FERNANDO ESTEVE MORA
Hace unos meses, y como a otros muchos economistas, me pidieron contribuir con algunas "ideíllas" al debate que la buena gente del entorno de Yolanda Díez organizó para servir como base al programa económico de SUMAR. Lo hice, escribí unos cuantos folios sobre Economía Estratégica y no me arrepiento de ello, como tampoco me avergonzaría participar en cualquier otra iniciativa de ese tenor. No anda el país demasiado sobrado de ideas que debatir, aunque sí de debates sin ideas. Ello no significa que comulgue con todo lo que esas buenas gentes han ido "sacando" o extrayendo o destilando de esas variadas contribuciones..
Concretamente, me ha sorprendido mucho la propuesta de "herencia universal" o algo así que ha saltado a los periódicos. Fundándose -se dice- en las ideas de dos economistas de la talla de Thomas Piketty y Joseph Stiglitz, la propuesta consiste en regalar como "herencia" a los jóvenes españoles en el momento en que cumplan 18 años 20000€ financiados con un impuesto adicional sobre las "grandes fortunas". No me detendré en la "fallida" contabilidad de la misma, es decir, su escasa -por no decir nula- consistencia contable en términos de su factibilidad fiscal tal y como se conoce la propuesta hoy. Jordi Arcarons y Daniel Raventós en "Sin Permiso" han tratado este asunto cumplidamente ( https://sinpermiso.info/textos/sobre-la-propuesta-de-sumar-de-la-llamada-herencia-universal), señalando sus deficiencias frente a su propia propuesta favorita, la de una "renta garantizada", lo que me interesa aquí es cuestionarla (y no sólo a ella sino también a la de la renta garantizada) desde otro punto de vista.
Por supuesto, no cuestionaré este tipo de políticas con los tontos argumentos de que (1) son injustas porque su financiación expolia las rentas y riquezas ganadas legalmente por los muy ricos, y (2) de que son ineficientes porque incentivan la pereza. Por si hay por ahí algún lector que, aún sin ser él mismo ni muy rico ni pagado por uno que lo sea, se cree este tipo de "argumentos" le diré que deje de creerse todo lo que le dicen los muy ricos o quienes son pagados por ellos, y piense un poquito por su cuenta en lo que significa para él lo justo económicamente hablando, de lo que es legal versus lo legítimo en el volumen de las rentas y riquezas que cada uno "saca" de la sociedad para sí mismo así como la eficacia y eficiencia de las contribuciones que cada uno hace al bienestar económico general.
Cuestionaré aquí estas políticas desde otra perspectiva, aquella que las considerara parte de lo que podría denominarse "economía de las limosnas", pieza básica de lo que llamo la política de la izquierda parroquial. Me extenderé un poco en estas "definiciones". Veamos, durante un tiempo califiqué a las políticas defendidas por la izquierda en las últimas décadas de "buenistas". Se trataba con ellas de hacer algo "bueno", concretamente de corregir lo malo, o sea, las imperfecciones y desigualdades que surgían espontáneamente del funcionamiento de las economías de mercado. Tras la auténtica debacle de las economías planificadas o socialistas en los años 70-80, la sola idea de sustituir al mercado por la planificación ya no centralizada sino siquiera meramente indicativa había perdido toda oportunidad en los programas de izquierdas dada la malas experiencias sufridas por los llamados países socialistas en Europa Oriental y en China. Por ello, a los ideólogos de izquierdas de la época les pareció que lo único que podía hacerse desde la izquierda en el terreno económico era intervenir para "hacer bueno" al mercado, y de ahí lo de calificar de "buenista" a esa "nueva" izquierda. Pieza esencial de esa izquierda "buenista" eran las políticas redistributivas con las que se buscaba compensar o revertir en alguna medida la creciente desigualdad en las distribuciones de la renta y de la riqueza que surgía espontáneamente de la operación de la economía de mercado.
