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                                           FERNANDO ESTEVE MORA

La Economía de la Guerra en su estudio de las causas racionales de los conflictos violentos señala, entre otros, a lo que en Teoría de Juegos se conoce como Problemas de Compromiso ("commitment problems").

Se dice que existe un problema de compromiso cuando una solución eficiente y pacífica de un conflicto distributivo entre dos actores (o sea una solución que es a la vez un equilibrio de Nash y un óptimo de Pareto, por usar de la jerga teórica, es decir un acuerdo de paz aceptado y duradero)  existe y es conocida y aceptada por ambos contendientes, PERO que resulta, sin embargo,  inalcanzable o inviable  (o sea que la paz no es al final posible)  porque ninguno de los actores tiene interés en cumplirlo porque ninguno se fía en que el otro se avendrá a lo pactado, sino que cada uno espera que el otro tratará de aprovecharse del acuerdo de paz  buscando una posición que le asegure una ventaja relativa en un nuevo conflicto violento.

Ese tipo de problemas de compromiso se da en tres posibles situaciones:
A) cuando el recurso en disputa es indivisible y la solución pacífica pasa por algún tipo de sorteo, puesto que quien pierde no tiene incentivos en aceptar el resultado, o bien

B) cuando ocurre que -tácticamente- quien ataca primero goza de una ventaja estratégica determinante en la guerra lo que conduce a que ningún actor tenga el menor incentivo en atenerse a un acuerdo de paz, sino que los dos buscan anticiparse,  ser el primero en atacar (a lo que se conoce como "guerra anticipada" -"pre-emptive war"), o, finalmente,

C) cuando un actor, el más fuerte en un determinado momento, tiene miedo de que el otro aprovechará un posible acuerdo pacífico para rearmarse alterando el balance de fuerza o de poder  en el futuro, lo que le lleva a lanzar hoy una "guerra preventiva" (a esta situación se la conoce también como Trampa de Tucídides en atención  a lo que este autor pone como causa de la Guerra del Peloponeso  en la Grecia del siglo IV a.C., guerra que lanzó la potencia establecida -Esparta- ante el miedo a que la emergente -Atenas- pudiera desbancarle en el futuro).

Es difícil no encontrar alguno de estos tipos de "problemas de compromiso" en cualquiera de las guerras que existen y han existido. Y, no obstante y pese a ellos, ha habido también multitud de  acuerdos de paz, acuerdos respetados por los contendientes, en la mayor parte de esas guerras. Lo que esta realidad viene a decir es que los "problemas de compromiso" que impiden los acuerdos de paz no son insuperables. A lo que parece, la conciencia de que estos ubicuos problemas de compromiso pueden impedir soluciones  pacíficas viables a los conflictos ha llevado a que, con el tiempo, hayan aparecido instituciones y mecanismos para afrontarlos, resolverlos o al menos aminorarlos de modo que se han podido llevar adelante innumerables negociaciones de paz exitosas.

Así, es habitual el que en los acuerdos de paz aparezcan terceros que garanticen, certifiquen o impongan que los actores en conflicto cumplan los acuerdos de paz. También la presencia de problemas de compromiso explica  que en las relaciones diplomáticas internacionales  hayan surgido una suerte de reglas implícitas  que busquen  sustentar la confianza mutua entre los actores enemigos,  y así reducir la incidencia de estos problemas de compromiso. Una de estas reglas es muy simple: no mentir, no engañar a la hora firmar un acuerdo de paz. Suena raro, ¿no?

Para mí fue una sorpresa saber que, contrariamente a lo que yo siempre había supuesto, resulta ser lo habitual entre los líderes políticos en las disputas internacionales el no mentirse, el no engañarse, el negociar de "buena fe" como medio de generar un ambiente de confianza mutua que posibilite el alcanzar acuerdos que se cumplan. Eso es lo que descubrió, sacó a la luz y explicó  John J. Mearsheimer en su obra:  Why Leaders Lie: The Truth About Lying in International Politics  de 2013. Es paradójico, pero los hechos muestran que los políticos mienten mucho más a sus propios pueblos (no respetando  sus compromisos electorales por ejemplo ) que a los líderes de los otros países. Y es que mentir en el mundo de las relaciones internacionales no sólo es difícil sino que suele tener efectos contraproducentes pues pone en riesgo toda futura negociación.

Viene lo anterior a cuento por lo que se ha sabido esta semana acerca de los famosos Acuerdos de Minsk I  en 2015 entre los rebeldes del Donbass ucranianos (o sea, Rusia)   y Ucrania con garantía firmada de Francia y Alemania, acuerdos  que luego encontraron ulterior expresión en los Acuerdos de Minsk II,  respaldados por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).

Pues bien, en una reciente entrevista en Die Zeit concedida por Angela Merkel, la ex-canciller alemana, ha confesado que tales acuerdos eran un puro engaño, una trampa tendida a Rusia en la que Putin inocentemente cayó, pues el objetivo de los firmantes del lado occidental no era sino conseguir tiempo para que Ucrania se rearmara con toda la ayuda de Occidente que necesitase y pudiera atacar con éxito a las repúblicas "rebeldes" del Donbass.

Muy posiblemente, esta estrategia de engaño de Merkel y Hollande (EE.UU. no participó en la gestión y la firma de los acuerdos pues no estaba de acuerdo con su contenido) funcionó, pues a tenor de lo fácil que le resultó a Rusia hacerse con Crimea en 2014, cabe razonablemente pensar que no le hubiese sido difícil vencer a Ucrania en una guerra preventiva (Putin ha señalado que a Rusia no le hubiese costado entonces ni una semana entrar en Kiev), algo muy diferente a lo que está sucediendo hoy, con un ejército ucraniano mejorado tras estos años homologable a los ejércitos OTAN.

Dos consecuencias se derivan de esta voluntaria "confesión" de doblez occidental por parte de la señora Merkel. Por un lado, refuerza la tesis que Rusia ha sostenido desde febrero de este año de que su invasión de Ucrania era "defensiva", es decir, que tenía por objeto defender a las minorías rusas de Ucrania de la persecución de todo tipo a la que le sometía su propio gobierno, el gobierno ucraniano, y que iban a convertirse en masacre en poco tiempo dada la fuerza que había adquirido el ejército ucraniano. Y, por otro, y como ya han señalado tanto el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso como el propio Putin, tras hacerse eco de esa entrevista a Merkel, es que la política del engaño lo que hace no es sino dificultar cualquier solución pacífica pues al mentir Occidente lo que señaliza es que no es de fiar, lo que agudiza los "problemas de compromiso" impidiendo cualquier solución negociada pacíficadora. En suma, que como señala Mearsheimer, engañar en el mundo de las relaciones internacionales es  a la larga contraproducente.
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