CIUDADANOS:
La Secta de los Economistas como la llamara François Quesnay, donde se agrupan esos últimos y más peligrosos por decirse "científicos" de los sicofantes contra el Paraíso en la Tierra, ha tratado de convencernos en los últimos doscientos años de que, como siempre, la Escasez reina todavía y de que seguirá reinando por siempre jamás en el Mundo y de que por ello ha de ser la Eficiencia guía último y supremo valor de nuestros cotidianos desvelos en este Valle de Lágrimas. Cierto que algunos de ellos, aquejados de mala conciencia al contemplar cómo esa Escasez no afecta a todos por igual, han abogado, más o menos tímidamente, porque se hiciera a la Igualdad económica un hueco siquiera angosto en el cerrado muro de las preocupaciones de las sociedades. Pero, ya sea porque la Igualdad nunca ha tenido una definición bien precisa en la medida que depende demasiado de los puntos de vista particulares pues en principio nada impide que cada miembro de una sociedad tenga su propio juicio de valor acerca de cuál es el reparto más apropiado del producto social, ya sea también porque se dice que la búsqueda de más Igualdad puede afectar negativamente a la persecución de la Eficiencia (a lo que han llamado ampulosamente trade-off equidad-eficiencia), el caso ha sido que siempre las consideraciones de Equidad o de Justicia Distributiva han tenido mucho menos predicamento, mucha menor consideración y relevancia que las de Eficiencia, a resultas de lo cual han acabado siendo a la postre poco más que un adorno en la definición de los objetivos a perseguir por las sociedades en su devenir económico, un adorno del que fácilmente se puede prescindir cuando se considera oportuno.
Han sabido bien los Economistas cómo vendernos la Eficiencia, lo que era de esperar pues ¿no es ello, o sea el saber de las tretas de las compraventas, parte de su oficio? Cierto que, por lo demás, vender la Eficiencia no era nada difícil. Nunca se ha de olvidar, seamos agradecidos, cómo la Eficiencia nos sacó de la Pobreza Masiva y Absoluta. Pero es que, además de señalarnos la innegable virtud material de la Eficiencia para hacer frente a la Escasez, los Economistas la han adornado también de una virtud espiritual por así decirlo, repitiendo incansablemente que la Eficiencia (y no la Verdad, como decía el ahora ya viejo Evangelio cristiano) es, además, lo que nos hará Libres. Libertad es Eficiencia y Eficiencia es Libertad son el alfa y el omega del novísimo Evangelio que desde el siglo XVIII predica la Secta de los Economistas a los Hombres, con éxito hay que reconocerlo cada vez más arrollador. Han argüido los Economistas que sólo la mayor Abundancia conseguida gracias a la Eficiencia podrá suavizar siquiera algo el Ahogo que eternamente sobre nosotros lanza la Escasez, y, a la inversa, han argüido también que sólo si los individuos son Libres para Elegir lo que quieran (y no sólo en la esfera Económica, sino también en la de la Política aunque sólo sea por el papel del Estado en la configuración de la realidad económica), podrá una variación en la producción de los diferentes bienes y servicios ser Eficiente en la medida que sólo entonces será reflejo de las Preferencia Libremente expresadas de los individuos, pues caso contrario si lo que se ha de producir lo decide un dictador siguiendo sus particulares gustos, sin consideración alguna con las preferencias de los demás individuos, aunque sucediese que se tuviese ante los ojos un aumento en la producción, no se podrá concluir que ese aumento fuese Eficiente, pues no sería valorado por los individuos (éste fue, recordadlo, uno de los problemas de las economías planificadas). No es en suma nada extraño que el sistema de Mercado aparezca así como el Sistema Económico ideal pues a la vez combina en un paquete sin fisuras los estímulos para la producción Eficiente y el respeto de la Libertad individual. Libertad de Elección en los mercados que obligadamente conlleva también tanto las libertades políticas como las libertades en el campo de las relaciones sociales (aunque aquí sólo fuese por la posibilidad que el libre mercado ofrece a que cada uno trate de llevar el tipo de vida que más crea que le interese).
