La incorporación estratégica y desde una perspectiva ética en Economía y Finanzas, tanto a nivel profesional como académico, de la protección del medio ambiente (green economics y CSR, RSE) , de los diversos grupos de interés (stakeholders) , así como de aspectos de limitación cognitiva e influencia emocional, siempre ha estado presente en el marco conceptual normativo clásico, pero es en las últimas décadas cuando se ha incorporado con mayor fuerza en la planificación estratégica de muchas empresas e instituciones y cada vez más.
No hay cambio de paradigma ni nueva teoría rival emergente, sino un complemento y profundización del enfoque clásico. Sabemos ahora explicar mejor la diferencia entre el necesario marco normativo racional, que sigue avanzando y mejorando con nuevas aportaciones, enraizado con la ética y la comparación con lo que ocurre en la realidad.
En algunas disciplinas profesionales y científicas lo que es no tiene margen para ser de otra manera, lo cual no quiere decir por supuesto que “lo que es” es lo que debería ser en temas sociales como las Finanzas, ni mucho menos. Y, por supuesto, lo más relevante, creo que no hay duda, es cómo deberíamos comportarnos financieramente, no como nos comportamos, sobre todo si eso último supone una agresión al medio ambiente, un mal comportamiento ético, etc. Sin el plano, sin el marco normativo no hay manera de saber si lo que ocurre en la realidad es lo correcto, sabemos perfectamente cómo debe ser el análisis de inversiones, simplificadamente en base a criterios globales como el V.A.N., valor actual neto, y el T.I.R., tanto interno de rendimiento, complementados con simulación y análisis de riesgos, entre otros aspectos; pero si determinada empresa utilizara por sesgo, limitación o restricción cognitiva el criterio del TMR, tanto medio de rentabilidad, sigue estando claro qué está bien y qué no lo está, por comparativa entre lo que es y lo que debe ser.
Por mucho que se empeñen algunos en presentar a bombo y platillo supuestamente nuevas teorías lo que no lo son, tampoco hay cambio en la función objetivo (maximización del valor) ya que si no hay beneficios y rentabilidad (valor en el largo plazo más exactamente, cash flow descontado) poco puede hacerse en todo lo demás. Algo que la investigación empírica tiene ya sobradamente demostrado. En el largo plazo y en el conjunto de mercado lo que más conviene a las empresas para maximizar su valor, sus ventas, sus beneficios y su reputación es, además de producir bienes o servicios de calidad que tratan de vender con beneficio en un entorno altamente competitivo, es ser respetuosas al máximo con el medio ambiente, comportarse ética y solidariamente, tener muy en cuenta a todos los grupos de interés y ser muy consciente de los sesgos cognitivos y emocionales que rodean el mundo de las decisiones financieras.
Luis Ferruz Agudo /Escritor y economista/