En el coloquio del pasado 7 de octubre, se prestó mucha atención a la posibilidad de que en un cercano futuro el aumento salvaje de deuda conduzca a un inflación galopante. Durante el debate dije que haría un post tratando de ampliar el tema y arrojar luz sobre el asunto. Pero mi incesante búsqueda de la excelencia me impide hablar de ese tema, sabiendo que hay alguien que me da sopas con honda, tanto en el asunto que nos ocupa como en varias disciplinas sin ninguna conexión con la economía.
Se trata de un forero, al que considero un genio multidisciplinar, que la última vez que contacté con él me dijo que cuando tenga tiempo escribirá un libro sobre estos temas. Escribe con el seudónimo de “Luisito2” y se le puede encontrar aquí.
He hecho una recopilación de sus comentarios hablando de inflación a lo largo de los últimos 10 años. Debido a ello, en algunos comentarios los intereses no coinciden con los actuales. El que lo que sigue haya sido escrito hace muchos años aumenta el valor de sus predicciones, pues en aquellos momentos nadie hubiera pensado que ello era posible.
Os dejo con los escritos de un gran maestro que usa el nombre de un pequeño discípulo:
El objetivo único de toda la economía keynesiana es generar inflación. En eso consiste lo que los chamanes keynesianos hacen pasar por crecimiento económico, en inflación.
La gente no entiende qué es o porque existe la inflación y eso les hace caer en el cliché tópico, y en general falso, “la inflación hace que se evaporen las deudas”.
Este es un punto crucial en el que su análisis incorrecto conduce a una visión y unas predicciones completamente erróneas. Intentaré aclarar este error fundamental porque aunque es un asunto bastante abstruso y técnico, es esencial entenderlo porque de esto depende todo lo que está sucediendo y todo lo que va a suceder.
El error fundamental proviene de la fe ciega en el poder de los chamanes: el chaman, en el mundo fantasioso de los keynesianos, puede provocar la lluvia siempre que lo desee y, por eso, el que esté lloviendo o no, o el que vaya a llover mañana depende solo de cierta correlación de fuerzas políticas entre cierto grupo de chamanes pro-lluvia y otro grupo de chamanes anti-lluvia. Si no llueve, es porque por ahora, los chamanes anti-lluvia están resistiendo las presiones a que son sometidos por quienes quieren que llueva.
Esto, como todas las “explicaciones” en la superstición keynesiana, es una “explicación” mitológica, o guiñolesca, en la que las fuerzas naturales que son incapaces de entender son personificadas como harían los guionistas de las películas de Walt Disney, lo que hace que la evolución del mundo pueda explicarse o entenderse en términos zarzueleros.
El inexplicable hecho de la erupción del volcán es “explicado” sustituyéndolo por un enfado del Dios del volcán que resulta “explicable” en términos del argumento de una zarzuela (problemas de faldas y esas cosas) pero completamente impredecible (y dado a la aparición de paradojas) ya que las interpretaciones zarzueleras del mundo son siempre racionalizaciones a posteriori.
El que la economía monetaria del yen lleve 20 años aplastada por poderosas fuerzas deflacionarias, incapaz de generar inflación alguna, se debería, según los keynesianos, a que frente al grupo de chamanes pro-inflacionarios, partidarios de pulsar el botón rojo rotulado “INFLACIÓN” habría ciertos grupos muy poderosos que se han estado oponiendo a que se pulse ese botón. El problema con esta explicación entre mitológica y guiñolesca es que esos “poderosos grupos que se oponen en Japón a una política monetaria inflacionaria” no existen.
La explicación es otra: si no hay inflación es porque las leyes de la economía no permiten que la haya. Ese botón que permite al Banco Central desencadenar la inflación “cuando conviene” (cuando conviene al Estado), funciona hasta que deja de funcionar y precisamente ese “que deje de funcionar el botón de inflacionar” es lo que marca, como síntoma, la muerte de una economía keynesiana.
El modelo de crecimiento keynesiano que hemos vivido los últimos 40 años, es una farsa económica que simula crear riqueza cuando lo que realmente hace es consumir (destruir) el capital (“capital” en sentido económico). Esta escapada suicida, análoga a la escena de “más madera, esto es la guerra”, en la que los Marx desguazaban el tren para alimentar con su madera la caldera de la locomotora, termina cuando no queda ya capital que pueda ser consumido. Esto es lo que hay que entender, para entender lo que está sucediendo.
