FERNANDO ESTEVE MORA
Hoy, todos somos ecologistas. Aunque sólo sea por vergüenza, por el qué dirán, no hay nadie que no se proclame del credo ecologista. Sí, todos somos ecologistas, o para ser más precisos, microecologistas. Que qué es un microecologista, pues muy sencillo un microecologista es un ecologista miope, que ve la suciedad y el deterioro de la naturaleza que ve de cerca, que le afecta personalmente, y -claro está- está dispuesto a hacer lo necesario para contrarrestar ese deterioro (siempre eso sí, que no le cueste demasiado). Y así, todos los microecologistas reciclamos conscientemente y como se nos dice que hay que reciclar de forma habitual, y nos enfadamos e indignamos mucho cuando en las playas o los montes a donde acudimos aparece suciedad ya sea en forma de basura o de construcciones o chaletes.
Un microecologista, por decirlo de otra manera, es aquel que en su comportamiento pretende simplemente "mover" la basura de sitio, esconderla debajo de la alfombra para que no se vea. Por eso no se preocupa lo más mínimo de esas informaciones que hablan sobre los brutales costes ecológicos de las baterías de los "ecológicos" coches eléctricos o sobre la huella ecológica del "macroecológico" y muy californiano way of life que todos quisiéramos disfrutar
Por contra, un macroecologista tiene una visión ecológica perfecta. Los más macroecologistas, incluso, padecen de cierta hipermetropía, en el sentido de que teniendo las vista puesta en la salud global de la Madre Tierra, de Gaia, pasan por así decirlo de los deterioros ecológicos locales de tipo microecológico. Sencillamente, no los ven o no les interesan. Hablaremos de ello más adelante.
Pues bien, creo que se puede decir sin temor a equivocarse que todos los macroecologistas son malthusianos. Y que, en consecuencia, puede sostenerse que Thomas R. Malthus, aquel predicador y economista de primeros del siglo XIX, fue -sin duda- el primer ecologista macro.
Como es de sobra conocido, a Malthus se le conoce por su afamada "Ley de la Población", aquella de que la población guiada por sus incontenibles instintos sexuales y reproductores crece, si tiene los medios para subsistir, en progresión geométrica, en tanto que esos medios, o los recursos, sólo lo hacen en progresión aritmética debido a que conforme la población crece es necesario acudir a la explotación o cultivo de tierras de inferior calidad (lo que se conoce como "Ley de los Rendimientos (marginales) Decrecientes").
Ello es, obviamente, un desequilibrio. La gente debería moderar sus impulsos sexuales, pero para Malthus tal cosa era inviable, por lo que es e desajuste entre una población que crece más que los recursos se traduciría inevitablemente en hambrunas y miserias que darían origen a epidemias y guerras ya sea civiles (entre la clase de los pudientes con acceso a recursos y los pobres) e internacionales (conforme los países que hubieran "agotado" sus recursos por haber crecido más su población invadiesen los países con un excedente de tierras y recursos). Dicho de otra manera, las epidemias y las guerras no serían sino los mecanismos "naturales" de tipo endógeno que las propias sociedades tendrían para corregir el desequilibrio población/recursos.
Pero si se miran las cosas, no desde la perspectiva humana sino desde la de los recursos, la de la Naturaleza, el mecanismo o desequilibrio malthusiano se puede leer también como desequilibrio ecológico. Desde la perspectiva ecologista lo que viene a decir Malthus es que el crecimiento de la especie humana es destructiva para la Naturaleza en su globalidad, la agota sencillamente. Malthus, en consecuencia fue el primer macroecologista. Y todo buen macroecologista, a la inversa, ha de ser obligadamente malthusiano.
Eso lo tienen bien claro los más convencidos entre los macroecologisas, los de la "Deep Ecology" o ecología profunda. Para ellos la especie humana ha de ser vista como una especie auténticamente invasora y explotadora cuya expansión incontrolada está poniendo en riesgo a todas las demás, o sea, a la supervivencia de Gaia, de la Madre Tierra de la entera Naturaleza. Y alguien, ellos, deberían hacer algo para impedir este desastre.
