No conozco a ningún niño que diga "de mayor quiero dedicarme al seguro".
Tampoco albergo esperanzas de conocerlo en el futuro.
En cambio he de decir, a favor de la actividad que desarrollo, que es hermosa. Muy hermosa. Si fuera niño querría ser corredor.
A diario me acuesto con la satisfacción de haber conseguido que una situación incordiante o terrible, según la gravedad, sea más llevadera para quienes la sufren. Mi equipo se ha preocupado en desarrollar nuestras capacidades de preguntar, escuchar, analizar y actuar para alcanzar ese objetivo que ha dejado de ser etéreo, de pertenecer al terreno de la probabilidad pura y se ha materializado en siniestro. Alguien nos necesitaba y nos ha tenido a su lado.
En la mayoría de los casos ni tan sólo recibimos las gracias. Tampoco es imprescindible, dado que... estamos haciendo solo nuestro trabajo.
Otras veces nuestro despacho acaba recibiendo bombones, flores, cava o, simplemente una invitación a café. En esas ocasiones agradeces especialmente que se reconozca la calidad del trabajo. De vez en cuando también cae un abrazo o un beso. Es un negocio de personas.
Pero hoy voy a referirme a un caso especial. Cuando entra esa cliente para quien hace mucho hiciste algo que, aunque solo era trabajo, fue importante para ella. No tiene dinero para bombones ni lujos pero nos entrega su tiempo de una forma que llega al corazón: se ha metido en la cocina y con sus manos ha hecho para nosotros un pastel. No viene a cuento, pero lo trae desde un pueblo cercano, donde vive.
No es la primera vez que lo hace, otro día fueron unos buñuelos.
Ese día te das cuenta de que hay amor en el gesto. No hay ni pizca de interés puesto que su asunto fué solucionado hace años ni tampoco es algo obligado. Simplemente nos tiene como algo suyo.
Y lo somos.
Gracias, Josefa.