FERNANDO ESTEVE MORA
Ya hace una decena de años que me ocupé en dos entradas en este blog (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428933-bienes-simbolicos-i y https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428709-bienes-simbolicos-ii) que, por cierto, han sido de las que más audiencia han alcanzado, de un tema económico difícil. Se trataba en ellas de lo que denominé bienes simbólicos, esos bienes cuyo valor económico para aquellos para los que son símbolos se aleja enormemente de su valor de cambio o valor de mercado (de su precio, en suma) debido a alguna circunstancia especial que los singulariza o separa del resto de bienes de similares características.
Si bien la mayoría de estos bienes simbólicos son bienes privados o, mejor dicho, personales (ya que lo más frecuente es que sean acontecimientos personales o particulares los que convierten a un bien común y corriente en "algo" especial para su propietario, en un bien para él simbólico, por ejemplo, un anillo de boda), dediqué también cierto espacio a tratar de los bienes simbólicos colectivos es decir, aquellos bienes que colectivamente son símbolos para un amplio conjunto de individuos.
Escribí así, como un ejemplo obvio, de las banderas, a las que consideré un evidente bien simbólico colectivo en la medida que eran señal y símbolo para los ciudadanos de un país no sólo de su Nación sino de su particular y subjetiva identidad nacional. Al cruzar la frontera uno sabe que está en otro país pues ve ondear su diferente bandera, y de igual manera los habitantes de ese otro país, al verla ondear sienten o se saben parte de un conjunto nacional que define su identidad diferencial, si reconocen esa bandera como bien simbólico, como símbolo de ese conjunto e identidad nacionales .
Pues bien, la actitud del partido de ultraderecha VOX estos últimos días en su relación con la actual bandera de España me ha suscitado una serie de reflexiones que profundizan y aclaran lo que escribí hace ya diez años.
Lo que se ha visto en estos últimos tiempos ha sido la definitiva y consentida apropiación por parte de VOX de la bandera de España. No es sólo que su particular bandera partidista, que creo que es verde, haya desaparecido prácticamente de sus convocatorias partidistas, sino que por lo que observo, usan de la bandera nacional para "adornar" camisas, corbatas, pantalones, faldas, muñequeras, bolsos, mascarillas, etc. (No puedo a este respecto sino preguntarme que si no harán también uso de ella en prendas más íntimas y personales, como bragas, calzoncillos y sujetadores. Estoy seguro de que sí, de que muchos de ellos recurrirán a esos extremos para señalizar aún más su "españolidad" aunque sólo sea a ellos mismos o a sus íntimos (¡cómo si hiciera alguna falta!). Me pregunto también, a este respecto, si no se les pasará acaso por sus cerebros el que colocar su amada bandera superpuesta a zonas corporales como los testículos, penes y vulvas, pezones, nalgas o anos, pudiera ser paradójicamente señal de desprecio y burla a ese símbolo de España, y más si sus normas de higiene personales no les imponen el cambio al menos diario de su ropa interior. Pues bien, seguro que no, que no se les pasa).
El caso es que esa "apropiación" de la actual bandera de España por VOX no hace sino llevar unos pasos más allá un comportamiento que lleva haciendo la derecha española desde la Transición política. Lamentablemente, esa pacata y alicorta "transición" tuvo -para mí- entre sus muchos errores uno básico: el no haberse planteado el cambiar la bandera. No digo que lo adecuado hubiera sido volver a la bandera de la II República Española (lo que personalmente a mí me hubiera encantado, pues soy genéticamente republicano), pero si la idea-fuerza de la Transición era como se nos ha repetido cansinamente superar el pasado y construir un proyecto político integrador, lo eficiente hubiera sido crear una nueva bandera de España, un nuevo bien simbólico aglutinador para una "nueva" España. Seguro que se hubiera podido encontrar en la historia de nuestro país alguna enseña que sirviera, o si no, se podría haber inventado una ex novo que fuese aceptada en el referendum constitucional de 1978. Pero, popr miedo o cobardía no se hizo, y la absurda e ineficiente consecuencia de seguir con la misma bandera era que únicamente esa bandera era un bien simbólico para quienes ganaron la guerra civil y sus descendientes que aplaudían al régimen franquista, y que, por consiguiente, no un bien sino un auténtico mal simbólico para quienes la perdieron y los que se oponían al régimen franquista. La "rojigualda" era para estos últimos un continuo recuerdo de su derrota así como de la esclavitud, opresión y tortura a las que les sometió la dictadura del general Franco. No fue baladí el error de la Transición al elegir el bien simbólico central para la España democrática.
No obstante, era de esperar que las consecuencias de tal error se fuesen atemperando en la medida que el natural tránsito de las generaciones se fuera llevando consigo a las que vivieron la guerra civil y la dictadura y la sustituía por nuevas generaciones para las que la bandera de la dictadura como mal simbólico se fuera atenuando y su aceptación como bien simbólico se fuera aceptando, pues todo colectivo nacional requiere para su formación de ese tipo de bienes simbólicos. Pudiera pensarse que, así, de una manera lenta, la "rojigualda" fuese perdiendo esa característica y si no convertirse en una bandera auténticamente nacional (y no sólo de los "nacionales"), en un bien simbólico, como tienen los ciudadanos de otros países dejase, al menos, de ser ofensiva para una gran parte de la población española.
