FERNANDO ESTEVE MORA
Como en los últimos tiempos nada nuevo encuentro en el terreno estrictamente económico que sea al menos algo un poco "nuevo" y me llame la atención y suscite comentario, he de volver otra vez al único asunto de importancia clara que me parece a mí hoy por hoy realmente urgente. A mí y parece que que no para demasiada gente, cosa que me sorprende sobremanera pues, para mí -repito- es el "tema de nuestro tiempo" y más en la medida que es la amenaza más a corto plazo que tiene "nuestro tiempo", nuestra temporalidad. Me refiero, obviamente, a la cuestión de la guerra en Ucrania y la amenaza de su potencial escalada y su conversión en guerra nuclear y europea si no mundial (aunque habría que ver si los EE.UU. al final se comprometerían en la "defensa" de Europa si ello les supusiese la amenaza de su desaparición existencial). Y es que esta guerra ya ha dejado de ser la guerra de Ucrania en la medida que la invasión de la provincia rusa de Kursk por parte de la OTAN supone sin la menor duda un salto cualitativo hasta hace poco impensable.
¿Exagero? Quizás. Pero lo importante no es lo que yo crea sino lo que opinan y creen los dirigentes rusos. Y aquí, a tenor de lo poco que sabemos por la censura occidental de los medios de comunicación rusos, parece que desde su perspectiva, la invasión de ese territorio ruso es algo más, mucho más, que una incursión de Ucrania en Rusia dado que, aunque llevada a cabo por tropas ucranianas entrenadas en Gran Bretaña participan en ella mercenarios polacos, franceses e ingleses que poco ha eran miembros de sus respectivos ejércitos, pero con el más moderno material de la OTAN, en una operación coordinada al más alto nivel por la OTAN , con información, inteligencia y dirección de la OTAN, e incluso con utilización de novedosa IA para predecir la respuesta rusa y preparase por anticipado. No es nada extraño que desde los medios de comunicación rusos se estime que no es un ataque ucraniano sino un ataque en toda regla la OTAN contra la Federación Rusa que, en puridad, equivaldría a una declaración de guerra. De una guerra entre la OTAN y Rusia. Y eso es más que una guerra de Ucrania y Rusia. Es algo que hasta en medio del verano debería de ser motivo de atención y alarma. Y si algo que hay que agradecer a la calma fría de Putin es que, de momento, esté controlando a los halcones que desde los medios de comunicación, el Parlamento y el ejército ruso le piden a gritos pasar de una vez a mayores, y ya sabemos lo que eso significaría: el bombardeo nuclear de las bases OTAN en Polonia, Rumania y Alemania desde donde se prepara la guerra en Ucrania.
Sorprende y mucho esta escalada propiciada por las elites occidentales (se discute si tras ella está solamente Gran Bretaña y Francia -con la mera y renuente aquiescencia de los Estados Unidos-, o de si también los americanos "han estado por la labor"). Sea como sea, llama la atención que las elites occidentales no parece que tengan el menor reparo en forzar esa escalada (lo que se conocen e la jerga de la Teoría de Juegos desde la obra de Thomas Schelling como movimiento estratégico de "brinkmanship" que consiste en que uno de los contendientes en un conflicto se aventura y fuerza paulatinamente las cosas sin miedo a acercarse a un abismo destructivo para ambos contendientes confiando en que el adversario se achantará al final y se avendrá a capitular/negociar). Es una estrategia singularmente arriesgada por parte de las bien establecidas y opulentas élites europeas y más que sorprende su "amor por el riesgo", por decirlo en términos de jerga económica.
Y es que este su actual comportamiento contradice frontalmente una de las razones que explican las guerras desde la Economía, o sea, como la elección que racionalmente hace un agente cuando está sujeto a lo que se conoce como "political bias", sesgo político. Pues bien, en el caso que nos ocupa aquí este sesgo no aparece por ningún lado por lo que las élites occidentales debieran lógicamente controlar su belicosidad. Lo contrario de lo que están haciendo.