Pero ¡claro!, mi familiaridad con la educación religiosa en colegios de curas me hizo darme cuenta rápidamente que esa política económica de la nueva izquierda buenista no era sino la manifestación aparentemente laica de la vieja "doctrina social de la iglesia", que empezó a formularse hace ya casi siglo y medio con la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII (luego seguida por la Quadragesimo Anno de Pio XI, Mater et Magistra de Juan XXIII y Centesimo Anno de Juan Pablo II). Para la gente de mi generación que "disfrutó" de una educación religiosa "de la de antes" resulta obvio, pero para la gente más joven que no ha tenido esa "fortuna" le recomiendo muy encarecidamente que se meta en la wikipedia, vaya a las entradas correspondientes a esas encíclicas o la de la "doctrina social de la iglesia", y constate para su asombro cómo las líneas directrices de los programas económicos de los partidos de izquierda están hoy calcadas de lo que decían esas encíclicas. Que no hay, esencialmente, la más mínima diferencia entre lo que ya decía la Iglesia hace 100 años con lo que, por ejemplo, dice hoy el PSOE, PODEMOS o SUMAR en temas económicos. Es por ello por lo que hoy prefiero adjetivar a la izquierda actual no de buenista sino como izquierda parroquial. Es lo más certero, correcto y apropiado
Y, por supuesto, pieza básica de la política económica de una izquierda parroquial es una "nueva" o adicional política de justicia económica redistributiva entendida, como no podía ser de otra manera, en el marco de lo que con toda justeza puede definirse como "economía de las limosnas" . Entiéndaseme bien, no considero a las políticas redistributivas fiscales "normales" y habituales en todos los Estados del Bienestar (impuestos sobre la renta y la riqueza progresivos, gastos públicos en sanidad y educación, otros gastos sociales, ayudas a colectivos específicos en necesidad, etc.) parte de la economía de las limosnas. Quienes obtienen algo de ellas no lo hacen por limosna, sino porque tienen derecho legal a ello. La economía de las limosnas es otra cosa adicional, es una economía de las donaciones que surge tanto de la obligación moral de los donantes como del privilegio de poder serlo y mostrarlo.
Es curioso esto que llamo "economía de la limosna". Hace unos años, invitado a dar una charla en el País Vasco por Cáritas fui por primera vez consciente de las paradojas definitorias de la "economía de la limosna". Me enteré allí de que uno de los problemas básicos que tenían las organizaciones de ayuda a los pobres ya fueran privadas o públicas en esa rica comunidad autónoma era que no había suficientes pobres para todas, o sea, que eran ricas en recursos pero pobres en pobres, de modo que los que había había que repartírselos, cosa que lo hacían compitiendo fieramente, con uñas y dientes, las unas con las otras por asistir a los "escasos" pobres disponibles.
Como las aristócratas de los viejos tiempos que cada una tenía sus propios pobres a los que dar limosnas a la salida de Misa y cumplir así con el mandato cristiano a la vez que el darlas manifestaba visiblemente su posición social, las "organizaciones caritativas" del País Vasco competían por la asistencia social pues la existencia de pobreza, los pobres, era lo que le daba su razón de ser, de existir.
