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                                             FERNANDO ESTEVE MORA

En una carta de Friedrich Engels a Paul Lafargue, uno de los yernos de Marx, le contaba que en sus últimos años de vida a  éste le gustaba de decir que él, al menos, "no era marxista". El que al parecer lo repitiese con cierta asiduidad ha hecho pensar que se trataba de algo más que una mera boutade, que Marx quería decir algo con enjundia en ésa su renuncia a ser el mismo partidario de su propia ideología o a compartir el mismo sus propias creencias.

Desde entonces, ha habido un sinnúmero de "explicaciones" de este curioso comportamiento de Marx,  como puede imaginarse. Las hay y las ha habido para todos los gustos. Está la gente de derechas  que, como es habitual en ellos, la han entendido como reconocimiento y confesión postrera por parte de Marx de sus errores. Para ellos a Marx sólo le hubiese faltado llamar a un cura a su lecho de muerte a que le diese la extremaunción. Están, por contra, las gentes de izquierdas, que la han entendido como aviso y advertencia del mismo Marx para que no se tomara su nombre a la ligera y se  le tratara como un profeta iluminado, como otro Jesúa o Mahoma cualquiera, dirigente de una secta cuasirreligiosa, la constituida por todos los creyentes en lo que estaba viniendo a ser una nueva religión: la marxista.

Me permito ofrecer aquí otra explicación, que aunque algo gallinácea (como bien diría don Josep Pla) o pedestre, me resulta más convincente que las demás,  no sólo intuitivamente sino por estar fundada en bases sólidas que se asientan tanto en la propia biografía de Marx como en su propia teoría económica.

Mi explicación parte de dos  hechos probados y de una suposición. Los hechos probados son (1) que Marx empezó a decir que "no era marxista" en una fecha posterior a la publicación de El Capital en 1868, y (2) que lo empezó a hacer en una época en que gracias a la herencia que recibió su muy abnegada y amante esposa, Jenny von Westphalen y a la continua asistencia de Engels, no sólo había podido por fin abandonar la increíble por paupérrima vida que había llevado desde que se instaló en Londres en 1849, sino que ya se podía permitir aspirar a una vida vivible.   Así en 1857 la familia Marx puedo abandonar el increíblemente mísero  piso que ocupaba en la calle Dean Street en el Soho londinense y trasladarse a una casa de clase media en Grafton Terrace, que con los años y como hace todo el mundo, fue mejorando paulatinamente buscando hacerla un hogar agradable y familiar al estilo de la época.

La suposición que, adicionalmente, aquí hago es que para adecentar y mejorar su propio hogar, Marx tuvo que hacer lo mismo que hace todo el mundo, o sea,  contratar a sucesivas y diferentes empresas de reformas, lo cual le puso por primera vez en relación personal y directa y no meramente teórica o libresca con trabajadores. Una relación que, además era, no política, económica y en la que él ocupaba -curiosamente- la posición de empleador y por ello, en cierta medida, de  capitalista. Es una suposición enteramente lógica, pero sin base contrastable pues no he encontrado en ninguna de las biografías de Marx que he consultado referencia explícita a estas relaciones contractuales. Sin duda, existieron, pero los biógrafos las despreciaron por estimar carecer de relevancia explicativa o narrativa para su propósito.

Pues ben, tengo sin embargo para mí que esas relaciones personales como empleador con los trabajadores del sector de chapuzas y reformas son de primordial importancia y están por debajo de las repetidas declaraciones del propio  Marx de que ya no era marxista, pues como trataré de mostrar más adelante, de ellas se seguía ineludiblemente una crítica a su propia teoría, una crítica que no negaba su validez sino que señalaba su incompletitud. El que el propio Marx no la escribiese, el que no fuese él mismo quien publicase esta enmienda autocrítica a su propia teoría no habría que achacarlo ni a su desconocimiento ni a inmoralidad científica. Sencillamente y como es de sobra conocido, la salud de Marx en sus últimos años era tan frágil que dejó de escribir obras teóricas de Economía. Como es sabido los volúmenes II y III de El Capital (y el IV, el conocido como Historia Crítica de las Teorías de la Plusvalía) los publicó Engels  tras la muerte de Marx después de más o menos concluir la ingente tarea de descifrar y ordenar los -para los demás- ilegibles y desordenados borradores y papeles que a espuertas había dejado Marx sin concluir.

