FERNANDO ESTEVE MORA
Es difícil encontrar a algún colectivo mejor posicionado para que se le aplique con justeza el conocido dicho de que "algunos, si son más tontos no nacen" que el de los "asesores" del actual gobierno central sea cual sea el tema. No hay semana en que no tengamos un nuevo ejemplo de su radical torpeza en asuntos de todo tipo sean políticos, económicos o sociales. Tras "lo" del empoderamiento de de las gordas de la semana pasada, lo que toca esta es el despropósito de la nueva política regulatoria de ahorro energético que desde el Ministerio ése para la Transición Ecológica se ha pergeñado para afrontar la presente situación. Antes de seguir, hay que reconocer que, como en todas las cosas del mundo, en la nueva regulación hay partes sensatas (como las que se refieren a la incentivación de la oferta de energías renovables) pero hay otras donde la insensatez alcanza cotas difícilmente superables. Y estas otras son, precisamente, aquellas que los ciudadanos experimentan y sufren más inmediata y directamente.
Ya de salida, lo que se dice pretender es fomentar el ahorro energético, no obviamente para paliar el cambio climático que es un asunto serio y global al que las medidas del gobierno en absoluto pueden afectar ni en lo más mínimo, sino que el objetivo real sería contribuir de modo eficaz a "hacer daño a Putin" (como ayer mismo le oí decir a todo un catedrático de Economía en televisión, y que me hizo recordar el famoso dictum de Mencken de que "no hay ninguna tontería que no encuentre a un profesor universitario que la avale y defienda"). Esta regulación por ello es, en sí, un desatino.
Y es que es obvio que es un completo absurdo estar subvencionando ("tope del precio del gas") el precio de la electricidad y en consecuencia fomentando realmente el consumo de energía, y a la vez ponerse ahora a restringir ese consumo energético estableciendo límites a la temperatura de la calefacción y el aire acondicionado en espacios públicos pero también privados así como restringiendo el tiempo en que pueden estar los escaparates de los locales comerciales iluminados. Esto es una contradicción total y absoluta, pero no he oído a doña Teresa Rivera dedicar un sólo segundo siquiera a "edulcolarla" lo que me lleva a pensar que ni siquiera es consciente de su existencia, lo cual es grave.
Como todo economista, y toda persona con dos dedos de frente sabe, no hay mejor manera ni manera más barata de reducir el consumo de un bien (que no sea un bien Giffen o un bien Veblen) que dejar que el mercado racione su uso mediante el mecanismo de los precios. Y esto obviamente es de aplicación para la energía. O sea, que no habría mejor manera de que las empresas y los ciudadanos en general disminuyesen su consumo energético (y así contribuyesen a ese aparentemente "bien moral" de rango superior que para el gobierno es la derrota de Rusia) que hacer que los ciudadanos y empresas paguen el precio real de la energía que consumen. Incluso si por mor de contribuir virtuosamente a ese "bien moral" se quisiese incentivar aún más esa reducción de consumo energético, bastaría con algo tan simple como elevar el reducido IVA que soporta hoy ese consumo.
Las empresas, por ejemplo, tendrían dos opciones, o seguir "despilfarrando" energía a un precio superior, con la rebaja en beneficios que ello supondría o no hacerlo, cosa que progresivamente se impondría sin necesidad de crear el cuerpo de "inspectores de calor y frío" que habría que crear para hacer cumplir esta nueva norma.
Significa esto que, como defienden los liberales y dejando fuera la política de ayuda a Ucrania, el gobierno no debiera hacer ningún tipo de política regulatoria en este asunto de la energía. Pues no, y es que ha de señalarse, sin embargo, frente a neoliberales de limitado intelecto (la inmensa mayoría por cierto) que hay una buena razón para que desde el gobierno se establezcan unas normas o criterios generales, un marco en suma, que imponga o plantee límites para la libertad de los comportamientos individuales en estos dos asuntos, el de la temperatura de los establecimientos comerciales y el de la iluminación de los escaparates.
