FERNANDO ESTEVE MORA
Las causas de la decadencia y ruina del Imperio Romano ha sido uno de los temas a los que más tiempo y cerebro dedicaron los historiadores clásicos. Leí una vez, no me acuerdo dónde, que un estudioso elaboró una lista de más de 250 explicaciones causales para ese histórico fenómeno. Y es que, como se ha repetido varias veces en este blog, para cualquier acontecimiento ya Aristóteles señalaba que había al menos cuatro tipos de causas (material, formal, eficiente y final), a las que habría que sumar las causas próximas y las lejanas, las directas y las indirectas, y otras.
Lo dicho. Ha habido explicaciones causales de los ms variopinto. La mayoría han acentuado la debilidad interna del Imperio a partir del siglo III E.C fruto de la expansión de la religión cristiana (Edward Gibbon), la inflación, la pérdida de población debido a epidemias (Willian McNeill) o, incluso, a la creciente esterilidad de la clase alta romana asociada a su ingesta de plomo por las conducciones de agua de sus palacios que usaban de ese metal. Ha habido otras que, al contrario, han puesto el acento en el incremento en la presión externa por parte de los pueblos situados fuera de los límites del Imperio debido a su vez a diferentes motivos, y entre ellos destaca uno: el cambo climático.
Sí, el cambio climático. Este era una de las razones fundamentales que muchos historiadores, entre los que habría de destacarse a Arnold Toynbee, acentuaban como causa eficiente, como explicación del porqué último de la caída del Imperio Romano de occidente. Un cambio climático en forma de sequía secular que habría azotado las estepas euroasiáticas a lo largo de los siglos IV y V y que no les habría dejado otro remedio a las pastoriles, pero también montaraces y guerreras tribus que medraban en ellas, que ir a "buscarse la vida" en otros lugares menos inhóspitos, más húmedos para sus rebaños, invadiendo u ocupando los territorios de otros pueblos, obligándoles también a moverse, a desplazarse. Esos movimientos habrían provocado una serie de reacciones en cadena a consecuencia de la cual se incrementó fuertemente la presión migratoria sobre las dos grandes civilizaciones de la época: la china y la romana que ocupaban los extremos geográficos de Eurasia. En suma, esta reacción en cadena en forma de una serie continuada de migraciones desencadenada en último término por una sequía brutal en las estepas centroasiáticas que acabaron desestabilizando la parte occidental del Imperio Romano de forma radical habrían sido la causa material y la causa eficiente de la caída del Imperio Romano en el occidente. El nombre que recibieron en los viejos libros de Historia esa causa material fue el de las invasiones de los bárbaros del Norte. Hoy, que se ha impuesto el lenguaje políticamente correcto, se habla más bien de "época de las grandes migraciones", olvidando que la palabra bárbaro era en la antigüedad clásica el apelativo común que designaba a quienes hablaban en un lenguaje desconocido.
La idea, en suma, es que un cambio climático provocó (causa eficiente) unos movimientos demográficos masivos (causa material) y continuados que acabaron desarticulando la parte occidental de un imperio cada vez más debilitado, empobrecido y con menor voluntad de resistencia, lucha y permanencia.
Pues bien, aunque todavía hay por ahí abundantes tontos que todavía no se creen la existencia del cambio climático y de sus consecuencias, tontos lamentablemente con derecho al voto y cuya existencia explica el porqué la democracia generalizada es un mal sistema de toma de decisiones colectivas (si bien, no el peor), un nuevo cambio climático de proporciones mundiales muy superiores en intensidad y amplitud a las que se dieron en los siglos III-V se está produciendo ante nuestros ojos. Y no está nada mal verlo con los mismos ojos con los que miramos las causas de la caída del imperio romano.
Eso es lo que se hace en un artículo de la revista TIME del 31 de agosto de 2022, titulado: "Where We'll End Up Living as the Planet Burns" de Gaia Vincent, autora del libro Nomad Country: How to Survive the Climate Upheaval, que acaba de salir y que quiero leer ya. En el artículo de Time, Gaia Vincent señala que el calentamiento global está desplazando hacia el norte el nicho de temperatura de nuestra especie. Y es que el óptimo climático para la productividad humana, o sea, las mejores condiciones ecológicas para las producciones agrícolas pero también la mayor parte de las no-agrarias, se da en aquellas zonas en las que la temperatura media está entre los 11ªC y los 15ºC, o sea, en las zonas -antiguamente- templadas , las situadas entre los dos Trópicos, que son donde se han sucedido todas las civilizaciones humanas.
