Rábulas
OPINIÓN
La hora de los rábulas
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- LORENZO SILVA
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La palabra, esdrújula y certera, que hunde sus raíces en la noche del castellano -o, lo que es lo mismo, en el latín-, brota de labios de un químico entrevistado en un programa de radio. Y quien le escucha se pregunta cuántos de los que sintonizan la emisora, licenciados en Derecho incluidos, conoce su significado. Unos cuantos rábulas -dice el químico, pero también ex ministro de varios ramos y ex vicepresidente del Gobierno-, son los que en los últimos tiempos se han apoderado del debate político, institucional e incluso social para reducirlo a un batiburrillo de disquisiciones jurídicas o seudojurídicasde ínfimos vuelos. Para que toda la energía se nos vaya en desmenuzar menudencias reglamentarias, especular sobre estrategias procesales y marear a la ciudadanía con la hojarasca y la letra de las leyes, olvidando la esencia y la médula de lo que las leyes representan.
Sabe el químico, y con él pocos más usuarios del castellano, que un rábula es un abogado indocto, charlatán y vocinglero. Un leguleyo inepto para calar en las honduras de la ciencia jurídica, pero experto en tomar por las hojas el rábano legislativo y ejercer como infatigable torcedor de su intención genuina; un togado de poco cimiento y menos escrúpulo pero ruidoso y enredador. Y sabe y clama, por si alguien quiere escucharlo, que dejar que semejante calañamarque el paso de una comunidad es abonarla al precipicio de lo vano, lo insustancial y lo superfluo.
Las cosas son lo que son y puede discutirse si son justas, si son legítimas o si no podrían ser mejores de otra manera; por discutir, puede hasta discutirse si es justa la ley de la gravedad, o que todos los humanos estemos condenados a enmudecer y a ver cómo todo enmudece, antes o después, para alivio de los que no nos soportan y aliviarnos de aquello que no soportamos.
Lo que resulta insufrible es estar expuesto al zumbido de un enjambre de doctores de baja doctrina resueltos a demostrar que las leyes amparan justamente aquello que menos podrían amparar: su burla, menosprecio y contravención. Que es de mejor derecho el que las infringe, elude y desafía que quienes se someten a sus cauces y tratan de atenerse a su mandato. Si al menos tuvieran el valor de ignorar la ley hasta las últimas consecuencias- situarse de una vez al margen de ella, no reconocerle autoridad y arrostrar el precio-, merecerían el respeto que se ganan, ya sea desde la conformidad o la discrepancia, los proscritos que saben ser coherentes con su condición.
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Pero no. El truco está en seguir embarullando, en seguir ensartando hasta el infinito argucias, fintas, celadas, camuflajes, trampantojos, distracciones, paradojas, insignificancias.
Lo que es no sólo es sino que está ahí, reclamando cada vez con mayor insistencia sus derechos, que nunca un rábula -o cien rábulas, o mil rábulas- lograron otra cosa que estorbar, postergar o entorpecer. Lo que es dicta que no puede prevalecer lo que no tiene futuro, que no puede coronarse de laurel quien se despeñó por la pendiente de su propia incompetencia, que no se convierten en triunfos los fracasos, ni siquiera los empates. Lo que es determina que no haya lugar para el deseo mal perseguido, para las Ítacas imaginarias, para pretender rediseñar el pasado a la medida de la propia conveniencia hasta convertirlo en un azar incomprensible, incongruente e impredecible.
Lo que es cae por su peso y algún día mostrará a la peor luz, la de las ocasiones perdidas, esta exaltación permanente e interminable de la nada y de tantos nadies, mientras todo se iba descomponiendo. Esta mala hora de los rábulas que tiene que pasar ya, sin más tardar y sin infligirnos más quebrantos.
Vuelva al centro del debate lo sustancial y que cada cual, desde su idea y su afán, trabaje para acercar lo que es, tanto como sepa y la realidad lo admita, a lo que anhela que sea.