La razón es muy simple, y todos la observamos y padecemos cotidianamente. Cualquiera que vaya en pleno verano a un cine o un centro comercial sabe que va a pasar frío, mucho frío, así que, si va a pasar un rato (cono ocurre si va al cine, lo mejor es que se lleve algo de manga larga. una camisa o la proverbial "rebequita"). También todo el mundo ha observado que, en invierno, sucede lo contrario, y que si uno va a esos sitios pasa calor, mucho calor, y ha de quitarse ropa para no sofocarse ¿Es o no es un absurdo que los dependientes de los centros comerciales vayan en manga larga en verano y en manga corta en invierno?
Un absurdo similar se da también con respecto a la iluminación de los escaparates comerciales. Los noctámbulos profesionales cuentan que se pueden encontrar escaparates más que bien iluminados a horas tan extrañas para la gente del común como las dos o las tres de la mañana en las que sólo pasan ante ellos los pocos de su urbana "tribu" .
Que estos comportamientos empresariales respecto a la temperatura e iluminación de sus establecimientos sean absurdos no significa que carezcan de lógica. Al contrario. La tienen. Es la lógica de las "carreras de armamentos". La misma que ha llevado a que los EE.UU. y Rusia tengan en sus arsenales armas nucleares suficientes para, en caso de guerra, acabar no una sino cientos de veces con la vida humana en la Tierra. Pues bien, desde el punto de vista de sus dueños, la temperatura y la iluminación son "armas" en la competencia por "pescar" clientes.
Y es que, sin duda, la temperatura agradable y la buena iluminación incentivan que la clientela traspase las puertas de un local. En verano, frente a la temperatura tórrida en el exterior, el frío de un local es de salida (o mejor, de entrada) una delicia, un placer, para quienes entran, aunque más adelante la cosa varíe conforme el cuerpo de sus clientes tenga que cambiar por homeostasis al modo invernal en plena canícula. Pero, el caso es que ya están dentro, y comprando, que es lo que quieren los dueños de esos establecimientos. En suma, que es lógico y racional desde el punto de vista de cada establecimiento comercial entrar en una suerte de "carrera de la climatización como armamento competitivo". Cada uno trata de atraer así más potenciales clientes ofreciendo una temperatura más baja que la competencia, y se llega al absurdo actual de que las temperaturas son en esos establecimientos irracionalmente bajas, Y lo opuesto ocurre en invierno.
La misma lógica se da en el asunto de la iluminacion de los escaparates. Cada comerciante tiene el incentivo de buscar que, por las noches, sus productos se vean más y mejor que los de sus competidores por los potenciales clientes que pasen por allí. En consecuencia cada comerciante tiene el incentivo de iluminar su escaparate un poco más y durante un poco más de tiempo de lo que lo hacen sus competidores. De nuevo, el mismo mecanismo que en una "carrera de armamentos" conduce al exceso de iluminación.
Y de nuevo, el lógico comportamiento individual conduce al ilógico resultado agregado ya mencionado. Todo el mundo, todos los consumidores, todos los comerciantes, reconocen el absurdo y despilfarro de esta carrera de armas de luz y temperaturas que lleva a que los escaparates estén iluminados a horas absurdas y a que la temperatura en sus interiores roce la congelación en verano y el calor sofocante en invierno, pero ninguno tiene el incentivo en ser el primero de abandonar esa carera. Sencillamente, eso sería un suicidio económico.
(En este blog, un asunto enteramente similar referido a los límites de los horarios comerciales para controlar el exceso de horario de apertura fruto de una "carrera armamentista" ya fue tratado con cierto detalle: https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428784-demasiado-mercado-como-recurso-propiedad-comun)
El problema estaría en establecer un marco general que incentivara a que los tiempos de iluminación y las temperaturas fuesen más razonables. Quizás, sin necesidad de decreto-ley alguno ello podría suceder mediante lo que se conoce como el "efecto nudge" o "efecto pequeño empujón". Tal cosa podría operar mediante la imitación por parte del sector privado del comportamiento del sector público, de modo que si los monumentos y demás edificios públicos dejasen de estar iluminados a partir de cierta hora, y si sus interiores definiesen unos límites de temperatura más acordes con el bienestar corporal, bien pudiera ocurrir que -sin necesidad de normativa legal- esos comportamiento se generalizasen actuando como "patrón de referencia" o "benchmark" al que iría adaptándose el sector privado. Y es que, como Bruce Yandle ("Bootleggers and Baptists") ha señalado, las regulaciones públicas a veces son deseadas por aquellos que, en apariencia resultan perjudicadas por ellas cuando son un medio de coordinación o una defensa contra la competencia.
