Que la economía española NO es una economía de servicios, sino una economía servil es una idea que he defendido previamente (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/1548379-espana-economia-servil) y, en casos como el de la actual epidemia por coronavirus, ello va a tener posiblemente su importancia y sus consecuencias particulares.
En efecto, hace poco tiempo aunque ya parece que fue hace mucho fue comentado largamente cómo la especialización de las economías "desarrolladas" -y entre ellas la española- en actividades de servicios "gracias" a la globalización se había traducido en las dificultades que, en mayor o menor grado (dependiendo de la mayor o menor debilidad de sus ya débiles estructuras industriales), experimentaron todas ellas para acceder a los medios materiales más simples (EPI's, mascarillas, respiradores,...) en las fases iniciales y medias de la pandemia. También aquí, en este blog, se trató del asunto (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/4597196-esencial-accesorio-basico) y de la consiguiente necesidad de abordar esa debilidad productiva desde una perspectiva distinta a la habitual (la que defiende no alterar el sistema productivo, sino la mera creación de stocks de esos productos).
Pero es que España, como he dicho, no sólo se enfrenta en esta epidemia al problema de que es una economía "de servicios", sino al hecho de que es una economía "servil", lo que no es exactamente lo mismo. Pero, además, es que no sólo eso, sino que -también- tiene como siempre un gobierno igualmente "servil".
Veamos. Es de sobra conocido que el gobierno del PSOE-Podemos dirigido por Pedro Sánchez parece llevar a gala el tenee como lema la conocida sentencia: "Dónde dije digo, digo diego", es decir, es un gobierno que no tiene el menor empacho en cambiar de opinión cuando las circunstancias así lo aconsejan, lo que es aconsejable como decía Keynes, sino también y esto sí es un poco sorprendente, cuando NO lo hacen.
Cualquiera recordará que el Gobierno, no hace mucho, se decantaba por no abrir las fronteras exteriores para visitas turísticas hasta mediados del mes de julio junto con la exigencia de una cuarentena de 14 días a todos los que llegaran a España. Cierto, se dijo desde el Gobierno que tal política podría cambiar según como fueran las circunstancias de la epidemia, no tanto en nuestro país como, sobre todo, fuera de él. Y así, al poco todo cambió. En una rápida sucesión sin demasiada relación con ninguna altwración en las circunstancias de la epidemia se decidió prescindir de la exigencia de cuarentena y se decidió abrir las fronteras el1 de julio. Pero no acabó ahí la cosa, de nuevo, unos pocos días después el Gobierno por boca de esa -llamemos- singular Ministra de Asuntos Exteriores que es la señora Laya, se desdijo de nuevo, y finalmente ha abierto las fronteras el 21 de junio. La apertura de fronteras con el resto de los países de la Unión Europea es hoy por hoy ya un hecho.
Pero lo sorprendente es que también lo ha hecho con otros países que no son de la Unión Europea, y singularmente para la Gran Bretaña. Para ellos, se nos dijo que la norma clara e inamovible era doble: la similitud en las situaciones epidémicas y la reciprocidad de trato.
Pues bien. Cierto que no sé mucho de epidemiología pero poca duda tengo de que la situación española respecto a la COVID-19 es -hoy- quizás la mejor de Europa. Y poca duda tengo asimismo de que la de la Gran Bretaña es hoy mucho, mucho peor, y que lo va a seguir siendo en las próximas semanas.
Y, entonces, ¿a qué viene que desde hoy se permita viajar a España a millones de turistas británicos incluso cuando todavía los españoles no pueden acceder a Gran Bretaña sin pasar por una cuarentena de 14 días? ¿A qué viene esa muy arriesgada "concesión" precisamente a los ciudadanos de un estado que nunca jamás se ha caracterizado por hacer la más mínima concesión a ningún gobierno español?
La respuesta es obvia: el Gobierno de España ha aceptado que los intereses de los sectores más serviles de la economía española, y básicamente, el sector turístico, dirija su política. Nada que decir en principio si no fuera porque "eso" queda lejos de la apuesta por la reindustrialización apoyada en sectores punteros tecnológicos y ecológicos que, se dijo, guiaría su política.
¿Es este nuevo cambio de opinión inteligente? Pues es más que dudoso. Y es que es más que dudoso que los turistas británicos, bien conocidos por sus expansiones alcohólicas (estoy seguro de que se acabarán bebiendo el gel hidroalcohólico que les ofrecerán gratuitamente los hoteles), respeten siquiera un instante, una vez aterricen y hayan pasado esos ridículos tres sistemas de seguridad sanitaria prevista que se van a exigir a cada turista (que no tenga mucha fiebre, que diga que se encuentra bien, y que parezca a simple vista que no está enfermo), las mínimas normas de control de la epidemia: distancia social y el uso de mascarillas, por lo que el caldo de cultivo para un rebrote de la epidemia de coronavirus generado por el turismo extranjero y, sobre todo, el inglés estará en poco tiempo "en su punto" .
En suma, que los casos y rebrotes de la COVID-19 en todas las áreas donde lleguen estas "masas" más o menos nutridas de británicos desde comienzos del mes de julio, son por ello muy probables. Al igual que en tal caso también es segura la insostenible presión que los nuevos casos de españoles más los casos de "guiris" enfermos de COVID-19 supondrán sobre nuestro exhausto sistema de salud. Cabe predecir, por otro lado, y finalmente que -caso que las cosas vayan mal- el propio sector servil al que el gobierno se ha plegado, padezca de modo especial pues, un rebrote de la epidemia a mitad de julio en España lo cual sería la peor política de publicidad que cabe imaginar para la llamada marca España como destino turístico.
Finalmente, si la epidemia rebrota con fuerza a mediados de julio a causa de este último vayvén de la política del gobierno, cabe suponer que el gobierno caerá, o al menos lo pasará muy mal, y merecidamente por cierto.
Y para concluir, si en una entrada anterior caracterizaba la política traidora del PP en Europa como técnicamente estúpida, ¿cómo debería calificarse esta más que arriesgada política de apertura turística? No sé si también tildarla de estúpida, en términos de Cipolla, o bien como incauta pues pretendiendo hacer un bien a la economía y sociedad españolas, se arriesga -y mucho- a acabar haciéndole un mal. Un mal brutal, pues si de algo se puede tener seguridad es que una segunda ola de la COVID-19 semejante a la primera con la consiguiente reinstauración de medidas de confinamiento y control tendría unos efectos devastadores en nuestro país.
En fin. Pronto sabremos si la arriesgada política del gobierno es un éxito o un fracaso. Y, en este último caso, si su política ha sido estúpida a más no poder o tan sólo incauta.