Uno de los "hallazgos" más sonados de la moderna Economía del Comportamiento es que los individuos procrastinan de modo habitual, es decir, que no son consistentes en sus decisiones cuando estas afectan a comportamientos que tendrán lugar en el futuro.
Así, es de lo más habitual que alguien que tiene algún hábito nocivo (fumar, beber alcohol, jugar al casino, meterse cocaína, etc.) se proponga tras ponderar racionalmente sus ventajas e inconvenientes (o sea, tras realizar un "análisis coste-beneficio" del mismo) el abandonarlo de una vez, y en consecuencia se plantee una plan de comportamiento para llevar a cabo esa tarea, por ejemplo, fijando hoy una fecha en el futuro en que hacerlo ("la semana que viene", "el 1 de enero, lo dejo, ¡seguro!") . Pero, ay, luego, más adelante, conforme se acerca esa fecha, conforme ese "futuro" de ayer se convierte en "hoy", el mismo individuo, vuelva a ponderar su decisión, y decida que bueno, que no es todavía el momento de llevarla a cabo, que si bien "hoy" no se dan las condiciones para dejar de fumar o lo que sea el hábito nocivo de que quiere desprenderse, eso no significa que no piense que no vaya a hacerlo en un nuevo "futuro", pues es un hábito nefasto. Sí, sí, claro que lo dejará por supuesto, se dice a sí mismo,pero hoy por las razones que sea no puede hacerlo.
Y lo mismo sucede en multitud de otras circunstancias, Por ejemplo, es para mí habitual contemplar cómo abundan los estudiantes deciden hoy que dentro de un mes o dos, en una fecha concretísima, se "encerrarán" y se pondrán a estudiar como posesos. Año tras año, sin embargo, he observado que "la carne es débil" y la voluntad flaquea, y que para muchos conforme llega esa fecha ese plan tan perfecto empieza a tener fallas, de modo que la fecha de "encerrarse" a estudiar se pospone hasta llegar a una situación en que el plan de ponerse a estudiar deja de tener sentido pues los exámenes finales ya están tan cerca que el aprobar se convierte en tarea imposible.
Al fenómeno en que un agente es incapaz de llevar adelante un plan racional de comportamiento sin que se hayan modificado las circunstancias objetivas que subyacieron cuando se elaboró (o sea, sin que el individuo haya variado, por ejemplo, su evaluación negativa del tabaquismo) se lo conoce conoce como procrastinación, y es tan habitual, tan normal (hay quienes afirman que tiene una base genética) que detenerse en él -como lo han hecho los economistas del comportamiento- parecería una obviedad. Lo único que han hecho estos economistas ha sido "explicar" este fenómeno usando términos complicados, una jerga que nadie salvo los "iniciados" conoce. Hablan así de comportamientos inconsistentes temporalmente causados por el uso por parte de los agentes de un modo de "descuento hiperbólico". Pero con ello, con esa jerga, no hacen otra cosa que referirse a un comportamiento que todo el mundo conoce bien pues "cae" en él al menos de cuando en cuando.
Las implicaciones de aceptar que los agentes suelen actuar de forma procrastinadora son importantes para los economistas y cuestionan el fundamento de algunas filosofías sociales de amplia aceptación. En efecto, es habitual para los defensores radicales del libre mercado (o sea, neoliberales y libertarios de derecha) defender su posición enarbolando como principio incuestionable la idea de que el bienestar social se maximiza si se sigue la regla de nadie debe impedir a nadie realizar lo que estime más adecuado con sus propiedades siguiendo sus personales inclinaciones o gustos, siempre que al hacerlo a nadie perjudique.
Pero, ¿qué pasa cuando aceptamos el hecho evidente que somos por naturaleza procrastinadores? ¿Deberíamos aceptar que un yonqui no sea capaz de cumplir su plan de dejar de meterse caballo en vena o de esnifar cocaína, o deberíamos más bien "ayudarle" a llevarlo a cabo impidiendo que su naturaleza procrastinadora actúe?
