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Viña Rock, el fondo KKR y el activismo selectivo: ¿boicot con coherencia o gesto sin sustancia?

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Viña Rock, el fondo KKR y el activismo selectivo: ¿boicot con coherencia o gesto sin sustancia?
Viña Rock, el fondo KKR y el activismo selectivo: ¿boicot con coherencia o gesto sin sustancia?
#1

Viña Rock, el fondo KKR y el activismo selectivo: ¿boicot con coherencia o gesto sin sustancia?

En las últimas semanas, el histórico festival Viña Rock, celebrado en Villarrobledo, ha quedado envuelto en una polémica inesperada. La adquisición de su promotora por parte de un fondo de inversión estadounidense ha provocado la cancelación de actuaciones por parte de varios grupos musicales, muchos de ellos con una clara orientación antifascista y pro-palestina. ¿El motivo? El nuevo propietario, el fondo KKR, ha sido señalado por tener supuestos vínculos con el sionismo y, por tanto, ser incompatible con los valores que estos artistas dicen defender. 

Este artículo busca analizar los hechos con rigor, evitando la emocionalidad del momento, para responder una pregunta clave: ¿es este boicot un acto de coherencia o un gesto superficial sin consistencia real? 

¿Quién es KKR y qué tiene que ver con Viña Rock?

KKR (Kohlberg Kravis Roberts) es uno de los mayores fondos de inversión del mundo. Fundado en 1976 en Nueva York, gestiona más de 500.000 millones de dólares en activos. No es un fondo ideológico, sino un actor financiero global que invierte donde ve oportunidad de rentabilidad, ya sea en España, China, Alemania, Israel o Brasil. En el caso de Viña Rock, KKR ha tomado el control indirecto de la promotora Revolution Events, a través de una cadena de adquisiciones en el sector del entretenimiento y los eventos. No hay ningún indicio de que la línea artística del festival vaya a cambiar ni de que se impongan restricciones ideológicas o censura de contenidos. 

¿Por qué se acusa a KKR de “sionista”?

Algunos de los artistas que han renunciado a actuar alegan que KKR tiene vínculos con el “sionismo”. Esta acusación suele basarse en tres elementos: 
  1. Origen judío de algunos socios fundadores del fondo.
  2. Inversiones en empresas tecnológicas con sede en Israel o que operan en sectores vinculados a la seguridad y defensa.
  3. Participaciones en compañías con presencia en territorios en disputa.
El problema de fondo es que, si se aplica este criterio, habría que extender el boicot a cientos de fondos internacionales (BlackRock, Vanguard, Carlyle, etc.) que también tienen inversiones en Israel, China, Arabia Saudí o Marruecos. Y si nos guiamos por el origen étnico o religioso de los ejecutivos, se abre una puerta peligrosa a la generalización y el prejuicio, que no deberían tener lugar en un movimiento que se proclama antifascista.  

El mapa invisible de la economía: ¿hasta dónde llega KKR?

Aquí es donde la incoherencia del boicot queda más expuesta. KKR está detrás —total o parcialmente— de decenas de empresas que operan en España y que todos, incluidos los artistas que han cancelado, usan o consumen a diario
  • MasMovil y Euskaltel, grandes operadores de telecomunicaciones. 
  • Leonardo Hotels, con presencia en ciudades como Madrid o Barcelona.
  • Telepizza, productos de salud, infraestructuras digitales, productoras audiovisuales, etc.
¿Van a dejar de usar móviles, internet, reservar hoteles o recibir atención médica por ello? ¿Se han asegurado de que sus distribuidoras, editoriales o discográficas no tengan vínculos financieros similares? El problema no es que haya contradicciones: todos las tenemos en un sistema global. El problema es que se seleccione un objetivo visible para aparentar pureza ideológica, mientras se ignoran muchas otras incoherencias del día a día.  

Activismo simbólico vs. transformación real

Este tipo de reacciones encajan en lo que se conoce como "activismo de marca personal": decisiones simbólicas, fácilmente comunicables en redes, que permiten marcar posición política sin implicar un cambio profundo. Es lo que en inglés se llama virtue signalling. Renunciar a tocar en Viña Rock por sus propietarios puede parecer un gesto de compromiso político. Pero si no va acompañado de una revisión global del sistema en el que uno opera, se convierte en una forma de postureo político, útil para ganar visibilidad y reforzar la marca personal o grupal, pero sin impacto real. Además, trivializa luchas importantes como el antifascismo o la causa palestina, al convertirlas en herramientas de marketing cultural más que en compromisos estructurales.  

