FERNANDO ESTEVE MORA
He recordado hoy una curiosa novela de H.G.Wells que leí hace muchos años, El alimento de los dioses. En ella Wells, en un mundo victoriano, imaginaba el descubrimiento por parte de dos científicos estrafalarios de un compuesto, un "complemento alimenticio" o una "hormona del crecimiento" diríamos hoy, que suministrado a cualquier ser vivo lo hacía crecer de forma "desproporcionada". Y, con la típica y peligrosísima inconsciencia de los científicos acerca de las consecuencias sociales y morales de sus descubrimientos, tan habitual entonces como ahora, acababan superando toda cortapisa o restricción que pudiera ponerles el sentido común de las gentes normales y acababan llevando a la realidad su invento generando plantas, animales (ratas, arañas,..) y humanos de tamaño gigante.
La narración luego va desarrollándose como era de esperar. Y es que con el paso de los años, las dificultades de la relación entre humanos (de alturas) "normales" y humanos "anormales" que alcanzan la veintena o más de metros, se van agudizando, llevando al final a la guerra declarada entre la mayoría de "humanos" que ahora ya no son sino pigmeos, y los "humanos" gigantes, pues cada vez resulta más claro que la diferencia cuantitativa de altura entre unos y otros "salta" de nivel y se ha convertido en una separación cualitativa, pues para los humanos "normales" los gigantes por el mero hecho de serlo ya van dejando de serlo, dejan de ser humanos como ellos, de modo que para los humanos "enanos" los gigantes son ya casi de otra especie, de una especie no-humana (aunque Wells no deja ni un momento de tratar de acentuar su "humanidad") , una especie extraña que amenaza la supervivencia de la humana "normal".
Como sucede con otros relatos de ciencia-ficción, es posible buscarle también a éste "tres pies al gato". Pero no voy a entrar en ello. Sólo señalo que he recordado esta novela. Más adelante se verá porqué.
En 1971, Jan Pen, un economista holandés, para trasmitir de una manera más vívida los datos de la distribución personal de la renta, imaginó un desfile por las calles de una ciudad. Un desfile en el que toda la población de un país o de una sociedad desfilaría por delante de un espectador. Un desfile en el que la posición de cada individuo que participaba en él dependía de su nivel de renta, o sea del dinero que ganara, de modo que los que menos renta hubieran percibido o ganado desfilaban primero, y los que más, después. O sea, que encabezaba el desfile quien había ganado menos dinero en ese año, y lo cerraba quien había ganado más. El desfile duraba exactamente una hora y, repito, en él participaba todo el mundo.
Pero, y esto es lo importante, no sólo el nivel de renta de cada individuo determinaba su posición en el desfiles, sino que además su renta "modificaba" su altura física. Es decir que la altura de la gente que desfilaba era proporcional a su nivel de renta. Para establecer esa proporcionalidad, Pen estableció que una altura de 1, 75 m (la altura media de la población) representaba la renta media e imaginó que el único espectador del desfile tenía esa altura. Dicho con otras palabras, Pen, en su desfile utilizó para medir a la gente una suerte de "sistema métrico-económico", que medía la altura económica de la gente en "metros-económicos".
Pues bien, a partir de estos supuestos, y con los datos de distribución personal de la renta en EE.UU. para el año 1971, en el desfile imaginado por Jan Pen, ocurrían cosas como las siguientes: 1) que a los diez minutos del desfile, o sea, cuando había desfilado el 10% de la población, la altura de los participantes todavía no le llegaba a la cintura al espectador (0,85 centímetros-económicosm). O sea, que eran enanos económicamente hablando. 2) que a la media hora, o sea, a mitad del desfile, cuando ya había desfilado el 50% de la población, los participantes apenas pasaban del metro y medio económico. O sea, que seguían siendo muy muy bajitos.3) que, por fin, a los 45 minutos, o sea, cuando ya había desfilado las tres cuartas partes de la población la altura de los participantes era la misma del espectador, y 4) a partir de entonces, la altura de los participantes en el desfile crecía rápidamente. Y así, cuando ya sólo faltaban 10 minutos para acabar el desfile, o sea, cuando ya había desfilado el 90% de la población, los participantes medían ya más de ¡6 metros! Y esto no era nada, pues la altura del resto crecía a velocidad vertiginosa, alcanzando los últimos participantes alturas kilométricas. Concretamente, el último de los desfilantes, quien cerraba el desfile entonces, John Paulston medía más de..¡¡¡ 85 kilómetros-económicos de altura!!!!. Increíble, ¿no? Y, hoy, serían aún más altos los más ricos con total seguridad si ese desfile se hiciese por la Quinta Avenida. ¿Cuánto "medirán" en la actualidad los últimos en pasar en un desfile así, los Bill Gates, Jeff Bezos, Peter Thiel, Tim Cook, Elon Musk, Mark Zuckerberg?
