Gustan los economistas de explicar los comportamientos humanos, ya individuales, ya cuando están en grupo, acudiendo a la idea de que los individuos se comportan tratando siempre de perseguir en la mayor medida posible su propio interés. Y, cierto es que usando de esa metodología o esa forma de interpretar la realidad han alcanzado éxitos apreciables. Incluso a la hora de explicar los comportamientos altruistas, aquellos que están lejos de la búsqueda del interés propio, no se puede negar que las explicaciones ofrecidas por los economistas suelen ser válidas al menos parcialmente pues bajo la apariencia de altruismo siempre descubren soterrada la persecución del interés propio, el egocentrismísmo, sólo que en estos casos, oculto, indirecto, un egocentrismo ilustrado.
Pero hay comportamientos que resisten una explicación económica. Uno de ellos es la ablación del clítoris. ¿Cómo es posible tan irracional y espeluznante "comportamiento"? ¿Qué explicación tendría para un economista armado con sus metodología del interés propio? Ninguna, sencillamente, que no fuese las preferencias perversas de los padres por hacer daño a sus hijas. Porque, ¿qué "ganan" unos padres convencionales, o sea, que quieren lo mejor para sus hijas aceptando y facilitando su mutilación genital? Nada. Pero, claro está, "explicar" el fenómeno de la ablación del clitoris, general en muchas sociedades y culturas subsaharianas, acudiendo a la maldad de los padres es absurdo. Nadie puede dudar que los padres que pagan dinero por conseguir que mujeres respetables y respetadas les hagan esta atrocidad a sus hijas no las amen y quieran como el resto de los padres de este mundo.
Ahora bien, lo que pasa es que ninguna de las "explicaciones" de la ablación del clítoris que se ofrecen usualmente es aceptable para un economista. Así, la "explicación" habitual de que mediante la ablación del clitoris los padres realizan una suerte de "inversión" en sus hijas en la medida que la mutilación genital "facilitaría" su matrimonio al "potenciar" el que llegasen vírgenes al matrimonio dado que la disminución de placer sexual consiguiente a la extirpación del clitoris atenuaría los deseos por las relaciones sexuales, no es nada convincente desde el punto de vista económico. En efecto, en primer lugar, como consecuencia de las formas antihigiénicas y lugares sódidos en que se realiza esta "operación quirúrgica" sucede que mueren buen número de niñas desangradas, por lo que la pregunta es entonces la de porqué en las sociedades en que se practica esta aberración no han buscado los padres formas menos arriesgadas y suaves, y por tanto menos "costosas" de "garantizar" la virginidad de sus hijas, como lo han hecho históricamente el resto de sociedades patriarcales.
En segundo lugar, no está nada claro que la mutilación genital femenina "asegure" en lo más mínimo esa buscada "virginidad", pues el deseo sexual femenino no reside en el clítoris sino en la interacción del sistema hormonal y nervioso del cerebro, por lo que la ablación no tiene porqué afectar al deseo: A veces esta explicación se argumenta de modo más sutil arguyendo que la atenuación del deseo femenino se produce en la medida que la ablación disminuye el placer que sienten las mujeres en sus relaciones sexuales por lo que no las buscarían, pero el así razonar plantea la pregunta de que cómo pueden saber las mutiladas que la ablación ha disminuido su placer si no pueden comparar el placer que sienten realmente cuando practican el sexo con el que sentirían al hacerlo si no hubiesen sido mutiladas, dada la corta edad a la que son sometidas a esa tortura.
En tercer lugar, hay una cuestión lateral que no se suele tomar en consideración pero que yo creo importante, y es la de que por qué los varones no han buscado métodos de garantizarse la virginidad de sus futuras esposas que no anulen el placer sexual de sus compañeras, cuando tanto su propio placer como las posibilidades de engendrar y tener así la descendencia que buscan son mayores si las mujeres disfrutan en el sexo (esta idea, el que el placer sexual de las mujeres era aceptada y recalcada por la Iglesia Católica en la Edad Media).
Por supuesto, por fin, que un economista no puede aceptar explicaciones "ad hoc" que buscan entender la ablación del clítoris en el marco de una religión, sociedad o cultura. Por un lado, la mutilación femenina se paractica no sólo en sociedades musulmanas sino también cristianas y animistas. Por otro, el que se practique en sociedades patriarcales no es explicación de nada, pues casi todas las sociedades históricas lo han sido o lo son sin que se permitan tal comportamiento. Y ello sin contar con que en algunas de las sociedades donde se realiza esta práctica el "status" de la mujer no es tan bajo como podría pensarse. En cuanto a la explicación en términos de cultura plantea de modo inmediato la pregunta de que porqué se habría desarrollado una cultura que tolerase tan costoso e ineficaz sistema de señalización de la virginidad. Y ello sin contar con que se sigue practicando en secreto en los barrios de inmigrantes provenientes de esas sociedades de las grandes ciudades europeas, o sea en el seno de culturas donde por un lado el valor de la virginidad prematrimonial es bajo o nulo, y donde su deteción, o sea el saber si una mujer es o no virgen, es fácil, barata y precisa.
