El sistema de mercado -no cabe duda de ello- es una prodigiosa institución de coordinación que, en sus formas más puras, o sea, las más competitivas, y bajo una serie de condiciones muy estrictas, se demuestra teóricamente que produce unos resultados pasmosos. Gracias al uso del sistema de mercado en sus actividades económicas, las sociedades humanas reales han conseguido captar buena parte de esos resultados maravillosos que la teoría prometía, y así han "progresado" sobremanera pues la competencia interindividual pacífica que se da en los mercados incentiva a los individuos para dar lo mejor de sí a ojos de los demás, es decir, beneficiando a los demás. Es el resultado de la famosa Mano Invisible, gracias a la cual, cada quien, guiado sólo por la persecución de su propio interés, como decía Adam Smith, se comporta de manera tal que paradójicamente todos los demás también salen beneficiados, pues la mejor manera de que a uno le vayan bien las cosas en una economía de mercado es hacer lo que hace tan bien que los demás encuentren que lo que uno hace es también bueno para ellos. No tenemos buen pan, buena carne o buen vino porque el panadero, el ganadero o el tabernero sean buenos moralmente hablando y quieran lo mejor para nosotros, sino porque quieren lo mejor para sí mismos en un mundo competitivo. Si venden mal pan, mala carne o mal vino, mal les irá en una economía suficientemente competitiva.
Por supuesto que para que se de siempre este resultado tan armonioso y deseable en que la consecución de los privados y egoistas objetivos de cada quien pasa por satisfacer los objetivos de los demás, han de darse una serie de condiciones que difícilmente se dan siempre. Marx, Keynes, Veblen y muchos otros han señalado en el curso de los últimos 150 años los defectos de las economías de mercado en la realidad del mundo real para que en ellas se cumpla siempre ese resultado tan maravilloso que se da siempre en el mundo de la teoría y han señalado así los límites y dificultades de las economías de mercado o la necesidad de establecer instituciones compensadoras.
Pero, dicho lo anterior, es sin embargo evidente que las economías de mercado han fomentado o al menos han sido el terreno mejor abonado para que hayan surgido y se hayan aplicado una serie de avances tecnológicos ininterrumpidos en los procesos de producción que han expandido extraordinariamente la oferta de bienes y servicios a disposición de las gentes. Un efecto colateral de esta incentivo a la innovación continua, que se da en las economías mercado, es que ha ido crecientemente eliminando la necesidad de usar el tiempo y las capacidades de los seres humanos en los procesos de producción. Las máquinas, sencillamente, hacen mejor o más barato (o las dos cosas a la vez) el trabajo de los seres humanos en cada vez más sectores productivos. En suma se tiene que los avances tecnológicos apuntan por tanto en una sola dirección: la deshumanización de los procesos de producción. La Inteligencia Artificial se antoja y prevee como la última etapa en ese camino de esa sustitución del hombre en los procesos de producción.
Ahora bien, esta deshumanización plantea un difícil problema para una "sociedad" de mercado, entendiendo por tal una sociedad que no sólo usa de la economía de mercado para afrontar las tareas de coordinación en el uso de sus recursos económicos, sino que, además, convierte las valoraciones y resultados de los mercados de factores de producción en el criterio de valoración social de sus propietarios y de su derecho a quedarse con parte de lo producido. En una sociedad de mercado tanto vales socialmente como tanto vale lo que tienes, tanto derecho por tanto tienes a satisfacer tus necesidades como puedas comprar, y tanto puedes comprar como vale en el mercado lo que has vendido. En consecuencia, en una economía de mercado, el valor social de cada individuo depende de la fuerza relativa entre la oferta y la demanda de lo que uno tiene para vender en algún mercado de factores de producción. Si alguien sólo tiene para vender su fuerza de trabajo, su valor social será el precio que esa fuerza de trabajo obtenga en el mercado de su fuerza de trabajo. Si alguien tiene para "vender" o para "alquilar" máquinas (o sea, es un capitalista), su renta dependerá del precio que ese capital obtenga en su correspondiente mercado. En otras palabras, en una socidad de mercado, la "Mano Invisible", al fomentar la automatización, da caricias a los menos y abofetea, por no decir, estrangula, a los más.
