FERNANDO ESTEVE MORA
La inflación es un fenómeno complicado, aunque no complejo (véanse, entre otras varias, estas dos entradas sobre este asunto: https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5523586-inflacion-estanflacion-tipos-interes- y https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5525030-inflacion-estanflacion-tipos-interes-ii). Sencillamente se llama así al alza de los indices agregados de los precios de los bienes y servicios que se intercambian en los mercados (como, poer ejemplo, el IPC).
Obsérvese que en esta definición no se incluye ni se dice nada de lo que pasa en los mercados de trabajo. Si, a la vez que crecen los precios de los bienes y servicios crece en la misma proporción el precio del factor trabajo (los salarios), pues -en principio y sin meter más efectos y comportamientos- no estaría pasando nada. Se trataría de una mera inflación contable o monetaria que -en principio, repito- en nada afectaría a la realidad económica pues los precios relativos de todo no hubieran variado. Sería lo mismo que ocurriría -y ha ocurrido repetidamente en la historia- cuando cambia la denominación de una moneda, algo similar por poner un ejemplo a lo que pasaría en Inglaterra si en vez de medir las distancias en millas decidieran medirlas en kilómetros: las distancias serían iguales, las mismas, pero el número de kilómetros sería mayor que el número de millas porque la milla mide más que el kilómetro.
Pero, ¿qué pasa si los precios en los mercados de trabajo crecen menos que los precios en los mercados de bienes y servicios? Pues, es evidente, pasaría que los salarios reales habrían caído y con ello el bienestar económico de los trabajadores empleados....a la vez que habría aumentado el bienestar de los que se llevan la otra parte del PIB generado en una economía, o sea, los que se llevan el llamdo Excedente Bruto Empresarial.
Cabría pensar que, simétricamente, podría darse una situación en que los precios en los mercados de trabajo (los salarios) creciesen más que la inflación en los mercados de bienes y servicios, o sea, una situación en que los salarios reales de los trabajadores empleados creciesen a costa de los excedentes empresariales por unidad de producto. No es imposible que tal cosa suceda si las empresas nacionales se ven sometidas a tanta competencia exterior que no pueden trasladar la subida en sus costes laborales nominales a precios. Pero es difícil. Y es que, quien fija al final los precios de los bienes y servicios son "las empresas", luego estas tiene la última y definitiva palabra en esto de la inflación.
Dicho de otra manera. Salvo en contadas ocasiones, no es correcto mirar los procesos inflacionistas como asuntos monetarios, pues lo habitual sea que tras la mayoría de los procesos inflacionistas se esconde las peleas o conflictos distributivos entre los propietarios de los distintos factores de producción, peleas y luchas en los que por lo general la voz cantante la llevan los más fuertes: los propietarios del capital, pues gozan a su favor con la "flecha del tiempo", o sea, con el hecho natural, físico, de que ellos ponen los precios tras las negociaciones salariales. Y ése, el que el tiempo no corre hacia atrás sino sólo hacia delante, es un hecho físico, al que no se le pueden dar más vueltas.
No es nada extraño por otra parte que, por si fuera poco, las empresas gocen de una ayuda inestimable en su guerra o lucha de clases económicas en este particular terreno de la fijación de los precios: la de los Bancos Centrales, cuyos dirigentes no dudan en tratar de generar desempleo (lo que reduce la capacidad de los trabajadores empleados para negociar salarios más elevados) aunque la causa eficiente (la que da cuenta del porqué hay inflación) se encuentre en la subida de los márgenes de precios que aplican las empresas.