Esta es la primera "ley" de la economía de la limosna : que para que tenga "fundamento" (como diría Arguiñano) necesita que haya a quienes se quiere ayudar. O sea, que la economía de la limosna, necesita, requiere, exige que haya "pobres". Esto, en el pasado, no suponía ningún problema. Citaré aquí a la más respetada de las fuentes bibliográficas posible, a la Santa Biblia. Primero, al Antiguo Testamento en que se dice: "Porque nunca faltarán pobres en tu tierra; por eso te ordeno, diciendo: ``Con liberalidad abrirás tu mano a tu hermano, al necesitado y al pobre en tu tierra"".(Deuteronomio, 15:11), y después dos referencias del Nuevo Testamento; "Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros; y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis" (Marcos, 14:7 y Juan 12:8). Obviamente, en nuestro país, hasta bien avanzado el siglo XX, la estimación o previsión bíblica de que nunca faltarán pobres a los que dar limosnas en nuestra tierra, o sea, en España, parecía cumplirse, pero me da que hoy ya no está tan claro: Haberlos sin duda que los hay, pero "no son lo mismo". Más que un problema social estructural, los pobres de solemnidad que se encuentran hoy en nuestra sociedad se diría que reflejan situaciones de tipo personal que van desde problemas psiquiátricos y de comportamiento (adiciones al juego o a las drogas, por ejemplo), problemas familiares (divorcios, violencia machista) o efectos de decisiones económicas fallidas (como inversiones especulativas mal gestionadas). Pero, claro está, en una economía en crecimiento esto -normalmente-, o sea, el que haya de modo estructural pobres pobres, pobres de solemnidad como los de antes, cada vez se hace más difícil en una economía en expansión tanto por la obvia razón del crecimiento económico en sí como por el efecto de los programas redistributivos "normales" y constitutivos de los Estados del Bienestar que caracterizan a esas economías expansivas.
Dicho con otras palabras: una "economía de la limosna" necesita para tener sentido crear, generar, producir nuevos pobres. Es por ello que una de las preocupaciones centrales de la "izquierda parroquial", una vez cambió sus otrora referentes ideológicos (Paine, Robespierre, Thoreau, Marx, Kropotkin, Veblen, Marcuse,...) por los Papas (o el Dalai Lama, o la Madre Teresa o gente así) , es la de cómo producir los suficientes "pobres" que justifiquen su existencia. Así como suena.
Y la única manera de hacerlo, en una economía en expansión lo que viene a significar que la pobreza disminuye es cambiar la definición conceptual de pobreza, lo que se entiende por pobreza. No les fue difícil, consistió en cambiar la concepción de pobreza de modo que pasó de ser una categoría absoluta a ser una categoría relativa. Y dado que nunca jamás, excepto en una situación inimaginable de igualitarismo radical y extremo, nunca todo el mundo tendrá la misma renta o la misma riqueza, dado que siempre habrá quien tenga menos que otros siempre habrá pobres relativamente hablando. Puede incluso imaginarse una sociedad repleta de pobres que sean ricos, pero como serán pobres siempre habrá. por tanto, razones para practicar la limosnería, para una política económica de izquierda parroquial.
Por supuesto que tal cambalache conceptual da origen a situaciones digamos que... curiosas. Por ejemplo, hace unos días no se qué organización caritativa se descolgó con la "estadística" de que más de 1/3 de los españoles no pueden irse de vacaciones. Como tantas otras "estadísticas" tengo mis muy serias dudas acerca de su fiabilidad en cuanto a su valor descriptivo de la realidad. El caso es que lo hizo tras el lleno total de todo alojamiento turístico que se produjo en Semana Santa y en el puente del 1º de Mayo, pero daba igual que no hubiese ninguna plaza hotelera o ningún alojamiento o casa rural disponible en el país sin contar al personal que se fue al extranjero y colapsó aeropuertos, el caso es que hubo mucha gente que se tuvo que quedar en sus lugares de residencia (yéndose de tapas, eso sí) por lo que ya teníamos unos nuevos "pobres", los pobres vacacionales si se quiere, que por serlo merecerían -obviamente- nuestra caridad cristiana (no sé, ¿debería el Estado construir apartamentos turísticos sociales en Benidorm o en Málaga o casas rurales sociales en la España vaciada?)
