FERNANDO ESTEVE MORA
La Economía del Comportamiento (Behavioral Economics), el resultado de la "intromisión" de la Psicología en la Economía, que tan sensata y obvia y de sentido común les parece a quienes no han recibido una formación formal en Economía y que tan difícil les resulta de aceptar a los académicos en la medida que pone en solfa algunos de los principios más básicos sobre los que construyen sus abstrusas modelizaciones teóricas, cada vez se está demostrando que tiene mucho que decir en campos como el mundo de las finanzas, la macroeconomía y el estudio de las pautas de consumo. Y también, en otros más alejados de lo más estrictamente económico como lo son las negociaciones de paz.
Para los economistas que estudian los conflictos violentos, y en consecuencia, los acuerdos de paz y las dificultades en alcanzarlos, la cosa parece clara: unos agentes o actores racionales saben que la negociación pacífica es -desde un punto de vista general o agregado- mucho mejor que el recurso a la violencia, la guerra, en cualquier disputa que les enfrente.
El problema es que aunque todo el mundo -incluso quienes se están peleando- reconozca que lo mejor sería un acuerdo pacífico, son incapaces de alcanzar de salida una solución pacífica al conflicto que les enfrenta por diferentes tipos de circunstancias (1) por lo que la guerra se desata.
Ahora bien, dado que no hay actividad que consuma tantos recursos como los conflictos violentos, tarde o temprano, uno (o puede que incluso ambos) de los enemigos se vea obligado quiéralo o no a entrar en razón, ajustando sus expectativas de victoria. Sí, es lamentable, pero la guerra es -también- una institución educativa que enseña a quienes participan en ella la dura lección de que la propaganda y la moral que engordan la propia vanidad y autocomplacencia a la vez que minusvaloran y demonizan al otro no es nunca una buena guía a la hora de tomar decisiones.
Tal corrección ("la letra con sangre entra") en las esperanzas y creencias les sucede a uno o a los dos enemigos cuando se empiezan a dar cuenta de que las pérdidas esperadas caso de prolongarse el conflicto superan a la ganancias esperadas de hacerlo (o sea, al producto de la probabilidad de ganar por lo que puede ganar. Cuando se va abriendo en las mentes de los dirigentes de las partes enfrentadas esta idea (lo que les suele ocurrir después, mucho después, que a sus dirigidos, en la medida que los líderes suelen estar bien a cubierto de los desastres de las guerras) llega el momento de buscar al menos un alto el fuego temporal que puede quizás devenir en un armisticio duradero.
Parecería entonces, llegados a este punto, que la vía para un acuerdo de paz estaría abierta. Pero no es así. Y no lo es por la existencia de una dificultad que la Economía del Comportamiento ha resaltado.
Y es que para que pueda darse un acuerdo de paz es claramente necesario que los dos contendientes, los enemigos, estimen que ganan con él. Los analistas clásicos de la negociación pensaban que tal cosa sería evidente tras las amargas y duras "lecciones" que imparte esa maestra la guerra. Es decir que, tras una "temporada" sufriendo la guerra, la paz sería en términos absolutos una mejora respecto a la alternativa de continuar la guerra ya sea para ambos contendientes, ya sea para uno de ellos, que estaría dispuesto por ello a aceptar la rendición, o sea, una paz.
Es decir, que la aproximación -digamos que- clásica a los procesos de negociación en caso de conflicto parte de la idea de que, a partir de cierto nivel en el desarrollo de una guerra, la paz es mejor dada la alternativa (o sea, seguir en guerra) para uno o para los dos contendientes o enemigos. Y por ende la búsqueda de la paz sería la actuación que debieran perseguirían unos actores racionales llegados a ese punto, tras un período más o menos largo de enfrentamiento bajo la férula de esa más que estricta maestra: doña Guerra.
Pero para la Economía del Comportamiento esta manera de ver las cosas no es adecuada, sencillamente porque los seres humanos no nos comportamos así, de esta manera, al tomar nuestras decisiones.
Veamos. Para la Economía del Comportamiento, la gente, cada uno de nosotros, evalúa los efectos de cualquier cosa que hagamos o suceda (por ejemplo un acuerdo de paz) no en términos absolutos, sino en términos relativos, o sea, siempre con respecto a un "punto de referencia". Eso significa que nunca hay ganancias o pérdidas así tal cual, sino que dependiendo desde dónde se evalúe o "mire" los efectos de una decisión pueden ser unas mejoras o unas pérdidas, y en consecuencia el mismo acontecimiento puede para alguien ser una mejora (una ganancia) o una pérdida dependiendo del punto de referencia desde el que se evalúe. Esto parece obvio, parece de "de cajón", ¿no?(2)
Pondré un ejemplo que para mí suele clarificar mucho la cuestión cuando explico en clase esta idea de la relatividad de las evaluaciones en función del "punto de referencia", que se conoce en el argot como "función asimétrica de valor". El ejemplo es el conflicto entre España y Gran Bretaña a propósito de la soberanía sobre Gibraltar. Un conflicto ya histórico y que por lo que se ve, va para largo.