De salida hay que señalar que la guerra, cualquier guerra es un modo muy ineficiente desde un punto colectivo o general o agregado de resolver un conflicto distributivo, es decir, el tipo de conflicto que se da entre dos actores que quieren quedarse con el mismo recurso, sea este el que fuere (por ejemplo, el Donbas en Ucrania). Y lo es porque sea cual sea el resultado de la misma (que suele ser siempre bastante incierto como lo muestra la estadística de que casi la mitad de las guerras asimétricas, aquellas en las que uno de los contendientes tiene al menos 10 veces mas fuerza militar que el otro, las ganan paradójicamente la parte más débil) , incluso la parte ganadora ha de arrostrar pérdidas o costes. Lo que implica que cabrían soluciones menos costosas para ambas partes, y por tanto más eficientes.
Es por ello una cuestión de suma importancia estudiar porqué, pese a la ineficiencia de la guerra como método de solución de disputas distributivas, sigue siendo un método elegido tan frecuentemente. Para dar cuenta de este aparente absurdo, historiadores, filósofos, biólogos, psicólogos y moralistas han echado mano a la "naturaleza humana", a esa parte de la naturaleza humana diabólica o bestial, pues sólo por la "inhumanidad" de esa parte de la naturaleza humana les cabe explicarse las guerras, porque sólo por dejarse llevar por ésa su parte más "baja", inferior o bestial pueden dar cuenta del aterrador, irracional y espantoso fenómeno de la guerra.
Los economistas de la guerra, por contra, han evitado meterse en tales "jardines" metafísicos y laberínticos por más seductores y gratificantes estética y éticamente sean y se han dedicado a una tarea más pedestre y útil para acabar con las guerras. De salida, dejan aparte cualquier prejuicio o predisposición ética a favor o en contra de cualquiera de los contendientes. Es decir, les importa nada la moralidad de los mismos, y, por supuesto, les parece tonta cualquier discusión acerca de "quién tiene razón" en caso de una guerra, pues obviamente, dado que siempre siempre los dos enemigos piensan estar cargados de razón, los debates acerca de quién la tiene o no (es decir, los procesos de demonización de una de las partes) no sólo son estériles sino contraproducentes pues dificultan el alcanzar una solución pacífica o negociada.
Pues bien, los economistas de la guerra han hallado varias circunstancias que explican sin acudir a pecados, maldades o genes sangrientos el que, pese a ser la guerra un método ineficiente de resolver un conflicto desde un unto de vista agregado o colectivo (o sea, tomando en cuenta las perspectivas de los dos contendientes) , es sin embargo eficiente y racional privada o individualmente para alguno o ambos agentes en disputa el recurrir al uso de la violencia organizada. A esa violencia característica de las guerras, que no es una violencia expresiva ni una violencia gratuita, sino una violencia racional o instrumental, una violencia elegida racionalmente como medio para conseguir un fin que se estima valioso. O sea, la violencia como medio o recurso económico.
Una de esas "circunstancias" que explican la guerra como decisión racional es, como se ha dicho, la existencia de un "sesgo político". Tal cosa sucede cuando aunque la guerra sea perjudicial para una comunidad (un país) en su conjunto, sin embargo no lo es para la minoría que la dirige que sale beneficiada de la guerra incluso aunque el agregado, la comunidad pierda.
Para clarificar de qué va esto del sesgo político quizás sirva una sencilla ilustración numérica. Supongamos que en un país, en caso de que la elite dirigente decida llegar a un acuerdo pacífico con otro país con el que tiene una disputa, esa élite (digamos que el 5% de la población) se apropia (por y para ello es la élite) de un porcentaje del 30% de la riqueza del país que supongamos es de W = 100 unidades. Es decir, que la elite si opta por la negociación pacífica se apropia de 30 unidades. Supongamos ahora que, caso de que la élite decida ir a la guerra, el porcentaje del que se apropia sube y pasa a ser del 40%. Se dice entonces que esa élite tiene un sesgo político hacia la guerra (que es igual a 40/30 = 1, 33). (Si ese cociente fuese menor que la unidad, la élite tendría un sesgo político hacia la paz)
Ahora bien, la existencia de un sesgo político hacia la guerra en la élite no implica que esta se decantará obligadamente por la violencia. Para ello es necesario que gane con ello. Y por seguir con el ejemplo, esto sucedería incluso aunque como consecuencia de la guerra el país experimentase una pérdida en su riqueza siempre que esa pérdida colectiva le supusiese una ganancia para la élite. Por ejemplo, imaginemos que en caso de guerra la riqueza del país pasa a ser de W' = 80 unidades. Es decir que la guerra le supone al país una pérdida del 20% de su riqueza. Pero ello a la élite le daría igual, la élite decidiría ira a la guerra ya que el 40% de 80 (32 unidades) que es la cantidad de riqueza de la que en caso de guerra se apropia es mayor que las 30 unidades que se apropiaría en caso de acuerdo pacífico.
