Como el amor es el germen de todos los bienes, y sin su semilla no fructifica la felicidad, a modo de tarjeta de felicitación navideña os copio a continuación un breve cuento que escribí hace años y que intenta describir el estado de Amor una vez que han sido tamizadas las emociones y pasiones al uso con las que suele confundirse.
Las burbujas de su mente efervescente desplazaron todos los motivos para proseguir con su vida anterior. En esos instantes, percibía la plenitud de estar vivo con tal intensidad, que su existencia hasta ese momento parecía haber transcurrido sumida en un profundo estado de coma. Irremisiblemente subyugado por lo que contemplaba no albergaba la menor intención de resistirse ante tal atracción. En el estado de amor que se encontraba sólo podía arrastrarse en esa dirección, las demás ya no existían para él.
Durante el acercamiento la pasión lo derretía, iba perdiendo parte de sí mismo en el camino, jirones de su cuerpo desgajado iban sembrando el paisaje, su sangre formaba arroyos, pero eso ni siquiera le importaba, el amor cegaba todos sus instintos. No se trataba de un sentimiento de conveniencia, sometido y doblegado al control de una voluntad interesada, sino una copiosa fuente manando la dicha que desbordaba su colmado corazón y que parecía llenar el universo.
El viaje transcurría muy lento. El tiempo, varado como una gallina clueca, incubaba el germen de la desesperación. El galope de su corazón desbocado sólo permanecía sujeto por la brida de su expectación. La insultante impaciencia no era engendrada por el afán de poseer, ni por el miedo a perder al objeto amado. En su mente sólo anidaba la idea de hacerle a su amada un valioso regalo, pero, ¿qué presente no palidecería ante su grandeza? Después de una corta deliberación decidió entregarle lo más valioso que poseía, lo único que nunca podría ser comparado con algún insulso e inerte objeto material: su propia vida inmortal.
El tiempo y el espacio parecían esquivar la conjunción que alumbraría el ansiado momento, pero, por fin, tras la interminable espera se produjo el primer contacto....... sedoso, envolvente, cálido, apasionado, un crisol donde entregar su esencia. Los húmedos labios de su amada iniciaron el juego de las caricias con irreverente avidez, en cada incursión era fecundada con un presente de su amado. Durante el juego amoroso ella iba libando el néctar de su espíritu. Así, con la impávida luna llena por testigo, aconteció la comunión de los dos cuerpos y la fusión de sus dos almas, sus células se mezclaron hasta que fue imposible reconocer separadamente a cada uno de los amantes.
Una vez más se produjo la muerte de la personalidad de cada uno de los enamorados para poder formar con sus átomos un nuevo ser, un alma bicéfala. Y esta historia terminó cuando el Glaciar y la Mar se fundieron en un mortal abrazo y renacieron por amor con todo el esplendor de su indivisible unión.
El Glaciar realizó el mayor anhelo al que puede aspirar un enamorado: abrazar íntimamente cada una de las moléculas de su amada, formar parte inherente de su esencia y, sobre todo, consiguió algo extremadamente paradójico, que su unión por disolución fuera eternamente indisoluble.
El instinto de supervivencia de todos los seres vivos los apremia para sacar el máximo provecho de cualquier situación, pero al intentar cosechar los frutos del árbol del amor, éste se marchita como una flor en una caja de caudales, ya que su elemento constitutivo y esencial debe ser: una ausencia total de expectativas compensatorias, puesto que si las hay, el asunto se convierte en una especie de transacción comercial dada la reciprocidad implícita. Aunque el motivo que subyace no sea económico, sigue siendo un acuerdo "lucrativo", pero con una compensación diferente del dinero.
Para que dos personas alcancen el estado de amor, cada una de ellas tiene que haber trascendido su personalidad, abandonando su antiguo traje e incorporándose a la nueva alma común, lugar celestial donde la pareja vive y se realiza. Esta simbiosis estará vigente mientras que ninguno de los dos restablezca las fronteras que marcaban su individualidad y la pareja se comporte como un nuevo ente siamés, con un solo corazón e incapaz de sobrevivir a la cirugía de la separación.