Se ha decidido, no obstante, por presiones directas de la Unión Europea y para señalizar el compromiso del gobierno español con Ucrania, recurrir a la figura del decreto-ley. Bien. Es lo que hay, y punto. Pero lo esperable hubiera sido que que la norma así establecida en España fuese sensata. Pero, claro está, no lo es. A lo que parece los "cerebritos" que asesoran al Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico y al de Presidencia en este asunto han debido copiar sin más las normas alemanas y francesas, para cuyas latitudes, temeperaturas medias y estilo de vida, el quitar la iluminación de los escaparates a las 10 de la noche puede ser sensato o también lo son los márgenes de climatización interior (19ºC / 27ºC) dadas sus normales temperaturas medias. Lo insensato es ponerlos en España, en donde por ejemplo en septiembre todavía se puede leer en la calle a luz de día a las 10 de la noche en buena parte del territorio y donde también por esas fechas una ola de calor puede hacer que sufras un golpe de calor.
Lo dicho, los asesores del gobierno, si son más tontos no nacen. Para algunos es una pena que no lo sean pues así no habrían nacido y no habría que padecer sus estupideces. Para otros, como para los políticos de derechas, no lo es. Por ejemplo, no lo es para doña Isabel Díaz Ayuso, a quien los "cerebritos" de los think-tanks socialistas acaban de brindarle en bandeja una nueva oportunidad para burlarse y esta vez con razón y sin que sirva de precedente del gobierno de coalición oponiéndose a este nuevo disparate.
¡Qué cansancio! Olvidada ya la defensa de los bares y de la libertad de tomarse cañas en plena pandemia, de nuevo parece que cabalga ya la señora Ayuso cual postmoderna y a la vez que rancia Juana de Arco del capitalismo sin restricciones, defendiendo la "libertad" de los comerciantes para helarnos en sus establecimientos y para derrochar iluminación por las noches. Y lo malo es que -en esto, sólo en esto- algo de razón sí que tiene, y es que este gobierno adolece de una clara manía regulatoria, pero de la de mala regulación, por supuesto.
Es difícil encontrar a algún colectivo mejor posicionado para que se le aplique con justeza el conocido dicho de que "algunos, si son más tontos no nacen" que el de los "asesores" del actual gobierno central sea cual sea el tema. No hay semana en que no tengamos un nuevo ejemplo de su radical torpeza en asuntos de todo tipo sean políticos, económicos o sociales. Tras "lo" del empoderamiento de de las gordas de la semana pasada, lo que toca esta es el despropósito de la nueva política regulatoria de ahorro energético que desde el Ministerio ése para la Transición Ecológica se ha pergeñado para afrontar la presente situación. Antes de seguir, hay que reconocer que, como en todas las cosas del mundo, en la nueva regulación hay partes sensatas (como las que se refieren a la incentivación de la oferta de energías renovables) pero hay otras donde la insensatez alcanza cotas difícilmente superables. Y estas otras son, precisamente, aquellas que los ciudadanos experimentan y sufren más inmediata y directamente.
Ya de salida, lo que se dice pretender es fomentar el ahorro energético, no obviamente para paliar el cambio climático que es un asunto serio y global al que las medidas del gobierno en absoluto pueden afectar ni en lo más mínimo, sino que el objetivo real sería contribuir de modo eficaz a "hacer daño a Putin" (como ayer mismo le oí decir a todo un catedrático de Economía en televisión, y que me hizo recordar el famoso dictum de Mencken de que "no hay ninguna tontería que no encuentre a un profesor universitario que la avale y defienda"). Esta regulación por ello es, en sí, un desatino.
Y es que es obvio que es un completo absurdo estar subvencionando ("tope del precio del gas") el precio de la electricidad y en consecuencia fomentando realmente el consumo de energía, y a la vez ponerse ahora a restringir ese consumo energético estableciendo límites a la temperatura de la calefacción y el aire acondicionado en espacios públicos pero también privados así como restringiendo el tiempo en que pueden estar los escaparates de los locales comerciales iluminados. Esto es una contradicción total y absoluta, pero no he oído a doña Teresa Rivera dedicar un sólo segundo siquiera a "edulcolarla" lo que me lleva a pensar que ni siquiera es consciente de su existencia, lo cual es grave.
