FERNANDO ESTEVE MORA
Es muy de lamentar que nuestras lenguas utilicen la misma palabra: razonable, para referirse a dos dominios intelectuales enteramente separables y separados: el de lo ético/moral y el de lo real. Que no hay que confundir lo que es, el ser, con lo que debe ser es algo que David Hume, entre otros muchos filósofos, nos enseñó...y que tendemos a olvidar a nuestra costa. Cierto, lo moral suele ser el modo de conducta razonable: lo que la razón prescribe como lo correcto, lo que debe ser, lo justo. Se dice, incorrectamente, que alguien "tiene razón" cuando lo que defiende es lo razonable, lo moralmente adecuado. Lo moral es, además, lo razonable desde un punto de vista colectivo o agregado, o sea, lo que es más beneficioso para todos. Tanto, tanto igualamos razonabilidad con moralidad que muchas veces calificamos a los comportamientos inmorales de irracionales, como locuras. Pero puede ocurrir en muchos tipos de interacciones que lo razonable, lo que debería ser, no es lo racional, lo que alguno o algunos en esa interacción juzguen que es lo más adecuado a sus particulares intereses. En suma, que no es nada extraño sino todo lo contrario que, para algunos de los actores implicados en un conflicto, lo racional no siempre sea lo razonable, y a la inversa, que lo razonable no sea siempre lo racional
El caso es que, sin duda la agresión rusa a Ucrania sólo admite un calificativo moral: es inmoral, injustificable, y por ello mismo no es razonable. No debería haber ocurrido. Putin ciertamente no es razonable. Quizás tampoco sea racional, pero lo adecuado es razonar como si lo fuera. Es decir que actúa racionalmente, o sea, persiguiendo sus propios intereses. Pero, volviendo al problema que nos ocupa, el de la agresión rusa a Ucrania el problema no es el de su razonabilidad. El problema, ahora, es que ya ha ocurrido. Ya la agresión ha sucedido. El tiempo nunca fluye hacia atrás. Y, entonces, el problema es otro , cual es el de qué es lo que ahora sería lo razonable y qué sería lo racional para los actores implicados, y singularmente para el líder ruso.
Me sorprende estos días leer a políticos y periodistas del muy moral mundo occidental (aunque recuérdese su débil respuesta cuando "lo" de Irak, o "lo" de Afganistán, o "lo" de Serbia y Kosovo) cuando ponen como guía de las decisiones el conseguir lo razonable, luchar por lo que debería ser, lo que equivale a "trabajar" por la derrota de Rusia en Ucrania, como castigo al "pecado" de su agresión. Es esta, obviamente, una interpretación religiosa o moral de lo que ha ocurrido. Perfectamente válida como tal, razonable sin duda, pero cuestionable en su racionalidad. La interpretación de la agresión a Ucrania como pecado impone, obviamente, en el cristiano mundo occidental, la necesidad de que Rusia sufra correspondientemente el debido castigo, la debida penitencia: la humillación y la derrota es lo razonable, lo que debe ser, lo moral.
Este punto de vista se traduce, en consecuencia, en palabras de líderes políticos y comentaristas en que la estrategia a seguir ha de ser la de tratar de conseguir esa derrota rusa, si bien no suministrando soldados (eso quizás sería "dar" demasiado a Ucrania para que administre el debido castigo a Rusia) sí al menos armas adecuadas para que el pueblo ucraniano pueda, no sólo defenderse, sino derrotar y expulsar a los rusos de su territorio. Ciertamente, si así ocurriese, yo también me sentiría bien. Eso satisfacería mis mejores sentimientos y valores de justicia, valentía, reciprocidad y hasta armonía universal y kármica.
Pero hay un "pero". Un gran "pero". Y es que aceptando que la derrota de Rusia es lo razonable, siento mucho decir que no me parece nada racional esta manera de ver las cosas, que repito, es moralmente razonable. Y ello por dos razones. La primera es que Rusia dispone de armamento nuclear y cabe pensar que lo usará si estima que con armas convencionales no logra sus objetivos, y más aún, si resulta derrotada. La segunda es que Rusia, en un mundo globalizado, puede actuar en otros espacios y no sólo en Ucrania para defender hoy y ahora sus intereses atacando a los nuestros. Por ejemplo, ¿no es tonto observar que nadie haga mención de las relaciones de Rusia con Irán y Siria? ¿Cabe dudar que Rusia estaría dispuesta a generar conflicto en Oriente Próximo si se siente presionada como medio de contraatacar a la Unión Europea?