Pero tal posibilidad la ha negado cada vez con mayor empeño el comportamiento de las derechas españolas en los últimos años. Y ello no por ninguna razones políticas sino por una por una razón estrictamente económica que se deriva de la convencional teoría de los bienes públicos.
En efecto, se tiene de salida que las banderas nacionales de cada país, como bienes simbólicos colectivos, deben ser por obligación bienes públicos puros . La teoría económica identifica DOS características que ha de satisfacer cualquier bien para ser considerado un bien público puro por los miembros de una comunidad. La primera es la de no-exclusión, es decir, que a nadie puede excluírsele de su uso.La segunda es la de que su uso o consumo es no-rival , lo que significa que el uso del bien que hace cualquiera no impide que otro lo haga en la misma medida. Ejemplos de bienes públicos puros no abundan, pero pueden citarse algunos como la defensa nacional, la educación pública, la sanidad pública, ...y las banderas nacionales.
En efecto, las banderas nacionales, esos bienes simbólicos colectivos, deben necesariamente ser (para cumplir su finalidad definitoria e identitaria) bienes públicos puros. Una buena bandera nacional lo es siempre que (a) primero, a nadie del colectivo nacional puede excluírsele de su uso como señal o símbolo de identidad nacional, y (b) segundo, el uso de la bandera nacional por parte de cualquiera no impide que otro miembro del colectivo nacional la use también.
Y la pregunta es, entonces, si la actual bandera nacional es un buen bien público puro para quienes se sienten españoles. Y la respuesta es negativa: es una mala bandera porque no es un bien público.
Veamos. Por un lado, es cierto que a nadie que se sienta español puede excluírse de su uso. Y así es habitual el ver gentes de lo más variopinto envueltas en la bandera nacional en estadios deportivos, actuaciones musicales, y actos públicos o privados. Incluso es habitual ver a gentes que la usan para señalizar su no aceptación de la indentidad nacional española. Dicho en una palabra, el uso de la actual bandera nacional española respeta la condición de no-exclusión.
Pero su problema para ser un bien público es que el comportamiento de los partidos de derecha, y singularmente VOX, atenta contra la condición de no-rivalidad . Y no porque el uso que hacen las gentes de VOX de la bandera actual impida que otros la puedan usar, sino porque al "apropiarsela" como suya, al convertirla en su señal de identidad partidista, no sólo disminuye la posibilidad de que otros españoles la puedan considerar señal de su identidad como tales, sino que lo impide completamente. El generalizado uso partidista de la bandera nacional la ha convertido para quienes no son de VOX (o del PP) en un auténtico mal simbólico, puesto que ahora la "rojigualda" es una señal clara, evidente y certera de que quien la lleva es un español, sí, pero muy muy de derechas.
En suma que la actual bandera nacional de España ya no es el bien simbólico colectivo que debiera ser por no ser un bien público. Y, entonces, sólo hay dos alternativas. La primera es aceptar esa realidad, dejársela a ellos, o sea, al PP y a Vox, y plantearse la creación de una nueva bandera que si sea no-excluyente y no-rival. La segunda sería prohibir de modo total y sin contemplaciones el uso partidista de la actual bandera por parte de cualquier partido político, lo que supondría excluir del uso de la bandera a esas personas jurídicas en su vida política (sedes, reuniones, manifestaciones, congresos, etc.), respetando el principio de la no exclusión para sus militantes o simpatizantes en su vida privada (ver NOTA).
El no hacer nada, el no elegir entre estas dos posibilidades supone condenar a nuestro país a carecer de un bien simbólico colectivo tan importante como es una bandera nacional. Y eso tiene su importancia, pues los bienes simbólicos tienen propiedades performativas, o sea, que no sólo reflejan pasivamente una realidad sino que también la crean o ayudan a crearla activamente. Igual que llevar un anillo de bodas no sólo refleja la unión matrimonial sino que su presencia en el dedo ayuda a conservarla, dificultando aunque sólo sea mentalmente incurrir en infidelidades, también la existencia de una buena bandera nacional, o sea una que es un buen bien simbólico colectivo, no sólo refleja la existencia de un comunidad nacional sino que ayuda a generarla, a construir lo que hiy se denomina capital social.
Una mala bandera nacional, como lo es la española hoy, redundará por contra en la cada vez mayor fractura social y política del colectivo agrietado que conforman los españoles con sus negativos efectos económicos. ¡Dios! ¿Por qué este país no puede ser un país normal, como los demás, ni en esto tan básico?
NOTA: Podría argüírse que cabe una tercera posibildad: obligar al uso de la bandera nacional por parte de TODOS los partidos en su vida partidista como medio de contraseñalización, es decir, para dificultar la hoy aceptada identificación de todo aquel que lleva la bandera con la derecha política. Por un lado, tal política sería injusta, pues obligaría al resto de partidos a alterar su comportamiento cuando ha sido VOX (y el PP) quienes han desvalorizado la bandera como bien público. Por otro, no creo que tal política bastase a menos que adicionalmente se obligase a todo el mundo a llevar muñequeras, pañuelos y demás con la bandera. Y ni aún así, pies aun una política tan intervencionista llevaría a una "carrera de ratas"m pues los de VOX tratarían de aumentar todavía más su nivel de señalización, o sea, de "meter la bandera" hasta en la sopa.