Y sin embargo, ¡siempre hay un sin embargo!, cabe argumentar que esa noción del poder liberador de la Eficiencia es un auténtico embeleco. Bien sabéis que no han sido ni mucho menos los peores cerebros los que recurrentemente han manifestado que la persecución de la Eficiencia está enfrentada a la Libertad en el terreno de la Política. A decir de Giovanni Sartori, eso era ya algo que bien sabían los griegos de la antigüedad: que la “hipertrofia política” conlleva “atrofia económica”, lo cual -dicho sea en su honor- lo aceptaron y aún a sabiendas de sus consecuencias lucharon en muchos momentos por dotarse de formas de gobierno democráticas que les exigían tanto de sus ciudadanos que poco tiempo les dejaban para la eficiente producción de riqueza. En nuestros tiempos, a esta exigencia de abandono de la Política por parte de la Eficiencia se suma a la creciente capacidad de control y dominio que la Ciencia y la Tecnología han puesto en manos de los Estados. No es por ello nada extraño que este haya sido un tema central de preocupación para lúcidos observadores como Aldous Huxley, Lewis Mumford, Jacques Ellul, Ivan Illich, Neil Postman, C.S.Lewis y otros muchos que repetidamente han avisado de los peligros que corrían los individuos conforme los Estados fuesen cada vez más capaces de operar eficientemente con sus medios de vigilancia, control y represión. Pero sus advertencias acerca de los peligros de la Eficiencia siempre han parecido a muchos desaforadas pues parecían quedarse reducidas al ámbito de lo Político, e incluso allí vencibles si la Eficiencia y la Libertad reinaban en el campo de lo Económico. Se ha dicho así que el camino para las libertades políticas pasa por el Crecimiento Económico, o sea por dejar a la Eficiencia el papel de guía de la sociedad. Es cierto. Pero démonos cuenta de que no sólo hay libertades políticas, las de decir que se quiera y votar lo que se pueda, pues aunque sean importantes y principales no son las únicas.
Fácil es darse cuenta de que es precisamente en el ámbito económico donde más a las claras se hace patente la contraposición entre Eficiencia y Libertad. En efecto, la Teoría Económica, la Teología Dogmática de la Secta de los Economistas, enseña que el sumun de la Eficiencia se alcanza cuando una sociedad asigna sus siempre escasos recursos usando del diseño institucional conformado por un sistema de mercados de Competencia Perfecta. Si la Competencia es realmente total en cada Mercado, ello significa que en cada Mercado se asignan los recursos económicos eficientemente. De acuerdo, aceptémoslo. Pero apuntemos que para que así suceda es necesario que los Empresarios, esos que toman las “decisiones” asignativas (las de qué producir, a qué precio, y cuánto pagar por los factores de producción que emplean) no se pueden comportar como se suele pensar que se comportan los Hombre Libres sino estrictamente como Esclavos o mejor, como Máquinas, puesto que realmente un Empresario en un Mercado perfectamente competitivo no ha de tomar ninguna decisión ya que no le está permitido desviarse ni un ápice del prescrito comportamiento Eficiente so pena de que la competencia y la rivalidad de los demás le expulsen del Mercado. Y si es así ¿dónde está esa famosa libertad de “elegir”? Que lo que acaba de decirse no es ninguna exageración puede comprobarse acudiendo a cualquiera de los miles de libros de texto de Microeconomía en que hoy se difunde esta nueva “Buena Nueva” de la Eficiencia. Allí se verá con precisión qué decisiones han de tomar los Empresarios si están en Competencia Perfecta. Veamos. Con respecto al precio de su producto, nada pueden decir ni hacer pues en Competencia Perfecta el precio les viene dado por el Mercado y sólo les cabe adaptarse a él, ya que no tienen ningún Poder de mercado para manipularlo. En cuanto a la cantidad que han de producir, tampoco aquí sus posibilidades de elección son muy amplias, y más concretamente se resumen en una sola: han de producir exactamente aquella cantidad que minimiza sus costes medios, pues caso de que produjeran otra a un coste unitario superior perderían sus clientes a manos de cualquier rival que produjese a precio más bajo. Y lo mismo puede argumentarse con respecto al nivel de calidad con el que han de producir. En suma que en Competencia Perfecta, cuando la búsqueda de la Eficiencia encuentra más estímulo, los Empresarios carecen de la más mínima Libertad para tomar una decisión distinta a la que se les exige que tomen tanto respecto al precio al que han de producir como a la cantidad y la calidad de lo que producen so pena de desaparecer del mapa de ese mercado. Lo dicho, no han de tomar ninguna decisión y su comportamiento y su libertad de elección es enteramente ficticia, similar a la de un programa de ordenador al que se le suministran unos inputs y como output “elige” sacar la solución correcta. Y a esto lo llaman Libertad… ¡Menuda Libertad! Sólo se es libre si en las decisiones que se toman no hay Miedo. Y Miedo es lo que tienen los agentes económicos de desviarse del camino prescrito por la Eficiencia. La consecuencia es obvia: sólo se puede llamar libre al comportamiento discrecional, al que se atreve a enfrentarse a la Eficiencia, al que se sale del guión prescrito por la Eficiencia y se proclama orgullosamente ineficiente. Reconozcámoslo, al menos a partir de cierto nivel de desarrollo económico, Eficiencia No es Libertad, Libertad No es Eficiencia.
