FERNANDO ESTEVE MORA
Me "encontré" el otro día con una feminista estúpida (obsérvese con atención que pongo el adjetivo (des)calificativo detrás no delante del nombre común) que con contundencia afirmó que "lo que está pasando" o sea, la guerra en Ucrania y los tambores de guerra generalizada que resuenan por el mundo, son una consecuencia del "heteropatriacado" y el machismo, pues "todo el mundo" sabe que la violencia está asociada a la testosterona, que a lo que parece sería "cosa de hombres" (como lo era el coñac hace años), de modo que la única forma de alcanzar una paz duradera a nivel internacional ahora y siempre es que, de una vez, las mujeres lleguen a los puestos sociales decisivos en todos los países. Como prueba empírica de su afirmación puso el que, este verano, se le había "caído de las manos" el "Guerra y Paz" de Tolstoi. "Sólo un hombre-dijo- sería capaz de interesarse por esas largas exposiciones acerca de las estrategias y tácticas militares de Napoleón y las descripciones de las correspondientes batallas por muy bien escritas que estén".
Pues bien. Sé que es un tema muy debatido ése de la violencia congénita de los varones relacionada con los efectos de la testosterona, si bien está ya científicamente demostrado que no hay ligazón causal entre testosterona y violencia. Pero no me voy a meter en él. En cuanto a la violencia de las mujeres, claro que se suele reconocer su existencia, pero se relaciona con la protección a sus retoños. Una violencia defensiva que la ha expresado con su rigor conceptual y precisión terminológica habituales, doña Belén Esteban: "yo, por mi hija, MA-TO".
Esa violencia defensiva estaría por tanto muy alejada de la violencia organizada, colectiva, característica de las guerras como la actual. Las mujeres serían, en el fondo, pacifistas pues su motivación fundamental (que a veces las conduce a la violencia) pasa por evitar riesgos a su prole. Es una idea que aparece ya en el Lysistrata de Aristófanes, donde se cuenta cómo las mujeres de Atenas y Esparta, hartas de la guerra y a tenor de la incapacidad de sus maridos e hijos de hallar una solución que evite la carnicería que enfrenta a Atenas y Esparta, deciden de común acuerdo empezar una huelga de sexo, hasta que la paz se restablezca.
Pero no olvidemos que Lysistrata es una comedia. Y que, en la realidad, esas mismas mujeres despreciaban a los cobardes, a sus hijos y maridos si no eran valerosos en la guerra. Como se recuerda dijo una madre espartana a su hijo. "Vuelve con tu escudo (o sea triunfante), o sobre tu escudo (o sea, muerto). pero no vuelvas si no tienes escudo (por haber huído)"
Como economista, creo que la capacidad de utilizar la violencia como medio para conseguir los particulares objetivos está en todos los seres humanos, sean varones o hembras, y el hacerlo o no dependerá de las preferencia personales y de los costes asociados a su uso y la "productividad" o eficacia diferencial de ser violento frente a usar de otros mecanismos en la persecución de esos objetivos. O sea, que usar de la violencia no es un fin en si mismo, sino un medio entre otros más pacíficos al que los individuos recurren dependiendo de sus oportunidades, preferencias y características personales. Dicho de otra manera, para los economistas el ser violento es una elección racional.
Sin duda, esta aproximación a la violencia no agota el problema ni mucho menos. Hay también, ciertamente, una violencia expresiva, una violencia que se hace como un fin en sí misma, como expresión o manifestación de uno mismo de quien uno es sin que tenga por objeto la consecución de un fin exterior. Este tipo de violencia suele ser individual o de pequeños grupos o bandas, y en la medida que no es fruto de ninguna elección es irracional. No es esta violencia expresiva asunto de amplios grupos humanos, de colectivos como los que se enfentan en una guerra. Por contra, en una guerra, la violencia que es instrumental para conseguir unos fines ha de ser empleada fríamente, lógicamente. Un ejército que se plantee una batalla como la expresión de un sentimiento, de un modo de ser, está sin duda predestinado a la derrota. La violencia organizada, la violencia de grupos, es fruto de una decisión racional aunque sea un individuo, un líder, quien al final sea quien la organice o planifique.