Pues bien, esas zonas templadas óptimas para las sociedades humanas están alterando su ubicación. Cada vez parece más seguro que, en el hemisferio norte, van a situarse en los próximos 50 años por encima del paralelo 45 (y quizás aún más arriba), el paralelo que pasa por Michigan, Francia, Croacia, Mongolia y Xinjiang en China.
Y sí, vayámonos haciendo a la idea de que España que está bien por debajo del paralelo 45 -casi inexorablemente- va a dejar de ser económicamente y, en consecuencia, humanamente habitable por un volumen poblacional semejante al actual en menos de dos generaciones, lo mismo que va a suceder en todo el Mediterráneo. Y obviamente también dejará de ser habitable buena parte de África, Estados Unidos, Méjico y América central y buena parte de Sudamérica, y también parte de China, y todo el Sudeste Asiático incluidos lugares tan poblados hoy como Indonesia y Filipinas. Es lo que hay...y parece que nada puede ya hacerse para remediarlo. Sí adaptarse biológicamente a ese calentamiento infernal a escala individual es difícil, la adaptación a escala agregada o social es imposible. A nivel poblacional sólo queda una solución: irse de esos lugares, huir de ese brutal achicharramiento. Ello, según los escenarios, supondrá unas inimaginables por enormes migraciones que se prevé afectarán a una población entre los 1000 y los 3000 millones de personas. La mayoría tirarán para el norte. Que en su mayor parte no está vacío. Nosotros, los españoles de dentro de 50-75 años, o sea, nuestros hijos, nietos y bisnietos , serán parte de esos nuevos bárbaros a los que no quedará otra que irse hacia el norte de Europa. Sólo que esta vez, a diferencia de cuando cayó el Imperio Romano, seremos -para ellos- los bárbaros del Sur que amenazan sus vidas, sociedades y culturas. ¿Nos dejarán pasar? Pues el problema -para ellos, los afortunados climáticos del Norte- será para entonces meramente cuantitativo: el de cuántos y en qué condiciones llegaremos allí, a sus afortunadas tierras, pues ante esos volúmenes migratorios ya nada importará ni el color de la piel, ni la religión, la cultura o ser o no de la UE.
Las causas de la decadencia y ruina del Imperio Romano ha sido uno de los temas a los que más tiempo y cerebro dedicaron los historiadores clásicos. Leí una vez, no me acuerdo dónde, que un estudioso elaboró una lista de más de 250 explicaciones causales para ese histórico fenómeno. Y es que, como se ha repetido varias veces en este blog, para cualquier acontecimiento ya Aristóteles señalaba que había al menos cuatro tipos de causas (material, formal, eficiente y final), a las que habría que sumar las causas próximas y las lejanas, las directas y las indirectas, y otras.
Lo dicho. Ha habido explicaciones causales de los ms variopinto. La mayoría han acentuado la debilidad interna del Imperio a partir del siglo III E.C fruto de la expansión de la religión cristiana (Edward Gibbon), la inflación, la pérdida de población debido a epidemias (Willian McNeill) o, incluso, a la creciente esterilidad de la clase alta romana asociada a su ingesta de plomo por las conducciones de agua de sus palacios que usaban de ese metal. Ha habido otras que, al contrario, han puesto el acento en el incremento en la presión externa por parte de los pueblos situados fuera de los límites del Imperio debido a su vez a diferentes motivos, y entre ellos destaca uno: el cambo climático.