Veamos. De entre los diferentes y valiosos descubrimientos teóricos de Marx en Economía, de uno estaba singularmente orgulloso. Se trata de la diferencia entre el concepto de TRABAJO y el de FUERZA DE TRABAJO. Frente a todos los economistas (la mayoría todavía increíblemente) que creen que en los mercados de trabajo se compra y se vende el trabajo que hacen los trabajadores de modo que las empresas actúan como demandantes y los trabajadores como oferentes del trabajo que realizan, Marx se dio cuenta de que tal cosa no era cierta, sino que lo que se intercambia en los llamados mercados de trabajo no es el trabajo que realizan los trabajadores sino una mercancía enteramente distinta la fuerza de trabajo o capacidad de trabajar. Es decir, lo que contrata un empleador capitalista no es el trabajo que hace un currante, sino su capacidad de trabajar o su fuerza de trabajo. Eso es lo que venden o mejor alquilan los trabajadores. Obvio, ¿no? Pue todavía, como ya he dicho, en las Facultades de Economía se sigue explicando que en los mercados de trabajo se intercambia el "trabajo".

Y, por supuesto, esa peculiar mercancia que es la fuerza de trabajo que tiene cada trabajador tiene su precio como cualquiera otra. Un precio que se deriva de su valor. No es de extrañar para Marx que el "precio" de la mercancia fuerza de trabajo que vende un currito de la construcción sea mucho más bajo que el de la que vende del arquitecto que planifica y dirige la obra. Y es que la mercancía fuerza de trabajo del arquitecto vale mucho más , por lo que es obvio que sea más cara. Para Marx, la explicación última del valor de las mercancías incluida la fuerza de trabajo de cualquier trabajador se encuentra en su coste de producción medido por la cantidad de horas de trabajo que de forma directa o indirecta (incorporadas en las máquinas y las materias primas) que ha sido necesario emplear para producir una unidad de ese bien o mercancía por término medio. "Producir", "hacer" un arquitecto cuesta mucho más que "producir" o "hacer" a un albañil, y por ello vale más la fuerza de trabajo del primero que la del segundo.

No hay por ello explotación de los trabajadores EN los mercados de trabajo (que  mejor habría que llamar más bien  "mercados de fuerza de trabajo"), pues en ellos cada trabajador recibe (si hay suficiente competencia) un "precio" (o salario) por la fuerza de trabajo que vende igual a su valor, a lo que cuesta producirla. Por ello si el salario de un trabajador es miserable ello no se debe a que esté siendo explotado en el mercado sino a que el valor de su fuerza de trabajo es muy bajo.

Pongamos un ejemplo. El valor de la fuerza o capacidad de de trabajo de un currito, o sea, su salario de ese día es aquella cantidad de dinero que le permite comprar los bienes y servicios que "valen" lo mismo que la fuerza de trabajo diaria, o sea, que son necesarios para que pueda "reproducir" esa capacidad de trabajo el siguiente día (comida, diversión, alojamiento, formación,etc.). Supongamos que el valor de esa fuerza de trabajo fuese de  4 horas de trabajo, o sea, que 4 horas sería el tiempo de trabajo diario necesario por término medio para "producir" un día de capacidad de trabajo. Pues en tal caso  el salario diario de este trabajador sería aquel que le permitiese comprar bienes y servicios que costasen de producir 4 horas de trabajo, o sea, que su valor fuese 4 horas de trabajo.

Hasta aquí no habría explotación. Para Marx la explotación se daría  más adelante, ya DENTRO del proceso de producción en la medida que el empleador o capitalista hiciese trabajar al currito de marra más tiempo de las 4 horas de trabajo que es el valor de us salario. Si le hace trabajar las 8 horas reglamentarias resultaría que al trabajador le habría pagado un salario justo por su fuerza de trabajo (la mercancía que vende) pero que luego  le habría hecho trabajar más tiempo. Esas horas adicionales que curra el currito Marx las denomina plusvalía y es la única fuente de excedente o beneficios en una economía. Por cierto, que en toda economía y no sólo en la capitalista habría explotación, lo que para Marx ocurriría en que hasta ahora en todas las sociedades  ese excedente de trabajo se lo habrían apropiado individuos privados, valga la redundancia. En el socialismo, por contra, al desparecer la propiedad privada de los medios de producción, el trabajo excedente que harían los curritos, la plusvalía generada por los trabajadores en los procesos de producción, revertiría sobre los propios trabajadores. O eso soñaba Marx que sucedería (o sucederá, ¿quién sabe?)  tras una auténtica revolución socialista (en el comunismo, la explotación sencillamente desaparecerá por fin de la Historia humana pues gracias a los avances técnicos el trabajo tal y como la habría conocido la humanidad llegaría a su fin).