Pues bien, si las mujeres no han participado o al menos no al mismo nivel que los varones en las guerras, si han sido menos violentos relativamente que ellos, la razón habría que buscarla no tanto en un supuesto pacifismo congénito u hormonal relativo, sino a que los costes de ejercerla han sido diferencialmente más altos para ellas y su eficacia relativa en el uso de la violencia menor.
Dicho de otra manera, la guerra hasta ahora ha sido cosa exclusiva de hombres porque los varones en las guerras "clásicas" han tenido una ventaja comparativa a la hora de ser violentos, como guerreros. Esa ventaja comparativa ha ido disminuyendo progresivamente conforme las guerras se han tecnologizado y la mera fuerza física ha dejado de ser un factor decisivo en los combates. Creo haber leído que entre los profesionales militares que se encargan de dirigir a distancia a los drones de combate hay muchas mujeres que, además, parecen tener una ventaja diferencial o comparativa respecto a sus compañeros varones en la medida que -parece que- las mujeres son genéticamente más hábiles que los hombres (lo que se suele asociar con los centenares de milenios en los que las mujeres se especializaron en las tareas de recolección de plantas) para distinguir en pantallas posibles objetivos a atacar, destruir o matar.
Pero no sólo las mujeres están entrando en la milicia, sino que también poco a poco, muy lentamente por cierto, están alcanzando puestos decisivos en las organizaciones y instituciones. Y lo que resulta curioso aquí es que, entre el grupo que ha alcanzado las posiciones más elevadas, las mujeres agresivas y violentas descollan al contrario de lo que cabría esperar la feminista con la que empecé esta entrada. No hay que recurrir a Juana de Arco, a Isabel I de Inglaterra o a Agustina de Aragón. Modernamente, mujeres como Margaret Thatcher, Teressa May, Madeleine Albright, Hillary Clinton, Golda Meir, Benazzir Butto, Indira Gandhi o Aung San Suu Kyi no se han caracterizado precisamente por su pacifismo, sino por todo lo contrario . Y por citar un ejemplo de ahora mismito, causó sorpresa que sin venir a cuento una de las primeras declaraciones de Lizz Truss una vez supo que iba a ser Primera Ministra de Gran Bretaña fue afirmar que no le temblaría el pulso a la hora de apretar el botón nuclear. Curiosa y pacífica manera de empezar a dirigir un país de larga historia violenta.
Pero quizás sea el caso de Aung San Suu Kyi quien merezca una singular atención pues es ilustrativamente sorprendente . Y es que la señora Suu Kyi recibió el Premio Nobel de la Paz en 1991, era entonces una mujer pacifista y pacífica pero a lo que se ció su actitud cambió radicalmente tras su llegada al poder en Birmania en 2016, pues se le considera responsable del genocidio contra los rohingja.
Y si digo que su caso es ilustrativo es porque creo que en él se refleja una circunstancia estructural que , paradójicamente, "obliga" a las mujeres que ascienden a posiciones de poder a ser más violentas relativamente que sus compañeros varones (o bien, sólo posibilita que sean mujeres extremadamente violentas las que accedan a esos cargos). Es lo que podríamos denominar "síndrome de Venus" o efecto de sobreseñalización, que afecta a los miembros de grupos sometidos a una discriminación estadística.