Ahora bien, en la medida que la demanda de seres humanos en los procesos de producción disminuye o desaparece por la automatización, la implicación obvia es que se produce la desvaloración del hombre como medio de producción en cada vez más y más sectores poductivos, por lo que aquellos seres humanos cuyo valor social depende del valor de su fuerza de trabajo experimentarán una paulatina reducción en su valor. El primer efecto, ya lo estamos viendo, es la caída progresiva de los salarios reales y de la participación de salarios en la renta nacional que se va redistribuyendo paulatinamente más en favor de las máquinas (bueno, de sus propietarios para ser precisos) . Cierto es que todavía hay y habrá trabajos que realizarán aquellos individuos dotados de unas cualificaciones, o bien muy extremas (especialistas e investigadores punteros), o bien tan mínimas (directores de empresa, peluqueros, albañiles) que las máquinas no puedan sustituirlas rentablemente, pero el futuro de la demanda de sus capacidades productivas para la inmensa mayoría se prevee nada halagüeño.
(Es esta la opinión común entre todos aquellos que NO son economistas. Aunque quien primero trató las consecuencias políticas, económicas y sociales de la automatización fue John Maynard Keynes en su ensayo "Las posibilidades económicas de nuestros nietos" en 1930, desde entonces la inmensa mayoría de economistas académicos han considerado infundada cuando no absurda la proposición de que la demanda de trabajadores humanos pueda disminuir en términos absolutos en el largo plazo. Para estos economistas, el avance técnico altera las demandas relativas de tipos de trabajadores, pero no su demanda global o absoluta. Ni qué decir tiene que, hasta ahora, la historia les ha venido dando (en cierto modo, como se argumentará más adelante) la razón. Pero que haya sucedido en el pasado un fenómeno nada dice su continuidad para el futuro. Hasta hace treinta o cuarenta años, las máquinas sustituían el trabajo mecánico y manual de los seres humanso por lo que se pensaba que había una reserva inagotable de actividades intelesctuales. Lo que nos sucede ahora es que estamos despertando -todo el mundo menos los economistas académicos- de ese ensueño)
Algo así ya sucedió con otros seres vivos. Por ejemplo con los caballos, que fueron sustituidos por los motores en todas las variadas actividades a las que aportaban su fuerza física y demás capacidades. Sí, ya sé que el ejemplo no es demasiado afortunado dada la obvia diferencia entre el rango de capacidades de los caballos en los procesos productivos y el rango de capacidades productivas de los seres humanos. Pero si lo he elegido es por la forma en que los caballos "afrontaron" su destino en un mundo en que los motores les sustituyeron completamente en "sus" actividades laborales como fuerza motriz. Y es que los caballos no desaparecieron, sino que -por así decirlo- se "adaptaron". En vez de ser usados en actividades productivas fueron usados para otro tipo de actividades: las consuntivas.
En efecto, cuando dejaron de ser un factor de producción de uso masivo, los caballos fueron desapareciendo y los que quedaron se usaron como bienes de consumo: como comida (la carne vendida en carnicerías de caballo) y como bienes de consumo "conspícuo" (que diría Veblen) y "posicional" (que diría Fred Hirsch), o sea, bienes de lujo, "objetos" de adorno, disfrute y señalización de su posición social para los ricos (caballos usados para paseos campestres y carreras en hipódromos).
¿Pasará lo mismo con los seres humanos conforme la deshumanización de las actividades productivas se extienda? Parece absurdo siquiera planteárselo, pero no se me ocurre otra forma diferente en que puedan desenvolverse los acontecimientos en una "sociedad" de mercado, siempre -eso sí- que ésta se mantenga. Dado que volver al canibalismo no parece una posibilidad factible o imaginable, la otra alternativa para la mayoría de seres humanos que "sobran" en los procesos productivos es su uso como bienes de consumo conspícuo para los que sí son propietarios de medios o capacidades de producción necesarias en los procesos productivos automatizados a cambio, eso sí, de una suerte de "salario".