El que consumidores, empresas y Estados aparezcan severamente sobre-endeudados no es importante, es solo un síntoma. El que los tipos nominales de interés topen en su descenso con el “límite cero”, impidiendo al gran clown generar tipos reales negativos, no es importante, es solo un síntoma. El que el sistema financiero esté delirantemente apalancado y severamente quebrado es también solo un síntoma. El que los países ricos rueden demenciales déficits comerciales con los países pobres y las economías ricas dependan de los préstamos de los países pobres, el que los sistemas nacionales de pensiones estén quebrados y sean incapaces de pagar las pensiones, son también síntomas.
Todos estos son solo síntomas de que el capital que había sido consumido progresivamente ya ha desaparecido. Hay que entender que la época dorada de vino y rosas no era una época de prosperidad económica genuina, basada en la capacidad de la sociedad de crear riqueza económica, sino que era un espejismo en el que nos parecía ser ricos porque, en una orgía demencial de consumo, estábamos destruyendo el capital que las generaciones anteriores tardaron 200 años en acumular.
Hay que entender que las grandes burbujas monetarias no aparecen por casualidad, como un accidente o como una patología social consistente en una epidemia de codicia especulativa. Las burbujas monetarias solo son una versión exagerada y en medio del pánico de lo que una economía keynesiana hace siempre que es consumir el capital mientras se genera inflación, masa monetaria y deuda impagable. Un proceso basado en consumir el capital es inherentemente insostenible y cuando más avanzada está la patología keynesiana, menos capital real queda en el mundo y más gigantescos se han vueltos los Estados y su apetito por consumir capital (todo el juguete keynesiano tiene como único objetivo satisfacer el insaciable apetito del Estado y garantizarle un crecimiento ilimitado). Esto fuerza a los clowns del Banco Central a aplicar políticas monetarias ultra-expansivas más y más agresivas en su intento de hacer crecer la masa monetaria y la emisión de crédito al ritmo cada vez mayor que exigen unos Estados cuyo tamaño crece exponencialmente fuera de todo control.
La sucesión de burbujas monetarias de gran magnitud, que condenan al aplastamiento por la deuda a grandes sectores de la población, marcan siempre el agónico final de los experimentos keynesianos. Son una última huida hacia adelante y se caracterizan por el glamour y esplendor de las orgías de consumo en los que se destruye el último ahorro real disponible. (Véanse los “Felices Años 20” que precedieron a la Gran Depresión)
Las burbujas, y en particular las burbujas de casas o tierras, son solo un episodio terminal de una enfermedad mucho más amplia que se llama keynesianismo. Cuando, por ejemplo, el apalancamiento de los bancos japoneses se disparó, era perfectamente previsible que sufrirían una burbuja de casas y cuando la burbuja de casas se materializó, era perfectamente previsible que su economía se hundiría entre intentos desesperados e inútiles de “vencer a la deflación”
El cliché “la inflación termina borrando las deudas” es solo cierto en las fases tempranas de la enfermedad keynesiana, cuando “la inflación” puede tomar la forma de una “espiral precios-salarios”
Los deudores, sean Estados, consumidores o empresas, tienen una deuda a tipo fijo, lo que hace que tanto el valor de esa deuda como el valor del servicio de la deuda están fijados en términos nominales. También el ahorro de los ahorradores está fijado nominalmente. Una espiral precios-salarios es un cambio de escala del valor nominal de la moneda. Como el valor de la moneda se encoge, se encogen en la misma medida las deudas y los ahorros. Los deudores ven cómo se evaporan sus deudas porque los ahorradores ven cómo se evaporan sus ahorros. Es una transferencia de renta desde los ahorradores hacia los deudores y forma parte del esquema general de hacer que la economía presente cierta alegría a base de consumir el capital existente. (El ahorro real es transferido por el Estado a los deudores que lo consumen. Luego las deudas son borradas y un nuevo lote de ahorro puede ser transferido para su consumo)
En la situación actual, en la que los salarios bajan, y los tipos variables de las hipotecas y los precios suben, es obvio que la “inflación” no va a evaporar ninguna deuda. El que ganaba 1.000, pagaba una hipoteca de 600 y compraba una cesta de la compra por 400. Si la hipoteca sube a 700, la cesta de la compra a 450 y le bajan el salario a 900, este asalariado no va a tener la menor sensación de que la “inflación” le está ayudando a pagar sus deudas.