Como todo economista, y toda persona con dos dedos de frente sabe, no hay mejor manera ni manera más barata de reducir el consumo de un bien (que no sea un bien Giffen o un bien Veblen) que dejar que el mercado racione su uso mediante el mecanismo de los precios. Y esto obviamente es de aplicación para la energía. O sea, que no habría mejor manera de que las empresas y los ciudadanos en general disminuyesen su consumo energético (y así contribuyesen a ese aparentemente "bien moral" de rango superior que para el gobierno es la derrota de Rusia) que hacer que los ciudadanos y empresas paguen el precio real de la energía que consumen. Incluso si por mor de contribuir virtuosamente a ese "bien moral" se quisiese incentivar aún más esa reducción de consumo energético, bastaría con algo tan simple como elevar el reducido IVA que soporta hoy ese consumo.
Las empresas, por ejemplo, tendrían dos opciones, o seguir "despilfarrando" energía a un precio superior, con la rebaja en beneficios que ello supondría o no hacerlo, cosa que progresivamente se impondría sin necesidad de crear el cuerpo de "inspectores de calor y frío" que habría que crear para hacer cumplir esta nueva norma.
Significa esto que, como defienden los liberales y dejando fuera la política de ayuda a Ucrania, el gobierno no debiera hacer ningún tipo de política regulatoria en este asunto de la energía. Pues no, y es que ha de señalarse, sin embargo, frente a neoliberales de limitado intelecto (la inmensa mayoría por cierto) que hay una buena razón para que desde el gobierno se establezcan unas normas o criterios generales, un marco en suma, que imponga o plantee límites para la libertad de los comportamientos individuales en estos dos asuntos, el de la temperatura de los establecimientos comerciales y el de la iluminación de los escaparates.
La razón es muy simple, y todos la observamos y padecemos cotidianamente. Cualquiera que vaya en pleno verano a un cine o un centro comercial sabe que va a pasar frío, mucho frío, así que, si va a pasar un rato (cono ocurre si va al cine, lo mejor es que se lleve algo de manga larga. una camisa o la proverbial "rebequita"). También todo el mundo ha observado que, en invierno, sucede lo contrario, y que si uno va a esos sitios pasa calor, mucho calor, y ha de quitarse ropa para no sofocarse ¿Es o no es un absurdo que los dependientes de los centros comerciales vayan en manga larga en verano y en manga corta en invierno?
Un absurdo similar se da también con respecto a la iluminación de los escaparates comerciales. Los noctámbulos profesionales cuentan que se pueden encontrar escaparates más que bien iluminados a horas tan extrañas para la gente del común como las dos o las tres de la mañana en las que sólo pasan ante ellos los pocos de su urbana "tribu" .
Que estos comportamientos empresariales respecto a la temperatura e iluminación de sus establecimientos sean absurdos no significa que carezcan de lógica. Al contrario. La tienen. Es la lógica de las "carreras de armamentos". La misma que ha llevado a que los EE.UU. y Rusia tengan en sus arsenales armas nucleares suficientes para, en caso de guerra, acabar no una sino cientos de veces con la vida humana en la Tierra. Pues bien, desde el punto de vista de sus dueños, la temperatura y la iluminación son "armas" en la competencia por "pescar" clientes.
Y es que, sin duda, la temperatura agradable y la buena iluminación incentivan que la clientela traspase las puertas de un local. En verano, frente a la temperatura tórrida en el exterior, el frío de un local es de salida (o mejor, de entrada) una delicia, un placer, para quienes entran, aunque más adelante la cosa varíe conforme el cuerpo de sus clientes tenga que cambiar por homeostasis al modo invernal en plena canícula. Pero, el caso es que ya están dentro, y comprando, que es lo que quieren los dueños de esos establecimientos. En suma, que es lógico y racional desde el punto de vista de cada establecimiento comercial entrar en una suerte de "carrera de la climatización como armamento competitivo". Cada uno trata de atraer así más potenciales clientes ofreciendo una temperatura más baja que la competencia, y se llega al absurdo actual de que las temperaturas son en esos establecimientos irracionalmente bajas, Y lo opuesto ocurre en invierno.