Hace unos años, cuando Gran Bretaña estaba todavía en la Unión Europea se planteó que, puesto que ya España e Inglaterra eran ya algo más que simples socios económicos y las cuestiones de soberanía dentro de la UE estaban poco a poco diluyéndose, podrían darse los pasos para buscar un acuerdo definitivo a la cuestión gibraltareña. En la realidad de los hechos la cosa estaba clara. Ya no había fronteras terrestres, la legislación europea era de obligado cumplimiento a uno y otro lado de la ya inútil Verja, el euro se estaba imponiendo en las transacciones en Gibraltar de modo que sólo quedaban unas cuantas "cuestiones" acerca de la seguridad exterior e interior. Para España la solución definitiva pasaba porque Gibraltar se convirtiese paulatinamente en una suerte de Autonomía como el resto de Comunidades Autónomas solo que de un rango superior. A nivel simbólico, "superficial", sin embargo, la cosa demostró ser -como suele ocurrir en ese terreno- mucho más complicada y difícil de lo que se pudiera prever.
En efecto, una de las propuestas más sugerentes consistía en que en Gibraltar ondeasen con el mismo rango cuatro banderas: la de Europa, la de Gibraltar, la inglesa y la española. Desde un punto de vista objetivo, tal "solución" podría parecer obvia y equilibrada, el paso final para acabar de una vez con esa enquistada y ya simbólica disputa. Pero no fue posible. Y no lo fue porque el mismo "hecho" (el que la bandera española ondease en Gibraltar) fue evaluado negativamente por buena parte tanto de los ingleses como de los españoles.
En efecto, para muchos españoles, aceptar que la bandera británica también ondease junto a la española en Gibraltar era una pérdida neta e inaceptable (una auténtica "bajada de pantalones") pues su "punto de referencia" desde el que evaluaban el acontecimiento era que sólo la bandera de España (junto con la europea y la gibraltareña) ondease. Para una amplia mayoría de la sociedad británica, el que la bandera española ondease era también una pérdida , inasumible pues su "punto de referencia" desde la que ella evaluaba el acontecimiento era que sólo la Union Jack (junto con la europea y la gibraltareña) ondease.
Pues bien, la consecuencia de esta idea de que las evaluaciones de los mismos acontecimientos se hacen respecto a puntos de referencia que pueden ser distintos tiene un efecto muy destructivo para los procesos de negociación en caso de guerra, como la que enfrenta actualmente a Rusia con Ucrania.
De nuevo, para la economía de la guerra tradicional o convencional, dados los costes que toda guerra tiene en ambos contendientes, tarde o temprano, la paz es siempre algo bueno para los dos y por tanto es deseable. El problema es encontrar el mecanismo para llevarla adelante. Para la Economía del Comportamiento de la Guerra la cosa es diferente, pues bien puede suceder que un acuerdo de paz sea contemplado a la vez negativamente por las dos partes en conflicto debido a que sus puntos de referencia desde los que lo evalúan son distintos.
Así, para Ucrania, o al menos para el gobierno actual de Ucrania, su declarado punto de referencia desde el que evaluaría cualquier acuerdo de paz propuesto es, en el mejor de los casos (2), la situación previa al día en que fue invadida por Rusia el 22 de febrero de 2022. Cualquier acuerdo de paz que no contemple -al menos- el volver a esa situación es inadmisible para Ucrania pues sería evaluada como una pérdida, y no como una mejora.
¿Y para Rusia? Para Rusia su punto de referencia lo fijó hace unos cuatro meses. Cuando en octubre incluyó de modo formal en la Federación Rusa como estados federados a Donetsk, Lugansk, Herson y Zaporiyia. Obviamente, para Rusia, cualquier cesión de soberanía sobre esos territorios en un hipotético acuerdo de paz sería, dado ese punto de referencia, una traición a sus nuevos compatriotas y por tanto sería evaluada como una pérdida
En suma, que -de momento- no es factible encontrar un acuerdo de paz que sea visto o evaluado por las dos partes como una mejora sobre sus particulares puntos de referencia.
Pero podría pensarse que esta argumentación está coja porque en ella no se han incluido los costes de la continuación de la guerra para ambas partes sino que únicamente se consideran la pérdidas que supone un acuerdo de paz para cada parte. Pues, aún considerándolos, tampoco la Economía del Comportamiento se lo pone más fácil a los negociadores de la paz.