Sí, el cambio climático. Este era una de las razones fundamentales que muchos historiadores, entre los que habría de destacarse a Arnold Toynbee, acentuaban como causa eficiente, como explicación del porqué último de la caída del Imperio Romano de occidente. Un cambio climático en forma de sequía secular que habría azotado las estepas euroasiáticas a lo largo de los siglos IV y V y que no les habría dejado otro remedio a las pastoriles, pero también montaraces y guerreras tribus que medraban en ellas, que ir a "buscarse la vida" en otros lugares menos inhóspitos, más húmedos para sus rebaños, invadiendo u ocupando los territorios de otros pueblos, obligándoles también a moverse, a desplazarse. Esos movimientos habrían provocado una serie de reacciones en cadena a consecuencia de la cual se incrementó fuertemente la presión migratoria sobre las dos grandes civilizaciones de la época: la china y la romana que ocupaban los extremos geográficos de Eurasia. En suma, esta reacción en cadena en forma de una serie continuada de migraciones desencadenada en último término por una sequía brutal en las estepas centroasiáticas que acabaron desestabilizando la parte occidental del Imperio Romano de forma radical habrían sido la causa material y la causa eficiente de la caída del Imperio Romano en el occidente. El nombre que recibieron en los viejos libros de Historia esa causa material fue el de las invasiones de los bárbaros del Norte. Hoy, que se ha impuesto el lenguaje políticamente correcto, se habla más bien de "época de las grandes migraciones", olvidando que la palabra bárbaro era en la antigüedad clásica el apelativo común que designaba a quienes hablaban en un lenguaje desconocido.
La idea, en suma, es que un cambio climático provocó (causa eficiente) unos movimientos demográficos masivos (causa material) y continuados que acabaron desarticulando la parte occidental de un imperio cada vez más debilitado, empobrecido y con menor voluntad de resistencia, lucha y permanencia.
Pues bien, aunque todavía hay por ahí abundantes tontos que todavía no se creen la existencia del cambio climático y de sus consecuencias, tontos lamentablemente con derecho al voto y cuya existencia explica el porqué la democracia generalizada es un mal sistema de toma de decisiones colectivas (si bien, no el peor), un nuevo cambio climático de proporciones mundiales muy superiores en intensidad y amplitud a las que se dieron en los siglos III-V se está produciendo ante nuestros ojos. Y no está nada mal verlo con los mismos ojos con los que miramos las causas de la caída del imperio romano.
Eso es lo que se hace en un artículo de la revista TIME del 31 de agosto de 2022, titulado: "Where We'll End Up Living as the Planet Burns" de Gaia Vincent, autora del libro Nomad Country: How to Survive the Climate Upheaval, que acaba de salir y que quiero leer ya. En el artículo de Time, Gaia Vincent señala que el calentamiento global está desplazando hacia el norte el nicho de temperatura de nuestra especie. Y es que el óptimo climático para la productividad humana, o sea, las mejores condiciones ecológicas para las producciones agrícolas pero también la mayor parte de las no-agrarias, se da en aquellas zonas en las que la temperatura media está entre los 11ªC y los 15ºC, o sea, en las zonas -antiguamente- templadas , las situadas entre los dos Trópicos, que son donde se han sucedido todas las civilizaciones humanas.
Pues bien, esas zonas templadas óptimas para las sociedades humanas están alterando su ubicación. Cada vez parece más seguro que, en el hemisferio norte, van a situarse en los próximos 50 años por encima del paralelo 45 (y quizás aún más arriba), el paralelo que pasa por Michigan, Francia, Croacia, Mongolia y Xinjiang en China.
Y sí, vayámonos haciendo a la idea de que España que está bien por debajo del paralelo 45 -casi inexorablemente- va a dejar de ser económicamente y, en consecuencia, humanamente habitable por un volumen poblacional semejante al actual en menos de dos generaciones, lo mismo que va a suceder en todo el Mediterráneo. Y obviamente también dejará de ser habitable buena parte de África, Estados Unidos, Méjico y América central y buena parte de Sudamérica, y también parte de China, y todo el Sudeste Asiático incluidos lugares tan poblados hoy como Indonesia y Filipinas. Es lo que hay...y parece que nada puede ya hacerse para remediarlo. Sí adaptarse biológicamente a ese calentamiento infernal a escala individual es difícil, la adaptación a escala agregada o social es imposible. A nivel poblacional sólo queda una solución: irse de esos lugares, huir de ese brutal achicharramiento. Ello, según los escenarios, supondrá unas inimaginables por enormes migraciones que se prevé afectarán a una población entre los 1000 y los 3000 millones de personas. La mayoría tirarán para el norte. Que en su mayor parte no está vacío. Nosotros, los españoles de dentro de 50-75 años, o sea, nuestros hijos, nietos y bisnietos , serán parte de esos nuevos bárbaros a los que no quedará otra que irse hacia el norte de Europa. Sólo que esta vez, a diferencia de cuando cayó el Imperio Romano, seremos -para ellos- los bárbaros del Sur que amenazan sus vidas, sociedades y culturas. ¿Nos dejarán pasar? Pues el problema -para ellos, los afortunados climáticos del Norte- será para entonces meramente cuantitativo: el de cuántos y en qué condiciones llegaremos allí, a sus afortunadas tierras, pues ante esos volúmenes migratorios ya nada importará ni el color de la piel, ni la religión, la cultura o ser o no de la UE.