En una situación de información imperfecta respecto a las características personales de un individuo (o se, cuando no es nada fácil conocer cómo e alguien), habría discriminación estadística negativa cuando se le aplican o atribuyen las características medias (reales o imaginadas) del grupo del que forma parte ese individuo. Por ejemplo, los gitanos concretos siempre han sido objeto de discriminación estadística en la medida que dado que se "supone" que por término medio los gitanos tienen más problemas con la justicia que los payos, ello convierte a cualquier gitano individual en menos confiable a ojos de los payos. De igual manera, cada musulmán particular ha de llevar a cuestas la cruz de que, por el mero hecho de serlo, se le presuponga de salida más peligroso que los que no lo son en atención a que hay más terroristas entre los islamistas radicales que entre los radicales de otras confesiones religiosas, aunque el porcentaje de terroristas respecto al total de musulmanes sea ridículamente bajo.
El problema de las personas que sufren de discriminación estadística por pertenecer a un grupo que tiene o se dice que tiene ciertas características es que, para quitarse el sambenito que se les coloca por pertenecer a ese grupo, se ven obligados a sobreseñalizar , a forzar su comportamiento, en la dirección opuesta a la que se supone debería seguir por ser de ese grupo.
Y, ¿cómo esto se aplica a nuestro caso? Pues de forma inmediata. En efecto, una de las discriminaciones estadísticas que "sufren" las mujeres es la de que como tales, por el mero hecho de ser mujeres, se dice que son menos violentas que los hombres, o mejor que tienen menos capacidad que ellos para ejercer la violencia. A "ellos", por ser hombres se les supone (como ocurría en la antigua mili) que tienen el valor o la capacidad para ejercer la violencia, si eso es lo necesario.
Nadie duda que ocupar un cargo decisorio en la estructura política de un estado a veces conlleva el tomar decisiones difíciles, incluída la de ejercer el "monopolio en el uso de la violencia" que tienen los estados. Pues bien, los varones lo tendrían fácil pues de salida se les supone preparados o capacitados para ser violentos. En tanto que "ellas" lo tienen mucho más dificil: aquellas que decidan dedicarse a la carrera política y tratan de alcanzar el poder, se ven obligadas, para superar la discriminación estadística que las hace incapaces para el uso de la violencia, a demostrar que no son pacifistas, que ellas concretamente -a diferencia del resto de mujeres- sí tienen el valor o la capacidad para ejercer la violencia si la sociedad así lo requiere.
Pero, claro está, la mejor manera de demostrar empírica y fehacientemente que una puede ser violenta es serlo. En consecuencia se tiene que es lógico que las mujeres que llegan al poder o bien se ven forzadas a actuar más agresiva o violentamente que los hombres en el mundo de la política, o bien son mucho más violentas que la media de los hombres.
Y, por supuesto, conforme siga existiendo y difundiéndose esa creencia en el pacifismo congénito femenino, peor. Así que, de nuevo una paradoja, es la creencia de las feministas en la existencia de una violencia diferencial masculina la responsable en último término de la diferencialmente superior violencia de las mujeres en el mundo real de la política.
Y una última cosa. Ha sorprendido mucho la agresividad, la violencia de palabra, la matonería que han mostrado los gobernantes europeos en la actual Guerra de Ucrania. Incluso los pacifistas verdes alemanes han decidido vestirse caqui. Y me he preguntado si tal cosa no tendrá que ver con la influencia de la idea, que el neocon Robert Kagan puso de moda hace una veintena de años, de que "los norteamericanos son de Marte, y los europeos de Venus".
Con ella, Kagan venía a considerar a los europeos (todos) como "mujeres" en el sentido de incapaces de enfrentarse al duro mundo geopolítico pues carecían de lo que "había que tener", o sea, el viejo mito de que las mujeres son incapaces de ejercer la violencia. Casi estoy seguro que todos los dirigentes europeos (de quienes pienso lo peor) saben de esta "tesis", y -repito- me pregunto si todo este desastre que estamos viviendo en esta desventurada guerra no será consecuencia de la sobreseñalización de unos dirigentes europeos afectados por ese "síndrome de Venus", deseosos de señalizar que ellos son muy "hombres", muy "machos", muy violentos.. Si es así, quizás alguien debería pasarles al menos parte de la factura por los casi 100.000 muertos que ya van en la Guerra de Ucrania.