Pero, ¿qué se puede hacer? Si es que se puede hacer algo. Cierto, el problema económico que planteó Malthus ha sido -de momento- resuelto por los avances técnicos y la moderación en el crecimiento de la población. Ello ha permitido que los recursos per capita hayan crecido a nivel global. La población mundial vive mejor que hace doscientos años. Eso es un hecho. Pero si las cosas se ven desde la "otra" perspectiva malthusiana, la que mira las cosas no desde la perspectiva del bienestar humano sino desde la perspectiva del "bienestar" o supervivencia de la Madre Tierra, las cosas son diferentes. Desde esa otra perspectiva, también malthusiana, el problema ecológico que se deriva de Malthus no ha encontrado solución sino todo lo contrario. A la Naturaleza le va cada vez peor. centenares o miles de especies desaparecen anualmente, los suelos, mares y aires están cada vez más contaminados y explotados, y el calentamiento global ya es un hecho.
Obsérvese que para afrontar este "segundo" o ecologista problema malthusiano no bastaría con que la población dejase de crecer, sería necesario -además- que su consumo de recursos per capita también disminuyese, porque si la población disminuye pero crece a la vez el consumo per capita en nada disminuiría la destructiva presión sobre la Naturaleza.
Y al igual que Malthus en nada confiaba en que los individuos moderasen sus egoístas "impulsos sexuales", tampoco en nada confían en que los individuos moderen sus egoístas "impulsos consumistas". Es un ejemplo más de "dilema del prisionero" o de la "tragedia de lo común", como ya advirtió el biólogo malthusiano Garrett Hardin. La Naturaleza, colectivamente, es un bien común global sujeto al problema de sobreexplotación al que no cabe enfrentar con los mecanismos descritos por la muy bien intencionada pero mediocre economista Elinoor Ostrom (por mucho Premio Nobel que los suecos- tan ecologistas ellos- le otorgasen).
Y si es así, ya Malthus lo señaló, sólo cabe acudir a las epidemias y a las guerras para tratar de ir resolviendo el desequilibrio.
Por ello no me extrañó nada de nada que los ecologistas más radicales "celebrasen" la pasada pandemia. Observaron cómo las emisiones de gases de efecto invernadero así como la sobreexplotación de los recursos se moderaron por la caída en el turismo, el confinamiento y la actividad económica general en los tiempos del COVID. "Ojalá venga otra ..y peor", estoy seguro que en su fuero interno piensan algunos de los más radicales macroecologistas.
Y por lo mismo, también, en nada me está extrañando que estén siendo los ecologistas alemanes, los Verdes, los más radicales entre los ecologistas en política los que están asombrando al mundo por su desaforado militarismo. Frente a quienes pensaban en los ecologistas como abanderados del pacifismo -entre quienes me incluyo, han resultado ser los Verdes del Gobierno alemán los más acérrimos partidarios de una escalada en la Guerra de Ucrania, aunque ello les suponga costes e incomprensión por parte de los microecologistas en la medida que esa política ha obligado a políticas tan anti(micro)ecologistas como aumentar la vida de las centrales nucleares o recurrir al uso de la energía más sucia: la del carbón.
Y es que sin duda, una guerra, y si es nuclear mejor, deben de pensar los más desaforados entre los macroecologistas, sería lo mejpr para contener esa mortal infección para la Naturaleza que es la especie humana.
Porque parece claro que a la Naturaleza no-humana no le van nada mal las guerras. Como ha demostrado Chernobyl, la Naturaleza -sin gente- se recupera fácilmente de la contaminación atómica. Una Europa SIN gente sería sin duda un paraíso ecológico...para el resto de especies y quizás también para los ecologistas radicales, felices mártires por la causa ecológica. Y si no se llega tan lejos, una buena guerra convencional europea que al final obligue a establecer una amplia zona desmilitarizada del estilo de la que separa las dos Coreas pero muchísimo más extensa tampoco vendrá nada mal. En un caso como en otro, la guerra como bien señaló aquel primer macroecologista que fue Malthus es hoy por hoy la mejor solución al problema ecológico que nuestro desaforado crecimiento le está suponiendo a nuestra madre Naturaleza.
