicos a la leche que las madres son capaces de producir para sus hijos.
Pues bien, leyendo el libro de Bill Brison, El cuerpo humano, me entero en su caṕitulo 18, de algo revelador y muy instructivo. Me entero de que en el verano de 2018, la Administración de Donald Trump no sólo se opuso a una resolución internacional en el marco de la OMS para fomentar la lactancia materna sino que amenazó a Ecuador, el país que la había propuesto, con sanciones económicas y comerciales si no cambiaba su posición.
El portavoz del Servicio Norteamericano de Salud (US Health and Human Services) negó que en esta política norteamericana tuviesen algo que ver las compañías farmacéuticas (que facturan unos 70.000 millones de dólares anuales haciendo leches infantiles) y la justificó en términos de que "América" estaba meramente "luchando para proteger la libertad de las mujeres para elegir lo que ellas estimasen la mejor manera de nutrir a sus hijos" (traduzco de la versión inglesa que es la que leo) y así posibilitar el que no les fuese negado el acceso a las leches infantiles.
Dos cosas. Ambas evidentes. La primera es que esa portavoz no era, aunque lo parezca, doña Isabel Díaz Ayuso, aunque -obviamente- la "Ayuso" la hubiera aplaudido a rabiar: ¡Ah! ¡La libertad de elegir! Da igual que se trate de cerveza o de leche de fórmula). La segunda es que, como Bryson apunta, en ningún caso, la propuesta de resolución en apoyo a la lactancia materna prohibía o negaba el derecho a que las mujeres alimentasen a sus niños leches artificiales, sustitutos imperfectos de su propia leche. Cada mujer, dependiendo de sus condiciones, seguiría siendo muy "libre" de decidir cómo alimentar a sus retoños.
Por supuesto que -ya sabemos- que las campañas publicitarias y "comecocos" de las farmacéuticas han logrado extender el uso de las leches de fórmula infantiles respecto a la lactancia materna natural. Es una política empresarial típica y obvia. Y es que una de las maneras de "extraer" dinero, o sea de generar beneficios, para una empresa es convertir "algo", cualquier cosa que sea gratis o libre o común o natural, en mercancía, o sea, en algo escaso, costoso y susceptible de apropiación privada. Y da igual a este respecto de que el procedimiento pase por "privatizar" lo que antes era público o común o que pase por generar e la percepción de que lo gratis y natural -como lo es la leche materna- no es tan bueno como lo producido para ser vendido como la leche artificial. El caso es hacer que lo que antes no tenía un precio, un valor de mercado, pase a tenerlo, y cobrarlo y quedarse con él, claro está.
Oponerse a esa "forma" que las empresas tienen de "hacer dinero", negarse a la privatización de lo público y lo común. Negarse, por ejemplo, a la política de la "Ayuso" de privatizar las aceras de Madrid por parte de los bares y restaurantes a propósito de "ayudarles" a superar los efectos de aquella epidemia, la COVID, no es solo una obligación moral sino que es una actitud racional y eficiente, una "obligación" exigida o proveniente del más imparcial análisis económico
Y en el caso que nos ocupa, la cosa está más que clara. La sustitución de la lactancia materna por la leche de faŕmula, por las leches de farmacia, ha tenido el previsible efecto negativo sobre la salud infantil que la propuesta de Ecuador trataba de contrarrestar. Sencillamente, las madres pobres en muchos países no disponen de dinero suficiente para comprar el polvo de leche requerido ni, a veces, pueden siquiera acceder al agua potable necesaria para producirla a partir de ese polvo. La consecuencia es que en demasiados casos, las mujeres de esos países a las que se ha convencido que SU leche es peor para sus niños a la que se compra en el mercado, pero no disponen de medios para suministrarles en la cantidad y calidad mínimas para que no mueran.
Pero mi curiosidad ante este desafuero de la administración norteamericana y de los defensores del libre mercado me ha llevado a buscar en Google si hubo reflejo de este asunto en la prensa española, pues a mí me pasó en su tiempo inadvertida. Sí lo tuvo en el New York Times, que es de dónde Bryson saca la información. Pues bien, he sido incapaz de encontrar nada. Y ello me hace pensar muy mucho y mal acerca de la profesionalidad de los periodistas y en general la libre prensa española. (Y lo digo por la relevancia de la información que nos suministran en estos tiempos tan turbulentos)
(NOTA: Si alguien sabe de esa reacción en la prensa española, por favor me la comunique. Estaré encantado en desdecirme y pedir disculpas)
Nadie, nadie debería dudar ni un segundo de que no hay ningún sustitutivo industrial perfecto a la leche materna. Eso es algo de sobra sabido en la comunidad científica. Repito, no hay ningún producto , ninguna "leche de fórmula", de la industria farmacéutica que pueda sustituir en sus propiedades alimenticias y beneficios inmunológicos a la leche que las madres son capaces de producir para sus hijos.
