07/01/2013 Economistas críticos
Se dice que una vez le preguntaron al gran profesor y Premio Nobel de Economía, Paul Samuelson, si la ciencia económica era difícil de comprender. Su respuesta sigue aún hoy siendo aleccionadora para todos los líderes políticos del mundo: “comprender la economía es una cosa sencilla…lo que no lo es…en cambio…es medir las consecuencias y alcance de las políticas económicas que se tomen”.
O sea que más allá de las teorías económicas, lo que de verdad importa es la implementación de tales políticas y los resultados que de ella se obtengan. No es igual a una cadena de montaje en la que hasta el más pequeño detalle está previsto, sino que la sociedad es algo vivo y dinámico que tendrá reacciones diversas en función de las diferentes políticas que emprenda un gobierno.
De ahí que cuando en Bruselas, en particular en las Cumbres europeas, se difieren medidas importantes, caso del supervisor bancario único para 2014 en vez de 2013 –entre otras tantas políticas que también sufren dilaciones- lo único que sí se sabe es que tendrán sus efectos pasado un tiempo una vez que se implementen en la práctica.
Entonces, en la UE –sus líderes- que también conocen aquella afirmación de Samuelson, nunca en estos últimos dos años y medio desde que estallara el problema griego en mayo de 2010, han acelerado ninguna medida aún con aprobación de la Cumbre anterior, amparándose siempre en declaraciones ampulosas que hablan del beneficio de las políticas consensuadas, aunque los tiempos corran otra suerte, como si el factor tiempo en la UE no contara, mientras que sí cuenta, por ejemplo, en Asia-Pacífico y en los grandes países emergentes, incluyendo a Brasil obviamente, que se distancian cada vez más de una Europa lenta en la toma de decisiones.
La inexistente visión política del largo plazo
Pero hay más aún, y si se nos permite más grave que el propio ritmo al que se ejerce la gobernanza económica: la especial conjura de los líderes políticos a una visión a largo plazo del impacto económico de sus medidas, como si todo el eje de rotación de la economía mundial pasara por el implacable corto plazo de su timing político (el tiempo que dura el período legislativo).
Y éste es un terreno que ha sido abonado –el de los plazos- por mentes de la talla de Paul Krugman. Se preguntaba en una de sus habituales tribunas de opinión del New York Times, lo que pocos líderes políticos, especialmente europeos (esto lo aclaramos nosotros), no terminan de abordar: dejar de pensar obsesivamente en el corto plazo y hacerlo sobre el largo. Por eso el interrogante planteado por Krugman “¿Qué sabemos de las perspectivas para una prosperidad a largo plazo?,excepto unos pocos expertos que podemos contar con los dedos de una mano y menos aún, de líderes políticos como los de la UE, NADIE SE PLANTEA SIQUIERA EL LARGO PLAZO.
Krugman hace referencia a datos oficiales para el caso de Estados Unidos, como la Oficina Presupuestaria del Congreso, de los que pueden derivarse dos pronósticos claros (con los que el Nobel de Economía no está de acuerdo):
1º No habrá diferencias entre el nivel medio de crecimiento económico a largo plazo en las próximas décadas, respecto del que hubo en las últimas, considerándolas desde los años 70.
2º La desigualdad distributiva de la renta que se incrementó bastante en las últimas tres décadas, en las próximas crecerá a ritmo moderado.
Krugman no cree que estén en lo cierto los organismos estatales que dan por sentado este crecimiento, por dos motivos:
a) Se da por hecho que los acontecimientos que se sucedan en el futuro, se parecerán bastante a los del pasado. En este punto debemos aclarar, que justamente la diferencia que marca a un gran líder político del que no lo es, es no solamente la capacidad de interpretar la realidad no como la ve todo el mundo, sino de que el pasado le sirva como acción catalizadora de un presente y un futuro en el que no deben cometerse los mismos errores, porque saben estos líderes que no necesariamente se repiten las mismas circunstancias históricas que se dieron con anterioridad.
b) Si continúa el crecimiento de la desigualdad, aunque de manera moderada, terminará produciéndose una “guerra de clases” que, como bien señala Krugman, la clase política ni siquiera quiere plantearse.
