FERNANDO ESTEVE MORA
Repetidamente, en varias entradas de este blog, se ha hecho referencia a una serie de distinciones respecto al complejo conjunto de intereses que, junto a las restricciones de tiempo, dinero y de otro tipo (por ejemplo, religiosas, culturales, etc.), explican el comportamiento de los individuos, de la gente. La "lógica" de todo ello es muy simple y está en la base de la manera que los economistas tienen de entender el comportamiento humano. Sería algo tan simple como lo siguiente: cada uno se comporta intentando satisfacer en la "mayor medida posible" sus intereses, aunque teniendo que contar para ello con las restricciones que inexorablemente a cada uno le afectan, o sea, cuánta riqueza/renta/dinero tiene, cuánto tiempo tiene para hacerlo, y cuántas restricciones al comportamiento existen en una sociedad por razones culturales en sentido amplio. En suma, que como decían los Stones, "you can't always get what you want"
Pero, ¿qué quiere conseguir cada individuo. Los biólogos evolutivos señalan que, independientemente de otras objetivos particulares, lo que quiere todo individuo es vivir y "prosperar" y reproducirse. Es un mandato genético. Es esa la idea que subyace en toda la Teoría Económica, que los individuos son "homo oeconomicus", hombres económicos que se definen porque en su comportamiento persiguen sólo y exclusivamente su propio y egoísta interés, o sea, que sólo les interesa o les preocupa aquello que revierte en una mejora de su situación particular, lo que requiere en las sociedades de mercado el tener cuánto más dinero, mejor. Pero el conseguir mejorar su propia situación les exige a los "homo oeconomicus", por muy egocéntricos, que sean el tener que preocuparse también por los asuntos colectivos, o sea, de la Política pues cómo le vaya a uno depende y mucho de las políticas que se instrumenten desde los poderes públicos.
Sin meterse en más honduras, la Economía de la Política establece que en un sistema democrático, los individuos, en la medida que se comportan como "homo oeconomicus" racionales, se comportarán en el mundo de la Política como lo hacen en los mercados, o sea que elegirán entre los diferentes partidos políticos exactamente guiados por la misma lógica que dirige sus elecciones en los mercados de bienes y servicios, o sea, eligeirán entre los partidos políticos como si fuesen empresas que les "venden", no productos, sino programas.
Esta manera tan especial de ver la "res publica" desde la Economía viene a decir que los votantes "compran" o eligen el partido al que votan en función del grado en que su programa refleja o se adecua en mayor medida a sus particulares intereses. Cada uno, pues, votaría la opción política que estimaría mejor para uno mismo. Ahora bien, dado que el número de partidos es siempre pequeño, difícilmente ningún elector concreto se encontrará nunca que sus preferencias o intereses colectivos se encuentran reflejadas enteramente en el programa de alguno de ellos. La implicación primera de esto es que nunca el nivel de satisfacción con la política y con los partidos políticos será completo, siempre existirá una separación entre lo que los votantes quieren y lo que sus partidos les ofrecen. Ello explica e incluso justifica la existencia de un tipo de abstención en las votaciones: las de aquellos votantes que no encuentran ningún partido que les merezca la pena votar.
Pero, adicionalmente, se tiene que el mercado político es de un tipo especial, del tipo que se conoce como un "winner-take-all-market", o sea, un mercado en que "el ganador se queda con todo". Ello quiere decir que el partido (o la coalición de partidos) que alcanza la mayoría en un parlamento, se queda con todo el poder. Lo que se traduce en que los intereses colectivos diferenciales de los electores del partido o partidos que NO alcanzan esa mayoría, o sea, que pierden las elecciones, no se ven representados, aunque la diferencia de votos sea mínima. Ocurre que una diferencia de un simple voto se traduzca en que la amplísima "minoría" perdedora no consiga ni un ápice de poder público, del poder para determinar las políticas públicas que tanto afectan a sus intereses privados.
Dicho de otra manera, los votantes de los partidos que pierden las elecciones no cuentan para nada a la hora de definir las políticas que se instrumentan desde los poderes públicos, salvo en los contados casos en que esas políticas requieren un apoyo parlamentario por parte de una mayoría cualificada en un parlamento . De ahí se sigue que los partidarios de partidos que saben que están en minoría y que, en consecuencia, van a perder las elecciones, no tendrían -en principio- el menor motivo racional para votar. ¿Para qué molestarse si su voto es inútil? Lo que se traduciría, por tanto, en unos niveles de abstención aún más elevados entre los partidarios de los partidos que seguro van a perder.