El usar de seres humanos para distracción de otros o para que estos otros los tengan para fines de ostentación fue común en las sociedades esclavistas y preindustriales y ha seguido siendo habitual modo de proceder para parte de las capas más ricas en las sociedades modernas. Si nos olvidamos de todas las palabras de oropel en que se envuelven, ¿qué otra cosa hacen los artistas, actores, "couchers" y demás personal que se pelea por encontrar un mecenas sino ser como "caballos de paseo" que buscan encontrar dueño? Hoy, cuando tantos expertos en inserción laboral aconsejan dedicarse a "potenciar" el componente artístico y servicial, parece que este modo "caballuno" de transición a una economía automatizada se da por factible e incluso deseable si bien cabe dudar de que la demanda de seres humanos como bienes de consumo pueda suplir adecuadamente la disminución de su demanda como factores de producción (¿cuántos payasos o "coachers" pueden necesitarse?).
Existe una tercera vía de escape o solución de la que David Graeber, un antropólogo anarquista, ha hablado en un breve pero enjundioso artículo: (https://ateneullibertariu.wordpress.com/2016/10/01/sobre-el-fenomeno-de-los-trabajos-absurdos-por-david-graeber/). En él, aún sin dar una explicación del cómo un sistema de mercado pueda dar con este mecanismo de "creación" de empleo, Graeber apunta a que la forma en que se va solucionando las cosas es mediante la creación de trabajos estúpidos u absurdos (traducción caritativa del original inglés: "bullshit jobs") en los que se incluyen todos los trabajos que podrían desaparecer sin que nadie se diera cuenta de ello (o incluso, celebrar alegremente su desaparición). Básicamente, son todo tipo de trabajadores administrativos que crean y mueven "papeles" o archivos de sitio.
El problema es que si, como acabo de recalcar, este tipo de trabajos son "improductivos", o sea, si no generan beneficios, si sólo responden a la innata pulsión humana por dominar a otros de la que hablaba Adam Smith (y que para mí explicaría la demanda de ellos por parte de los directores de empresa. ¡Oh! ¡Ese placer divino de que otros seres humanos estén a las órdenes de uno!), entonces sucede que estos trabajadores no son realmente "trabajadores" aunque tampoco son "bienes de consumo" enteramente, pero en cualquier caso su mantenimiento es costoso (cobran salarios por "no hacer nada" que aumente los beneficios de las empresas donde trabajan) por lo que su demanda estaría limitada en el largo plazo y dependería de las condiciones de mercado. Dicho con otras palabras, la demanda de este tipo de trabajadores absurdos sólo se la podrían permitir (sólo la podrían satisfacer) las empresas que estuviesen protegidas de la competencia.
Si las posibilidades de que la demanda de seres humanos como bienes de consumo o como trabajadores absurdos es limitada, la única otra forma de ajuste a la automatización que quedaría es la que padecieron los caballos hace un siglo: el exterminio. Sin embargo, y pese a lo dicho, yo no lo creo previsible. Y la razón es muy simple. La acomodación de la oferta de caballos a su constreñida demanda en una sociedad industrial -cierto es- pasó por su desaparición masiva dado que la gran mayoría no servían como bienes de consumo. Ahora bien, no es pensable que los seres humanos se dejen exterminar de la misma manera en el paso a una sociedad de mercado postindustrial, al menos en el corto y medio plazo (a largo plazo cabe pensar en unos procesos de reproducción humana controlados como los que ya anticipaba Aldous Huxley en "Un mundo feliz"). Más probable es que los que queden fuera acaben con la "sociedad de mercado" ya sea por las buenas, es decir, políticamente, estableciendo un derecho de ciudadanía a una renta "por la cara" o sea sin trabajar de nada que rompa la conexión entre valor de mercado de un individuo y su valor social. O, también, o por las malas: violentamente. Así, de esta forma, ha pasado ya en otras épocas, como cuenta Walter Scheidel en su magistral libro "The Great Leveler. Violence and the history of inequality". Ha sucedido cuando la desigualdad económica ha crecido siempre que la demanda de seres humanos ha ido por detras de su oferta, que los de "arriba" han tenido al final que entrar en razón a la fuerza, porque no les ha quedado otro remedio, con unos elevados costes para todos. Que no nos suceda lo mismo.
P.D. No es infrecuente que algunas novelas anticipen tendencias sociales y situaciones que los erudos y académicos, atrapados en sus peleítas y presunciones, son incapaces de siquiera entrever. Del asunto de esta entrada no hay quizásmejor punto de partida que la novela de Kurt Vonnegut, "La pianola", escrita creo recordar en 1954, hace ya más de 60 años. Y, sin embargo, sigue siendo recomendable, muy recomedable.
FERNANDO ESTEVE MORA