Hoy, todos somos ecologistas. Aunque sólo sea por vergüenza, por el qué dirán, no hay nadie que no se proclame del credo ecologista. Sí, todos somos ecologistas, o para ser más precisos, microecologistas. Que qué es un microecologista, pues muy sencillo un microecologista es un ecologista miope, que ve la suciedad y el deterioro de la naturaleza que ve de cerca, que le afecta personalmente, y -claro está- está dispuesto a hacer lo necesario para contrarrestar ese deterioro (siempre eso sí, que no le cueste demasiado). Y así, todos los microecologistas reciclamos conscientemente y como se nos dice que hay que reciclar de forma habitual, y nos enfadamos e indignamos mucho cuando en las playas o los montes a donde acudimos aparece suciedad ya sea en forma de basura o de construcciones o chaletes.
Un microecologista, por decirlo de otra manera, es aquel que en su comportamiento pretende simplemente "mover" la basura de sitio, esconderla debajo de la alfombra para que no se vea. Por eso no se preocupa lo más mínimo de esas informaciones que hablan sobre los brutales costes ecológicos de las baterías de los "ecológicos" coches eléctricos o sobre la huella ecológica del "macroecológico" y muy californiano way of life que todos quisiéramos disfrutar
Por contra, un macroecologista tiene una visión ecológica perfecta. Los más macroecologistas, incluso, padecen de cierta hipermetropía, en el sentido de que teniendo las vista puesta en la salud global de la Madre Tierra, de Gaia, pasan por así decirlo de los deterioros ecológicos locales de tipo microecológico. Sencillamente, no los ven o no les interesan. Hablaremos de ello más adelante.
Pues bien, creo que se puede decir sin temor a equivocarse que todos los macroecologistas son malthusianos. Y que, en consecuencia, puede sostenerse que Thomas R. Malthus, aquel predicador y economista de primeros del siglo XIX, fue -sin duda- el primer ecologista macro.
Como es de sobra conocido, a Malthus se le conoce por su afamada "Ley de la Población", aquella de que la población guiada por sus incontenibles instintos sexuales y reproductores crece, si tiene los medios para subsistir, en progresión geométrica, en tanto que esos medios, o los recursos, sólo lo hacen en progresión aritmética debido a que conforme la población crece es necesario acudir a la explotación o cultivo de tierras de inferior calidad (lo que se conoce como "Ley de los Rendimientos (marginales) Decrecientes").
Ello es, obviamente, un desequilibrio. La gente debería moderar sus impulsos sexuales, pero para Malthus tal cosa era inviable, por lo que es e desajuste entre una población que crece más que los recursos se traduciría inevitablemente en hambrunas y miserias que darían origen a epidemias y guerras ya sea civiles (entre la clase de los pudientes con acceso a recursos y los pobres) e internacionales (conforme los países que hubieran "agotado" sus recursos por haber crecido más su población invadiesen los países con un excedente de tierras y recursos). Dicho de otra manera, las epidemias y las guerras no serían sino los mecanismos "naturales" de tipo endógeno que las propias sociedades tendrían para corregir el desequilibrio población/recursos.
Pero si se miran las cosas, no desde la perspectiva humana sino desde la de los recursos, la de la Naturaleza, el mecanismo o desequilibrio malthusiano se puede leer también como desequilibrio ecológico. Desde la perspectiva ecologista lo que viene a decir Malthus es que el crecimiento de la especie humana es destructiva para la Naturaleza en su globalidad, la agota sencillamente. Malthus, en consecuencia fue el primer macroecologista. Y todo buen macroecologista, a la inversa, ha de ser obligadamente malthusiano.
Eso lo tienen bien claro los más convencidos entre los macroecologisas, los de la "Deep Ecology" o ecología profunda. Para ellos la especie humana ha de ser vista como una especie auténticamente invasora y explotadora cuya expansión incontrolada está poniendo en riesgo a todas las demás, o sea, a la supervivencia de Gaia, de la Madre Tierra de la entera Naturaleza. Y alguien, ellos, deberían hacer algo para impedir este desastre.