En suma, que a tenor de esta característica de los "mercados políticos" se sigue que la Economía de la Política predeciría que las votaciones atraerían a un relativamente escaso número de votantes. Básicamente los de los votantes de los partidos con cierta seguridad de vencer.
Pero en la realidad no sucede tal cosa. Cierto que siempre hay un cierto nivel de abstención, pero lo sorprendente es que sea frecuente que en elección tras elección vote bastante más del 50% del censo electoral, aún a sabiendas por parte de muchísimos electores de que su voto no sirve para nada pues el o los partidos que mejor representarían sus intereses no van a ganar. Este fenómeno recibe una denominación: la "paradoja del voto", que lleva siendo objeto de investigación desde hace décadas por economistas y politólogos, que no paran en elaborar razones para explicar ese comportamiento tan "irracional".
A la larga lista de justificaciones de este fenómeno, voy a agregar aquí otra "explicación" para ese comportamiento de los votantes que votan aunque sepan que su voto va directamente a la papelera, que se aleja en buena medida de las variopintas explicaciones ofrecidas por los expertos, y que parte de opiniones y comentarios que cotidianamente se pueden oír en periodos electorales cuando las gentes se cuentan y justifican lo que van a votar. Y es que, frente a la idea generalizada en la Economía de la Política de que los electores eligen a los partidos en función del grado en que sus programas se corresponden con sus intereses o preferencias, como lo hacen en los mercados de bienes y servicios cuando compran aquellos bienes que más satisfacción o bienestar les producen, lo que aquí sostengo es que en los "mercados políticos", precisamente debido a esa característica que tienen de que el "ganador se queda con todo el poder", no es nada infrecuente que la motivación de un elector se guíe por otro principio radicalmente distinto, cual es el de de maximizar la molestia o daño que con su voto se causa a los "otros", a los seguros vencedores, a sus rivales políticos. La idea sería que lo que guía la decisión de voto no es lo que un elector desea que ocurra pues sabe que "eso" no va a ocurrir, sino el daño psicológico, la molestia, que con su voto puede causar a los ganadores. En una palabra, en tales situaciones, cuando la derrota de su opción preferida esta casi garantizada, los electores no se comportarían como "homo oeconomicus".
Este tipo de motivación explicaría el porqué los electores de los partidos que se saben minoritarios o perdedores en una elección vayan a votar, aunque sepan que su voto no se va a traducir en nada "positivo" para ellos ...salvo, clara está, la satisfacción que sacan por la molestia que les supone a los electores del partido o partidos vencedores el saber que hay ciudadanos que no están en absoluto con ellos, que sus intereses son contrapuestos.
Obviamente, no todos los votantes se guían por tal "lógica" -digamos que- negativa, la de votar por "joder", por decirlo mal pero claramente, pero los hay y puede argumentarse además que conforme mayor sea el porcentaje de votantes cuyo voto esté guiado por esta consideración (lo cual dependerá de la medida en que los electores de unas determinadas opciones políticas tengan más claro que van a perder las elecciones), mayor será la polarización política.
Sencillamente sucede que, puestos a votar para hacer daño, a un elector que sabe que su mejor opción no va a salir, le interesa votar al partido perdedor que más desagrade a los votantes del partido ganador para así "amargarles" en la medida de lo posible su triunfo. Y claro está, el partido que más desagrada al ganador es aquel que se encuentra en sus antípodas ideológicas.
Al caso. En las próximas elecciones a la Comunidad de Madrid, todo apunta que la derecha ya sea aisladamente (el PP) o en coalición (PP y VOX y C's) se va a alzar con la victoria. Pues bien, si algo está claro es que el voto que más "jode" a los votantes y partidos de la derecha es sin la menor duda el voto que recibe Unidas Podemos. Por ello no me extrañaría que el porcentaje de votos de este partido supere en la realidad final sus previsiones, a expensas claro está del PSOE y de Más Madrid, conforme la fecha de las elecciones se acerque y la seguridad del triunfo de la derecha se vaya consolidando. Puesto a votar a perdedores, los votantes que se guían por la "lógica" de elección que se acaba de exponer pensarán que más vale votar a aquel partido de entre los perdedores (los partidos de izquierdas) que más le molestan a los vencedores en la contienda electoral, o sea, a la gente de derechas, de modo que su triunfo no les sea tan dulce. O sea, votarán a a Podemos aunque sus políticas no sean las que mejor reflejan sus intereses.
