Nunca han sido buenas las relaciones entre los poetas y la economía. Es normal pues se hace difícil pensar en dos dominios más separados: el uno, el de los sentimientos, las emociones; el otro, el reinado del vil metal, el engaño y el egoísmo. Ha habido, no obstante, algunas excepciones. Se, aunque no lo he leído, que Ezra Pound escribió algo así como un "ABC de la economía", y sí he leído un texto curioso de Georges Bataille, La parte maldita, que hace años utilicé para intentar dar cuenta de la racionalidad de algunas actividades económicamente destructivas como las que se dan en las fiestas populares (por ejemplo, en las Fallas valencianas).
De vez en cuando, sin embargo, uno puede tropezarse con poesías que aciertan en el clavo económico de forma más precisa de lo que lo hacen grandes y erudos economistas. Traeré hoy aquí una poesía del recientemente fallecido (y no por coronavirus) José Jiménez Lozano. Se llama El precio:
"Matinales neblinas, tardes rojas, doradas;
el amor y la dulzura
Quizás no sea tan caro".
Me he acordado de esta poesía pues, en ella, Jiménez Lozano nos hace caer en una obviedad que solemos olvidar: que el precio del disfrute de las cosas que pueden llenar una vida es la muerte. Sólo los mortales pueden disfrutar de la vida.
Y, claro, la implicación para estos tiempos del coronavirus es inmediata. ¿A cuánto estamos dispuestos a renunciar por evitar el riesgo de morir por coronavirus? Es decir, ¿qué precio en términos de "niños, amapolas y acianos.." estamos dispuestos a pagar por reducir el riesgo de morir por coronavirus? Porque está claro que el confinamiento nos aleja de "los ojos y las manos de los hombres, el amor y la dulzura,... El confinamiento es el precio que pagamos por reducir el riesgo. Pero ¿es un precio alto o bajo? ¿Cuánto confinamiento estamos dispuestos a pagar?
Pudiera pensarse que la respuesta fuera diferente en función del riesgo de muerte por contagio, de modo que podría pensarse que los jóvenes que corren un riesgo bajísimo si sufren del Covid-19 estuvieran dispuestos a pagar en consonancia un precio muy bajo por atenuar ese riesgo y estarían en consecuencia poco predispuestos a aceptar medidas drásticas como las que se están llevando a cabo para frenar la epidemia.En tanto que, por contra, los viejos, cuyo riesgo de afectación grave y de muerte es considerable, estarían muy dispuestos a aceptar medidas duras que les supongan disminución de sus riesgos. Me da que este es el presupuesto subyacente a las políticas que se están instrumentado desde el Gobierno para enfrentar la epidemia. Y de ahí las repetidas alabanzas a los jóvenes por su "solidaridad" con los mayores al aceptar pagar un precio -el confinamiento- que para ellos sería muy caro a cambio de una mínima disminución del mínimo riesgo de enfermedad y muerte que corren.
Pero, releyendo la poseía de Jiménez Lozano, que la escribió siendo ya viejo, me permito dudar de esta presuposición generalizada y pensar más bien que en la realidad ocurre lo contrario, que, por contra, el precio por el confinamiento que pagan las personas mayores es tan elevado que es posible que a muchos pudiera resultarles demasiado caro, y prefiriesen no pagarlo, es decir, prefiriesen enfrentarse al riesgo de la enfermedad y la muerte antes de sufrir más confinamientos y restricciones. Quiźas, como dice Jiménez Lozano, el precio del riesgo de muerte por coronavirus no sea tan caro para los viejos, y sobre todo no lo sea para aquellos viejos que todavía están muy vivos,.
Y es que, conforme uno se hace mayor, la esperanza de una vida aceptable o de calidad cae rápidamente, por lo que el valor del tiempo de disfrute potencial que a uno le resta sube rápidamente. Y es que va quedando tan poco que urge aprovecharlo bien. Por poner un ejemplo de una posible situación. Imaginemos a una persona que por su edad le queda sólo por delante un año de vida de cierta calidad. Y, entonces, ¿estaría dispuesta esta persona a sufrir unas medidas que le supusiesen no poder abrazar, jugar con sus nietos lo que le queda por delante por padecer un confinamiento? Me da que muchos viejos no estarían dispuestos a aceptar una corta y arriesgada vida libre a cambio de una corta aunque más segura vida restringida.
Y, siguiendo con el argumento, la perspectiva de Jiménez Lozano lleva a pensar que el precio que pagan los jóvenes por el confinamiento es bajo, muy bajo. Y es que a ellos, afortunados, les queda todavía tanto tiempo por delante que lo pueden dilapidar o derrochar confinados, pues las sensaciones y disfrutes que no experimenten en estos meses los podrán experimentar sin duda en el futuro.
Nota: Sobre el valor diferencial del tiempo para jóvenes y viejos, ya escribí aquí hace tiempo:https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428867-paradoja-tiempo-distinta-preferencia-temporal-jovenes-viejos
FERNANDO ESTEVE MORA