Economía del burkini
Fernando Esteve Mora
¿Se puede añadir algo desde la Economía al "problema" del uso del burkini en las playas? Pues creo que sí. El problema (o quizás más bien la "serpiente del verano de 2016") se ha planteado en términos de si se respeta o no la "libertad de elegir" de las mujeres musulmanas que, acatando las interpretaciones fundamentalistas de la religión islámica, se creen obligadas a usar esa prenda de baño en las playas. Hay que subrayar el adjetivo "musulmanas", pues cabe cuestionarse si este problema se hubiese dado si hubiesen sido mujeres de algunas sectas cristianas o no cristianas o incluso ateas, pero igual de fundamentalistas en lo que respecta a las prescripciones acerca del atuendo femenino, las que quisiesen vestirse de esa guisa en las playas.
Me da que no. Que la prohibición de esa indumentaria playera por parte de las autoridades municipales de unos treinta ayuntamientos franceses no se dirige al burkini en cuanto tal traje de baño sino al burkini en cuanto símbolo, es decir, como expresión pública de aquiescencia con una determinada forma de interpretación del Islam cercana a la de los terroristas yihadistas.
Ahora bien, si el burkini fuese un símbolo del terrorismo, su prohibición sería fácilmente defendible en los mismos términos que lo es en muchos países la exhibición pública de símbolos asociados con el nazismo o el terrorismo nacionalista (imaginémos, por ejemplo, cuál sería la reacción del estado español ante una moda de bañadores en euskadi que llevase como estampado el hacha y la serpiente del anagrama de ETA). Nadie suele plantear que la restricción de la libertad de portar símbolos que defienden a Adolf Hitler o al Ku-Klux-Klan sea un ataque a la libertad de elegir, por lo que si se decidiese por parte del Estado que unas determinadas prendas son símbolos de ideologías o comportamientos no aceptables constitucional o legalmente, no habría ningún problema.
El problema está en que el burkini no es ni puede ser símbolo de aquiescencia o simpatía con el terrorismo yihadista, ya que ni lo es de modo directo o explícito (ningún grupo terrorista yihadista lo exhibe como símbolo identitario), ni tampoco -en una interpretación más débil- puede ser símbolo de modo indirecto o implicito, dado que la mayoría de mujeres que quieren o pretenden usarlo no son simpatizantes o miembros de esos grupos.
En suma, está claro que el uso del burkini no puede conceptuarse como apología del terrorismo, y por ende, carece de toda justificación su prohibición. Pero, sin embargo, tampoco cabe dudar por otro lado que su uso ha levantado más que suspicacias entre muchos de los demás usuarios de las playas públicas francesas, que es lo que ha estado debajo de la intervención de las administraciónes locales prohibiéndolo. Las razones de esas reticencias pueden ser variopintas y vpueden ir desde motivos meramente estéticos (el burkini no parece ser una prenda muy bella que digamos) a otros de tipo sentimental o ideológico (hay una correlación positiva entre fundamentalismo islámico y terrorismo yihadista).
Desde el campo ultraliberal (y, paradójicamente, también desde el de la izquierda más descerebrada) suele argüírse que, dado que el uso del burkini no es apología del terrorismo, entonces la libertad de selección,que no de elección, de traje de baño (véase http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428711-libertad-eleccion-seleccion para distinguir entre la libertad de selección entre distintos tipos de bañadores y la libertad de elección de cómo bañarse) es una cuestión individual en la que nada tendría que decir el Estado.
Pues bien, debería estar claro que este pretendido un argumento liberal es falaz, como se puede comprobar preguntando a esos mismos ultraliberales cuál sería su opinión ante el ejercicio de la libertad de elección de NINGÚN traje de baño para andar por ahí. Si ir desnudo es "elegir" como "bañador" la propia piel, los ultraliberales no deberían tampoco estar en contra de que cualquiera estuviese desnudo en cualquier playa...ni en cualquier otro sitio, pues el mismo "argumento" liberal a favor de la libertad de elección puede hacerse respecto a la decisión de ir desnudo por la calle.
Y entonces está claro como la analogía con la regulación del desnudo en las playas puede ofrecer una salida desde la Economía a la acalorada cuestión del burkini. En efecto, los economistas saben que la mejor manera para enfrentar esos problemas de inconsistencia en las preferencias colectivas resultado de que distintos grupos propugnenn formas de uso o usos incompatibles pero no ilegales de los mismos espacios ya sean públicos (o sea, de titularidad pública) o colectivos o comunes (es decir, propiedad de todos o de nadie) es proceder al "zoning", es decir, al establecimiento de regulaciones que, ya sea usando una base espacial o temporal o ambas, permita satisfacer esas distintas y enfrentadas preferencias.
Así, a nadie ya extraña hoy que haya playas nudistas en las que la minoría (al menos de momento) que opta por la desnudez a la hora de usar las playas pueda ejercitar su derecho sin conculcar el derecho de la mayoría (de momento) de no sufrir estéticamente contemplando los desastres del tiempo y los malos hábitos en los cuerpos humanos. Y si no hay playas suficientes, se puede articular un reparto temporal de las existentes, permitiendo que los nudistas puedan ir en algunas horas o fechas (como sucede en algunas piscinas públicas). De igual manera, están apareciendo playas en las que está autorizado el ir con perros.
¿Por que no, entonces, establecer recintos playeros en los que se permita el uso del burkini? Dado el escaso (de momento) número de mujeres musulmanas que parece que apuestan por este tipo de bañador, esas playas no tendrían por qué ser exclusivas, como sucede en muchas playas nudistas en las que es obligado ir desnudo, sino que en ellas su uso estaría salvaguardado o protegido por el Estado de modo que los más radicales en contra del uso del burkini sabrían, si van a ellas, qué se podrían encontrar y a qué se podrían enfrentar caso de que con su comportamiento vejasen de alguna manera a quienes lo llevasen. Es una solución eficiente, fácil de administrar y que debería contentar a todo el mundo...Pero seguro que no se instrumentalizará y el ineludible conflicto tendrá las inveitables consecuencias de ahondar aún más la separación vivencial entre los colectivos musulmanes y los que no lo son.