Me "encontré" el otro día con una feminista estúpida (obsérvese con atención que pongo el adjetivo (des)calificativo detrás no delante del nombre común) que con contundencia afirmó que "lo que está pasando" o sea, la guerra en Ucrania y los tambores de guerra generalizada que resuenan por el mundo, son una consecuencia del "heteropatriacado" y el machismo, pues "todo el mundo" sabe que la violencia está asociada a la testosterona, que a lo que parece sería "cosa de hombres" (como lo era el coñac hace años), de modo que la única forma de alcanzar una paz duradera a nivel internacional ahora y siempre es que, de una vez, las mujeres lleguen a los puestos sociales decisivos en todos los países. Como prueba empírica de su afirmación puso el que, este verano, se le había "caído de las manos" el "Guerra y Paz" de Tolstoi. "Sólo un hombre-dijo- sería capaz de interesarse por esas largas exposiciones acerca de las estrategias y tácticas militares de Napoleón y las descripciones de las correspondientes batallas por muy bien escritas que estén".
Pues bien. Sé que es un tema muy debatido ése de la violencia congénita de los varones relacionada con los efectos de la testosterona, si bien está ya científicamente demostrado que no hay ligazón causal entre testosterona y violencia. Pero no me voy a meter en él. En cuanto a la violencia de las mujeres, claro que se suele reconocer su existencia, pero se relaciona con la protección a sus retoños. Una violencia defensiva que la ha expresado con su rigor conceptual y precisión terminológica habituales, doña Belén Esteban: "yo, por mi hija, MA-TO".
Esa violencia defensiva estaría por tanto muy alejada de la violencia organizada, colectiva, característica de las guerras como la actual. Las mujeres serían, en el fondo, pacifistas pues su motivación fundamental (que a veces las conduce a la violencia) pasa por evitar riesgos a su prole. Es una idea que aparece ya en el Lysistrata de Aristófanes, donde se cuenta cómo las mujeres de Atenas y Esparta, hartas de la guerra y a tenor de la incapacidad de sus maridos e hijos de hallar una solución que evite la carnicería que enfrenta a Atenas y Esparta, deciden de común acuerdo empezar una huelga de sexo, hasta que la paz se restablezca.
Pero no olvidemos que Lysistrata es una comedia. Y que, en la realidad, esas mismas mujeres despreciaban a los cobardes, a sus hijos y maridos si no eran valerosos en la guerra. Como se recuerda dijo una madre espartana a su hijo. "Vuelve con tu escudo (o sea triunfante), o sobre tu escudo (o sea, muerto). pero no vuelvas si no tienes escudo (por haber huído)"
Como economista, creo que la capacidad de utilizar la violencia como medio para conseguir los particulares objetivos está en todos los seres humanos, sean varones o hembras, y el hacerlo o no dependerá de las preferencia personales y de los costes asociados a su uso y la "productividad" o eficacia diferencial de ser violento frente a usar de otros mecanismos en la persecución de esos objetivos. O sea, que usar de la violencia no es un fin en si mismo, sino un medio entre otros más pacíficos al que los individuos recurren dependiendo de sus oportunidades, preferencias y características personales. Dicho de otra manera, para los economistas el ser violento es una elección racional.
Sin duda, esta aproximación a la violencia no agota el problema ni mucho menos. Hay también, ciertamente, una violencia expresiva, una violencia que se hace como un fin en sí misma, como expresión o manifestación de uno mismo de quien uno es sin que tenga por objeto la consecución de un fin exterior. Este tipo de violencia suele ser individual o de pequeños grupos o bandas, y en la medida que no es fruto de ninguna elección es irracional. No es esta violencia expresiva asunto de amplios grupos humanos, de colectivos como los que se enfentan en una guerra. Por contra, en una guerra, la violencia que es instrumental para conseguir unos fines ha de ser empleada fríamente, lógicamente. Un ejército que se plantee una batalla como la expresión de un sentimiento, de un modo de ser, está sin duda predestinado a la derrota. La violencia organizada, la violencia de grupos, es fruto de una decisión racional aunque sea un individuo, un líder, quien al final sea quien la organice o planifique.
