Fue Julia Pastrana una mujer "famosa" hacia mediados del siglo XIX tanto en EE.UU. como en Gran Bretaña y otros países de Europa. Y lo fue por ser "especial": tenía una barba casi valleinclanesca, y también muy peludos los brazos y piernas. En unos tiempos en que las versiones populares de la teoría darwiniana de la evolución estaban atrapando y llenado la imaginación del gran público y la búsqueda de un "eslabón perdido" entre "monos" y "hombres" aparecía como científica, una mujer con esas características externas tan "masculinas" encajaba bien en tan delirantes expectativas. A Julia Pastrana, la "mujer-mono", ese peculiar modo de imaginar el mundo le sirvió para capitalizar de alguna manera su "rareza" capilar, y así logró ir viviendo económicamente de ir por circos, ferias y teatros cobrando porque las gentes la vieran y tocaran sus barbas, algunos riéndose de ella, otros compadeciéndola y otros, los sedicentes científicos, cuestionándose si era humana o mona.
Hasta aquí lo "normal", podríamos decir. Mujeres como ella las hubo en el medioevo y nada impide pensar que en el imperio persa o en romano haya habido también otras julias pastranas que hayan sido convertidas o se hayan convertido -quién sabe si voluntariamente- en carne de exhibición en mercados por vaya usted a saber qué características físicas o raciales.. Pero lo que hace de la Julia Pastrana del siglo XIX un caso especial es otra cosa que la atañe pero que sin embargo, no va con ella en estricto sentido
Julia Pastrana murió dando a luz. Su marido -es de suponer- sintió tan dura pérdida emocional. Pero lo que no es necesario suponer, pues es seguro de todas todas, es que como su "manager" que también lo era, su marido experimentó una gran pérdida económica con la muerte de su esposa y representada. Pues era su capital. Y la muerte de Julia no significaba sino su devaluación.
Pero, y aquí está la diferencia con los casos de las otras julias de otros tiempos, el espíritu capitalista anidaba ya plenamente en la mente del marido-"manager", de modo que no tardó, como buen emprendedor que era, en recomponerse y encontrar una manera de compensar, si no su pérdida emocional, sí la fuerte peŕdida en su capital.
Y así, no tuvo el menor empacho en embalsamar a su amada Julia con todas sus barbas y excrecencias capilares y seguir llevándola de un lado para otro de feria en feria, de pueblo en pueblo, como si nada hubiera pasado.
Me lo imagino todas las noches, una vez cerrado el espectáculo y tras haber contado y anotado los ingresos del día en el libro Diario de contabilidad, levantando el cristal de la vitrina donde el cadáver de su esposa yacía y extendiendo cuidadosamente los mejores y más queratínicos productos capilares para que la barba de su difunta luciese al día siguiente tan espléndida o más que en vida. Es lo que ha de hacer el buen capitalista, cuidar de su capital ¿no? ¡Para que luego digan que el capitalismo acaba con las relaciones emocionales!
(P.D.- El cadaver de Julia Pastrana, la "mujer-mono", como bien de capital que era, siguió su "vida" pasando de mano en mano de otros empresarios capitalistas un entero siglo más, hasta 1970 concretamente, en que ente las quejas de algunos "radicales" se prohibió que siguiesen sus andanzas y acabó en el Instituto de Medicina Forense de Oslo)