El que esos deudores tengan préstamos a tipo variable y no fijo, el que las cuotas de esas hipotecas sean el 60% de los salarios aún cuando los tipos están al 1.25% y el que esos préstamos los hayan concedido bancos con un apalancamiento de x60, que obtienen un margen bruto del 0.4% de esos préstamos que financian con el ahorro de unos inversores en renta fija dispuestos a prestar su ahorro por el 1.25% menos un diferencial del 0.35%, no es un conjunto de desgracias que hayan coincidido accidentalmente. Todos ellos son rasgos del mismo fenómeno y expresan la fase terminal de una economía keynesiana basada en el consumo del capital. Las distintas “tiritas” que intenten paliar alguno de esos síntomas superficiales no curarán la enfermedad porque la causa es más profunda: es un Estado en crecimiento explosivo que, literalmente, devora a sus súbditos.
En la actualidad, provocar esa espiral precios-salarios no está al alcance de los Bancos Centrales. Los keynesianos, que no han entendido una palabra de lo que sucede en estos casos, llaman a esta situación “liquidity trap” y le dan una explicación sumamente tonta, como una anomalía monetaria accidental que conduce a un gasto insuficiente. Recuerdan que cuando la economía iba bien (en los Felices Años 20) se gastaba más pero no son capaces de ver qué relación había entre ese gastar más y el que la economía pareciese boyante y tampoco son capaces de entender porque ahora no es posible gastar más. Lo achacan a una insuficiencia de dinero, de crédito y de gasto, aunque basta con abrir la ventana y mirar para ver un mundo aplastado bajo ingentes cantidades de dinero, de deuda y de la pobreza resultante de décadas de una orgía de gasto.
La “liquidity trap” es solo un síntoma superficial. El banquero central no puede provocar inflación porque no puede hacer crecer la masa monetaria y esto, superficialmente, es consecuencia de que no es posible emitir ingentes cantidades de nueva deuda que hagan crecer la masa monetaria. (El crédito fallido de la burbuja hace que la masa monetaria se encoja a gran velocidad (deflación) y el banquero central tiene que crear nueva deuda que compense esa contracción, que sustituya la masa monetaria que destruyen los créditos impagados, y además, crear deuda adicional que haga crecer la masa monetaria y diluya la deuda existente). Muchos analistas piensan que, fundamentalmente, es ese severo sobre-endeudamiento de la economía lo que impide crear más deuda y hacer crecer la masa monetaria pero este es un punto de vista superficial. Aunque toda la deuda fuese perdonada, la economía seguiría atascada en un episodio deflacionario.
Recordemos que un sortilegio de espiral precios-salarios (o devaluación monetaria) en el que el clown del Banco Central hace que la masa monetaria explote evapora las deudas porque evapora los ahorros. Es una confiscación por parte del Estado del ahorro de los ahorradores para subsidiar el perdón de las deudas de los deudores (y lograr que esos deudores vuelvan a consumir y el Estado vuelva a recaudar). En esta transferencia de rentas, intervienen tres piezas, el ahorrador que tiene el ahorro que es confiscado, el Estado que impone por la fuerza esa confiscación y el deudor cuya deuda es perdonada a costa del ahorro confiscado al ahorrador.
Cuando en una “liquidity trap”, esta transferencia de rentas deja de funcionar, los keynesianos, para explicar cuál es la pieza que puede estar fallando e impidiendo “el estímulo” de la economía, se fijan solo en dos de las piezas: el deudor o el Estado y llegan a la conclusión de que, o bien no hay suficientes deudores dispuestos a endeudarse más o bien la política inflacionaria del Banco Central no es lo bastante agresiva. O, dicho en otras palabras, el Estado no está mostrando suficiente empeño en confiscar el ahorro de los ciudadanos o no hay suficientes interesados en recibir el botín de la confiscación. Se olvidan siempre de la tercera pieza porque no saben que en la economía existen ahorradores que producen y conservan la riqueza real colectiva. Creen que la riqueza la producen los bancos centrales cuando imprimen billetes y los despilfarradores cuando toman prestados esos billetes y los gastan. Si la economía no sale de su agonía es porque no se imprimen bastantes billetes o porque se imprimen pero no se gastan lo bastante estúpidamente.
El engranaje que se ha detenido, el engranaje cuya detención es inevitable cuando se recorre el camino hacia la pobreza llamado keynesianismo, es por supuesto, la tercera pieza en la confiscación y destrucción del ahorro: el ahorrador. Ningún sortilegio mágico contable keynesiano puede sacarnos de esta porque falta el ahorro real que puedan confiscar y destruir para simular que crean riqueza y producen.
Solo la producción genuina (no el consumo disfrazado de producción), y el ahorro que permita la conservación y la restauración del capital destruido en los últimos 50 años podrán sacarnos de esta depresión, pero nada de esto es posible mientras la economía siga aplastada por el Gran Parásito y sus sumos sacerdotes - chamanes.