Pues bien, si las mujeres no han participado o al menos no al mismo nivel que los varones en las guerras, si han sido menos violentos relativamente que ellos, la razón habría que buscarla no tanto en un supuesto pacifismo congénito u hormonal relativo, sino a que los costes de ejercerla han sido diferencialmente más altos para ellas y su eficacia relativa en el uso de la violencia menor.
Dicho de otra manera, la guerra hasta ahora ha sido cosa exclusiva de hombres porque los varones en las guerras "clásicas" han tenido una ventaja comparativa a la hora de ser violentos, como guerreros. Esa ventaja comparativa ha ido disminuyendo progresivamente conforme las guerras se han tecnologizado y la mera fuerza física ha dejado de ser un factor decisivo en los combates. Creo haber leído que entre los profesionales militares que se encargan de dirigir a distancia a los drones de combate hay muchas mujeres que, además, parecen tener una ventaja diferencial o comparativa respecto a sus compañeros varones en la medida que -parece que- las mujeres son genéticamente más hábiles que los hombres (lo que se suele asociar con los centenares de milenios en los que las mujeres se especializaron en las tareas de recolección de plantas) para distinguir en pantallas posibles objetivos a atacar, destruir o matar.
Pero no sólo las mujeres están entrando en la milicia, sino que también poco a poco, muy lentamente por cierto, están alcanzando puestos decisivos en las organizaciones y instituciones. Y lo que resulta curioso aquí es que, entre el grupo que ha alcanzado las posiciones más elevadas, las mujeres agresivas y violentas descollan al contrario de lo que cabría esperar la feminista con la que empecé esta entrada. No hay que recurrir a Juana de Arco, a Isabel I de Inglaterra o a Agustina de Aragón. Modernamente, mujeres como Margaret Thatcher, Teressa May, Madeleine Albright, Hillary Clinton, Golda Meir, Benazzir Butto, Indira Gandhi o Aung San Suu Kyi no se han caracterizado precisamente por su pacifismo, sino por todo lo contrario . Y por citar un ejemplo de ahora mismito, causó sorpresa que sin venir a cuento una de las primeras declaraciones de Lizz Truss una vez supo que iba a ser Primera Ministra de Gran Bretaña fue afirmar que no le temblaría el pulso a la hora de apretar el botón nuclear. Curiosa y pacífica manera de empezar a dirigir un país de larga historia violenta.
Pero quizás sea el caso de Aung San Suu Kyi quien merezca una singular atención pues es ilustrativamente sorprendente . Y es que la señora Suu Kyi recibió el Premio Nobel de la Paz en 1991, era entonces una mujer pacifista y pacífica pero a lo que se ció su actitud cambió radicalmente tras su llegada al poder en Birmania en 2016, pues se le considera responsable del genocidio contra los rohingja.
Y si digo que su caso es ilustrativo es porque creo que en él se refleja una circunstancia estructural que , paradójicamente, "obliga" a las mujeres que ascienden a posiciones de poder a ser más violentas relativamente que sus compañeros varones (o bien, sólo posibilita que sean mujeres extremadamente violentas las que accedan a esos cargos). Es lo que podríamos denominar "síndrome de Venus" o efecto de sobreseñalización, que afecta a los miembros de grupos sometidos a una discriminación estadística.