¿Y el público?

Viña Rock siempre ha sido un festival plural, con un fuerte componente alternativo, rebelde y reivindicativo. La entrada de un fondo de inversión no implica necesariamente la pérdida de esa esencia. Lo que sí puede vaciar de contenido el festival —y muchos otros espacios culturales— es convertir el compromiso político en una herramienta de consumo moral. Porque el público, en su mayoría, no dejará de ir por quién sea el propietario del festival, sino si percibe que el evento ha perdido autenticidad. Y eso lo definen los artistas y sus actuaciones, no una hoja de Excel en una oficina de Manhattan.  

Conclusión: ¿a qué estamos jugando?

Se puede estar a favor de Palestina, en contra del capitalismo financiero, contra el racismo y el colonialismo, y aun así tener una mirada crítica con cierto tipo de activismo que se limita a lo simbólico y huye de la complejidad. El mundo no se divide en empresas buenas y malas según quién las financia. El dinero no tiene ideología, y en el sistema actual, ningún artista puede decir que está completamente libre de relaciones con fondos de inversión o estructuras capitalistas. La verdadera lucha está en el mensaje, en la coherencia del discurso, en la pedagogía y en las alianzas sociales, no en gestos que solo refuerzan una burbuja ideológica. El boicot a Viña Rock no parece tanto un acto de valentía como un ejercicio de activismo selectivo, sin coherencia y sin eficacia.  

¿Queremos cambiar el mundo o solo parecer que lo hacemos?  

A los músicos que han decidido no participar: gracias por querer ser coherentes. Pero no olvidéis que el sistema que combatimos no se derrumba con cancelaciones individuales, sino con organización, reflexión y acción colectiva más allá del escenario.

Shuarma
#2

Re: Viña Rock, el fondo KKR y el activismo selectivo: ¿boicot con coherencia o gesto sin sustancia?

Interesante reflexión respecto a la polémica suscitada en torno a la compra de Superstruct por parte de KKR. Mi opinión difiere bastante de lo expuesto. En este caso, me centraré también en el festival Sónar, envuelto en la misma polémica.

Según su artículo, la orientación de los grupos musicales y del público del Viña Rock es "antifascista y pro-palestina". En el caso de Sónar, se trata de un público multicultural, orientados a los adelantos tecnológicos, LGBTI+ friendly, moderno, etc... Nada que ver con el del Viña Rock. Entonces, ¿cómo se explica que una buena parte del público "Sónar" y artistas que participan en el Sónar también hayan declinado participar en el festival? ¿Qué les une si, a priori, no tienen nada que ver unos con los otros? ¿No será simplemente un gesto humanitario, más que un motivo político?

En su artículo hablan de "postureo político" por parte de los que llaman al boycot. Vistos los comunicados de los festivales, que se desvinculan de sus propietarios, me pregunto ¿quien es el que adopta un postureo político? ¿El denunciante o el denunciado?

Casi todos los festivales adquiridos por Superstruct (no son pocos), se desmarcan de su nuevo propietario diciendo que mantienen su esencia y se desvinculan de los otros negocios de KKR. ¿No es una postura cínica? Quiero decir... ¿se puede desvincular una supuesta "ética" y a la vez trabajar para engrosar las cuentas de KKR? Aquí el impacto sí es real. La ética será la que sea, pero lo que es el flujo del dinero, no hay duda en que dirección va. Para utilizar también un término en inglés, se llama simplemente follow the money.

La existencia de los festivales tiene dos razones de ser - la parte cultural y la económica. Sobre la parte cultural - nada que objetar. Cada festival tiene su propia idiosincracia, buscan su nicho de mercado para satisfacer los intereses/curiosidades de su público. A unos les va el rock, a otros la música clásica, a otros el regeton, a otros la música electrónica, etc etc. Esta vertiente cultural es la razón de ser, el "ethos" (tal como manifiesta Boiler Room) de cada festival.

