Entre indios y ucranianos
Cuando era pequeño, como la inmensa mayoría de los niños de mi edad, era un gran seguidor de las películas de indios y vaqueros. Me gustaba ver como la caballería americana acababa con aquellos crueles, despiadados y sanguinarios cortadores de cabelleras. Ya con unos diez u once años vi un documental en televisión en el que explicaban la aniquilación y el expolio sufrido por los indios norteamericanos a manos del hombre blanco. A partir de ahí empecé a perder la inocencia y ya no me fiaba tanto de lo que me decían.
En la actualidad me resulta curioso como el analista político Graciano Palomo se refiere a Occidente como el Mundo Libre. Me chirría porque, aunque imagino que no es su intención, me recuerda a aquellas antiguas películas de ciencia ficción en las que futuristas regímenes fascistoides también se consideraban de igual manera.
No conviene olvidar que el líder del “Mundo Libre”, EE. UU., ha sido el único país que ha hecho uso del armamento nuclear y además sobre la población civil. No les bastó con una sino que usaron dos, cada una de ellas elaborada con una tecnología diferente (parece que había que probar la eficacia de ambas). Fue también el país que abrasó con napalm a los vietnamitas. La CIA ya sabemos como las gasta y quizá no tengamos imaginación para lo que no sabemos. Pero también sabemos que la historia la escriben los vencedores y la civilización dominante, en este caso la anglosajona, utiliza todos los medios a su alcance (mass media, el cine, la literatura, etc.) para imponer su versión. Ya decia Goebbels, que algo sabía de ello, que “Una mentira repetida mil veces se convierte en realidad”. Por tanto esta división que pretenden hacernos creer entre buenos buenísimos y malos malísimos hay que tomársela con mucha prevención. Este supuesto “Mundo Libre” más bien podríamos definirlo como el más libre y tolerante que no es exactamente lo mismo.
Ahora parece que la tensión internacional se vuelve a trasladar a Ucrania. La antigua URSS fue derrotada por EE.UU. y sus aliados a principios de la década de los noventa de forma incruenta, aunque no fue una derrota incondicional como las de Japón y Alemania. Tras la caída de la URSS la OTAN se comprometió a no integrar en su seno a los antiguos países del Este, lo que incumplió. El expansionismo occidental llegó hasta a las antiguas repúblicas ex soviéticas bálticas y ha intentado hacerse con Ucrania. Para ello la UE, con Alemania a la cabeza, creó unas expectativas en la depauperada población ucraniana que se ve incapaz de cumplir. Así el pueblo ucraniano (aunque sin el apoyo de la importante minoría rusa) expulsó a Yanukóvich del poder, y para dar visos de legitimidad legal a esta destitución se realizó una votación en la Rada con unos diputados amenazados por elementos armados, muchos de ellos de tendencia neonazi, algo de lo más democrático.
Por mucho que nos quieran hacer creer Occidente tiene gran parte de responsabilidad en lo que ha sucedido y pueda suceder aunque ahora algunos intenten apagar el fuego. Rusia ya no es el imperio que saltó en mil pedazos y donde, gracias a su desconcierto e inestabilidad, Occidente aprovechó para situar las fronteras de la OTAN en sus mismas narices. No solo ha tenido que aceptar que sus antiguos países satélites se cambiaran de bando sino que hasta las antiguas repúblicas bálticas ex soviéticas lo hicieran. En estas repúblicas existe una gran población rusa y esta población se ve desplazada y ha visto, entre otras cuestiones, como el ruso ha dejado de ser lengua oficial. En Letonia la situación es realmente seria ya que cerca del 40% de la población tienen como lengua materna el ruso (aún teniendo en cuenta que muchos ciudadanos de este origen abandonaron el país como consecuencia de su independencia) y más de 300.000 de sus habitantes no pudieron acceder a la ciudadanía letona a causa de su etnia. Parece que esto de los nacionalismos trae estas consecuencias.
Así vistas las cosas Rusia, que es consciente que no puede intervenir en estas repúblicas por su pertenencia a la OTAN, no está dispuesta a permitir (al igual que los ucranianos de origen ruso) que le vuelva a suceder lo mismo. Se anexionó Crimea de mayoría rusa (en realidad un regalo de Kruschev a Ucrania sin imaginar que se produciría la desintegración de la URSS) y ahora intenta realizar una operación parecida en las regiones de Donetsk y Lugansk de mayoría también rusa.
Cierto es que Putin es un tirano, pero no lo es menos que los rusos que viven en Ucrania temen que el nacionalismo ucraniano haga con ellos lo mismo que ha sucedido en otras repúblicas ex soviéticas, y también es cierto que el expansionismo de la OTAN obliga a Rusia a intervenir antes de que Ucrania se integre en la Alianza y le sea imposible. Lo que está sucediendo en Ucrania no es más que la lucha entre potencias que se vuelve a repetir como ha sucedido a lo largo de la historia. Se usa unas veces el sentimiento nacional, otras la religión, otras se disfrazan de demócratas, pero la realidad no responde más que al interés de los que mandan en los que suponemos que mandan, para defender sus intereses siendo los paganos los ciudadanos corrientes, en esta ocasión ucranianos.
Escuché en una ocasión a Obama decir que Rusia acabaría por convertirse en una potencia regional. Sí, pudiera ser así, pero una potencia regional con el segundo arsenal nuclear y el doble de superficie que los EE.UU., y que tiene por vecinos además de a estos, a la UE, a Japón y a China. Eso sí, una “potencia regional”.