Juntemos ahora las dos cosas. Está claro que el "neoliberalismo" ha sido en nuestros tiempos el "Alimento económico de los Dioses" de que hablaba Wells.La hormona del crecimiento de los muy ricos que los ha hecho cada vez más y más ricos. Y, para mí, está igualmente claro que esas "hormonadas" gentes, esos gigantes de tanta "altura" económica son, cada vez más, de otra especie (de una especie "parasitaria" agregaría yo, aunque no me voy a detener hoy en ello) con la que cada vez me resulta más que difícil, imposible, sentir empatía de tan distantes, tan ajenos, tan "lejos· están de nosotros, de los "normales" humanos. Lo mismo que les pasaba a los humanos normales y enanos en la novela de Wells, nos estaría pasando a algunos enanos económicos de la realidad de hoy, puesto que cada vez nos resulta más duro considerarnos de la misma especie "biológica" que ellos en la medida que ya no somos de la misma especie económica.
Y es que como historiadores, antropólogos, filósofos y economistas heterodoxos han resaltado, la sociedad de mercado, o sea, el capitalismo, se caracteriza porque la definición económica de lo humano se superpone y está por encima de cualesquiera otra, ya sea biológica, religiosa, étnica, sentimental,.. Uno es humano en tanto tiene dinero, y en la medida en que lo tiene, o sea, que el "status" de una persona en una sociedad capitalista está ligado directa y exclusivamente a su posición económica: si no tienes nada, no eres nada, no eres nadie.
Pues bien, aceptando esa realidad incontestable, se tiene que los gigantes económicos por su desmedida altura económica serían más humanos o más auténticamente humanos que los demás con los criterios que rigen en en una sociedad de mercado. Poco tienen por ello que ver esencialmente (o sea, económicamente que es a lo que se reduce la esencia humana en las sociedades de mercado) esos gigantes con "nosotros", los enanos o bajitos económicamente hablando, los que desde su punto de vista seríamos subhumanos . ¿Se pueden sorprender, acaso, estos superhombres del "que se joda" que yo he oído alguna vez que comentan entre sí algunos subhumanos económicos cuando alguien de entre los primeros, por ejemplo, un rico banquero muere, o su familia sufre un grave percance? Pues, no teniendo ya casi nada en común, no siendo de la misma especie, ¿por que' habríamos de sentir sus males los subhumanos económicos? ¿Qué puede tener que ver uno que "mide" económicamente 1,70m con otro que mide 90 Km? Nada, ¿no?
Pero así no piensan todos los enanos económicos. Porque hay otros entre ellos que no ven así las cosas. Que sí que ven a los gigantes económicos como extrahumanos, pero no como inhumanos sino como semidioses o dioses. Son ellos los bajitos económicos los que no les llegan a la "suela de sus zapatos", literal y metafóricamente hablando. Y son ellos los que se asumen como defectuosos, deformes, tullidos, contrahechos. Por contra, en comparación, los gigantes serían quienes encarnarían las virtudes más humanas, "auténticamente" humanas: el éxito, el amor por el riesgo, el espíritu emprendedor. Y es que si no son dioses, sí -al menos- que habrían sido elegidos por los dioses. Y, entonces, ¿cómo no sufrir por sus sufrimientos? ¿cómo no lamentarse de sus desgracias? ¿cómo no llorar sus muertes? Bien enseñados y conformados por los sacerdotes de esta religión de los altos, o sea los economistas, los enanos económicos aprenden a deberles a los gigantes económicos sus vidas, los bienes a los que pueden acceder pues les "deben" sus trabajos.
Se equivocaba H.G.Wells. Se equivocaba Marx. La lucha de clases, la guerra entre gigantes y enanos económicos no está ni mucho menos garantizada. Hoy por hoy no la hay. Ni la habrá hasta que no dejen de ser mayoría los enanos que no sólo se ven a sí mismos más bajitos, que ciertamente lo son, sino que además se consideran a sí mismos infrahumanos, inferiores a los gigantes.
Todo esto se me ha venido a la mente cuando he leído que, en este año de solidaridad humana por el coronavirus, la altura económica de los jefes y directores de las empresas del IBEX ha crecido y multiplica por 86,3 la "altura" media de sus empleados. Por poner un ejemplo, la altura económica de Ana Patricia Botín debe estar ahora mismo en torno a los 800 metros. No me extraña que sus andanzas y los de la gente de su "especie" sean un riesgo para los humanos de altura económica normal. Sencillamente, cada vez que se mueven, algunos de nosotros resultamos aplastados. Inevitablemente. Para "nosotros", los "normales", su mera existencia es peligrosa. Como bien lo previó H.G.Wells en "El alimento de los dioses".