Pondré otro ejemplo. Al lado de donde vivo hay un "banco de alimentos" muy cerca del supermercado al que acudo cotidianamente. Es muy frecuente que cuando voy y vuelvo con mi cesta de la compra del mismo me tropiece con la cola de personas que aguardan para recibir su particular cesta de "la compra", que obviamente no incluye los mismos componentes que la mía. Ahora bien, aun siendo consciente de que mi comprada "cesta" es diferente tanto en lo variado de sus componentes como en su mayor calidad que la recibida "cesta" de las personas en la cola del banco de alimentos, o sea, que hay una clara desigualdad, he de decir que para una persona de mi edad, que todavía guarda en su retina las imágenes en su juventud de las descarnadas gentes de Biafra, Sudán y Etiopía, pues ¿qué quieren que les diga?, pues que me resulta difícil reconciliar con mi idea de lo que es el hambre el patente hecho de que no sólo nadie en ellas está delgado sino que -diría- al menos la mitad de quienes están en esas colas rozan la gordura o incluso la obesidad clínica. Pero..no hay problema: como los pobres vacacionales" ahora tenemos a los "pobres gordos" que a lo que parece deben ser aquellos que no pueden "permitirse" el comer menos.
Pero el problema de la "economía de la limosna" como eje de la política económica de la izquierda parroquial no acaba aquí. Va, ahora, la "segunda" ley de la economía de la limosna. Y es que para remediar todas las formas de pobreza relativa, el camino que se propugna ha sido y es es uno y sólo uno: la limosna privada, o sea, el aumentar el poder de compra privado de los "pobres" ya sea en forma de subvención, transferencia, renta garantizada o herencia universal. Da igual la forma que se use para dar la "limosna": se trata de usar del dinero. O sea, usar del mercado que es donde los "pobres" usarán del dinero que se les done para enfrentar su pobreza. Y ése es para mí el mayor problema que para la izquierda se deriva de haberse hecho parroquial, cristiana, eclesiástica o como se quiera, pues al centrar sus políticas en potenciar la capacidad monetaria de los individuos "necesitados" en el mercado, lo fomenta a éste de manera radical, fomentando así el fetichismo de la mercancía, la alienación y las demás desafortunadas consecuencias de la excesiva comercialización de las vidas, oponiéndose así de modo frontal y esencial a todo lo que la izquierda antigua, la "no parroquial" había sostenido en sus siglos de existencia.
(continuará)
Hace unos meses, y como a otros muchos economistas, me pidieron contribuir con algunas "ideíllas" al debate que la buena gente del entorno de Yolanda Díez organizó para servir como base al programa económico de SUMAR. Lo hice, escribí unos cuantos folios sobre Economía Estratégica y no me arrepiento de ello, como tampoco me avergonzaría participar en cualquier otra iniciativa de ese tenor. No anda el país demasiado sobrado de ideas que debatir, aunque sí de debates sin ideas. Ello no significa que comulgue con todo lo que esas buenas gentes han ido "sacando" o extrayendo o destilando de esas variadas contribuciones..
Concretamente, me ha sorprendido mucho la propuesta de "herencia universal" o algo así que ha saltado a los periódicos. Fundándose -se dice- en las ideas de dos economistas de la talla de Thomas Piketty y Joseph Stiglitz, la propuesta consiste en regalar como "herencia" a los jóvenes españoles en el momento en que cumplan 18 años 20000€ financiados con un impuesto adicional sobre las "grandes fortunas". No me detendré en la "fallida" contabilidad de la misma, es decir, su escasa -por no decir nula- consistencia contable en términos de su factibilidad fiscal tal y como se conoce la propuesta hoy. Jordi Arcarons y Daniel Raventós en "Sin Permiso" han tratado este asunto cumplidamente ( https://sinpermiso.info/textos/sobre-la-propuesta-de-sumar-de-la-llamada-herencia-universal), señalando sus deficiencias frente a su propia propuesta favorita, la de una "renta garantizada", lo que me interesa aquí es cuestionarla (y no sólo a ella sino también a la de la renta garantizada) desde otro punto de vista.