Hubo un tiempo en que esto lo supieron hasta algunos Economistas. No puedo aquí sino recordar a John Hicks, un economista neoclásico pero de formación exquisitamente clásica, quien sabía muy bien que la Libertad para decidir si se quiere ser ineficiente exige de disfrutar de un Poder de mercado. Así, en su revisión de la teoría del Monopolio, allá por 1937, señaló taxativamente que “la mejor de las ventajas de un monopolio es llevar una vida tranquila”. Y, ciertamente, un Monopolio si lo es realmente, ya tiene uno de los requisitos para ser Libre: el de no tener Miedo. Al ser el único vendedor en un Mercado puede actuar sin Miedo de la Competencia así que se puede permitir el lujo de ser Ineficiente, de no comportarse como una Máquina, como les sucede a los empresarios que pueblan los Mercados Competitivos. Por ello es de lo más sintomático que los Economistas posteriores (no todos, reconozcámoslo, recordemos aquí a algunos como Harvey Leibenstein que con su teoría de la eficiencia-X plantó cara a la Eficiencia en los años 1980) hayan “olvidado” la advertencia de Hicks y sigan suponiendo que hasta los monopolistas se pliegan a la Eficiencia pues tratan de Maximizar Beneficios, o lo que es lo mismo, Minimizar sus Costes, como hacen sus colegas que viven amedrentados en los mundos competitivos. Pero ¿a cuento de qué un Monopolista tendría como objetivo estar siempre estresado buscando minimizar sus costes incansablemente si nadie le puede quitar su cautivo mercado? ¿A qué tantos afanes? ¿No sería más bien Irracional un Monopolista que se comportara como si fuese un Empresario Competitivo? ¿Por qué un Monopolista debiera comportarse como un Empresario que vive en el terrorífico régimen de la Competencia Perfecta? No, un Monopolista se puede permitir el lujo de ser libre del estrés que agobia a los empresarios competitivos, es decir, se puede permitir el lujo de decidir cuán Ineficiente quiere ser (dentro de un cierto límite, es decir, siempre que con sus ingresos cubra al menos sus gastos).
Lo anterior resultará obvio para todos aquellos que tengan ojos en la cara y sentido común, o sea, para todos aquellos que no hayan asimilado plenamente la Teología Microeconómica que se imparte en las Facultades de Economía. Y saben, además, que lo que acaba de decirse no sólo es válido para los Empresarios y demás Trabajadores por cuenta propia sino también para los Trabajadores por cuenta ajena. A fin de cuentas, en nuestras vidas profesionales (y hasta en las dimensiones sociales, personales y sentimentales de nuestras vidas) siempre estamos buscándonos Nichos, agujeros, refugios, cuevas, lugares, rediles, majadas, escondites, espacios donde poder “bajar las defensas”, estar tranquilos, sentirnos seguros, descansando siquiera un poco de la pertinaz Competencia con los rivales que siempre nos espera ahí fuera, en el Exterior. Y bien sabemos que sólo si somos capaces de encontrar esos Nichos en cada una de las facetas de nuestras vidas tenemos al menos la posibilidad de ser Libres en el sentido más primario y elemental. Volviendo al terreno profesional, eso es algo que los funcionarios de los Estados más o menos burocráticos siempre han sabido: que el ser empleados del Estado tenía como consecuencia el que, ganada una oposición, ello les aislaba en buena medida de la Competencia y por tanto podían ser en cierta medida Ineficientes, o lo que es lo mismo, Libres, y de ahí la envidia que históricamente siempre les han tenido los demás Trabajadores pues aunque sus salarios fuesen superiores Libertad era mucho más pequeña (a menos, eso sí, que fuesen trabajadores