Distintos analistas han encontrado variadas circunstancia históricas en que la existencia de un sesgo político mayor que la unidad llevó a países a repetidas guerras. Así Adam Smith observó que a las grandes empresas con derechos de monopolio comerciales de su época les interesaba que Gran Bretaña se metiese en guerras coloniales de conquista para aumentar sus cuotas de mercado. Lenin, por su parte, explicó las guerras imperialistas de su tiempo como fruto de los intentos de las clases capitalistas industriales de los distintos países capitalistas para garantizarse el acceso a recursos mineros y materias primas esenciales, en tanto que Rosa Luxemburgo las explicó como fruto de la competencia de esas mismas clases capitalistas para quedarse con mercados enteros donde vender sus productos. Gramsci acentuó el papel ideológico de la guerra en la construcción de un enemigo común a la hora de generar apoyos hacia la élite por parte de las clases subyugadas, y el presidente Eisenhower alertó de los intereses belicistas de lo que llamó complejo militar-industrial en meter a los EE.UU. en sucesivas guerras para garantizarse la dermanda de sus productos y sus enormes y beneficios.
Ahora bien, resulta obvio que una condición necesaria para que la existencia de un sesgo político hacia la guerra induzca a las élites dirigentes de un país a meterse en guerras es que su riqueza esté de alguna manera resguardada o protegida de las habituales consecuencias de las guerras, de los desastres de la guerra. Y ello, obviamente depende de dónde se produzcan los destrozos y de la tecnología militar. En la guerras del pasado, las élites podían tener su riqueza resguaradad si esta era lo suficiente móvil o si los frentes de batalla estaban lejos de sus fronteras, pero ahora esa "seguridad" de la riqueza ha desaparecido para los élites de nuestros tiempos. Y no existen lugares-refugio para la riqueza en caso de una guerra generalizada.
La implicación de todo ello es obvia. Las élites occidentales han manifestado tener un claro sesgo político hacia la guerra contra Rusia siempre que esa guerra se quedase limitada a los destrozos dentro de Ucrania. Los beneficios para parte de ellas tanto en términos económicos (recuérdese que buena parte de Ucrania ya es o era propiedad de corporaciones internacionales) como políticos han sido claros (lo cual no es óbice para apuntar que parte de esas élites han perdido a consecuencia del conflicto, como por ejemplo, la industria alemana en general que se ha visto perjudicada por "affaires" como el atentado contra el gasoducto NordStream 2) lo que explica su belicosidad. Sencillamente, hasta el momento, la guerra en Ucrania ha quedado lejos, muy lejos de Paris, Berlín, Londres, Roma, Bruselas o Madrid, por no hablar de Washington.
Pero la cosa puede cambiar y en poco tiempo. Como están advirtiendo los representantes de las élites dirigentes rusas esa estrategia de "brinkmanship" de jugar con dar pasitos al abismo que hasta ahora ha seguido Occidente tiene un límite, y que una vez cruzado ellos no se detendrán. Y la tecnología militar moderna garantiza que ya no es factible poner la riqueza a buen recaudo lejos de la guerra. Por eso, dado que son esas élites las que tienen más que perder en caso de guerra generalizad en el escenario europeo no me explico su repetida y creciente bravuconería, típica de chulo barriobajero o de adlolescente acomplejado borracho que usa de la violencia irracionalmente como mera expresión de un matonismo que no oculta su radical impotencia.