Las operaciones de QE no han logrado su objetivo de lograr inflación porque son una medida desesperada frente a gigantescas fuerzas deflacionarias y, simplemente no logran superar el poder de esas fuerzas deflacionarias.
La QE no es una medida monetaria sino fiscal, y por lo tanto es ilegítima / ilegal, ya que las medidas fiscales solo pueden decidirlas los representantes electos de un Parlamento y no unos altos funcionarios (que además son profundamente retrasados)
La QE, como medida fiscal, consiste en una nacionalización de deuda privada incobrable. Los ingentes agujeros en los bancos provocados por préstamos que no se podrían cobrar son transferidos al balance de los contribuyentes, en una operación de fantasía keynesiana ya que los contribuyentes jamás podrán pagar esa deuda.
El balance del sistema financiero, que estaba completamente quebrado, es saneado en cierta medida y la deuda de hogares y empresas se reduce a costa de un aumento explosivo de la deuda de los futuros contribuyentes (la deuda de los Estados)
Para entender el proceso hay que entender lo que es la inflación y lo que es la deflación. La inflación es la velocidad de crecimiento de la deuda viva a corto plazo en el sistema y la deflación es el proceso de contracción del volumen de deuda.
El aumento de precios solo es un síntoma, marginal, que a veces acompaña y supone un canario en la mina de la inflación pero no es un fenómeno fundamental y no está siempre presente. Por ejemplo los procesos hiper-inflacionarios en la República de Weimar, en Venezuela, Zimbabwe o, hoy en día, en Argentina ocurren en escenarios severamente deflacionarios: la deuda / ahorro en valor real en esas economías se contrae severamente aunque los precios aumenten debido a la falsificación masiva de dinero por parte de los Gobiernos.
La deflación, la contracción de la deuda / ahorro presentes en una economía ocurren porque los agentes devuelven sus deudas y no se endeudan nuevamente, porque los agentes dejan de ahorrar y no hay ahorro con que financiar nuevo crédito o porque los deudores son incapaces de hacer frente al coste financiero de sus deudas y esas deudas se convierten en incobrables y son borradas de los libros de los bancos.
Durante el inicio de la última gran depresión, la actual gran depresión, la deuda viva se contrajo brutálmente por impago de los deudores.
El impago de una deuda convierte en fallido ese activo del banco: el derecho del banco a cobrar esa deuda y empuja al banco a la quiebra, lo que destruye el ahorro de los accionistas del banco primero y de los depositantes del banco después.
Por ejemplo: un banco con depósitos de 10.000 millones y un capital de 2.000 millones aportado por los accionistas tiene prestados 12.000 millones. Los activos de ese banco: su derecho a cobrar 12.000 millones a sus deudores, le permiten hacer frente a sus compromisos de pago de 10.000 millones con los depositantes y de 2.000 millones con sus accionistas.
Si los deudores de ese banco impagan 5.000 millones, el banco debe borrar, como imcobrables, activos por valor de 5.000 millones. Ahora el banco tiene unos activos de solo 7.000 millones con los que tendría que hacer frente a compromisos (deudas) de 12.000 millones. El banco está quebrado y se ha destruido ahorro de los accionistas por valor de 2.000 millones (la acción del banco cotiza a cero) y ahorro de los depositantes por valor de 3.000 millones (los depositantes sufren una quita del 30%, pierden el 30% del saldo en sus depósitos)
Para emmascarar este proceso, el Banco Central recorta los tipos a 0% creando la ilusión de que esos deudores fallidos lograrán devolver sus deudas (les reduce en lo posible el coste financiero de aplazar eternamente la devolución de unos préstamos que no podrán devolver). Cuando esto falla, se nacionalizan los activos incobrables haciendo que los contribuyentes tomen el lugar de los deudores fallidos y sean obligados a respaldar y 'hacer buenos' esos activos fallidos de los bancos.
Todo esto puede contener, en cierta medida, la contracción de la deuda/ahorro vivo pero fracasa estrepitosamente en lograr la ignición de una nueva ronda de endeudamiento como si no hubiera un mañana.
La ingente fuerza deflacionaria que contrajo el volumen de deuda por impago durante el inicio de la gran depresión, sigue presente e impide que haya nuevo endeudamiento.
¿En qué consiste esta ingente fuerza deflacionaria? ¿Cuál es su causa? ¿Por qué aparece en la economía cuando durante 50 años no estuvo presente y permitió que los keynesianos multiplicasen la deuda en el sistema a tasas del 20% anual?
La ingente fuerza deflacionaria está causada por la progresiva destrucción de la economía por el parásito Estado.