Pero antes de considerar esa cuestión, siquiera brevísimamente, tratemos de otra. Y es que desde un punto de vista microeconómico, y desde nuestra perspectiva española, hay una clara implicación de estas expectativas de calentamiento "infernal" en España. Sencillamente, es la siguiente: a largo plazo, no es aconsejable invertir hoy en nada pegado a esta nuestra tierra inevitablemente yerma y ardiente en un futuro ya próximo. Como futuros nómadas en el medio plazo más nos vale a los españoles invertir en activos de capital movible, y menos en bienes raíces, o ya instalado en ese Norte, también, obviamente en el capital humano, ése que uno se lleva "dentro", en su cerebro.
Y es que cuando la temperatura media en nuestro país sea o supere la que hoy hay en el Sahara, no bastará ni con el regadío a partir de plantas desaladoras ni con el aire acondicionado para mantener nuestra vida económica y con ella, nuestra vida social al nivel al que estamos hoy acostumbrados ( y eso sin contar con otros efectos destructores como es la subida en el nivel de los mares y océanos que afectará radicalmente a nuestras ciudades costeras dónde hoy se concentra la población y la riqueza de nuestro país). Resulta inimaginable por no decir apocalíptica, la desvalorización del capital natural y físico de nuestro país conforme el calentamiento climático se vaya produciendo. A nuestros sucesores sólo quedará la huida con lo que puedan llevarse encima. Dadas estas expectativas, los listos ya deberían saber cómo hay ya que ir procediendo en esto de invertir y desinvertir...
Pero, volviendo al problema general, está claro que al margen de las soluciones individuales, caben serias dudas de que unas migraciones de ese volumen puedan ser acomodadas de forma suave y fácil en los países recipiendarios, los afortunados climáticos. No lo fueron en tiempos del Imperio Romano y cabe pensar que tampoco lo serán ahora de modo que bien se corre el riesgo de que el próximo siglo marque el final del "Imperio" Occidental.
En efecto, si la aceptación de unos cuantos miles de emigrantes por razones económicas o de asilo ya ha provocado enormes tensiones en Europa, es inimaginable el nivel que pueden alcanzar esas tensiones conforme el número de emigrantes supere los millones y quizás decenas de millones de personas. Quizás Canadá sea capaz de absorber pacíficamente la emigración procedente de los EE.UU. a la que le unen multitud de ligazones. De igual manera, quizás Escandinavia, Alemania y Polonia puedan asimilar la emigración griega, italiana y española. Pero, es dudoso que la absorción de las masas procedentes de África y de Méjico y América Central y del Sur pueda ser de igual manera pacífica, suave.
Y lo último, Nada se ha dicho de Rusia para no herir las susceptibilidades de los tantísimos antirusos que han aparecido tras la invasión rusa de Ucrania, pero debería ser obvio hasta para ellos que Rusia puede ser la "gran esperanza" para los migrantes climáticos europeos (y no sólo europeos) a los que los nórdicos no quieran acoger. Toda Rusia, incluida Siberia, está por encima del paralelo 45ºN, y está despoblada, prácticamente. El cambio climático la hará, además, más habitable, incluso zonas hoy inhóspitas por heladas serían utilizables. Podría acomodar sin duda a millones de desplazados por el calentamiento global. Y, entonces, pensando en ese probable futuro nada lejano, surge la punzante pegunta de si no nos interesaría a nosotros empezar a llevarnos bien con quienes pueden ser que acaben siendo los futuros caseros de nuestros hijos, nietos o bisnietos.