En suma, que el problema de una derrota rusa en una guerra de tipo convencional en Ucrania es que deja a Rusia con sólo dos opciones: o bien asumir su implosión como potencia, pues no olvidemos que Rusia está "poniendo toda su carne convencional en el asador" de esta guerra, por lo que una derrota supondría su final como tal estado-nación pues ya no sería capaz de defender su codiciado espacio territorial, o bien llevar la guerra a zonas y niveles "no-convencionales" . El pasado histórico de Rusia y la psicología de sus dirigentes actuales hacen presumir que sería esta segunda opción la más probable, con las espantosas consecuencias previsibles también para nosotros. O sea, que una derrota de Rusia en Ucrania implicaría que, para ella, lo racional (o sea, lo que la convendría pensando en sí misma), distaría de ser lo razonable (o sea, lo que debería ser o nos convendría a todos, incluyéndonos nosotros). O dicho en forma de paradoja, lo peor para nosotros puede ser que se cumpliesen nuestros deseos morales de justicia y reparación, o sea, la derrota de Rusia. Y es que si es cierto que la victoria de Rusia en Ucrania es mala para los intereses occidentales, (pero siendo esta su "maldad" limitada y autocontenida); su derrota será peor por caótica, desordenada y desbordada.
Por decirlo en forma más teórica. Si la interacción entre Rusia y Occidente es del tipo "juego del cobarde" o chicken-game, entonces enfrentarse al matón que ya ha tomado la delantera (el agresor) es extremadamente peligroso o arriesgado, pues la destrucción mutua estaría garantizada.
Por ello, me veo obligado a reconocer que, antes que ese resultado catastrófico, prefiero una solución negociada, ergo cobarde -no tengo reparos en admitirlo- con Rusia, en que esta obtenga, quizás, el Donbas proruso y la seguridad externa que reclama desde el fin de la URSS (Ucrania fuera de la OTAN) a cambio de paz y estabilidad globales. Lo demás me parece retórica de tertulia peligrosa. No es la primera (ni será la última) vez en la historia de la humanidad en la que el más fuerte se impone al menos fuerte. Más bien es lo habitual. El paraíso kantiano de la paz perpetua no es, desgraciadamente, de este mundo.
Agresores los ha habido y los hay y en todas partes. Los hay en el patio de los colegios, y los hay en las discotecas, en las fiestas populares, en las carreteras, en las casas de vecinos y en los lugares de trabajo. ¿Quién no se ha visto alguna vez metido en un lío con alguno de ellos? Y sabemos perfectamente lo que en tales caso pasa dependiendo de lo que puede pasar ¡Ojalá no los hubiera! No debería haberlos. Pero haberlos, los hay. Y contra ellos sólo caben dos estrategias, o plegarse e intentar cambiarles o combatirles con una fuerza superior. Y, en el caso de Rusia, esta segunda opción me parece que es demasiado arriesgada. Es lo que hay.
Es muy de lamentar que nuestras lenguas utilicen la misma palabra: razonable, para referirse a dos dominios intelectuales enteramente separables y separados: el de lo ético/moral y el de lo real. Que no hay que confundir lo que es, el ser, con lo que debe ser es algo que David Hume, entre otros muchos filósofos, nos enseñó...y que tendemos a olvidar a nuestra costa. Cierto, lo moral suele ser el modo de conducta razonable: lo que la razón prescribe como lo correcto, lo que debe ser, lo justo. Se dice, incorrectamente, que alguien "tiene razón" cuando lo que defiende es lo razonable, lo moralmente adecuado. Lo moral es, además, lo razonable desde un punto de vista colectivo o agregado, o sea, lo que es más beneficioso para todos. Tanto, tanto igualamos razonabilidad con moralidad que muchas veces calificamos a los comportamientos inmorales de irracionales, como locuras. Pero puede ocurrir en muchos tipos de interacciones que lo razonable, lo que debería ser, no es lo racional, lo que alguno o algunos en esa interacción juzguen que es lo más adecuado a sus particulares intereses. En suma, que no es nada extraño sino todo lo contrario que, para algunos de los actores implicados en un conflicto, lo racional no siempre sea lo razonable, y a la inversa, que lo razonable no sea siempre lo racional
El caso es que, sin duda la agresión rusa a Ucrania sólo admite un calificativo moral: es inmoral, injustificable, y por ello mismo no es razonable. No debería haber ocurrido. Putin ciertamente no es razonable. Quizás tampoco sea racional, pero lo adecuado es razonar como si lo fuera. Es decir que actúa racionalmente, o sea, persiguiendo sus propios intereses. Pero, volviendo al problema que nos ocupa, el de la agresión rusa a Ucrania el problema no es el de su razonabilidad. El problema, ahora, es que ya ha ocurrido. Ya la agresión ha sucedido. El tiempo nunca fluye hacia atrás. Y, entonces, el problema es otro , cual es el de qué es lo que ahora sería lo razonable y qué sería lo racional para los actores implicados, y singularmente para el líder ruso.