El gran dramaturgo clásico francés, Moliere, y como otros tantos de su gremio, utilizaba sus capacidades literarias para poner en solfa a quien le caían mal. Y poca duda mal que había un grupo profesional a quien tenía -y con toda razón- una inquina clara y permanente. Eran los médicos, y se la habían ganado a pulso. El nivel científico de la medicina en su tiempo era tan bajo que, incluso, podría calificarse como negativo. O sea, que a los enfermos objetivamente les convenía más no recibir tratamiento médico que padecerlo (y digo padecerlo pues casi inevitablemente todos los tratamientos médicos eran o desagradables o penosos). Y, sin embrago, los médicos tenían a bien dárselas de sabios y de científicos. Tanto en El enfermo imaginario como en El médico a palos, Moliere muestra su absoluto desprecio por estas "casta" de profesionales falsos y prepotentes, cuya "sabiduría" se limitaba a una simple y la misma prescripción para todo tipo de enfermedades. Recuérdese el examen para ejercer la medicina que aparece en El enfermo imaginario, en el que el futuro médico responde ante las preguntas de sus doctos examinadores acerca de cómo trataría el edema, el cólico, el asma, la melancolía, las enfermedades pulmonares y demás, responde a su entera satisfacción con la misma prescripción: " clisterium donare, postea seignare, ensuitta purgare (primero irrigación, luego sangría, finalmente purgación)" (Nota: he tratado de las relaciones entre Medicina y economía en: https://www.academia.edu/33261518/EL_ECONOMISTA_COMO_M%C3%89DICO_Algunas_notas_sobre_la_Econom%C3%ADa_como_Medicina_del_cuerpo_social).
Pues bien, era difícil no acordarse de El enfermo imaginario y de esta parte en particular cuando he visto cómo los erudos y sabihondos responsables del Banco Central Europeo siguiendo la estela de los erudos y sabihondos responsables de la Reserva Federal norteamericana, han decidido seguir afrontando el problema de la descendente tasa de inflación de la misma manera que siempre: subiendo los tipos de interés y amenazando con seguir haciéndola. Son iguales, igualitos, a los médicos de El enfermo imaginario. Les da igual el tipo que sea de inflación, de si su origen es meramente monetario, o de si está en los salarios o en los márgenes de beneficio. Da igual. El tratamiento siempre para ellos es el mismo: sangría y purgación. Subida de tipos de interés. Cueste lo que cueste. auAque acabe matando al "paciente".
La inflación es un fenómeno complicado, aunque no complejo (véanse, entre otras varias, estas dos entradas sobre este asunto: https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5523586-inflacion-estanflacion-tipos-interes- y https://www.rankia.com/blog/oikonomia/5525030-inflacion-estanflacion-tipos-interes-ii). Sencillamente se llama así al alza de los indices agregados de los precios de los bienes y servicios que se intercambian en los mercados (como, poer ejemplo, el IPC).
Obsérvese que en esta definición no se incluye ni se dice nada de lo que pasa en los mercados de trabajo. Si, a la vez que crecen los precios de los bienes y servicios crece en la misma proporción el precio del factor trabajo (los salarios), pues -en principio y sin meter más efectos y comportamientos- no estaría pasando nada. Se trataría de una mera inflación contable o monetaria que -en principio, repito- en nada afectaría a la realidad económica pues los precios relativos de todo no hubieran variado. Sería lo mismo que ocurriría -y ha ocurrido repetidamente en la historia- cuando cambia la denominación de una moneda, algo similar por poner un ejemplo a lo que pasaría en Inglaterra si en vez de medir las distancias en millas decidieran medirlas en kilómetros: las distancias serían iguales, las mismas, pero el número de kilómetros sería mayor que el número de millas porque la milla mide más que el kilómetro.
Pero, ¿qué pasa si los precios en los mercados de trabajo crecen menos que los precios en los mercados de bienes y servicios? Pues, es evidente, pasaría que los salarios reales habrían caído y con ello el bienestar económico de los trabajadores empleados....a la vez que habría aumentado el bienestar de los que se llevan la otra parte del PIB generado en una economía, o sea, los que se llevan el llamdo Excedente Bruto Empresarial.