Repetidamente, en varias entradas de este blog, se ha hecho referencia a una serie de distinciones respecto al complejo conjunto de intereses que, junto a las restricciones de tiempo, dinero y de otro tipo (por ejemplo, religiosas, culturales, etc.), explican el comportamiento de los individuos, de la gente. La "lógica" de todo ello es muy simple y está en la base de la manera que los economistas tienen de entender el comportamiento humano. Sería algo tan simple como lo siguiente: cada uno se comporta intentando satisfacer en la "mayor medida posible" sus intereses, aunque teniendo que contar para ello con las restricciones que inexorablemente a cada uno le afectan, o sea, cuánta riqueza/renta/dinero tiene, cuánto tiempo tiene para hacerlo, y cuántas restricciones al comportamiento existen en una sociedad por razones culturales en sentido amplio. En suma, que como decían los Stones, "you can't always get what you want"
Pero, ¿qué quiere conseguir cada individuo. Los biólogos evolutivos señalan que, independientemente de otras objetivos particulares, lo que quiere todo individuo es vivir y "prosperar" y reproducirse. Es un mandato genético. Es esa la idea que subyace en toda la Teoría Económica, que los individuos son "homo oeconomicus", hombres económicos que se definen porque en su comportamiento persiguen sólo y exclusivamente su propio y egoísta interés, o sea, que sólo les interesa o les preocupa aquello que revierte en una mejora de su situación particular, lo que requiere en las sociedades de mercado el tener cuánto más dinero, mejor. Pero el conseguir mejorar su propia situación les exige a los "homo oeconomicus", por muy egocéntricos, que sean el tener que preocuparse también por los asuntos colectivos, o sea, de la Política pues cómo le vaya a uno depende y mucho de las políticas que se instrumenten desde los poderes públicos.
Sin meterse en más honduras, la Economía de la Política establece que en un sistema democrático, los individuos, en la medida que se comportan como "homo oeconomicus" racionales, se comportarán en el mundo de la Política como lo hacen en los mercados, o sea que elegirán entre los diferentes partidos políticos exactamente guiados por la misma lógica que dirige sus elecciones en los mercados de bienes y servicios, o sea, eligeirán entre los partidos políticos como si fuesen empresas que les "venden", no productos, sino programas.
Esta manera tan especial de ver la "res publica" desde la Economía viene a decir que los votantes "compran" o eligen el partido al que votan en función del grado en que su programa refleja o se adecua en mayor medida a sus particulares intereses. Cada uno, pues, votaría la opción política que estimaría mejor para uno mismo. Ahora bien, dado que el número de partidos es siempre pequeño, difícilmente ningún elector concreto se encontrará nunca que sus preferencias o intereses colectivos se encuentran reflejadas enteramente en el programa de alguno de ellos. La implicación primera de esto es que nunca el nivel de satisfacción con la política y con los partidos políticos será completo, siempre existirá una separación entre lo que los votantes quieren y lo que sus partidos les ofrecen. Ello explica e incluso justifica la existencia de un tipo de abstención en las votaciones: las de aquellos votantes que no encuentran ningún partido que les merezca la pena votar.
Pero, adicionalmente, se tiene que el mercado político es de un tipo especial, del tipo que se conoce como un "winner-take-all-market", o sea, un mercado en que "el ganador se queda con todo". Ello quiere decir que el partido (o la coalición de partidos) que alcanza la mayoría en un parlamento, se queda con todo el poder. Lo que se traduce en que los intereses colectivos diferenciales de los electores del partido o partidos que NO alcanzan esa mayoría, o sea, que pierden las elecciones, no se ven representados, aunque la diferencia de votos sea mínima. Ocurre que una diferencia de un simple voto se traduzca en que la amplísima "minoría" perdedora no consiga ni un ápice de poder público, del poder para determinar las políticas públicas que tanto afectan a sus intereses privados.
Dicho de otra manera, los votantes de los partidos que pierden las elecciones no cuentan para nada a la hora de definir las políticas que se instrumentan desde los poderes públicos, salvo en los contados casos en que esas políticas requieren un apoyo parlamentario por parte de una mayoría cualificada en un parlamento . De ahí se sigue que los partidarios de partidos que saben que están en minoría y que, en consecuencia, van a perder las elecciones, no tendrían -en principio- el menor motivo racional para votar. ¿Para qué molestarse si su voto es inútil? Lo que se traduciría, por tanto, en unos niveles de abstención aún más elevados entre los partidarios de los partidos que seguro van a perder.