He recordado hoy una curiosa novela de H.G.Wells que leí hace muchos años, El alimento de los dioses. En ella Wells, en un mundo victoriano, imaginaba el descubrimiento por parte de dos científicos estrafalarios de un compuesto, un "complemento alimenticio" o una "hormona del crecimiento" diríamos hoy, que suministrado a cualquier ser vivo lo hacía crecer de forma "desproporcionada". Y, con la típica y peligrosísima inconsciencia de los científicos acerca de las consecuencias sociales y morales de sus descubrimientos, tan habitual entonces como ahora, acababan superando toda cortapisa o restricción que pudiera ponerles el sentido común de las gentes normales y acababan llevando a la realidad su invento generando plantas, animales (ratas, arañas,..) y humanos de tamaño gigante.
La narración luego va desarrollándose como era de esperar. Y es que con el paso de los años, las dificultades de la relación entre humanos (de alturas) "normales" y humanos "anormales" que alcanzan la veintena o más de metros, se van agudizando, llevando al final a la guerra declarada entre la mayoría de "humanos" que ahora ya no son sino pigmeos, y los "humanos" gigantes, pues cada vez resulta más claro que la diferencia cuantitativa de altura entre unos y otros "salta" de nivel y se ha convertido en una separación cualitativa, pues para los humanos "normales" los gigantes por el mero hecho de serlo ya van dejando de serlo, dejan de ser humanos como ellos, de modo que para los humanos "enanos" los gigantes son ya casi de otra especie, de una especie no-humana (aunque Wells no deja ni un momento de tratar de acentuar su "humanidad") , una especie extraña que amenaza la supervivencia de la humana "normal".
Como sucede con otros relatos de ciencia-ficción, es posible buscarle también a éste "tres pies al gato". Pero no voy a entrar en ello. Sólo señalo que he recordado esta novela. Más adelante se verá porqué.
En 1971, Jan Pen, un economista holandés, para trasmitir de una manera más vívida los datos de la distribución personal de la renta, imaginó un desfile por las calles de una ciudad. Un desfile en el que toda la población de un país o de una sociedad desfilaría por delante de un espectador. Un desfile en el que la posición de cada individuo que participaba en él dependía de su nivel de renta, o sea del dinero que ganara, de modo que los que menos renta hubieran percibido o ganado desfilaban primero, y los que más, después. O sea, que encabezaba el desfile quien había ganado menos dinero en ese año, y lo cerraba quien había ganado más. El desfile duraba exactamente una hora y, repito, en él participaba todo el mundo.
Pero, y esto es lo importante, no sólo el nivel de renta de cada individuo determinaba su posición en el desfiles, sino que además su renta "modificaba" su altura física. Es decir que la altura de la gente que desfilaba era proporcional a su nivel de renta. Para establecer esa proporcionalidad, Pen estableció que una altura de 1, 75 m (la altura media de la población) representaba la renta media e imaginó que el único espectador del desfile tenía esa altura. Dicho con otras palabras, Pen, en su desfile utilizó para medir a la gente una suerte de "sistema métrico-económico", que medía la altura económica de la gente en "metros-económicos".
Pues bien, a partir de estos supuestos, y con los datos de distribución personal de la renta en EE.UU. para el año 1971, en el desfile imaginado por Jan Pen, ocurrían cosas como las siguientes: 1) que a los diez minutos del desfile, o sea, cuando había desfilado el 10% de la población, la altura de los participantes todavía no le llegaba a la cintura al espectador (0,85 centímetros-económicosm). O sea, que eran enanos económicamente hablando. 2) que a la media hora, o sea, a mitad del desfile, cuando ya había desfilado el 50% de la población, los participantes apenas pasaban del metro y medio económico. O sea, que seguían siendo muy muy bajitos.3) que, por fin, a los 45 minutos, o sea, cuando ya había desfilado las tres cuartas partes de la población la altura de los participantes era la misma del espectador, y 4) a partir de entonces, la altura de los participantes en el desfile crecía rápidamente. Y así, cuando ya sólo faltaban 10 minutos para acabar el desfile, o sea, cuando ya había desfilado el 90% de la población, los participantes medían ya más de ¡6 metros! Y esto no era nada, pues la altura del resto crecía a velocidad vertiginosa, alcanzando los últimos participantes alturas kilométricas. Concretamente, el último de los desfilantes, quien cerraba el desfile entonces, John Paulston medía más de..¡¡¡ 85 kilómetros-económicos de altura!!!!. Increíble, ¿no? Y, hoy, serían aún más altos los más ricos con total seguridad si ese desfile se hiciese por la Quinta Avenida. ¿Cuánto "medirán" en la actualidad los últimos en pasar en un desfile así, los Bill Gates, Jeff Bezos, Peter Thiel, Tim Cook, Elon Musk, Mark Zuckerberg?