Cabría pensar que, simétricamente, podría darse una situación en que los precios en los mercados de trabajo (los salarios) creciesen más que la inflación en los mercados de bienes y servicios, o sea, una situación en que los salarios reales de los trabajadores empleados creciesen a costa de los excedentes empresariales por unidad de producto. No es imposible que tal cosa suceda si las empresas nacionales se ven sometidas a tanta competencia exterior que no pueden trasladar la subida en sus costes laborales nominales a precios. Pero es difícil. Y es que, quien fija al final los precios de los bienes y servicios son "las empresas", luego estas tiene la última y definitiva palabra en esto de la inflación.
Dicho de otra manera. Salvo en contadas ocasiones, no es correcto mirar los procesos inflacionistas como asuntos monetarios, pues lo habitual sea que tras la mayoría de los procesos inflacionistas se esconde las peleas o conflictos distributivos entre los propietarios de los distintos factores de producción, peleas y luchas en los que por lo general la voz cantante la llevan los más fuertes: los propietarios del capital, pues gozan a su favor con la "flecha del tiempo", o sea, con el hecho natural, físico, de que ellos ponen los precios tras las negociaciones salariales. Y ése, el que el tiempo no corre hacia atrás sino sólo hacia delante, es un hecho físico, al que no se le pueden dar más vueltas.
No es nada extraño por otra parte que, por si fuera poco, las empresas gocen de una ayuda inestimable en su guerra o lucha de clases económicas en este particular terreno de la fijación de los precios: la de los Bancos Centrales, cuyos dirigentes no dudan en tratar de generar desempleo (lo que reduce la capacidad de los trabajadores empleados para negociar salarios más elevados) aunque la causa eficiente (la que da cuenta del porqué hay inflación) se encuentre en la subida de los márgenes de precios que aplican las empresas.
El gran dramaturgo clásico francés, Moliere, y como otros tantos de su gremio, utilizaba sus capacidades literarias para poner en solfa a quien le caían mal. Y poca duda mal que había un grupo profesional a quien tenía -y con toda razón- una inquina clara y permanente. Eran los médicos, y se la habían ganado a pulso. El nivel científico de la medicina en su tiempo era tan bajo que, incluso, podría calificarse como negativo. O sea, que a los enfermos objetivamente les convenía más no recibir tratamiento médico que padecerlo (y digo padecerlo pues casi inevitablemente todos los tratamientos médicos eran o desagradables o penosos). Y, sin embrago, los médicos tenían a bien dárselas de sabios y de científicos. Tanto en El enfermo imaginario como en El médico a palos, Moliere muestra su absoluto desprecio por estas "casta" de profesionales falsos y prepotentes, cuya "sabiduría" se limitaba a una simple y la misma prescripción para todo tipo de enfermedades. Recuérdese el examen para ejercer la medicina que aparece en El enfermo imaginario, en el que el futuro médico responde ante las preguntas de sus doctos examinadores acerca de cómo trataría el edema, el cólico, el asma, la melancolía, las enfermedades pulmonares y demás, responde a su entera satisfacción con la misma prescripción: " clisterium donare, postea seignare, ensuitta purgare (primero irrigación, luego sangría, finalmente purgación)" (Nota: he tratado de las relaciones entre Medicina y economía en: https://www.academia.edu/33261518/EL_ECONOMISTA_COMO_M%C3%89DICO_Algunas_notas_sobre_la_Econom%C3%ADa_como_Medicina_del_cuerpo_social).
Pues bien, era difícil no acordarse de El enfermo imaginario y de esta parte en particular cuando he visto cómo los erudos y sabihondos responsables del Banco Central Europeo siguiendo la estela de los erudos y sabihondos responsables de la Reserva Federal norteamericana, han decidido seguir afrontando el problema de la descendente tasa de inflación de la misma manera que siempre: subiendo los tipos de interés y amenazando con seguir haciéndola. Son iguales, igualitos, a los médicos de El enfermo imaginario. Les da igual el tipo que sea de inflación, de si su origen es meramente monetario, o de si está en los salarios o en los márgenes de beneficio. Da igual. El tratamiento siempre para ellos es el mismo: sangría y purgación. Subida de tipos de interés. Cueste lo que cueste. auAque acabe matando al "paciente".