FERNANDO ESTEVE MORA
Los gobiernos de todo el mundo, al menos de palabra, persiguen a los narcotraficantes. Sí, todo el mundo lo tiene meridianamente claro: los culpables de este mundial problema asociado a las adicciones a las drogas ilegales son los que las producen y, sobre todo, las venden. Dicho de otra manera, en los mercados de drogas ilegales los culpables son los oferentes. Y hay una buena razón para que así lo sea: los "productos" que se intercambian en ellos no son unos productos cualesquiera.
No, no son unos "bienes" como los demás, son "drogas", es decir, son cosas que tienen unas características especiales que las hacen alterar de modos no deseables los procesos cognitivos de los individuos que las consumen volviéndolos "adictos", o sea, compradores leales y compulsivos. En consecuencia, las transacciones en esos mercados no se pueden calificar como "libres" sino como no-libres, obligadas, forzadas. Los adictos, por tanto, no son libres, no tienen "libertad de elegir". No son compradores/consumidores autónomos sino gente esclava, lastimosa. Enfermos en una palabra de quienes se aprovechan los oferentes de drogas, los "narcos". Y por ello hay que perseguirlos.
Si aplicamos la misma lógica económica, ¿qué se puede decir de la corrupción política? Sí, de esa corrupción que asola a las clases políticas de nuestro país.
Pues que, paradójica y más que curiosamente, cuando se trata de estudiar la corrupción se invierte de modo radical la argumentación. Es decir que se convierte a los "demandantes" de corrupción, o sea , a los corruptos en los culpables, en los "malos" de la película, en los inmorales, en los pervertidos, en los responsables de su corrupción, en tanto que los oferentes, o sea, los corruptores quedan al margen de cualquier responsabilidad.
Y ello debería chocar a cualquier economista o que razone como tal. En 1992 Gary Becker se llevó merecidísima el Premio "Nobel" de Economía a cuenta de sus muchas contribuciones a la Teoría Económica entre las que destacaba una que se convirtió en el fundamento del enfoque económico del Derecho, En su artículo "Delito y castigo. Un enfoque económico", Becker había optado por prescindir de todo tipo de referencias o argumentaciones basadas en la ética y la moral como variables explicativas (del tipo de que los delincuentes lo son porque son "malos" moralmente hablando) para considerar a los delincuentes como gente común y corriente, siendo cada delincuente en último término como "uno de los nuestros", como otro igual cuyo comportamiento delictivo se explicaría como resultado de un análisis coste-beneficio. Dicho de otra manera, todos y cada uno de nosotros podemos decidirnos a cometer un delito cuando la evaluación que hacemos de los beneficios esperados de cometerlo superan a los costes esperados (multas más tiempo de cárcel u otro tipo de penas de tipo social como el ostracismo). ¿Quién no ha cometido nunca un delito por más leve que sea? Cierto, no es lo mismo saltarse un semáforo en rojo o aparcar en doble fila que atracar un banco a mano armada, pero -sostiene Becker- la lógica económica detrás de todos esos comportamientos es la misma, de modo que si por poner un ejemplo a mí se me hace completamente inverosímil imaginarme siquiera empuñando una pistola para atrcar un banco en tanto que no hay día que no me vea obligado a saltarme alguna norma del código de circulación la razón no está, por ejemplo, en que crea que los bancos sean unas entidades que no merecen ser atracadas sino en que la evaluación que hago de los beneficios previsibles y potenciales de meterme a atracador de bancos están muy pero que muy por debajo de los costes esperados de meterme en esa profesión.
La implicación de esta forma de razonar es obvia: son los corruptores los responsables últimos y directos de la corrupción ya que al igual que todos somos potencial y realmente delincuentes todos somos en alguna medida más o menos corruptibles. Al así razonar, y esto es de lo más curioso, los economistas se reclaman de la vieja tradición cristiana. La que sostiene que, de salida, todos somos pecadores. Algunos, cierto es, que más propensos al pecado o a pecados más graves que otros, pero la base es que todos compartimos ese "pecado original": la carne es débil y todos estamos hechos de carne. El "enemigo", el que nos hace pecar es Satanás, el "tentador", el corruptor. Ése es para la moral cristiana el auténtico malo, el diablo.