Los Estados, y su consumo improductivo, han estado creciendo durante los últimos 70 años. La máquina económica productiva (la economía privada) era capaz con su producción de sostener el consumo parásito de La Bestia al principio, cuando los Estados parásitos no eran demasiado grandes.
A partir de un momento, quizás mediados de los 60 o los años 70, el consumo parásito de los Estados supera la capacidad de producción de la economía. A partir de ese punto, el consumo extra de los Estados que la economía no puede satisfacer se alimenta a base de consumir, destruir irreversiblemente el ahorro acumulado por generaciones pasadas: la economía comienza un largo proceso de descapitalización, de destrucción del tejido productivo.
La magia keynesiana de los 'ciclos' consiste en este proceso de consumo de capital y de progresiva descapitalización de la economía (la economía per se no es cíclica, lo que es cíclico es el proceso de saqueo keynesiano)
Cuando la descapitalización se hace demasiado profunda ocurre la Gran Depresión.
Ya no hay ahorro antiguo que los keynesianos puedan robar y con el que puedan alimentar el consumo de La Bestia: Punto primero
Y la productividad de la economía, computando el derecho de pernada del Estado, se ha vuelto negativa: Punto Segundo
Cuando se cuenta el saqueo sistemático del parásito estatal a cualquier actividad productiva, el rendimiento de esa actividad se vuelve negativa: el uso del capital real, en lugar de crear más capital real con una rentabilidad de, por ejemplo, el +4%, destruye capital y tiene una rentabilidad del -3%
Un productor que use productivamente 100 unidades de capital, por ejemplo 100 máquinas herramienta, un año más tarde tendrá solo 97 máquinas herramienta en lugar de tener 104. Esto es debido a que el Estado le ha robado 20, 30 o 40 máquinas ese año.
Con productividades y rentabilidades negativas a la inversión causadas por el parasitismo masivo de La Bestia, el apalancamiento de inversiones, y la financiación de la actividad productiva, ahora improductiva, se hace imposible.
Para los empresarios el poder obtener crédito al 0% no supone ningún Santo Grial ya que solo podrían financiar con ese crédito gratis actividades con una productividad del -3%: no supone ventaja obtener 100 millones libres de intereses porque la actividad en la que se inviertan esos 100 millones generará, debido al Parásito, pérdidas de 3 millones por año.
Esta es, en esencia, la fuerza deflacionaria que primero destruye el ahorro real acumulado por generaciones pasadas y luego impide la creación de nuevo ahorro real.
La relación entre 'impresión de dinero' e inflación hoy en día, en los países desarrollados, no es la tradicional.
La inflación clásica es otro nombre para la falsificación de dinero por parte del Gobierno y ese proceso sigue ocurriendo en Argentina, Venezuela o Africa como ocurría en Italia o en Estados Unidos en los 60 o 70
En Estados Unidos, Japón o Europa en la actualidad, el proceso es diferente y es diferente por el envejecimiento de la población en esos lugares (algo menos en Estados Unidos)
Nos encontramos con una parte de la sociedad que son los ahorradores, todos los cuales son viejos y la otra parte de la sociedad, los jóvenes, ninguno de los cuales es ahorrador.
La máquina de destrucción keynesiana siempre se basa en consumir el capital acumulado en la economía por el esfuerzo de generaciones pasadas, es un plan consistente en simular prosperidad a base de consumir las joyas de la abuela.
En la situación actual, y en esas zonas antes prósperas y envejecidas, el consumo de capital keynesiano toma la forma de un juego con la deuda. El ahorro de los viejos, que toma la forma de ahorro financiero, de capital que los bancos les deben, es progresivamente convertido en capital que les deben los Gobiernos. La enorme explosión de deuda de Gobiernos y empresas está contablemente equilibrada por una ingente expansión del ahorro financiero, de los saldos positivos en dinero, bonos o acciones de esos ahorradores mayores.
La realidad es que todo ese capital que había inicialmente, ha sido consumido ya completamente y el ahorro financiero representa solo humo, promesas de los Gobiernos que los Gobiernos jamás cumplirán. (La crisis de los 2000, marca el agotamiento del capital real que podía ser saqueado y consumido)
La 'impresión' por parte del Banco Central es fundamental impresión de más deuda que se suma a ese ahorro financiero - humo de los viejos. Los viejos jamás retiran ese ahorro y gastan, lo que hace que esa 'impresión' no afecte a los precios.
El truco keynesiano de imprimir, o de devaluar, no servirá esta vez. Ya no queda capital real que los Estados puedan robar.
El BCE siempre pronostica su sueño húmedo de que la inflación subirá, pero, a diferencia de Luisito2, en los últimos años no ha acertado ni una sola vez.