de empresas monopolísticas o casi, con mucho poder de mercado y cuya situación laboral era de todo punto semejante a la de los funcionarios). Hoy (¿el tiempo del definitivo triunfo de la Envidia?) se defiende abrir a la Competencia y por tanto a la Eficiencia cada vez más áreas del servicio civil. Bien, los funcionarios perderán libertades que quizás, sólo quizás, es posible que queden compensadas con ganancias para la eficiencia para el resto de la sociedad. Me salgo aquí del frío análisis objetivo para meterme, siquiera un momento, en un terreno personal. Señalaré que, por lo que a mí me toca, confío en que dada ya mi avanzada edad, esos vientos competitivos sólo sirvan para –digamos- despeinarme, pero no he de dejar de resaltar que algo he sacado en claro observando los efectos de esos vientos de cambio sobre mis más jóvenes colegas, y es que la Competencia y la búsqueda de la Eficiencia en el ámbito de la educación superior, más allá de un cierto punto, es extremadamente nociva pues obliga a sus jóvenes cerebros a una Especialización temprana abusiva si quieren adquirir los recursos para poder enfrentarse con alguna posibilidad de éxito a la lucha competitiva por publicar (independientemente de que lo que publique sea o no relevante) lo que les impide demorarse el tiempo necesario y suficiente para alcanzar una formación más general y completa que les permita tener una visión global que puedan luego trasladar en el proceso educativo. Que la Competencia y la Eficiencia Privadas en el terreno universitario no sólo atentan contra la Libertad sino incluso contra la consecución del objetivo educativo, es para mí evidente. Esta al menos es mi opinión.
Pero, cualquiera podría preguntarse, ¿no es quizás desproporcionado evaluar como contraria a la Libertad la consecución de la Eficiencia a partir de la mala vida esclava que han de vivir los Empresarios y otros Profesionales en Competencia Perfecta? A fin de cuentas, en el Mercado de Trabajo quienes allí concurren lo hacen voluntariamente, tienen la Libertad de Elegir su grado de sumisión, el grado en que aceptan ser Eficientes, de modo que aquellos que transigen en mayor medida con la coerción es porque así lo quieren y eligen, y se ven compensados por ello ganando mayores rentas, que les permiten a su vez disfrutar de mayor Bienestar alejándose cada vez más lejos de las garras de la Escasez y la Necesidad. Pero ¿es eso cierto?
Veamos. ¿Qué parte de los Bienes que tanto ansiáis son el objeto real de vuestros deseos arbitrarios y personales, que son los únicos deseos que cuentan? ¿Qué parte son el resultado de esa Obligada Libertad de Elegir que confundís con la Libertad?¿Qué parte no son, pues, sino Obligaciones a las que habéis de hacer frente para simplemente poder ir al día siguiente a trabajar?¿Os podríais acaso permitir el lujo de disminuir vuestra oferta de Trabajo a la mitad? ¿Os podríais permitir el lujo de aumentar vuestra Ineficiencia? ¿Cuánta de Vuestra Real Gana os podéis permitir el lujo de complacer? ¿Qué cantidad de las rentas tan duramente ganadas son de uso realmente discrecional? ¿Cuánto realmente os sobra? No es tanto ¿verdad? Si empezáis a sumar la hipoteca, las letras del coche, los gasto necesarios para la educación y alimentación de los niños, etc., etc., los innumerables gastos inevitables que conlleva el vivir en una Sociedad Eficiente, comprobareis cuán pequeña es la cantidad sobrante que os queda para si así lo queréis derrocharla, el dinero que podrías si quisiereis tirar o quemar. Ese es realmente el escaso ámbito de vuestra auténtica Libertad. Bien lo sabéis.