El impacto tecnológico en el largo plazo
La visión de Krugman sobre el largo plazo tiene directa relación con el impacto que el desarrollo tecnológico y científico tendrá en la sociedad, aunque aquí hacemos una interpretación de lo que Krugman explica, a fin de que se entienda el real alcance de lo que podríamos llamar consecuencias económicas del desarrollo tecnológico en el largo plazo.
Por un lado, el incremento de la productividad a costa del empleo (más o menos destrucción de puestos de trabajo) y cómo desde la política puede modularse este fenómeno.
Los que venimos siguiendo la evolución del proceso globalizador desde su cuna (en el inicio de los 90) sabemos que a cada avance tecnológico que implicara incrementos de productividad, se producía una transformación sustancial en el mercado de trabajo, que al tener que adaptarse siempre a dicha realidad tecnológica determinaba a su vez un nuevo escenario económico (el mercado ya no era el mismo que al inicio de dicha nueva fase de desarrollo tecnológico).
Pero los procesos de innovación tecnológica son algo continuo y casi silencioso, van transformando hábitos de consumo y también nuevos procesos productivos, lo que termina transformando las organizaciones y finalmente la sociedad en su conjunto (la destrucción creadora que decimos los economistas, el motor de los mercados).
Formación de los ciudadanos
De esta transformación, la acción política debe tener especial cuidado en la formación de los ciudadanos para que no sean “elementos descartables a largo plazo” del mercado de trabajo, sino que cuenten con la preparación adecuada para este nuevo paradigma tecnológico.
Incremento de productividad y distribución de la renta
Al mismo tiempo, la distribución de la renta se verá alterada por este incremento general de la productividad de la economía, pudiendo traducirse en una dispar distribución de la renta, de modo que no todos los colectivos sociales se beneficien en la misma medida de su crecimiento.
Si bien este es un proceso que se viene dando durante décadas, de ahí las diferencias sociales, no implica que no se agudice aún más, justamente porque el salto tecnológico desplace trabajadores, incluso preparados, que no han podido encontrar acomodo en este nuevo mercado de trabajo que se genere a largo plazo.
Políticas fiscales redistributivas
También se deriva una cuestión sustancial para el desarrollo equilibrado de la sociedad: las consecuencias del avance tecnológico no serán las mismas para los trabajadores y los empresarios.
Hay evidencias de que se está produciendo un aumento de la participación del empresario sobre los beneficios globales de la empresa en perjuicio de la participación de los trabajadores. Y es aquí donde deben actuar los gobiernos con sus políticas redistributivas de rentas a través del gasto público, al financiar sus programas con un mayor peso en la extracción de impuestos de los mayores niveles de renta de las empresas.
Además, se está produciendo una situación curiosa hoy día: se sube la edad de jubilación, cuando al mismo tiempo no se consigue dar empleo a la gente relativamente joven. No se están dando las respuestas adecuadas para que los jóvenes se incorporen al mercado de trabajo, y además puedan mantenerse los mayores, traspasando los valores culturales y de gestión de las empresas a éstos.
El avance tecnológico es imparable
El problema de fondo que hay que resolver, es determinar qué ritmo del avance tecnológico es el adecuado para permitir un progreso equilibrado, de forma que no se traduzca en un aumento considerable del paro incluso de trabajadores perfectamente cualificados. Pero cabe entonces una reflexión: ¿Se puede controlar el ritmo del avance tecnológico? Nos tememos que es algo muy difícil de controlar.
Además, con este avance tecnológico y sus derivados nuevos sistemas productivos, logísticos,… puede ser más que probable que existan efectos poco sostenibles en el largo plazo sobre el medio ambiente y nuestro planeta.
Así pues, tiene mucha importancia que la clase política entienda la relevancia del largo plazo, realizando no sólo políticas para la recuperación del crecimiento económico sino también atemperando tendencias desestabilizadoras de largo plazo. Deberían mirar más allá de sus objetivos políticos cortoplacistas. Entender…se puede entender….OTRA COSA MUY DISTINTA ES QUE SE QUIERA HACER.
@ECI2012
Miquel Mascort i Reig
Francisco Fernández Reguero