Me sorprende estos días leer a políticos y periodistas del muy moral mundo occidental (aunque recuérdese su débil respuesta cuando "lo" de Irak, o "lo" de Afganistán, o "lo" de Serbia y Kosovo) cuando ponen como guía de las decisiones el conseguir lo razonable, luchar por lo que debería ser, lo que equivale a "trabajar" por la derrota de Rusia en Ucrania, como castigo al "pecado" de su agresión. Es esta, obviamente, una interpretación religiosa o moral de lo que ha ocurrido. Perfectamente válida como tal, razonable sin duda, pero cuestionable en su racionalidad. La interpretación de la agresión a Ucrania como pecado impone, obviamente, en el cristiano mundo occidental, la necesidad de que Rusia sufra correspondientemente el debido castigo, la debida penitencia: la humillación y la derrota es lo razonable, lo que debe ser, lo moral.
Este punto de vista se traduce, en consecuencia, en palabras de líderes políticos y comentaristas en que la estrategia a seguir ha de ser la de tratar de conseguir esa derrota rusa, si bien no suministrando soldados (eso quizás sería "dar" demasiado a Ucrania para que administre el debido castigo a Rusia) sí al menos armas adecuadas para que el pueblo ucraniano pueda, no sólo defenderse, sino derrotar y expulsar a los rusos de su territorio. Ciertamente, si así ocurriese, yo también me sentiría bien. Eso satisfacería mis mejores sentimientos y valores de justicia, valentía, reciprocidad y hasta armonía universal y kármica.
Pero hay un "pero". Un gran "pero". Y es que aceptando que la derrota de Rusia es lo razonable, siento mucho decir que no me parece nada racional esta manera de ver las cosas, que repito, es moralmente razonable. Y ello por dos razones. La primera es que Rusia dispone de armamento nuclear y cabe pensar que lo usará si estima que con armas convencionales no logra sus objetivos, y más aún, si resulta derrotada. La segunda es que Rusia, en un mundo globalizado, puede actuar en otros espacios y no sólo en Ucrania para defender hoy y ahora sus intereses atacando a los nuestros. Por ejemplo, ¿no es tonto observar que nadie haga mención de las relaciones de Rusia con Irán y Siria? ¿Cabe dudar que Rusia estaría dispuesta a generar conflicto en Oriente Próximo si se siente presionada como medio de contraatacar a la Unión Europea?
En suma, que el problema de una derrota rusa en una guerra de tipo convencional en Ucrania es que deja a Rusia con sólo dos opciones: o bien asumir su implosión como potencia, pues no olvidemos que Rusia está "poniendo toda su carne convencional en el asador" de esta guerra, por lo que una derrota supondría su final como tal estado-nación pues ya no sería capaz de defender su codiciado espacio territorial, o bien llevar la guerra a zonas y niveles "no-convencionales" . El pasado histórico de Rusia y la psicología de sus dirigentes actuales hacen presumir que sería esta segunda opción la más probable, con las espantosas consecuencias previsibles también para nosotros. O sea, que una derrota de Rusia en Ucrania implicaría que, para ella, lo racional (o sea, lo que la convendría pensando en sí misma), distaría de ser lo razonable (o sea, lo que debería ser o nos convendría a todos, incluyéndonos nosotros). O dicho en forma de paradoja, lo peor para nosotros puede ser que se cumpliesen nuestros deseos morales de justicia y reparación, o sea, la derrota de Rusia. Y es que si es cierto que la victoria de Rusia en Ucrania es mala para los intereses occidentales, (pero siendo esta su "maldad" limitada y autocontenida); su derrota será peor por caótica, desordenada y desbordada.
Por decirlo en forma más teórica. Si la interacción entre Rusia y Occidente es del tipo "juego del cobarde" o chicken-game, entonces enfrentarse al matón que ya ha tomado la delantera (el agresor) es extremadamente peligroso o arriesgado, pues la destrucción mutua estaría garantizada.
Por ello, me veo obligado a reconocer que, antes que ese resultado catastrófico, prefiero una solución negociada, ergo cobarde -no tengo reparos en admitirlo- con Rusia, en que esta obtenga, quizás, el Donbas proruso y la seguridad externa que reclama desde el fin de la URSS (Ucrania fuera de la OTAN) a cambio de paz y estabilidad globales. Lo demás me parece retórica de tertulia peligrosa. No es la primera (ni será la última) vez en la historia de la humanidad en la que el más fuerte se impone al menos fuerte. Más bien es lo habitual. El paraíso kantiano de la paz perpetua no es, desgraciadamente, de este mundo.
Agresores los ha habido y los hay y en todas partes. Los hay en el patio de los colegios, y los hay en las discotecas, en las fiestas populares, en las carreteras, en las casas de vecinos y en los lugares de trabajo. ¿Quién no se ha visto alguna vez metido en un lío con alguno de ellos? Y sabemos perfectamente lo que en tales caso pasa dependiendo de lo que puede pasar ¡Ojalá no los hubiera! No debería haberlos. Pero haberlos, los hay. Y contra ellos sólo caben dos estrategias, o plegarse e intentar cambiarles o combatirles con una fuerza superior. Y, en el caso de Rusia, esta segunda opción me parece que es demasiado arriesgada. Es lo que hay.