Pero, ¿qué se puede hacer? Si es que se puede hacer algo. Cierto, el problema económico que planteó Malthus ha sido -de momento- resuelto por los avances técnicos y la moderación en el crecimiento de la población. Ello ha permitido que los recursos per capita hayan crecido a nivel global. La población mundial vive mejor que hace doscientos años. Eso es un hecho. Pero si las cosas se ven desde la "otra" perspectiva malthusiana, la que mira las cosas no desde la perspectiva del bienestar humano sino desde la perspectiva del "bienestar" o supervivencia de la Madre Tierra, las cosas son diferentes. Desde esa otra perspectiva, también malthusiana, el problema ecológico que se deriva de Malthus no ha encontrado solución sino todo lo contrario. A la Naturaleza le va cada vez peor. centenares o miles de especies desaparecen anualmente, los suelos, mares y aires están cada vez más contaminados y explotados, y el calentamiento global ya es un hecho.
Obsérvese que para afrontar este "segundo" o ecologista problema malthusiano no bastaría con que la población dejase de crecer, sería necesario -además- que su consumo de recursos per capita también disminuyese, porque si la población disminuye pero crece a la vez el consumo per capita en nada disminuiría la destructiva presión sobre la Naturaleza.
Y al igual que Malthus en nada confiaba en que los individuos moderasen sus egoístas "impulsos sexuales", tampoco en nada confían en que los individuos moderen sus egoístas "impulsos consumistas". Es un ejemplo más de "dilema del prisionero" o de la "tragedia de lo común", como ya advirtió el biólogo malthusiano Garrett Hardin. La Naturaleza, colectivamente, es un bien común global sujeto al problema de sobreexplotación al que no cabe enfrentar con los mecanismos descritos por la muy bien intencionada pero mediocre economista Elinoor Ostrom (por mucho Premio Nobel que los suecos- tan ecologistas ellos- le otorgasen).
Y si es así, ya Malthus lo señaló, sólo cabe acudir a las epidemias y a las guerras para tratar de ir resolviendo el desequilibrio.
Por ello no me extrañó nada de nada que los ecologistas más radicales "celebrasen" la pasada pandemia. Observaron cómo las emisiones de gases de efecto invernadero así como la sobreexplotación de los recursos se moderaron por la caída en el turismo, el confinamiento y la actividad económica general en los tiempos del COVID. "Ojalá venga otra ..y peor", estoy seguro que en su fuero interno piensan algunos de los más radicales macroecologistas.
Y por lo mismo, también, en nada me está extrañando que estén siendo los ecologistas alemanes, los Verdes, los más radicales entre los ecologistas en política los que están asombrando al mundo por su desaforado militarismo. Frente a quienes pensaban en los ecologistas como abanderados del pacifismo -entre quienes me incluyo, han resultado ser los Verdes del Gobierno alemán los más acérrimos partidarios de una escalada en la Guerra de Ucrania, aunque ello les suponga costes e incomprensión por parte de los microecologistas en la medida que esa política ha obligado a políticas tan anti(micro)ecologistas como aumentar la vida de las centrales nucleares o recurrir al uso de la energía más sucia: la del carbón.
Y es que sin duda, una guerra, y si es nuclear mejor, deben de pensar los más desaforados entre los macroecologistas, sería lo mejpr para contener esa mortal infección para la Naturaleza que es la especie humana.
Porque parece claro que a la Naturaleza no-humana no le van nada mal las guerras. Como ha demostrado Chernobyl, la Naturaleza -sin gente- se recupera fácilmente de la contaminación atómica. Una Europa SIN gente sería sin duda un paraíso ecológico...para el resto de especies y quizás también para los ecologistas radicales, felices mártires por la causa ecológica. Y si no se llega tan lejos, una buena guerra convencional europea que al final obligue a establecer una amplia zona desmilitarizada del estilo de la que separa las dos Coreas pero muchísimo más extensa tampoco vendrá nada mal. En un caso como en otro, la guerra como bien señaló aquel primer macroecologista que fue Malthus es hoy por hoy la mejor solución al problema ecológico que nuestro desaforado crecimiento le está suponiendo a nuestra madre Naturaleza.