El binomio riesgo-inversión convive en simbiosis porque una buena inversión pasa por una adecuada gestión del riesgo. Los riesgos no sólo vienen asociados a las vicisitudes del Mercado, vienen también por el camino geopolítico, por el del cambio climático o por el epidemiológico. El ejemplo más claro lo tenemos en la actualidad: los inversores adaptan sus decisiones y sus carteras a la evolución de la epidemia del ya archiconocido coronavirus o Covid-19. Otro “cisne negro” que, por poner un ejemplo, ha sido capaz de anular el Mobile World Congress de Barcelona cuando, en un principio, se suponía comprometido por la competencia de Madrid o por la situación sociopolítica de Cataluña.
Las epidemias no son algo nuevo, a lo largo de la humanidad se ha convivido con ellas. Hay que remontarse al 430 a.C. para encontrar la que se supone fue la primera pandemia de la historia: la “peste de Atenas”, cuyo epicentro se desencadenó en un barco procedente de Etiopía. Posteriormente, ya en el siglo II d.C., la peste de Galeno y, en el siglo VI d.C., la peste de Justiniano. En el siglo XIV la peste bubónica o peste negra. En 1918 la mal llamada gripe española. Las más recientes, ya conocidas por todos: la gripe A, el ébola, la polio, el zika, el SARS, la encefalopatía espongiforme bovina, el sida o la simple gripe estacional. De siempre se ha sabido que el riesgo de contagio aumenta de forma proporcional al tiempo que se esté expuesto con el enfermo, de ahí que como medida profiláctica se opte por el aislamiento y la cuarentena (término de origen religioso al considerar a la mujer impura durante los cuarenta días posteriores al parto). Todas ellas se caracterizaron por tener un gran impacto psicológico, económico y, las más recientes, en los medios de comunicación debido al gran desarrollo tecnológico que permite llevar la información hasta los lugares más recónditos del planeta. Aquí juega un papel muy importante la Organización Mundial de la Salud (OMS) al comunicar de inmediato cualquier situación que pueda suponer una crisis para la salud pública, promoviendo las medidas de control necesarias y actualizando los datos epidemiológicos consiguiendo que países con pocos recursos se organicen alrededor de la prevención. Por lo tanto, en la actualidad, y desde el punto de vista médico, se pude decir que cualquier epidemia se afronta con una preparación nunca vista.
Es ya cotidiano, como decía, gestionar las diversas formas de riesgo más habituales como las fluctuaciones del tipo de cambio, las tasas de interés, las primas de riesgo, los desequilibrios comerciales, los conflictos armados y los desastres naturales, entre otros. Pero también hay que tener presente los riesgos que provocan las epidemias, no sólo en los países afectados sino también a nivel global. El riesgo epidémico es uno de los más complejos que existen, pero las autoridades poseen herramientas para poder minimizar sus efectos intentando limitar, por todos los medios, la proliferación de los brotes, reducir el efecto sanitario de aquellos que ya se han producido y, como no, intentar reducir al máximo el impacto económico.
Ante una epidemia, la economía se pone a la defensiva provocando una parálisis global estacionaria en casi todos los sectores
Los riesgos económicos más evidentes son los costes que suponen para el sistema de salud derivados del tratamiento médico de los infectados y del control de la expansión de los brotes. Las epidemias causan ausentismo laboral disminuyendo la productividad. Ante el miedo a la propagación se produce un aislamiento social que derivará en el cerramiento de establecimientos, empresas, lugares públicos, disminución del turismo en la región o país afectado y disminución del comercio entre los diferentes países; provocando todo ello una modificación de las más básicas actividades económicas.
Ante una epidemia, la economía se pone a la defensiva, algo que estamos observando con el coronavirus, provocando una parálisis estacionaria en casi todos los sectores menos en el farmacéutico que están poniendo toda la carne en el asador para encontrar una vacuna, antibiótico u otro producto eficaz para su extinción. Las aseguradoras en cambio se verán altamente penalizadas en el corto plazo debido al impacto de los costes que tengan que soportar por los gastos que les ocasionan sus asegurados. Los seguros, a su vez, con su perjuicio benefician a otros sectores de la economía pues con sus indemnizaciones ayudan a distribuir la carga económica que resulta del impacto de un desastre natural o epidemiológico.
La epidemia del coronavirus ha paralizado China. Eso, a nivel empresarial, implica que más de 50.000 empresas en todo el mundo podrán verse afectadas por la falta de suministros. Esa carencia provoca un impacto negativo en las empresas a nivel fundamental, impacto que se traslada a los Mercados Financieros avivando caídas bursátiles y un aumento del precio de los activos que actúan a modo de refugio como es el caso del oro. Como siempre, los Bancos Centrales intentarán poner todos los medios para minimizar los riesgos y el efecto económico.
De las epidemias nunca estaremos libres, por lo que se hace necesario tomar medidas con el fin de reducir el riesgo y el impacto en la sociedad. La globalización, el cambio climático y la acumulación masiva de personas en las grandes urbes está favoreciendo la transmisión y la rápida propagación de la enfermedad. Por otro lado, la actuación a nivel multinacional para atajar una pandemia es de vital importancia. Es básico contrarrestar las noticias alarmistas para que la epidemia no se convierta en mediática, evitando así posibles intereses económicos y centrarse en la información objetiva. El coronavirus está generando un gran revuelo en todo el mundo, sin embargo, no es, ni mucho menos, la peor de las epidemias a las que nos hemos enfrentado, de momento. Milimétricamente, la capacidad predictiva está permitiendo a las autoridades actuar en el momento adecuado y poniendo a disposición de la población los elementos precisos para disminuir la virulencia de la epidemia.