Es fácil e inmediato entonces calificar desde este punto de vista las afirmaciones que ha realizado don Antonio Garamendi, el presidente de la CEOE, la patronal española. Son de un tenor que podría decirse que surgen directamente de la Oficina de Comunicación del Infierno, donde Satanás tiene su residencia social y fiscal.
Y es que, por lo que se lee para Garamendi, los corruptores , o sea las empresas que corrompen a los políticos, no son culpables de nada. Dice Garamendi que "el sistema empresarial no es corrupto". Quizás sea verdad, pero lo que sí que es es que es sistemáticamente corruptor. Y como justificación o razón para esa "opinión", Garamendi aduce que "el que corrompe es el que tiene el poder". No puedo estar más de acuerdo. Sólo que a Garamendi se le olvida agregar una palabrita cualificadora. Y es que el que corrompe es el que tiene poder económico. Ni yo ni nadie de quienes me leen tenemos ninguna capacidad de corromper a un ministro o a un diputado, alcalde o concejal por la sencilla razón de que nuestro poder económico es, para esos menesteres, nulo. Corrompen económicamente aquellos que pueden hacerlo, aquellos que tienen poder económico. ¿Hay que extenderse en esta obviedad? Y es que excepto -a lo que parece- para Garamendi y salvo para corruptores o justificadores de corruptores, los tentadores, los corruptores de los políticos, son quienes administran o disfrutan del poder económico: o sea, los dueños de las empresas y los que trabajan para ellos como "tentadores" o corruptores, aunque obviamente nunca lo hacen bajo esa denominación.
Se equivoca y creo que muy conscientemente Garamendi cuando critica a aquellos que ponen el foco en "la empresa como el gran culpable de absolutamente todo lo que pasa” en este asunto de la corrupción.
Los gobiernos de todo el mundo, al menos de palabra, persiguen a los narcotraficantes. Sí, todo el mundo lo tiene meridianamente claro: los culpables de este mundial problema asociado a las adicciones a las drogas ilegales son los que las producen y, sobre todo, las venden. Dicho de otra manera, en los mercados de drogas ilegales los culpables son los oferentes. Y hay una buena razón para que así lo sea: los "productos" que se intercambian en ellos no son unos productos cualesquiera.
No, no son unos "bienes" como los demás, son "drogas", es decir, son cosas que tienen unas características especiales que las hacen alterar de modos no deseables los procesos cognitivos de los individuos que las consumen volviéndolos "adictos", o sea, compradores leales y compulsivos. En consecuencia, las transacciones en esos mercados no se pueden calificar como "libres" sino como no-libres, obligadas, forzadas. Los adictos, por tanto, no son libres, no tienen "libertad de elegir". No son compradores/consumidores autónomos sino gente esclava, lastimosa. Enfermos en una palabra de quienes se aprovechan los oferentes de drogas, los "narcos". Y por ello hay que perseguirlos.
Si aplicamos la misma lógica económica, ¿qué se puede decir de la corrupción política? Sí, de esa corrupción que asola a las clases políticas de nuestro país.
Pues que, paradójica y más que curiosamente, cuando se trata de estudiar la corrupción se invierte de modo radical la argumentación. Es decir que se convierte a los "demandantes" de corrupción, o sea , a los corruptos en los culpables, en los "malos" de la película, en los inmorales, en los pervertidos, en los responsables de su corrupción, en tanto que los oferentes, o sea, los corruptores quedan al margen de cualquier responsabilidad.