En suma, que a tenor de esta característica de los "mercados políticos" se sigue que la Economía de la Política predeciría que las votaciones atraerían a un relativamente escaso número de votantes. Básicamente los de los votantes de los partidos con cierta seguridad de vencer.
Pero en la realidad no sucede tal cosa. Cierto que siempre hay un cierto nivel de abstención, pero lo sorprendente es que sea frecuente que en elección tras elección vote bastante más del 50% del censo electoral, aún a sabiendas por parte de muchísimos electores de que su voto no sirve para nada pues el o los partidos que mejor representarían sus intereses no van a ganar. Este fenómeno recibe una denominación: la "paradoja del voto", que lleva siendo objeto de investigación desde hace décadas por economistas y politólogos, que no paran en elaborar razones para explicar ese comportamiento tan "irracional".
A la larga lista de justificaciones de este fenómeno, voy a agregar aquí otra "explicación" para ese comportamiento de los votantes que votan aunque sepan que su voto va directamente a la papelera, que se aleja en buena medida de las variopintas explicaciones ofrecidas por los expertos, y que parte de opiniones y comentarios que cotidianamente se pueden oír en periodos electorales cuando las gentes se cuentan y justifican lo que van a votar. Y es que, frente a la idea generalizada en la Economía de la Política de que los electores eligen a los partidos en función del grado en que sus programas se corresponden con sus intereses o preferencias, como lo hacen en los mercados de bienes y servicios cuando compran aquellos bienes que más satisfacción o bienestar les producen, lo que aquí sostengo es que en los "mercados políticos", precisamente debido a esa característica que tienen de que el "ganador se queda con todo el poder", no es nada infrecuente que la motivación de un elector se guíe por otro principio radicalmente distinto, cual es el de de maximizar la molestia o daño que con su voto se causa a los "otros", a los seguros vencedores, a sus rivales políticos. La idea sería que lo que guía la decisión de voto no es lo que un elector desea que ocurra pues sabe que "eso" no va a ocurrir, sino el daño psicológico, la molestia, que con su voto puede causar a los ganadores. En una palabra, en tales situaciones, cuando la derrota de su opción preferida esta casi garantizada, los electores no se comportarían como "homo oeconomicus".
Este tipo de motivación explicaría el porqué los electores de los partidos que se saben minoritarios o perdedores en una elección vayan a votar, aunque sepan que su voto no se va a traducir en nada "positivo" para ellos ...salvo, clara está, la satisfacción que sacan por la molestia que les supone a los electores del partido o partidos vencedores el saber que hay ciudadanos que no están en absoluto con ellos, que sus intereses son contrapuestos.
Obviamente, no todos los votantes se guían por tal "lógica" -digamos que- negativa, la de votar por "joder", por decirlo mal pero claramente, pero los hay y puede argumentarse además que conforme mayor sea el porcentaje de votantes cuyo voto esté guiado por esta consideración (lo cual dependerá de la medida en que los electores de unas determinadas opciones políticas tengan más claro que van a perder las elecciones), mayor será la polarización política.
Sencillamente sucede que, puestos a votar para hacer daño, a un elector que sabe que su mejor opción no va a salir, le interesa votar al partido perdedor que más desagrade a los votantes del partido ganador para así "amargarles" en la medida de lo posible su triunfo. Y claro está, el partido que más desagrada al ganador es aquel que se encuentra en sus antípodas ideológicas.
Al caso. En las próximas elecciones a la Comunidad de Madrid, todo apunta que la derecha ya sea aisladamente (el PP) o en coalición (PP y VOX y C's) se va a alzar con la victoria. Pues bien, si algo está claro es que el voto que más "jode" a los votantes y partidos de la derecha es sin la menor duda el voto que recibe Unidas Podemos. Por ello no me extrañaría que el porcentaje de votos de este partido supere en la realidad final sus previsiones, a expensas claro está del PSOE y de Más Madrid, conforme la fecha de las elecciones se acerque y la seguridad del triunfo de la derecha se vaya consolidando. Puesto a votar a perdedores, los votantes que se guían por la "lógica" de elección que se acaba de exponer pensarán que más vale votar a aquel partido de entre los perdedores (los partidos de izquierdas) que más le molestan a los vencedores en la contienda electoral, o sea, a la gente de derechas, de modo que su triunfo no les sea tan dulce. O sea, votarán a a Podemos aunque sus políticas no sean las que mejor reflejan sus intereses.