La misma lógica se da en el asunto de la iluminacion de los escaparates. Cada comerciante tiene el incentivo de buscar que, por las noches, sus productos se vean más y mejor que los de sus competidores por los potenciales clientes que pasen por allí. En consecuencia cada comerciante tiene el incentivo de iluminar su escaparate un poco más y durante un poco más de tiempo de lo que lo hacen sus competidores. De nuevo, el mismo mecanismo que en una "carrera de armamentos" conduce al exceso de iluminación.
Y de nuevo, el lógico comportamiento individual conduce al ilógico resultado agregado ya mencionado. Todo el mundo, todos los consumidores, todos los comerciantes, reconocen el absurdo y despilfarro de esta carrera de armas de luz y temperaturas que lleva a que los escaparates estén iluminados a horas absurdas y a que la temperatura en sus interiores roce la congelación en verano y el calor sofocante en invierno, pero ninguno tiene el incentivo en ser el primero de abandonar esa carera. Sencillamente, eso sería un suicidio económico.
(En este blog, un asunto enteramente similar referido a los límites de los horarios comerciales para controlar el exceso de horario de apertura fruto de una "carrera armamentista" ya fue tratado con cierto detalle: https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428784-demasiado-mercado-como-recurso-propiedad-comun)
El problema estaría en establecer un marco general que incentivara a que los tiempos de iluminación y las temperaturas fuesen más razonables. Quizás, sin necesidad de decreto-ley alguno ello podría suceder mediante lo que se conoce como el "efecto nudge" o "efecto pequeño empujón". Tal cosa podría operar mediante la imitación por parte del sector privado del comportamiento del sector público, de modo que si los monumentos y demás edificios públicos dejasen de estar iluminados a partir de cierta hora, y si sus interiores definiesen unos límites de temperatura más acordes con el bienestar corporal, bien pudiera ocurrir que -sin necesidad de normativa legal- esos comportamiento se generalizasen actuando como "patrón de referencia" o "benchmark" al que iría adaptándose el sector privado. Y es que, como Bruce Yandle ("Bootleggers and Baptists") ha señalado, las regulaciones públicas a veces son deseadas por aquellos que, en apariencia resultan perjudicadas por ellas cuando son un medio de coordinación o una defensa contra la competencia.
Se ha decidido, no obstante, por presiones directas de la Unión Europea y para señalizar el compromiso del gobierno español con Ucrania, recurrir a la figura del decreto-ley. Bien. Es lo que hay, y punto. Pero lo esperable hubiera sido que que la norma así establecida en España fuese sensata. Pero, claro está, no lo es. A lo que parece los "cerebritos" que asesoran al Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico y al de Presidencia en este asunto han debido copiar sin más las normas alemanas y francesas, para cuyas latitudes, temeperaturas medias y estilo de vida, el quitar la iluminación de los escaparates a las 10 de la noche puede ser sensato o también lo son los márgenes de climatización interior (19ºC / 27ºC) dadas sus normales temperaturas medias. Lo insensato es ponerlos en España, en donde por ejemplo en septiembre todavía se puede leer en la calle a luz de día a las 10 de la noche en buena parte del territorio y donde también por esas fechas una ola de calor puede hacer que sufras un golpe de calor.
Lo dicho, los asesores del gobierno, si son más tontos no nacen. Para algunos es una pena que no lo sean pues así no habrían nacido y no habría que padecer sus estupideces. Para otros, como para los políticos de derechas, no lo es. Por ejemplo, no lo es para doña Isabel Díaz Ayuso, a quien los "cerebritos" de los think-tanks socialistas acaban de brindarle en bandeja una nueva oportunidad para burlarse y esta vez con razón y sin que sirva de precedente del gobierno de coalición oponiéndose a este nuevo disparate.
¡Qué cansancio! Olvidada ya la defensa de los bares y de la libertad de tomarse cañas en plena pandemia, de nuevo parece que cabalga ya la señora Ayuso cual postmoderna y a la vez que rancia Juana de Arco del capitalismo sin restricciones, defendiendo la "libertad" de los comerciantes para helarnos en sus establecimientos y para derrochar iluminación por las noches. Y lo malo es que -en esto, sólo en esto- algo de razón sí que tiene, y es que este gobierno adolece de una clara manía regulatoria, pero de la de mala regulación, por supuesto.