Y ello debería chocar a cualquier economista o que razone como tal. En 1992 Gary Becker se llevó merecidísima el Premio "Nobel" de Economía a cuenta de sus muchas contribuciones a la Teoría Económica entre las que destacaba una que se convirtió en el fundamento del enfoque económico del Derecho, En su artículo "Delito y castigo. Un enfoque económico", Becker había optado por prescindir de todo tipo de referencias o argumentaciones basadas en la ética y la moral como variables explicativas (del tipo de que los delincuentes lo son porque son "malos" moralmente hablando) para considerar a los delincuentes como gente común y corriente, siendo cada delincuente en último término como "uno de los nuestros", como otro igual cuyo comportamiento delictivo se explicaría como resultado de un análisis coste-beneficio. Dicho de otra manera, todos y cada uno de nosotros podemos decidirnos a cometer un delito cuando la evaluación que hacemos de los beneficios esperados de cometerlo superan a los costes esperados (multas más tiempo de cárcel u otro tipo de penas de tipo social como el ostracismo). ¿Quién no ha cometido nunca un delito por más leve que sea? Cierto, no es lo mismo saltarse un semáforo en rojo o aparcar en doble fila que atracar un banco a mano armada, pero -sostiene Becker- la lógica económica detrás de todos esos comportamientos es la misma, de modo que si por poner un ejemplo a mí se me hace completamente inverosímil imaginarme siquiera empuñando una pistola para atrcar un banco en tanto que no hay día que no me vea obligado a saltarme alguna norma del código de circulación la razón no está, por ejemplo, en que crea que los bancos sean unas entidades que no merecen ser atracadas sino en que la evaluación que hago de los beneficios previsibles y potenciales de meterme a atracador de bancos están muy pero que muy por debajo de los costes esperados de meterme en esa profesión.
La implicación de esta forma de razonar es obvia: son los corruptores los responsables últimos y directos de la corrupción ya que al igual que todos somos potencial y realmente delincuentes todos somos en alguna medida más o menos corruptibles. Al así razonar, y esto es de lo más curioso, los economistas se reclaman de la vieja tradición cristiana. La que sostiene que, de salida, todos somos pecadores. Algunos, cierto es, que más propensos al pecado o a pecados más graves que otros, pero la base es que todos compartimos ese "pecado original": la carne es débil y todos estamos hechos de carne. El "enemigo", el que nos hace pecar es Satanás, el "tentador", el corruptor. Ése es para la moral cristiana el auténtico malo, el diablo.
Es fácil e inmediato entonces calificar desde este punto de vista las afirmaciones que ha realizado don Antonio Garamendi, el presidente de la CEOE, la patronal española. Son de un tenor que podría decirse que surgen directamente de la Oficina de Comunicación del Infierno, donde Satanás tiene su residencia social y fiscal.
Y es que, por lo que se lee para Garamendi, los corruptores , o sea las empresas que corrompen a los políticos, no son culpables de nada. Dice Garamendi que "el sistema empresarial no es corrupto". Quizás sea verdad, pero lo que sí que es es que es sistemáticamente corruptor. Y como justificación o razón para esa "opinión", Garamendi aduce que "el que corrompe es el que tiene el poder". No puedo estar más de acuerdo. Sólo que a Garamendi se le olvida agregar una palabrita cualificadora. Y es que el que corrompe es el que tiene poder económico. Ni yo ni nadie de quienes me leen tenemos ninguna capacidad de corromper a un ministro o a un diputado, alcalde o concejal por la sencilla razón de que nuestro poder económico es, para esos menesteres, nulo. Corrompen económicamente aquellos que pueden hacerlo, aquellos que tienen poder económico. ¿Hay que extenderse en esta obviedad? Y es que excepto -a lo que parece- para Garamendi y salvo para corruptores o justificadores de corruptores, los tentadores, los corruptores de los políticos, son quienes administran o disfrutan del poder económico: o sea, los dueños de las empresas y los que trabajan para ellos como "tentadores" o corruptores, aunque obviamente nunca lo hacen bajo esa denominación.
Se equivoca y creo que muy conscientemente Garamendi cuando critica a aquellos que ponen el foco en "la empresa como el gran culpable de absolutamente todo lo que pasa” en este asunto de la corrupción.