En 1961, Daniel Boorstin publicó un libro, "The Image", donde proponía el término de pseudoacontecimiento para referirse a un fenómeno que paulatinamente había ido abriéndose paso en la realidad social, de modo que de ser relativamente antes poco importante había ido contagiando la realidad toda convirtiéndola en pseudorealidad .
Pero ¿a qué se refería Boorstin por pseudoacontecimiento? Pues al hecho de que cada vez más lo que acontecía había perdido su independencia de los medios para observarlo, transmitirlo o comunicarlo. Veamos. Un acontecimiento auténtico, auténticamente real, debiera tener la misma autonomía respecto a los observadores que un terremoto o un tsunami. El papel de estos sería por tanto secundario, el de meros transmisores e interpretadores del hecho primario. Pero de lo que Boorstin se dio cuenta y analizó magníficamente es que conforme se desarrollaba lo que llamó Revolución Gráfica (el desarrollo acelerado de los medios de recopilación, interpretación y transmisión de acontecimientos: periódicos, radio, cine y televisión, revolución informática), se producía paulatinamente una curiosa inversión: los medios pasaban a ser el elemento primario y autónomo del proceso y los hechos el secundario.
Dicho de otra manera: la realidad había perdido su autonomía a la hora de generar hechos, su papel cada vez más era suministrar los hechos para que fueran observados, transmitidos y comunicados. Y, claro, un acontecimiento que no acontece por sí mismo, o sea, no ocurre por las razones o causas que le sean propias sino que sucede para que un periodista lo filme o lo comente no es un "acontecimiento" en sí mismo, es un pseudoacontecimiento.
Y ello no significa que los pseudoacontecimientos no sean reales, ¡qué duda cabe que un atentado terrorista es un hecho real y sangriento! Pero es difícil escapar a la sensación de que difícilmente se le puede llamar acontecimiento. Es terrible, pero es muy posible que en los atentados terroristas gente real sufre y muere sólo para que su sufrimiento aparezca en los medios de comunicación (y digo que "es muy posible" porque siempre queda la duda de que el grado de locura de los terroristas sea tan increíblemente elevado que lleguen a pensar que un estado mínimamente asentado puede tambalearse por la muerte de una, diez o cien personas).
El ingente desarrollo de los medios de comunicación requiere ineludiblemente que cada vez más haya más pseudoacontecimientos. Ha de haber todos los días suficientes "noticias" para llenar el número determinado de páginas de un periódico o el tiempo de emisión de un telediario. La "realidad" ha de producir cada día pues un número suficiente y creciente de pseudoacontecimientos. Una realidad cada vez más llena de pseudoacontecimientos sería así mismo cada vez menos realidad y más pseudorealidad .
La economía es un espacio repleto de pseudoacontecimientos. Toda la "teoría de señales" en presencia de información asimétrica es una larga reflexión sobre los pseudoacontecimientos. Forman, así mismo, parte central, por ejemplo, de las estrategias de manipulación típicas y propias de cualquier "juego" o negociación económica. Por ejemplo, en el llamado "juego de la entrada" que juegan una empresa ya instalada en un mercado y sus potenciales competidores, las inversiones que hace esa empresa y que se plasman en una capacidad productiva excesiva por encima del tamaño óptimo dado su nivel de producción real sirven como señal disuasoria para potenciales entrantes transmitiéndoles la información de que si se instalan, aumentará su producción generando una guerra de precios que les hará lamentar el haberse metido en ese mercado. Difícilmente se puede calificar, pues, a esas inversiones como acontecimientos, son estrictamente pseudoacontecimientos.
La economía es un espacio repleto de pseudoacontecimientos. Toda la "teoría de señales" en presencia de información asimétrica es una larga reflexión sobre los pseudoacontecimientos. Forman, así mismo, parte central, por ejemplo, de las estrategias de manipulación típicas y propias de cualquier "juego" o negociación económica. Por ejemplo, en el llamado "juego de la entrada" que juegan una empresa ya instalada en un mercado y sus potenciales competidores, las inversiones que hace esa empresa y que se plasman en una capacidad productiva excesiva por encima del tamaño óptimo dado su nivel de producción real sirven como señal disuasoria para potenciales entrantes transmitiéndoles la información de que si se instalan, aumentará su producción generando una guerra de precios que les hará lamentar el haberse metido en ese mercado. Difícilmente se puede calificar, pues, a esas inversiones como acontecimientos, son estrictamente pseudoacontecimientos.
Pero no sólo la realidad microeconómica es una pseudorealidad. También lo es y hata en mayor medida la macroeconómica. En ella, para algunos, los problemas de inconsistencia temporal y de formación de expectativas hacen que la política económica sólo es efectiva si es un pseudoacontecimiento. En último extremo lo importante no es ni lo que se hace ni lo que se va a hacer sino lo que se díce que se hace o se va a hacer y así sale en los periódicos y noticieros. Parece que importa poco que un ministro de economía sea o no un buen economista. Lo que sí es relevante es que sea un buen comunicador económico: fiable, seguro, serio, ponderado. En suma que transmita la gran palabra: confianza.
Cojamos, por otro lado, uno de los asuntos macroeconómicos clave: la inflación. Pues bien, parece que uno de los hechos más curiosos acerca de la inflación es que, frente a la experiencia histórica de siglos precedentes en que había años de inflación y años de deflación de precios, la tasa de inflación anual ha sido por lo general para todos los países siempre positiva desde mediados de los años treinta del siglo XX. Parece que ya no hay deflaciones como las de antes. Ahora, en los periodos de depresión económica tenemos lo que se vino en llamar estanflación, estancamiento con inflación.
Explicaciones de este nuevo fenómeno, propio de los tiempos postmodernos las hay referidas a acontecimientos como la participación del sector público en economía, las expectativas racionales de los agentes, etc. Pero ¿no podría se que estuviéramos aquí en presencia de un pseudoacontecimiento? resulta curioso constatar cómo ese asentamiento histórico de la inflación como fenómeno siempre presente ha coincidido con la generalización de la información estadística referida a la evolución de los precios y otras macromagnitudes desde mediados de los años 30 del siglo pasado.
Al contemplar cómo se generaliza una cascada de precios ascendentes en un sector (como, por ejemplo, ha pasado en el último mes en productos como el pan o la leche) resulta difícil sustraerse a la idea de que estamos en presencia de un pseudoacontecimiento, real sí, pero pseudoacontecimiento al fin y al cabo, en donde del conocimiento por parte de los empresarios de un sector vía los medios de comunicación de que es previsible que se acelere la inflación o de que otros empresarios ya han subido sus precios les conduce a subir los suyos produciendo al final la inflación predicha.
Y, para acabar, ¿cabe imaginar un mundo sin pseudoacontecimientos? ¿Habría terrorismo si los periódico y televisiones no informaran sobre los actos terroristas?¿Cómo sería la tasa de inflación de un año (real pero desconocida en ese año) si el INE publicara los datos del IPC con un año o dos de retraso?¿ Y la evolución de los salarios reales?