Por supuesto, no cuestionaré este tipo de políticas con los tontos argumentos de que (1) son injustas porque su financiación expolia las rentas y riquezas ganadas legalmente por los muy ricos, y (2) de que son ineficientes porque incentivan la pereza. Por si hay por ahí algún lector que, aún sin ser él mismo ni muy rico ni pagado por uno que lo sea, se cree este tipo de "argumentos" le diré que deje de creerse todo lo que le dicen los muy ricos o quienes son pagados por ellos, y piense un poquito por su cuenta en lo que significa para él lo justo económicamente hablando, de lo que es legal versus lo legítimo en el volumen de las rentas y riquezas que cada uno "saca" de la sociedad para sí mismo así como la eficacia y eficiencia de las contribuciones que cada uno hace al bienestar económico general.
Cuestionaré aquí estas políticas desde otra perspectiva, aquella que las considerara parte de lo que podría denominarse "economía de las limosnas", pieza básica de lo que llamo la política de la izquierda parroquial. Me extenderé un poco en estas "definiciones". Veamos, durante un tiempo califiqué a las políticas defendidas por la izquierda en las últimas décadas de "buenistas". Se trataba con ellas de hacer algo "bueno", concretamente de corregir lo malo, o sea, las imperfecciones y desigualdades que surgían espontáneamente del funcionamiento de las economías de mercado. Tras la auténtica debacle de las economías planificadas o socialistas en los años 70-80, la sola idea de sustituir al mercado por la planificación ya no centralizada sino siquiera meramente indicativa había perdido toda oportunidad en los programas de izquierdas dada la malas experiencias sufridas por los llamados países socialistas en Europa Oriental y en China. Por ello, a los ideólogos de izquierdas de la época les pareció que lo único que podía hacerse desde la izquierda en el terreno económico era intervenir para "hacer bueno" al mercado, y de ahí lo de calificar de "buenista" a esa "nueva" izquierda. Pieza esencial de esa izquierda "buenista" eran las políticas redistributivas con las que se buscaba compensar o revertir en alguna medida la creciente desigualdad en las distribuciones de la renta y de la riqueza que surgía espontáneamente de la operación de la economía de mercado.
Pero ¡claro!, mi familiaridad con la educación religiosa en colegios de curas me hizo darme cuenta rápidamente que esa política económica de la nueva izquierda buenista no era sino la manifestación aparentemente laica de la vieja "doctrina social de la iglesia", que empezó a formularse hace ya casi siglo y medio con la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII (luego seguida por la Quadragesimo Anno de Pio XI, Mater et Magistra de Juan XXIII y Centesimo Anno de Juan Pablo II). Para la gente de mi generación que "disfrutó" de una educación religiosa "de la de antes" resulta obvio, pero para la gente más joven que no ha tenido esa "fortuna" le recomiendo muy encarecidamente que se meta en la wikipedia, vaya a las entradas correspondientes a esas encíclicas o la de la "doctrina social de la iglesia", y constate para su asombro cómo las líneas directrices de los programas económicos de los partidos de izquierda están hoy calcadas de lo que decían esas encíclicas. Que no hay, esencialmente, la más mínima diferencia entre lo que ya decía la Iglesia hace 100 años con lo que, por ejemplo, dice hoy el PSOE, PODEMOS o SUMAR en temas económicos. Es por ello por lo que hoy prefiero adjetivar a la izquierda actual no de buenista sino como izquierda parroquial. Es lo más certero, correcto y apropiado
Y, por supuesto, pieza básica de la política económica de una izquierda parroquial es una "nueva" o adicional política de justicia económica redistributiva entendida, como no podía ser de otra manera, en el marco de lo que con toda justeza puede definirse como "economía de las limosnas" . Entiéndaseme bien, no considero a las políticas redistributivas fiscales "normales" y habituales en todos los Estados del Bienestar (impuestos sobre la renta y la riqueza progresivos, gastos públicos en sanidad y educación, otros gastos sociales, ayudas a colectivos específicos en necesidad, etc.) parte de la economía de las limosnas. Quienes obtienen algo de ellas no lo hacen por limosna, sino porque tienen derecho legal a ello. La economía de las limosnas es otra cosa adicional, es una economía de las donaciones que surge tanto de la obligación moral de los donantes como del privilegio de poder serlo y mostrarlo.