La respuesta de los economistas del comportamiento ante situaciones de este tipo ha sido la esperable, de modo que, aunque respeten la libertad individual de elección y decisión, han señalado la necesidad de diseñar políticas que "ayuden" a los individuos a ser capaces de llevar adelante sus planes superando sus tendencias procrastinadoras. Una de ellas es estableciendo algún mecanismo que suponga costes al desdecirse, al "echarse para atrás" y no seguir adelante con los planes que uno mismo se hubiera establecido. Por ejemplo, si un individuo se plantease llevar adelante un plan de adelgazamiento podría contrarrestar sus tendencias procrastinadoras aumentando el coste de dejarse llevar por ellas mediante algún procedimiento equivalente a "contratar" un controlador o vigilante que le penalizara por sus desviaciones de la senda de adelgazamiento que se hubiera previamente fijado (por ejemplo, cobrándole una cantidad proporcional a los gramos de más en que se hubiera desviado de esa senda).
La procrastinación, a lo que parece, no afecta solamente a los individuos, sino también a los grupos sociales, y singularmente a los partidos políticos. Es así lo normal que un partido político se proponga -cuando todavía no está en el gobierno, o recién llegado al poder- el llevar adelante reformas o cambios cuya lógica y necesidad le resultan obvios, naturales o necesarios, pero conforma el tiempo pasa esos propósitos de cambio o reforma se quedan en nada. Decir que los partidos políticos traicionan sus programas es tan redundante como decir que el agua moja.
Ahora bien, igual que hay individuos menos propensos a la procrastinación que otros, también hay partidos más procrastinadores que otros. Son inevitablemente los partidos de izquierda. Y es que , claro está, sólo pueden ser procrastinadores los partidos de izquierda pues son sólo ellos los que programáticamente quieren cambiar cosas, los que quieren que la sociedad abandone sus "malos hábitos". Los de derecha, por contra, como son "conservadores", no tienen dificultades en ser temporalmente consistentes, en no traicionar sus programas, pues esos programas nunca traen nada de nuevo pues están satisfechos con lo que hay. Para ellos no hay "malos hábitos" que modificar.
Así que no me extrañaría demasiado que, por poner algunos ejemplos de la actualidad, la exhumación de la momia del sanguinario Francisco Franco del Valle de "los Caídos" al final no se llevara a cabo, ni tampoco que la Iglesia Católica, esa institución cuya historia es para mí sólo comprensible leyendo los trabajos sobre la mafia de Diego Gambetta, acabara quedándose con todas las propiedades que Franco y Aznar les permitiera apropiarse mediante ese increíblemente vergonzoso procedimiento de las inmatriculaciones. Tampoco me llevaría a asombro el que, al final, y como cada vez parece más claro, no vaya a haber impuesto sobre la banca o que la ley "mordaza" siga o que las "eléctricas" sigan haciendo su pertinaz y eterno agosto todos los meses de todos los años. No me extrañaría nada pues si ha habido un partido procrastinador en la moderna historia política española lo ha sido el PSOE, al menos hasta ahora (tampoco podía ser otro, por cierto, pues no ha habido otro partido de izquierda que alcanzara el poder) en que, debido a la existencia de Podemos, quizás cambien un poquitín las cosas ya que la existencia de Podemos ha aumentado el coste electoral de la procrastinación para el partido socialista.
Y es que el sistema democrático carece de unos mecanismos de control de la procrastinación política, de esos incumplimientos de programas electorales, semejantes al del "controlador" del incumplimiento de la senda de obesidad descrito anteriormente. Y que no se me diga que las elecciones actúan como mecanismo de control de la procrastinación política pues no me creo que el mero hecho de incumplir un programa político haya sido alguna vez penalizado en unas elecciones al menos en los sistemas claramente bipartidistas, pues en ellos, como es lo normal, la única alternativa política a la del partido procrastinador es la que defiende un programa político tan radicalmente opuesto que ni se plantea siquiera la posibilidad de llevar a cabo los cambios que el partido procrastinador no ha tenido la voluntad de llevar adelante.
Dicho de otra manera, sólo bajo un sistema político multipartidista en que al menos haya dos partidos políticos de izquierda, se podría dar el caso de que un partido de izquierda, caso de que llegara al poder, se viera forzado a no ser procrastinador ante el temor de un abandono de sus votantes por incumplimiento de su programa. El problema está, y aquí está la paradoja, que es difícil cuando la oferta de la izquierda está dividida que un partido de izquierda gane unas elecciones y acceda al poder.