Y es que una pieza central de la Economía del Comportamiento es la noción de que los seres humanos evaluamos de forma asimétrica las ganancias y las pérdidas que se derivan de una decisión o de un acontecimiento, de modo que, por poner un ejemplo, nos duele más perder por la calle 100€ que dejar de ganar 100€ que teníamos por seguro, aunque si se piensa un momento -lógicamente- nos debería doler lo mismo pues en ambos casos acabamos con 100€ menos. Pero así somos, "padecemos" lo que los economistas del comportamiento nombran como "aversión a la pérdida".
Ciertamente cualquier acuerdo de paz tendría o reportaría , por un lado, una ganancia tanto para Rusia como para Ucrania. No alcanzarlo tiene pues, un coste de oportunidad medido en las pérdidas de seguir los combates. Por otro lado, y como ya se ha explicado antes, un acuerdo de paz les reporta -también- una pérdida para ambos contendientes dados sus dispares puntos de referencia. Pero dada esa aversión a la pérdida, resulta que para cada parte, tanto para Rusia como para Ucrania, puede ponderar más la pérdida asociada al acuerdo de paz que la ganancia que les reportaría medido por no afrontar los costes de oportunidad de seguir en la lucha. Es decir que el dejar de perder cotidianamente vidas y recursos en una prolongación de la guerra todavía no compensaría a la pérdida que a cada uno les supondría aceptar un acuerdo de paz.
En suma, que en principio queda guerra y destrucción para rato....al menos hasta que uno de los dos contendientes sufra tales destrozos que quede exhausto y no le queda otra que avenirse a un acuerdo de paz. Y me da (me puedo equivocar) que eso a medio plazo es lo que le va a suceder a Ucrania.
A fin de cuentas, si vemos las cosas de la guerra con una perspectiva economicista, es difícil escapar a la analogía de que los ejércitos son como empresas pues no dejan de ser organizaciones jerárquicas que combinan mano de obra ("carne cañón"), bienes de capital ("armas, máquinas de guerra y municiones") y financiación (dinero para mantenerlos) para competir entre sí por la posesión y control de un territorio, igual que las empresas compiten por la cuota de mercado. Sólo que en tanto que la competencia empresarial es productiva (aumenta el volumen de bienes y servicios), la "competencia" militar es destructiva. Adicionalmente, las empresas cuando compiten, aunque acaben echando del mercado (o sea, destruyendo) a las empresas rivales, lo suelen hacer de modo pacífico e indirecto (por ejemplo, vendiendo a precios más bajos y quitándoles clientes), en tanto que en la competencia militar, el objetivo de cada "empresa"/ejército es aniquilar de modo directo a los trabajadores y destrozar el material y recursos de las "empresas"/ejércitos rivales.
Pues bien, desde esta perspectiva, la prolongación de la guerra me parece que perjudica relativamente más a Ucrania que a Rusia, al menos en la medida que el Occidente colectivo que la está suministrando bienes de capital (armas) y financiación, decida suministrarle también "mano de obra", cosa no previsible (salvo quizás por parte de Polonia). En Ucrania ya están movilizados todos los varones entre 18 y 60 años, y ya no hay más "yacimientos" de posibles soldados, por otro lado y por lo que se conoce, los nuevos "trabajadores" que Ucrania está incorporando a su ejército para sustituir las "vacantes" producidas en el curso de la guerra son menos "productivos" (o sea, destructivos) que los que han abandonado la "población activa" por muerte o heridas incapacitantes. En suma, que es previsible que el ejército/empresa de Ucrania va atener que afrontar, si la guerra continua, un "cuello de botella" por carencia de personal cualificado que es previsible la obligue a avenirse a un acuerdo de paz, por mucho que le pese.
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(1) La guerra es el resultado lógico en caso de disputa cuando la Información de que disponen los enemigos es imperfecta (lo que se traduce en que cada uno se cree que es muy superior militarmente al adversario), cuando lo que está en disputa no se puede dividir o repartir, cuando hay ventajas en ser el primero en atacar, cuando quienes toman las decisiones por cada país tienen un interés particular en la guerra pues ganan con ella, cuando los rivales se odian de una manera desproporcionada o cuando uno de los actores tiene miedo de que la capacidad militar del rival crezca tanto en el futuro que le supere de modo radical.
(2) Lo que ha "descubierto" la Economía del Comportamiento a finles del siglo XX, el poeta Ramón de Campoamor ya lo había expresado -y mejor- en su poema "Las Dos Linternas", el número LIX de sus Doloras de 1846, donde dice:
"Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
todo es según el color
del cristal con que se mira"
según, pues, el "punto de referencia" desde donde se evalúen las cosas
(3) Si digo que este es el punto de referencia ucraniano en el mejor de los casos es que hay en Ucrania (y fuera de ella) quienes lo ponen en la situación previa a la anexión de Crimea por Rusia.