Y ¿entonces? ¿Qué solución buscáis? Pues la más inmediata y simple, aquella que sólo puede dar modesta victorias pírricas: porfiar más, ser más Eficientes a ver si así aumenta el espacio económico de la Libertad. Sólo es necesario ser más rico, sueña cada uno en su sueño, para ser Libre y poder por fin dar satisfacción a sus Deseos y Ganas. Y así todos corréis más y más rápido, o sea, trabajáis Más y más Eficientemente para, como le sucede a los corredores de las carreras que organiza la Reina Roja en Alicia a Través del Espejo, acabar todos en el mismo sitio. Todos siendo más Ricos, pero todos igual de Esclavos, porque sí, incluso los que son más ricos, y creen que sus Riquezas les permiten comprar de todo incluso de más Libertad descubren que no es tan fácil librarse del Agobio. ¿Un ejemplo? Hace bien poco que en la edición del 19/2/09 del suplemento de El País-The New York Times publicaba bajo el título de “390.000 euros no dan para nada”, los problemas que les va a suponer el establecimiento de un techo salarial por esa cifra a los altos ejecutivos de Wall Street de las empresas financieras intervenidas por el estado Norteamericano, esa elite de los bien pagados y envidiados ejecutivos de Wall Street, encarnación viviente de la Preparación, la Competencia y la Eficiencia (aunque, paradójicamente sin embargo, han estado a punto de dar al traste con todo el Sistema Económico). A lo que decía el articulista, un tal Allen Salkin, tendrán difícil sobrevivir con 500.000$ al mes pues las Obligaciones asociadas al mantenimiento de su Posición Social Y Económica son muy elevadas. Y ello sin contar con las restricciones y durezas a que les obliga la descarnada Competencia característica de la vida a esas alturas. Sí, ya sé que muchos pensaréis que ojalá tuvieseis vosotros esas preocupaciones, que ojalá fueseis ellos. De acuerdo. Está claro. Es obvio que es infinitamente mejor vivir en una jaula de oro espaciosa y cómoda que en una de barrotes oxidados. Pero, pese a eso, no olvidemos que una jaula es una jaula.
Y de lo que se trata ya, una vez que la Escasez ya ha sido si no vencida sí domeñada, es ir ya abriendo las jaulas, que ya va siendo hora. Y a la pregunta de cómo se hace, no encuentro mejor forma de responder que acudiendo a la lección oculta en una boutade que el filósofo Boris Greys soltó en una entrevista:
“-Pregunta: Ha dicho que en la antigua Unión Soviética había más libertad que en los países capitalistas, ¿a qué libertad se refería?
-Respuesta: La única libertad que de verdad cuenta es la de ser libres del trabajo. Y en los países comunistas gobernaba una burocracia que, por lo menos ésa fue mi experiencia, era bastante floja. Así que te podías escaquear con facilidad. Nadie puede escapar, en cambio de las redes del mercado. Al mercado no puedes engañarlo porque dependes de él, del dinero que te proporciona para vivir. Hay una idea falsa en Occidente y es que la vida está llena de deseos. Pero si de verdad a alguien le liberas de sus obligaciones, se va a dormir. La verdadera libertad es no trabajar. Por eso había tanta libertad en los países comunistas, porque nadie daba ni golpe. Y por eso hay tan poca en un mundo dominado por el mercado”
¡Qué maravilla volver a leer una vez más frases como éstas: “La única libertad que de verdad cuenta es la de ser libres del trabajo”, “la verdadera libertad es no trabajar”! ¡Qué manera de apuntar sin vacilaciones al auténtico enemigo de la Libertad, a ése que ya aparece en el Génesis y que, desde entonces, muy pocos han sido capaces de identificar, entre los cuales recordatorio especial merece el marxista más raro y libertario que ha existido, Paul Lafargue, yerno del propio Marx, y autor de ese panfleto maravilloso titulado El Derecho a la Pereza, de obligada lectura para todo aquél que todavía no dé por enteramente perdida la capacidad del ser humano de liberarse y rebelarse contra la más auténtica y radical maldición divina, aquella que nos expulsó del Paraíso terrenal como en el Génesis se cuenta.
Y sí, si no podemos todavía dejar al Trabajo como un mal sueño de otras épocas, si hay que seguir haciéndolo, trabajemos, sí, no hay todavía otro remedio, pero hagámoslo cada vez más ineficientemente. No nos dejemos seducir por los cantos adormecedores de los Economistas que nos venden el sueño de un Paraíso al que se llega por el camino de la Eficiencia. No es un sueño, es una pesadilla.
CIUDADANOS,
DESPERTAD.DESPERTEMOS.