Como en los últimos tiempos nada nuevo encuentro en el terreno estrictamente económico que sea al menos algo un poco "nuevo" y me llame la atención y suscite comentario, he de volver otra vez al único asunto de importancia clara que me parece a mí hoy por hoy realmente urgente. A mí y parece que que no para demasiada gente, cosa que me sorprende sobremanera pues, para mí -repito- es el "tema de nuestro tiempo" y más en la medida que es la amenaza más a corto plazo que tiene "nuestro tiempo", nuestra temporalidad. Me refiero, obviamente, a la cuestión de la guerra en Ucrania y la amenaza de su potencial escalada y su conversión en guerra nuclear y europea si no mundial (aunque habría que ver si los EE.UU. al final se comprometerían en la "defensa" de Europa si ello les supusiese la amenaza de su desaparición existencial). Y es que esta guerra ya ha dejado de ser la guerra de Ucrania en la medida que la invasión de la provincia rusa de Kursk por parte de la OTAN supone sin la menor duda un salto cualitativo hasta hace poco impensable.
¿Exagero? Quizás. Pero lo importante no es lo que yo crea sino lo que opinan y creen los dirigentes rusos. Y aquí, a tenor de lo poco que sabemos por la censura occidental de los medios de comunicación rusos, parece que desde su perspectiva, la invasión de ese territorio ruso es algo más, mucho más, que una incursión de Ucrania en Rusia dado que, aunque llevada a cabo por tropas ucranianas entrenadas en Gran Bretaña participan en ella mercenarios polacos, franceses e ingleses que poco ha eran miembros de sus respectivos ejércitos, pero con el más moderno material de la OTAN, en una operación coordinada al más alto nivel por la OTAN , con información, inteligencia y dirección de la OTAN, e incluso con utilización de novedosa IA para predecir la respuesta rusa y preparase por anticipado. No es nada extraño que desde los medios de comunicación rusos se estime que no es un ataque ucraniano sino un ataque en toda regla la OTAN contra la Federación Rusa que, en puridad, equivaldría a una declaración de guerra. De una guerra entre la OTAN y Rusia. Y eso es más que una guerra de Ucrania y Rusia. Es algo que hasta en medio del verano debería de ser motivo de atención y alarma. Y si algo que hay que agradecer a la calma fría de Putin es que, de momento, esté controlando a los halcones que desde los medios de comunicación, el Parlamento y el ejército ruso le piden a gritos pasar de una vez a mayores, y ya sabemos lo que eso significaría: el bombardeo nuclear de las bases OTAN en Polonia, Rumania y Alemania desde donde se prepara la guerra en Ucrania.
Sorprende y mucho esta escalada propiciada por las elites occidentales (se discute si tras ella está solamente Gran Bretaña y Francia -con la mera y renuente aquiescencia de los Estados Unidos-, o de si también los americanos "han estado por la labor"). Sea como sea, llama la atención que las elites occidentales no parece que tengan el menor reparo en forzar esa escalada (lo que se conocen e la jerga de la Teoría de Juegos desde la obra de Thomas Schelling como movimiento estratégico de "brinkmanship" que consiste en que uno de los contendientes en un conflicto se aventura y fuerza paulatinamente las cosas sin miedo a acercarse a un abismo destructivo para ambos contendientes confiando en que el adversario se achantará al final y se avendrá a capitular/negociar). Es una estrategia singularmente arriesgada por parte de las bien establecidas y opulentas élites europeas y más que sorprende su "amor por el riesgo", por decirlo en términos de jerga económica.
Y es que este su actual comportamiento contradice frontalmente una de las razones que explican las guerras desde la Economía, o sea, como la elección que racionalmente hace un agente cuando está sujeto a lo que se conoce como "political bias", sesgo político. Pues bien, en el caso que nos ocupa aquí este sesgo no aparece por ningún lado por lo que las élites occidentales debieran lógicamente controlar su belicosidad. Lo contrario de lo que están haciendo.