Juntemos ahora las dos cosas. Está claro que el "neoliberalismo" ha sido en nuestros tiempos el "Alimento económico de los Dioses" de que hablaba Wells.La hormona del crecimiento de los muy ricos que los ha hecho cada vez más y más ricos. Y, para mí, está igualmente claro que esas "hormonadas" gentes, esos gigantes de tanta "altura" económica son, cada vez más, de otra especie (de una especie "parasitaria" agregaría yo, aunque no me voy a detener hoy en ello) con la que cada vez me resulta más que difícil, imposible, sentir empatía de tan distantes, tan ajenos, tan "lejos· están de nosotros, de los "normales" humanos. Lo mismo que les pasaba a los humanos normales y enanos en la novela de Wells, nos estaría pasando a algunos enanos económicos de la realidad de hoy, puesto que cada vez nos resulta más duro considerarnos de la misma especie "biológica" que ellos en la medida que ya no somos de la misma especie económica.
Y es que como historiadores, antropólogos, filósofos y economistas heterodoxos han resaltado, la sociedad de mercado, o sea, el capitalismo, se caracteriza porque la definición económica de lo humano se superpone y está por encima de cualesquiera otra, ya sea biológica, religiosa, étnica, sentimental,.. Uno es humano en tanto tiene dinero, y en la medida en que lo tiene, o sea, que el "status" de una persona en una sociedad capitalista está ligado directa y exclusivamente a su posición económica: si no tienes nada, no eres nada, no eres nadie.
Pues bien, aceptando esa realidad incontestable, se tiene que los gigantes económicos por su desmedida altura económica serían más humanos o más auténticamente humanos que los demás con los criterios que rigen en en una sociedad de mercado. Poco tienen por ello que ver esencialmente (o sea, económicamente que es a lo que se reduce la esencia humana en las sociedades de mercado) esos gigantes con "nosotros", los enanos o bajitos económicamente hablando, los que desde su punto de vista seríamos subhumanos . ¿Se pueden sorprender, acaso, estos superhombres del "que se joda" que yo he oído alguna vez que comentan entre sí algunos subhumanos económicos cuando alguien de entre los primeros, por ejemplo, un rico banquero muere, o su familia sufre un grave percance? Pues, no teniendo ya casi nada en común, no siendo de la misma especie, ¿por que' habríamos de sentir sus males los subhumanos económicos? ¿Qué puede tener que ver uno que "mide" económicamente 1,70m con otro que mide 90 Km? Nada, ¿no?
Pero así no piensan todos los enanos económicos. Porque hay otros entre ellos que no ven así las cosas. Que sí que ven a los gigantes económicos como extrahumanos, pero no como inhumanos sino como semidioses o dioses. Son ellos los bajitos económicos los que no les llegan a la "suela de sus zapatos", literal y metafóricamente hablando. Y son ellos los que se asumen como defectuosos, deformes, tullidos, contrahechos. Por contra, en comparación, los gigantes serían quienes encarnarían las virtudes más humanas, "auténticamente" humanas: el éxito, el amor por el riesgo, el espíritu emprendedor. Y es que si no son dioses, sí -al menos- que habrían sido elegidos por los dioses. Y, entonces, ¿cómo no sufrir por sus sufrimientos? ¿cómo no lamentarse de sus desgracias? ¿cómo no llorar sus muertes? Bien enseñados y conformados por los sacerdotes de esta religión de los altos, o sea los economistas, los enanos económicos aprenden a deberles a los gigantes económicos sus vidas, los bienes a los que pueden acceder pues les "deben" sus trabajos.
Se equivocaba H.G.Wells. Se equivocaba Marx. La lucha de clases, la guerra entre gigantes y enanos económicos no está ni mucho menos garantizada. Hoy por hoy no la hay. Ni la habrá hasta que no dejen de ser mayoría los enanos que no sólo se ven a sí mismos más bajitos, que ciertamente lo son, sino que además se consideran a sí mismos infrahumanos, inferiores a los gigantes.
Todo esto se me ha venido a la mente cuando he leído que, en este año de solidaridad humana por el coronavirus, la altura económica de los jefes y directores de las empresas del IBEX ha crecido y multiplica por 86,3 la "altura" media de sus empleados. Por poner un ejemplo, la altura económica de Ana Patricia Botín debe estar ahora mismo en torno a los 800 metros. No me extraña que sus andanzas y los de la gente de su "especie" sean un riesgo para los humanos de altura económica normal. Sencillamente, cada vez que se mueven, algunos de nosotros resultamos aplastados. Inevitablemente. Para "nosotros", los "normales", su mera existencia es peligrosa. Como bien lo previó H.G.Wells en "El alimento de los dioses".