En una situación de información imperfecta respecto a las características personales de un individuo (o se, cuando no es nada fácil conocer cómo e alguien), habría discriminación estadística negativa cuando se le aplican o atribuyen las características medias (reales o imaginadas) del grupo del que forma parte ese individuo. Por ejemplo, los gitanos concretos siempre han sido objeto de discriminación estadística en la medida que dado que se "supone" que por término medio los gitanos tienen más problemas con la justicia que los payos, ello convierte a cualquier gitano individual en menos confiable a ojos de los payos. De igual manera, cada musulmán particular ha de llevar a cuestas la cruz de que, por el mero hecho de serlo, se le presuponga de salida más peligroso que los que no lo son en atención a que hay más terroristas entre los islamistas radicales que entre los radicales de otras confesiones religiosas, aunque el porcentaje de terroristas respecto al total de musulmanes sea ridículamente bajo.
El problema de las personas que sufren de discriminación estadística por pertenecer a un grupo que tiene o se dice que tiene ciertas características es que, para quitarse el sambenito que se les coloca por pertenecer a ese grupo, se ven obligados a sobreseñalizar , a forzar su comportamiento, en la dirección opuesta a la que se supone debería seguir por ser de ese grupo.
Y, ¿cómo esto se aplica a nuestro caso? Pues de forma inmediata. En efecto, una de las discriminaciones estadísticas que "sufren" las mujeres es la de que como tales, por el mero hecho de ser mujeres, se dice que son menos violentas que los hombres, o mejor que tienen menos capacidad que ellos para ejercer la violencia. A "ellos", por ser hombres se les supone (como ocurría en la antigua mili) que tienen el valor o la capacidad para ejercer la violencia, si eso es lo necesario.
Nadie duda que ocupar un cargo decisorio en la estructura política de un estado a veces conlleva el tomar decisiones difíciles, incluída la de ejercer el "monopolio en el uso de la violencia" que tienen los estados. Pues bien, los varones lo tendrían fácil pues de salida se les supone preparados o capacitados para ser violentos. En tanto que "ellas" lo tienen mucho más dificil: aquellas que decidan dedicarse a la carrera política y tratan de alcanzar el poder, se ven obligadas, para superar la discriminación estadística que las hace incapaces para el uso de la violencia, a demostrar que no son pacifistas, que ellas concretamente -a diferencia del resto de mujeres- sí tienen el valor o la capacidad para ejercer la violencia si la sociedad así lo requiere.
Pero, claro está, la mejor manera de demostrar empírica y fehacientemente que una puede ser violenta es serlo. En consecuencia se tiene que es lógico que las mujeres que llegan al poder o bien se ven forzadas a actuar más agresiva o violentamente que los hombres en el mundo de la política, o bien son mucho más violentas que la media de los hombres.
Y, por supuesto, conforme siga existiendo y difundiéndose esa creencia en el pacifismo congénito femenino, peor. Así que, de nuevo una paradoja, es la creencia de las feministas en la existencia de una violencia diferencial masculina la responsable en último término de la diferencialmente superior violencia de las mujeres en el mundo real de la política.
Y una última cosa. Ha sorprendido mucho la agresividad, la violencia de palabra, la matonería que han mostrado los gobernantes europeos en la actual Guerra de Ucrania. Incluso los pacifistas verdes alemanes han decidido vestirse caqui. Y me he preguntado si tal cosa no tendrá que ver con la influencia de la idea, que el neocon Robert Kagan puso de moda hace una veintena de años, de que "los norteamericanos son de Marte, y los europeos de Venus".
Con ella, Kagan venía a considerar a los europeos (todos) como "mujeres" en el sentido de incapaces de enfrentarse al duro mundo geopolítico pues carecían de lo que "había que tener", o sea, el viejo mito de que las mujeres son incapaces de ejercer la violencia. Casi estoy seguro que todos los dirigentes europeos (de quienes pienso lo peor) saben de esta "tesis", y -repito- me pregunto si todo este desastre que estamos viviendo en esta desventurada guerra no será consecuencia de la sobreseñalización de unos dirigentes europeos afectados por ese "síndrome de Venus", deseosos de señalizar que ellos son muy "hombres", muy "machos", muy violentos.. Si es así, quizás alguien debería pasarles al menos parte de la factura por los casi 100.000 muertos que ya van en la Guerra de Ucrania.