En otra época, algunos festivales surgían de la nada, casi "por amor al arte", como fue el caso de Sónar, cuando unos chavales allá por los años 90 contrataron a unos pocos DJ's (con ayuda de subvenciones del ayuntamiento de Barcelona) y organizaron alguna charla y exposición en torno a la música electrónica. Por poner otro ejemplo, también la primera edición de Monegros no fue más que una fiesta con los clientes habituales de Florida 135 fuera de los recintos de la discoteca.
El tema se "complica" cuando pasamos a la parte económica. Mientras la cultura no busca "crecer" per se, la parte económica sí. Y ahí - en mi opinión - es cuando empieza a torcerse todo. Entran intereses de todo tipo - más escenarios, más infraestructura, más comunicación, más patrocinadores, más subvenciones, más merchandising, más ventas, más impacto económico, más puestos de trabajo, más ahorros de costes, más de todo. Con esta excusa de crecer, los festivales se convierten en gigantes financieros que al final, utilizan la cultura como medio para ganar dinero. Lo que al principio era "vocación" (el "ethos"), se convierte en un simple negocio que, como todos los negocios en el mundo, no tiene otro objetivo que ganar dinero.
En general eso parece un interés legítimo y "natural", pero recuerdo que hay algún festival (p.ej. el Vida Festival) en el que se decidió dejar de crecer y limitar el aforo a las 10mil personas en cada edición. Pongo este ejemplo más que nada para demostrar que hay viabilidad también sin el tan ansiado "crecimiento".

Vuelvo a la tesis del artículo. ¿Y el público?
Sin público se acaban los festivales. Hablamos del "público" como un ente independiente, como un "todo", como un elemento más de la cadena de negocio, pero el "público" lo forman personas. Y cada persona que asiste a un festival invierte una parte de su tiempo y de su dinero para asistir. O sea que no subestimaría la importancia de esas personas que se gastan su sueldo en unas entradas y abonos cada vez más caros y en unas cervezas también cada vez más caras y peor servidas.
Yo creo que desde el punto de vista del "usuario" del festival, es del todo legítimo preguntarse a donde va a parar el dinero que se está gastando. Porque la música que suena y que tanto te gusta y te hace bailar, puede empezar a chirriar si piensas que de los 100 euros del abono que has pagado, 5 (o los que sean), van a parar a una hoja de Excel de una oficina en Manhattan. Una hoja de Excel, por cierto, con muchas otras pestañas....
A eso, más que "activismo simbólico", yo lo llamaría "consumo responsable".
Y vuelvo a decir, políticamente, dudo mucho que el público del Viña Rock ("rebelde y reivindicativo"), tenga nada que ver con los que van al Boiler Room o al Sónar. Así que las llamadas al "boycot" no me parece que respondan a razones políticas, sino humanitarias.

Sobre la "coherencia", está claro que en un mundo globalizado es difícil (por no decir imposible) ser uno coherente con según que ideas. Pero al menos creo que mejor morir en el intento, ¿no?
Está muy bien "denunciar" que el público no es "coherente". Pero...  ¿y a los organizadores de los festivales? Casi todos dicen defender unos valores (el caso de los comunicados de Sónar), y dicen desvincularse de su propietario... pero, ¿que hacen para defender esos valores concretamente, más allá de postearlo en un comunicado de instagram?

Y ya que estamos con los organizadores de los festivales... El relato es que un fondo de inversión KKR compró Superstruct. Sin embargo, poco se habla de la parte vendedora. Porque los organizadores - otrora dueños de sus festivales -, no estaban obligados a vender sus participaciones. Si lo hicieron fue por pura codicia. No vendieron sus participaciones por motivos culturales ni políticos. Vendieron para enriquecerse personalmente. Y recalco personalmente, porque normalmente las plantillas de trabajadores que organizan los festivales no se ven correspondidos económicamente en la misma proporción. Es más, a esas plantillas la venta, el cambio de dueño, les ha supuesto un esfuerzo adicional que muchas veces no ha sido remunerado.

"Too big too fail". Si hay algo que realmente salva a estos festivales, es su envergadura. El impacto económico, la influencia de los patrocinadores, los puestos de trabajo etc, lleva a que en realidad, a casi nadie le interesa que se cancelen o los suspendan. No querría saber qué reacción tendría el gremio de hoteleros de Barcelona si de repente les cancelan cientos de habitaciones del público que iba a ir a Sónar. Y los medios de comunicación, tampoco hace falta decir de qué lado están. Cada festival tiene sus auditorias y sacan a la luz sus famosos "impactos económicos" para seducir a las administraciones de turno y obtener subvenciones públicas. O sea que ni al tan "progresista" gobierno, ni a ningún alcalde le interesa que los festivales desaparezcan del mapa. Más bien es al revés. ¿Qué alcalde de Barcelona de los últimos 30 años no ha ido al Sónar para hacerse la foto?

La última frase de que "el sistema que combatimos no se derrumba con cancelaciones individuales" me parece un tanto desafortunada... ¿Quiere decir que el individuo no es soberano? ¿O que sólo puede actuar de manera colectiva?

En fin, hasta aquí, más elementos de reflexión. Parece ser que al final, the show must go on
Guía Básica