Pues bien, leyendo el libro de Bill Brison, El cuerpo humano, me entero en su caṕitulo 18, de algo revelador y muy instructivo. Me entero de que en el verano de 2018, la Administración de Donald Trump no sólo se opuso a una resolución internacional en el marco de la OMS para fomentar la lactancia materna sino que amenazó a Ecuador, el país que la había propuesto, con sanciones económicas y comerciales si no cambiaba su posición.
El portavoz del Servicio Norteamericano de Salud (US Health and Human Services) negó que en esta política norteamericana tuviesen algo que ver las compañías farmacéuticas (que facturan unos 70.000 millones de dólares anuales haciendo leches infantiles) y la justificó en términos de que "América" estaba meramente "luchando para proteger la libertad de las mujeres para elegir lo que ellas estimasen la mejor manera de nutrir a sus hijos" (traduzco de la versión inglesa que es la que leo) y así posibilitar el que no les fuese negado el acceso a las leches infantiles.
Dos cosas. Ambas evidentes. La primera es que esa portavoz no era, aunque lo parezca, doña Isabel Díaz Ayuso, aunque -obviamente- la "Ayuso" la hubiera aplaudido a rabiar: ¡Ah! ¡La libertad de elegir! Da igual que se trate de cerveza o de leche de fórmula). La segunda es que, como Bryson apunta, en ningún caso, la propuesta de resolución en apoyo a la lactancia materna prohibía o negaba el derecho a que las mujeres alimentasen a sus niños leches artificiales, sustitutos imperfectos de su propia leche. Cada mujer, dependiendo de sus condiciones, seguiría siendo muy "libre" de decidir cómo alimentar a sus retoños.
Por supuesto que -ya sabemos- que las campañas publicitarias y "comecocos" de las farmacéuticas han logrado extender el uso de las leches de fórmula infantiles respecto a la lactancia materna natural. Es una política empresarial típica y obvia. Y es que una de las maneras de "extraer" dinero, o sea de generar beneficios, para una empresa es convertir "algo", cualquier cosa que sea gratis o libre o común o natural, en mercancía, o sea, en algo escaso, costoso y susceptible de apropiación privada. Y da igual a este respecto de que el procedimiento pase por "privatizar" lo que antes era público o común o que pase por generar e la percepción de que lo gratis y natural -como lo es la leche materna- no es tan bueno como lo producido para ser vendido como la leche artificial. El caso es hacer que lo que antes no tenía un precio, un valor de mercado, pase a tenerlo, y cobrarlo y quedarse con él, claro está.
Oponerse a esa "forma" que las empresas tienen de "hacer dinero", negarse a la privatización de lo público y lo común. Negarse, por ejemplo, a la política de la "Ayuso" de privatizar las aceras de Madrid por parte de los bares y restaurantes a propósito de "ayudarles" a superar los efectos de aquella epidemia, la COVID, no es solo una obligación moral sino que es una actitud racional y eficiente, una "obligación" exigida o proveniente del más imparcial análisis económico
Y en el caso que nos ocupa, la cosa está más que clara. La sustitución de la lactancia materna por la leche de faŕmula, por las leches de farmacia, ha tenido el previsible efecto negativo sobre la salud infantil que la propuesta de Ecuador trataba de contrarrestar. Sencillamente, las madres pobres en muchos países no disponen de dinero suficiente para comprar el polvo de leche requerido ni, a veces, pueden siquiera acceder al agua potable necesaria para producirla a partir de ese polvo. La consecuencia es que en demasiados casos, las mujeres de esos países a las que se ha convencido que SU leche es peor para sus niños a la que se compra en el mercado, pero no disponen de medios para suministrarles en la cantidad y calidad mínimas para que no mueran.
Pero mi curiosidad ante este desafuero de la administración norteamericana y de los defensores del libre mercado me ha llevado a buscar en Google si hubo reflejo de este asunto en la prensa española, pues a mí me pasó en su tiempo inadvertida. Sí lo tuvo en el New York Times, que es de dónde Bryson saca la información. Pues bien, he sido incapaz de encontrar nada. Y ello me hace pensar muy mucho y mal acerca de la profesionalidad de los periodistas y en general la libre prensa española. (Y lo digo por la relevancia de la información que nos suministran en estos tiempos tan turbulentos)
(NOTA: Si alguien sabe de esa reacción en la prensa española, por favor me la comunique. Estaré encantado en desdecirme y pedir disculpas)