La ira, el deseo de vengarse del mercado, el enojo consigo mismo, la furia, o cualquier otra emoción en la que un odio desbocado nubla la razón, convierten a un ser humano en un ente irracional.
Es inútil tratar de controlar las llamaradas de estas pasiones que corroen las entrañas, pues llegado ese momento es ya demasiado tarde, los venenos que segregan ya están vertidos en la sangre. Controlarse, sólo aumentará la presión de la caldera al cerrar la válvula de escape. Sólo hay una solución para evitar caer en este fuego que destruye la salud y el patrimonio de una manera inexorable: la comprensión.
La comprensión profunda del peligro de dejarse arrastrar por estas emociones irracionales proveerá a la mente de los recursos adecuados para apartarse de ellas y dejarlas pasar como si de un toro enfurecido se tratase. La comprensión completa del problema, otorga la energía necesaria para afrontar la acción correcta. La visión parcial y sesgada del mismo, lleva a la mente a su propia destrucción, a la aniquilación del razonamiento ecuánime como diferencia sustancial entre un ser humano y un animal irracional.
Si se comprende el peligro de la ira y las otras emociones antes expuestas como un hecho, y no meramente como una descripción verbal, se evitará antes de que se manifieste, con la misma seguridad y rapidez que se aparta la mano del fuego. Nadie duda mientras se está quemando. ¿Porque dudar y llegar a permitir una acción que causará mucho más daño que una quemadura? Repito, no se trata de controlarse una vez iracundo, sino de evitar entrar en cólera por comprensión.
A la ausencia permanente del estado de ira hay que llegar por la comprensión de sus inconvenientes, por su incoherencia intrínseca, porque el mismo acto de dejarse arrastrar por la ira impide solemnemente dar una respuesta correcta al hecho que la ha motivado.
La mayor parte de las veces, la rabia de tener que afrontar una pérdida, se debe más al orgullo herido que al valor real del dinero que se acaba de esfumar. Eso suele ocurrir por haber depositado demasiadas expectativas en una estrategia o en un método operativo poco elaborado y sesgadamente comprobado. Se siente rencor hacia el mercado, por haber traicionado unas pautas que se creían inamovibles, que funcionaban bien durante el periodo de prueba, y que apenas se inician con dinero real son un estrepitoso fracaso.
Hay que saber que, el mercado es soberano, que siempre tiene razón, y que enfadarse con él no produce ningún resultado positivo, sino muy al contrario. Al entrar en cólera se imposibilita el razonamiento ponderado y, a partir de ese momento se cometen errores de bulto que agravan considerablemente el primero.
La mejor manera de evitar el infierno de la ira es trazar una estrategia sólida, que ofrezca resultados consistentes en cualquier tendencia, que tenga previsto cualquier evento por poco probable que parezca, y que por su propia operativa impida solemnemente los descalabros graves.
Y por último, ser completamente disciplinado con el plan trazado. Nunca se debe llegar al grave estado de ponerse iracundo consigo mismo por haber cometido la torpeza de ser indisciplinado y contemplar impotente los desastrosos resultados de esa acción.
Como un buen ejemplo del enfoque correcto ante la ira os pongo un hecho real: hace dos horas he recibido la notificación de una multa de tráfico de 300 euros por circular a 124 Km. por hora por la A3. En vez de enfadarme y pensar que la mayoría va a 150 Km. y no les dicen nada, lo he considerado como un buen consejo maternal. Como si mi madre me hubiera dicho: hijo mío, ves en tren, iras más tranquilo, gastaras menos dinero y no te arriesgaras a que otro coche te de un golpe.
Mi más sincera gratitud para los agentes de tráfico por cuidar tan especialmente de mi seguridad a pesar de que, por falta de medios materiales, no le puedan dedicar la misma atención a todos los demás conductores.