De salida hay que señalar que la guerra, cualquier guerra es un modo muy ineficiente desde un punto colectivo o general o agregado de resolver un conflicto distributivo, es decir, el tipo de conflicto que se da entre dos actores que quieren quedarse con el mismo recurso, sea este el que fuere (por ejemplo, el Donbas en Ucrania). Y lo es porque sea cual sea el resultado de la misma (que suele ser siempre bastante incierto como lo muestra la estadística de que casi la mitad de las guerras asimétricas, aquellas en las que uno de los contendientes tiene al menos 10 veces mas fuerza militar que el otro, las ganan paradójicamente la parte más débil) , incluso la parte ganadora ha de arrostrar pérdidas o costes. Lo que implica que cabrían soluciones menos costosas para ambas partes, y por tanto más eficientes.
Es por ello una cuestión de suma importancia estudiar porqué, pese a la ineficiencia de la guerra como método de solución de disputas distributivas, sigue siendo un método elegido tan frecuentemente. Para dar cuenta de este aparente absurdo, historiadores, filósofos, biólogos, psicólogos y moralistas han echado mano a la "naturaleza humana", a esa parte de la naturaleza humana diabólica o bestial, pues sólo por la "inhumanidad" de esa parte de la naturaleza humana les cabe explicarse las guerras, porque sólo por dejarse llevar por ésa su parte más "baja", inferior o bestial pueden dar cuenta del aterrador, irracional y espantoso fenómeno de la guerra.
Los economistas de la guerra, por contra, han evitado meterse en tales "jardines" metafísicos y laberínticos por más seductores y gratificantes estética y éticamente sean y se han dedicado a una tarea más pedestre y útil para acabar con las guerras. De salida, dejan aparte cualquier prejuicio o predisposición ética a favor o en contra de cualquiera de los contendientes. Es decir, les importa nada la moralidad de los mismos, y, por supuesto, les parece tonta cualquier discusión acerca de "quién tiene razón" en caso de una guerra, pues obviamente, dado que siempre siempre los dos enemigos piensan estar cargados de razón, los debates acerca de quién la tiene o no (es decir, los procesos de demonización de una de las partes) no sólo son estériles sino contraproducentes pues dificultan el alcanzar una solución pacífica o negociada.
Pues bien, los economistas de la guerra han hallado varias circunstancias que explican sin acudir a pecados, maldades o genes sangrientos el que, pese a ser la guerra un método ineficiente de resolver un conflicto desde un unto de vista agregado o colectivo (o sea, tomando en cuenta las perspectivas de los dos contendientes) , es sin embargo eficiente y racional privada o individualmente para alguno o ambos agentes en disputa el recurrir al uso de la violencia organizada. A esa violencia característica de las guerras, que no es una violencia expresiva ni una violencia gratuita, sino una violencia racional o instrumental, una violencia elegida racionalmente como medio para conseguir un fin que se estima valioso. O sea, la violencia como medio o recurso económico.
Una de esas "circunstancias" que explican la guerra como decisión racional es, como se ha dicho, la existencia de un "sesgo político". Tal cosa sucede cuando aunque la guerra sea perjudicial para una comunidad (un país) en su conjunto, sin embargo no lo es para la minoría que la dirige que sale beneficiada de la guerra incluso aunque el agregado, la comunidad pierda.
Para clarificar de qué va esto del sesgo político quizás sirva una sencilla ilustración numérica. Supongamos que en un país, en caso de que la elite dirigente decida llegar a un acuerdo pacífico con otro país con el que tiene una disputa, esa élite (digamos que el 5% de la población) se apropia (por y para ello es la élite) de un porcentaje del 30% de la riqueza del país que supongamos es de W = 100 unidades. Es decir, que la elite si opta por la negociación pacífica se apropia de 30 unidades. Supongamos ahora que, caso de que la élite decida ir a la guerra, el porcentaje del que se apropia sube y pasa a ser del 40%. Se dice entonces que esa élite tiene un sesgo político hacia la guerra (que es igual a 40/30 = 1, 33). (Si ese cociente fuese menor que la unidad, la élite tendría un sesgo político hacia la paz)
Ahora bien, la existencia de un sesgo político hacia la guerra en la élite no implica que esta se decantará obligadamente por la violencia. Para ello es necesario que gane con ello. Y por seguir con el ejemplo, esto sucedería incluso aunque como consecuencia de la guerra el país experimentase una pérdida en su riqueza siempre que esa pérdida colectiva le supusiese una ganancia para la élite. Por ejemplo, imaginemos que en caso de guerra la riqueza del país pasa a ser de W' = 80 unidades. Es decir que la guerra le supone al país una pérdida del 20% de su riqueza. Pero ello a la élite le daría igual, la élite decidiría ira a la guerra ya que el 40% de 80 (32 unidades) que es la cantidad de riqueza de la que en caso de guerra se apropia es mayor que las 30 unidades que se apropiaría en caso de acuerdo pacífico.