Pues bien, tengo para mí que el trato de Marx con los trabajadores del sector Chapuzas y Reformas caseras le obligó a Marx a repensar su teoría y que, como no podía ser menos pues era un genio, se dio cuenta que lo que había publicado en El Capital si bien no era incorrecto, sí estaba incompleto.

Y es que ya en su tiempo, en el siglo XIX,  ese sector -el de las reformas caseras- funcionaba al menos igual que ahora, o sea, mal, de modo que cabe presumir que tras las habituales y continuas  peleas con los albañiles, fontaneros, pintores  y demás  con los que tuvo que lidiar como todo hijo de vecino mientras trataba de adecentar su casa, Marx se dio cuenta de un hecho básico: que resultaba difícil cuando no imposible controlar a "sus" trabajadores para que no se escaqueasen o le hiciesen una pifia mientras trabajaban para él en su casa, de modo que inevitablemente, una y ora vez, descubría cuando por fin se iban, que la obra que le había hecho tenía "vicios" ocultos, chapuzas increíbles, fallos disimulados...En suma, que si bien era cierto que cada día que habían estado  en su casa los curritos estaban allí las 8 o las 10 horas de reloj contratadas, en términos efectivos, o sea, la cantidad de trabajo que efectivamente habían realizado era mucho menor. Es decir, que de forma eficaz ni mucho menos habían trabajado esas 8 horas.

Y la implicación de este manifiesto hecho era obvia. Si -por ejemplo- un trabajador cuya fuerza de trabajo valiese diariamente 4 horas y hubiese sido pagado un salario equivalente a ese valor, se hubiese escaqueado y hubiese trabajado realmente sólo 2 horas (o hubiese sido tan chapuza que el valor real o efectivo de su infecto trabajo sólo fuese de 2 horas), entonces paradójicamente quien habría sido explotado habría sido el capitalista pues habría pagado por la mercancía fuerza de trabajo que contrató un precio mayor que el valor que esta "mercancía" habría producido. Dicho de otra manera, al igual que había que diferenciar entre "fuerza de trabajo" y trabajo, había que diferenciar entre trabajo efectivo e inefectivo. Si el trabajo que efectivamente realiza un trabajador medido en horas es inferior al valor de su fuerza de trabajo, medido también en horas, entonces el explotado sería el capitalista pues paga un precio por una mercancía fuerza de trabajo "defectuosa" como si fuese de calidad normal.

Es decir, que la teoría expuesta y desarrollada en El Capital en la que explicaba la fuente y origen de los beneficios en la explotación de los trabajadores por parte de los capitalistas era correcta, pero era también incompleta, pues no exponía el caso simétrico de explotación de los capitalistas por parte de los trabajadores que ocurría cuando estos últimos se escaqueaban por encima de cierto umbral (o cuando la calidad de su trabajo caía por debajo de un mínimo infecto).

¿Qué le quedaba a Marx por decir cuando tras repetidas y chapuceras obras en casa descubrió esta incompletitud de su teoría? Ya era, más que mayor, viejo para la época (recuérdese que murió con 65 años) y estaba enfermo para ponerse a reescribir lo publicado y extraer las pertinentes consecuencias. Para mí por todo ello está clara la única salida que le quedaba: señalar  que él, al menos, no era marxista. No como lo eran el resto, para quienes la explotación sólo podía ir en un sentido, el de los capitalistas explotadores a los explotados trabajadores.   


Nota:  (Por si alguien lee esto con cierta curiosidad, el núcleo del problema teórico aquí implícito es el de cómo definir la cantidad de trabajo que es socialmente necesaria para hacer o producir un bien, lo que, para Marx,  es lo constitutivo del valor del mismo)

 
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