"¿Para qué repetir los errores antiguos habiendo tantos errores nuevos que cometer?" George Bernard Shaw
Cuando se observa cómo se atrincheran determinadas personas físicas y jurídicas en sus posiciones más equívocas, siento una extraña mezcla de piedad e ira.
Los tiempos cambian, cambian los gustos, las modas, aparecen nuevos formatos en las relaciones comerciales y personales y cerrando los ojos y mirando al pasado poco se va a andar. Hacia adelante, el tiempo siempre marcha adelante. A las tiendas de bastones, a las sombrererías, a los videoclub y a los laboratorios de película fotográfica ya les llegó su San Martín. ¿Por qué no tiene que llegar a otras áreas empresariales? ¿Por qué no a la mediación de seguros si seguimos haciendo lo que siempre se hizo?
Así, observo divertido cómo aún hoy hay quien se cuestiona qué hacen banca, concesionarios, funcionarios y cuñadas vendiendo seguros. Este negocio nuestro siempre ha estado en manos de un colectivo tan heterogéneo y exótico que lo raro es que aún nos tenga en consideración algún cliente. Porque junto a profesionales y empresarios emprendedores y responsables crece a sus anchas un sinfín de espectros que medran a costa de unos, de otros y del apuntador.
Así, encontramos corredores con la marca de agua de la aseguradora vislumbrándose al trasluz de su operativa. Para los no profanos, esa marca les señala como si su alma estuviera escrita en neón.
Encontramos agentes que a fuerza de implicar en el bisnes a todo quisqui nutren de códigos de agencia a todo el libro de familia hasta que en su tarjeta de visita aparece la palabra mágica: corredor. Porque se vé que en materia de galones algún que otro pardal no consiente ser lo que es, que podría serlo con mucha honra si es que lo mereciera y prefiere aparentar que alcanzó el conocimiento que jamás se preocupó en adquirir.
También encontramos bancos y cajas que han perdido el sentido del pudor hasta extremos tales que ya no cabe distinguirles de la Cosa Nostra. Tanto sus corredurías como sus vinculados comercializan en abierta promiscuidad desde las mismas oficinas, a la vez, aunque sería más coherente con los hechos suprimir la palaba “comercializan” y substituirla por “endosan” cuando no están ocupados practicando los nobles deportes del chantaje o la coherción. Si te descuidas, hasta te hacen pagar prorratas de sus pólizas de pérdida de beneficios (verídico). O te someten al pago a tocateja de 30 años de seguro de vida. Que te financian, por cierto, a un suculento interés que también va al mismo saco. Y es que a sacamantecas no les gana nadie.
Menos mal que para poner orden en todo ello tenemos a quien debe poner orden en todo ello. Lo que pasa es que como de la misa, la mitad, entonces resulta que aunque el informe anual del Servicio de Reclamaciones ponga de relieve que quien es más reclamado es quien goza de más laxa regulación y quien menos lo merece pues ¡se transparente, coño! Y así las cosas, resulta que quien abusaba, ABUSA y quien ASESORABA, justifica, justifica y justifica su criterio profesional(tres veces, claro, que eso es lo que resulta objetivo; por decreto).
Cuando se observa cómo se atrincheran determinadas personas físicas y jurídicas en sus posiciones más equívocas, siento una extraña mezcla de piedad e ira.
Los tiempos cambian, cambian los gustos, las modas, aparecen nuevos formatos en las relaciones comerciales y personales y cerrando los ojos y mirando al pasado poco se va a andar. Hacia adelante, el tiempo siempre marcha adelante. A las tiendas de bastones, a las sombrererías, a los videoclub y a los laboratorios de película fotográfica ya les llegó su San Martín. ¿Por qué no tiene que llegar a otras áreas empresariales? ¿Por qué no a la mediación de seguros si seguimos haciendo lo que siempre se hizo?
Así, observo divertido cómo aún hoy hay quien se cuestiona qué hacen banca, concesionarios, funcionarios y cuñadas vendiendo seguros. Este negocio nuestro siempre ha estado en manos de un colectivo tan heterogéneo y exótico que lo raro es que aún nos tenga en consideración algún cliente. Porque junto a profesionales y empresarios emprendedores y responsables crece a sus anchas un sinfín de espectros que medran a costa de unos, de otros y del apuntador.
Así, encontramos corredores con la marca de agua de la aseguradora vislumbrándose al trasluz de su operativa. Para los no profanos, esa marca les señala como si su alma estuviera escrita en neón.
Encontramos agentes que a fuerza de implicar en el bisnes a todo quisqui nutren de códigos de agencia a todo el libro de familia hasta que en su tarjeta de visita aparece la palabra mágica: corredor. Porque se vé que en materia de galones algún que otro pardal no consiente ser lo que es, que podría serlo con mucha honra si es que lo mereciera y prefiere aparentar que alcanzó el conocimiento que jamás se preocupó en adquirir.
También encontramos bancos y cajas que han perdido el sentido del pudor hasta extremos tales que ya no cabe distinguirles de la Cosa Nostra. Tanto sus corredurías como sus vinculados comercializan en abierta promiscuidad desde las mismas oficinas, a la vez, aunque sería más coherente con los hechos suprimir la palaba “comercializan” y substituirla por “endosan” cuando no están ocupados practicando los nobles deportes del chantaje o la coherción. Si te descuidas, hasta te hacen pagar prorratas de sus pólizas de pérdida de beneficios (verídico). O te someten al pago a tocateja de 30 años de seguro de vida. Que te financian, por cierto, a un suculento interés que también va al mismo saco. Y es que a sacamantecas no les gana nadie.
Menos mal que para poner orden en todo ello tenemos a quien debe poner orden en todo ello. Lo que pasa es que como de la misa, la mitad, entonces resulta que aunque el informe anual del Servicio de Reclamaciones ponga de relieve que quien es más reclamado es quien goza de más laxa regulación y quien menos lo merece pues ¡se transparente, coño! Y así las cosas, resulta que quien abusaba, ABUSA y quien ASESORABA, justifica, justifica y justifica su criterio profesional(tres veces, claro, que eso es lo que resulta objetivo; por decreto).