Es curioso esto que llamo "economía de la limosna". Hace unos años, invitado a dar una charla en el País Vasco por Cáritas fui por primera vez consciente de las paradojas definitorias de la "economía de la limosna". Me enteré allí de que uno de los problemas básicos que tenían las organizaciones de ayuda a los pobres ya fueran privadas o públicas en esa rica comunidad autónoma era que no había suficientes pobres para todas, o sea, que eran ricas en recursos pero pobres en pobres, de modo que los que había había que repartírselos, cosa que lo hacían compitiendo fieramente, con uñas y dientes, las unas con las otras por asistir a los "escasos" pobres disponibles.
Como las aristócratas de los viejos tiempos que cada una tenía sus propios pobres a los que dar limosnas a la salida de Misa y cumplir así con el mandato cristiano a la vez que el darlas manifestaba visiblemente su posición social, las "organizaciones caritativas" del País Vasco competían por la asistencia social pues la existencia de pobreza, los pobres, era lo que le daba su razón de ser, de existir.
Esta es la primera "ley" de la economía de la limosna : que para que tenga "fundamento" (como diría Arguiñano) necesita que haya a quienes se quiere ayudar. O sea, que la economía de la limosna, necesita, requiere, exige que haya "pobres". Esto, en el pasado, no suponía ningún problema. Citaré aquí a la más respetada de las fuentes bibliográficas posible, a la Santa Biblia. Primero, al Antiguo Testamento en que se dice: "Porque nunca faltarán pobres en tu tierra; por eso te ordeno, diciendo: ``Con liberalidad abrirás tu mano a tu hermano, al necesitado y al pobre en tu tierra"".(Deuteronomio, 15:11), y después dos referencias del Nuevo Testamento; "Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros; y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis" (Marcos, 14:7 y Juan 12:8). Obviamente, en nuestro país, hasta bien avanzado el siglo XX, la estimación o previsión bíblica de que nunca faltarán pobres a los que dar limosnas en nuestra tierra, o sea, en España, parecía cumplirse, pero me da que hoy ya no está tan claro: Haberlos sin duda que los hay, pero "no son lo mismo". Más que un problema social estructural, los pobres de solemnidad que se encuentran hoy en nuestra sociedad se diría que reflejan situaciones de tipo personal que van desde problemas psiquiátricos y de comportamiento (adiciones al juego o a las drogas, por ejemplo), problemas familiares (divorcios, violencia machista) o efectos de decisiones económicas fallidas (como inversiones especulativas mal gestionadas). Pero, claro está, en una economía en crecimiento esto -normalmente-, o sea, el que haya de modo estructural pobres pobres, pobres de solemnidad como los de antes, cada vez se hace más difícil en una economía en expansión tanto por la obvia razón del crecimiento económico en sí como por el efecto de los programas redistributivos "normales" y constitutivos de los Estados del Bienestar que caracterizan a esas economías expansivas.
Dicho con otras palabras: una "economía de la limosna" necesita para tener sentido crear, generar, producir nuevos pobres. Es por ello que una de las preocupaciones centrales de la "izquierda parroquial", una vez cambió sus otrora referentes ideológicos (Paine, Robespierre, Thoreau, Marx, Kropotkin, Veblen, Marcuse,...) por los Papas (o el Dalai Lama, o la Madre Teresa o gente así) , es la de cómo producir los suficientes "pobres" que justifiquen su existencia. Así como suena.
Y la única manera de hacerlo, en una economía en expansión lo que viene a significar que la pobreza disminuye es cambiar la definición conceptual de pobreza, lo que se entiende por pobreza. No les fue difícil, consistió en cambiar la concepción de pobreza de modo que pasó de ser una categoría absoluta a ser una categoría relativa. Y dado que nunca jamás, excepto en una situación inimaginable de igualitarismo radical y extremo, nunca todo el mundo tendrá la misma renta o la misma riqueza, dado que siempre habrá quien tenga menos que otros siempre habrá pobres relativamente hablando. Puede incluso imaginarse una sociedad repleta de pobres que sean ricos, pero como serán pobres siempre habrá. por tanto, razones para practicar la limosnería, para una política económica de izquierda parroquial.