Pues bien. leyendo un artículo del Premio Nobel de Economía George Akerlof ("Economics and Identity", Quarterly Journal of Economics, 2000 )me he encontrado en una nota a pie de página con una "explicación" de este fenómeno consistente y que señala un camino distinto al de la mera represión para una política que busque la erradicación de la ablación del clítoris. Para Akerlof en el modelo standard de comportamiento económico falta un elemento esencial: la identidad,la noción que uno tiene respecto a quién es él mismo. La "identidad" de un individuo es la agregación más o menos armónica de un conjunto de identidades, cada una de ellas prescribe ciertos comportamientos. El género, la edad, la nacionalidad, la clase social, la profesión, el estado civil, la religión, el equipo de futbol, la ideología política, etc., son dimensiones que definen las identidades que cadaindividuo articula en su particular "identidad". Es frecuente que una identidad se defina en contraposición de otras, como por ejemplo sucede con las identidades nacionales o los equipos de futbol. Las identidades que conviven en un individuo le identifican ante los demás. Algunas identidades se pueden cambiar de modo relativamente fácil (por ejemplo, el estado civil), hacerlo con otras (como la identidad de género) o la nacional es tarea más costosa, y me dicen que hay alguna inmodificable (el cambio de equipo de futbol). Y puede perfectamente suceder que los comportamientos prescritos por una identidad choquen con los prescritos por otra. Es lo que les sucede en muchos países a los homosexuales. Akerlof ha demostrado la riqueza de implicaciones que tiene la inclusión de la identidad en la argumentación económica en campos como la economía laboral, la educactiva, la organización de empresas, etc.
Y, ¿cómo la inclusión de la identidad podría ofrecer una "explicación" al enigma de la mutilación genital femenina? Pues de una forma simple: vía la definición de la identidad sexual femenina. Akerlof menciona que para las mujeres la ablación del clítoris es algo "semejante" a un tratamiento de belleza en la medida que en la definición biológica de una mujer se acentúa la diferencia con el hombre de modo que el no tener nada "protuberante" en esa zona es un rasgo definitorio (una prescripción) de lo que es la identidad de una mujer. La ablación del clítoris haría así más mujeres a las mujeres. Puede parecer que considerar la mutilación genital femenina algo "parecido" a la depilación o a las operaciones de aumento de pecho trivializa el problema. Obviamente no es lo mismo ni mucho menos ir a una curandera a que practique a una niña semejante enormidad que ir a una esteticien a un tratamiento facial o a un cirujano estético. Pero no es posible negar que todos estos comportamientos comparten un esquema común: son formas de proceder asociadas a la satisfacción de las prescripciones de una identidad.
Y, si así se acepta, la cuestión pasa a ser la de cómo alterarla. Y aquí sucede que hay que tener en cuenta que el enfrentamiento directo, la represión del o de los comportamiento prescrito por una identidad suele tener el resultado paradójico reforzarla en la medida que al hacerla más costosa la hace también más valiosa, más importante para la constitución de un individuo en la medida que, como se ha dicho, las identidades se construyen por oposición. Así, por ejemplo, y como se ha comprobado repetidamente en muchos lugares entre ellos en nuestro país, la represión de las expresiones localistas de tipo lingüístico refuerza el sentir nacionalista y le conducen a convertirse en un nacionalismo identitario y excluyente. Se corre pues el riesgo, cuando para disuadir o reprimir un determinado comportamiento se recurre exclusivamente a una política economicista clásica: a una política que aumente el precio o el coste de ese comportamiento, o sea, y en nuestro caso, cuando sólo se usa de la represión policial y legal de la ablación del clítoris, se coorre el riesgo -repito- de no sólo no conseguir el resultado buscado, sino, al contrario, hacer las cosas aún peores al reforzar su importancia en la definición de la identidad de las mujeres de la cultura en que se da. Una vía más prometedora sería, en consecuencia, la política cultural y propagandistica, que buscaría eliminar la ablación de las prescripciones asociadas a la definición de la identidad femenina.
Dicho lo anterior, no obstante, ha de entenderse no en el sentido de que haya que abandonar la política policial y legal de represión de tan condenable acto, o sea, su despenalización, sino de que ésta, si se busca que sea efectiva, ha de estar complementada necesariamente por una política que permita la redefinición de la identidad de las mujeres de las culturas que practican la mutilación genital.