Distintos analistas han encontrado variadas circunstancia históricas en que la existencia de un sesgo político mayor que la unidad llevó a países a repetidas guerras. Así Adam Smith observó que a las grandes empresas con derechos de monopolio comerciales de su época les interesaba que Gran Bretaña se metiese en guerras coloniales de conquista para aumentar sus cuotas de mercado. Lenin, por su parte, explicó las guerras imperialistas de su tiempo como fruto de los intentos de las clases capitalistas industriales de los distintos países capitalistas para garantizarse el acceso a recursos mineros y materias primas esenciales, en tanto que Rosa Luxemburgo las explicó como fruto de la competencia de esas mismas clases capitalistas para quedarse con mercados enteros donde vender sus productos. Gramsci acentuó el papel ideológico de la guerra en la construcción de un enemigo común a la hora de generar apoyos hacia la élite por parte de las clases subyugadas, y el presidente Eisenhower alertó de los intereses belicistas de lo que llamó complejo militar-industrial en meter a los EE.UU. en sucesivas guerras para garantizarse la dermanda de sus productos y sus enormes y beneficios.
Ahora bien, resulta obvio que una condición necesaria para que la existencia de un sesgo político hacia la guerra induzca a las élites dirigentes de un país a meterse en guerras es que su riqueza esté de alguna manera resguardada o protegida de las habituales consecuencias de las guerras, de los desastres de la guerra. Y ello, obviamente depende de dónde se produzcan los destrozos y de la tecnología militar. En la guerras del pasado, las élites podían tener su riqueza resguaradad si esta era lo suficiente móvil o si los frentes de batalla estaban lejos de sus fronteras, pero ahora esa "seguridad" de la riqueza ha desaparecido para los élites de nuestros tiempos. Y no existen lugares-refugio para la riqueza en caso de una guerra generalizada.
La implicación de todo ello es obvia. Las élites occidentales han manifestado tener un claro sesgo político hacia la guerra contra Rusia siempre que esa guerra se quedase limitada a los destrozos dentro de Ucrania. Los beneficios para parte de ellas tanto en términos económicos (recuérdese que buena parte de Ucrania ya es o era propiedad de corporaciones internacionales) como políticos han sido claros (lo cual no es óbice para apuntar que parte de esas élites han perdido a consecuencia del conflicto, como por ejemplo, la industria alemana en general que se ha visto perjudicada por "affaires" como el atentado contra el gasoducto NordStream 2) lo que explica su belicosidad. Sencillamente, hasta el momento, la guerra en Ucrania ha quedado lejos, muy lejos de Paris, Berlín, Londres, Roma, Bruselas o Madrid, por no hablar de Washington.
Pero la cosa puede cambiar y en poco tiempo. Como están advirtiendo los representantes de las élites dirigentes rusas esa estrategia de "brinkmanship" de jugar con dar pasitos al abismo que hasta ahora ha seguido Occidente tiene un límite, y que una vez cruzado ellos no se detendrán. Y la tecnología militar moderna garantiza que ya no es factible poner la riqueza a buen recaudo lejos de la guerra. Por eso, dado que son esas élites las que tienen más que perder en caso de guerra generalizad en el escenario europeo no me explico su repetida y creciente bravuconería, típica de chulo barriobajero o de adlolescente acomplejado borracho que usa de la violencia irracionalmente como mera expresión de un matonismo que no oculta su radical impotencia.