Por supuesto que tal cambalache conceptual da origen a situaciones digamos que... curiosas. Por ejemplo, hace unos días no se qué organización caritativa se descolgó con la "estadística" de que más de 1/3 de los españoles no pueden irse de vacaciones. Como tantas otras "estadísticas" tengo mis muy serias dudas acerca de su fiabilidad en cuanto a su valor descriptivo de la realidad. El caso es que lo hizo tras el lleno total de todo alojamiento turístico que se produjo en Semana Santa y en el puente del 1º de Mayo, pero daba igual que no hubiese ninguna plaza hotelera o ningún alojamiento o casa rural disponible en el país sin contar al personal que se fue al extranjero y colapsó aeropuertos, el caso es que hubo mucha gente que se tuvo que quedar en sus lugares de residencia (yéndose de tapas, eso sí) por lo que ya teníamos unos nuevos "pobres", los pobres vacacionales si se quiere, que por serlo merecerían -obviamente- nuestra caridad cristiana (no sé, ¿debería el Estado construir apartamentos turísticos sociales en Benidorm o en Málaga o casas rurales sociales en la España vaciada?)
Pondré otro ejemplo. Al lado de donde vivo hay un "banco de alimentos" muy cerca del supermercado al que acudo cotidianamente. Es muy frecuente que cuando voy y vuelvo con mi cesta de la compra del mismo me tropiece con la cola de personas que aguardan para recibir su particular cesta de "la compra", que obviamente no incluye los mismos componentes que la mía. Ahora bien, aun siendo consciente de que mi comprada "cesta" es diferente tanto en lo variado de sus componentes como en su mayor calidad que la recibida "cesta" de las personas en la cola del banco de alimentos, o sea, que hay una clara desigualdad, he de decir que para una persona de mi edad, que todavía guarda en su retina las imágenes en su juventud de las descarnadas gentes de Biafra, Sudán y Etiopía, pues ¿qué quieren que les diga?, pues que me resulta difícil reconciliar con mi idea de lo que es el hambre el patente hecho de que no sólo nadie en ellas está delgado sino que -diría- al menos la mitad de quienes están en esas colas rozan la gordura o incluso la obesidad clínica. Pero..no hay problema: como los pobres vacacionales" ahora tenemos a los "pobres gordos" que a lo que parece deben ser aquellos que no pueden "permitirse" el comer menos.
Pero el problema de la "economía de la limosna" como eje de la política económica de la izquierda parroquial no acaba aquí. Va, ahora, la "segunda" ley de la economía de la limosna. Y es que para remediar todas las formas de pobreza relativa, el camino que se propugna ha sido y es es uno y sólo uno: la limosna privada, o sea, el aumentar el poder de compra privado de los "pobres" ya sea en forma de subvención, transferencia, renta garantizada o herencia universal. Da igual la forma que se use para dar la "limosna": se trata de usar del dinero. O sea, usar del mercado que es donde los "pobres" usarán del dinero que se les done para enfrentar su pobreza. Y ése es para mí el mayor problema que para la izquierda se deriva de haberse hecho parroquial, cristiana, eclesiástica o como se quiera, pues al centrar sus políticas en potenciar la capacidad monetaria de los individuos "necesitados" en el mercado, lo fomenta a éste de manera radical, fomentando así el fetichismo de la mercancía, la alienación y las demás desafortunadas consecuencias de la excesiva comercialización de las vidas, oponiéndose así de modo frontal y esencial a todo lo que la izquierda antigua, la "no parroquial" había sostenido en sus siglos de existencia.
(continuará)