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                                         FERNANDO ESTEVE MORA

En uno de los párrafos más citados de la obra fundadora de la Economía, la Riqueza de las Naciones, de Adam Smith, se lee:

 "No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de donde podemos esperar conseguir nuestras comidas, sino de su persecución de su propio interés. No nos dirigimos a su humanitarismo sino a su egoísmo, y nunca les hablamos de nuestras particulares necesidades sino de las ventajas que pueden conseguir para sí mismos satisfaciéndolas" (Libro I, cap. 2) (traducción mía).

Es este el primer mandamiento en el que ha de creer (y no sólo como "verdad revelada") cualquier liberal que se precie, incluyendo aquí a los hijos "descarriados" del liberalismo, los anarquistas y marxistas. De salida, pues, como nos lo han enseñado todos los liberales que en el mundo han sido, todos los hijos de la Ilustración, no hay que desconfiar en la persecución o búsqueda del interés individual, pues, frente a toda la Teología Política previa a la Ilustración escocesa del siglo XVIII, de ese egoísmo moral no deviene obligadamente el caos y la anomia, sino que puede surgir espontáneamente el orden y el bienestar común.

Nunca se subraya adecuada y justamente la increíble revolución intelectual que trajeron estos autores (no sólo Adam Smith) a la cultura y sociedades occidentales. Y es que lo que el "sentido común" nos dice, lo que el cuerpo le pide a uno, es explicar o justificar o entender los males que sufre el mundo como causados o provocados por la maldad de quienes lo habitan. Recordemos que, hasta entonces, había sido la norma  achacar todos los males de este mundo, tanto los individuales como los sociales, a la congénita maldad natural del hombre (a su "pecado original" que para Agustín de Hipona - "san" Agustín- estaba en el origen de todas las desgracias que se podían padecer en este mundo, desgracias  de las que andaba sobrado).

Y si esto era así, como resultaba meridianamente empíricamente evidente para todos los pensadores anteriores a la Ilustración, la "solución" entonces estaba clara. Sólo una sociedad dirigida férreamente por la unión de la Iglesia y el Estado, la primera señalando y juzgando a los "pecadores" y el segundo aplicandoles los castigos pertinentes, podía tener la esperanza de no caer en el desorden, la injusticia y la autodestrucción.

Increíblemente, todavía hay por ahí gentes como los obispos, muchos periodistas, la mitad al menos de los políticos, un absurdo número de ingenieros  y la mayoría de las gentes del común que adolecen o sufeen de una clara penuria intelectual y siguen creyendo en semejante "teoría" a propósito de las causas eficientes , de los porqués, de los males de este mundo. ¡Ay! -se dicen a la vez que se dan golpes en el pecho compungidos o -aún más frecuentemente- golpean a los que no creen en semejante estupidez-. ¡Ay! ¡Si fuéramos menos egoístas, o no existiesen esos pecadores que andan por ahí. Qué diferentes entonces serían las cosas! ¡Ay! Si cumpliésemos los "mandamientos de Dios y de la Santa Madre Iglesia, o -más bien- se los hiciésemos cumplir a los descreídos, ¡esto sería -piensan ellos- un paraíso!

Pues no. Ahí está Adam Smith (y los "suyos") demostrando que el egoísmo puede ser la receta adecuada para el bienestar colectivo. Que en una sociedad de mercado, que en un mundo competitivo, la persecución desenfrenada del propio interés resulta estar guiada como por una Mano Invisible hacia el mejor resultado colectivo. O sea, que frente a lo que llevan repitiendo los moralistas religiosos desde siempre (y sacando una buena tajada de ello, por cierto), ocurre que el egoísmo es bueno, que es el modo correcto de comportamiento en pro del interés general.

En consecuencia, por contra, la tradicional unión entre Iglesia y Estado puede y es frecuente que acabe siendo  absolutamente demoníaca, y causa como lo ha sido históricamente de incontables sufrimientos y padecimientos  humanos a lo largo de las guerras de religión, la persecución de brujas y herejes, y la represión desde la cuna de todo lo naturalmente humano (como por ejemplo, el sexo) convertido en pecado. Es decir,  que de la persecución del bien moral acabe resultando lo peor.

Los economistas, desde el siglo XVIII se han dedicado a cualificar ese descubrimiento intelectual de los ilustrados dieciochescos. Y sí, claro está que hay circunstancias en que se debe restringir la persecución egoísta del propio interés y no por razones éticas o morales, pues en presencia de externalidades negativas, monopolios, información asimétrica, incertidumbre radical, desigualdades y discriminaciones el resultado de la persecución egoísta del propio interés no es el óptimo y hay por consiguiente que ayudar a la "mano invisible" a que cumpla su papel benefactor de trasmutar el egoísmo en bienestar colectivo. Pero, en su esencia, el descubrimiento smithiano se mantiene. E, incluso, los economistas han logrado demostrarlo a contrario, o sea, que una sociedad de aparentes altruistas , una sociedad -digamos- compuesta solamente de "teresas de calcuta", sería imposible: un auténtico caos, ineficiente y pobre.

Pero los economistas, también han extendido el descubrimiento de Smith de la Economía a terrenos aparentemente no-económicos. Como, por ejemplo, el de la Política.

Aquí, en el mundo de lo político extrañamente sobrevive el "pensamiento" mágico, la irracionalidad religiosa todavía domina el "pensamiento" religiosa. Es decir que, en política, la "gente" por lo general sigue "pensando" (es un decir)   que los problemas políticos se deben a que los políticos no son "buenos" en el sentido moral de la palabra. O sea, que si las cosas van mal se debe a que los políticos (da igual aquí si sesgo o definición ideológica) son unos "pecadores", van a la suya, persiguen su propio y egoísta interés.

Por ejemplo,  todo el "ruido y la furia" que está viviendo la sociedad española más que alimentado, jaleado,  por la "derechas" políticas y mediáticas se resume en una sola cosa: Pedro Sánchez, en el fondo, puede que sea un buen político pero lo que es es un político  malo porque es egoísta y sólo aspira a perpetuarse en el poder. Así de simple. Y por ello, porque es un egoísta moral ha vendido su "alma" (algunos creen que "España") a unos españoles  malos,  los independentistas catalanes. Y de ahí, que su gobierno, el de Pedro Sánchez, sea para muchos (poco cultivados intelectualmente) ilegítimo y hasta para algunos -estos más seriamente perjudicados- incluso lo tildan de ilegal.

Veamos, puede que Pedro Sánchez sea  un buen político, o quizás no, pero para ello, para calificarlo como buen o mal político en nada importa que sea un político bueno o malo, que sea egoísta o no, que sea un pecador o no. Y es que  en Política pasa lo mismo mismíto que en Economía. Hay que prtir de ls idea de que el objetivo de todo político es egoísta, o sea,  la persecución de su propio interés que, como político,  es llegar y encaramarse y mantenerse en el poder, y no hay en ello nada reprochable o condenable.

Como no lo hay en el mundo económico, en el que el objetivo de todo participante en un mercado es (ya sea como comprador o como vendedor) obtener beneficios o una buena ganga. Y al igual que la competencia en el mercado permite que ese egoísmo de demandantes y oferentes redunde en el mejor resultado colectivo (cumplíéndose determinados y conocidos requisitos), lo mismo pasa en el mundo de la Política.

Una vez más, seamos sinceros. Todos reconocemos que los panaderos, los cerveceros y los carniceros hacen lo que hacen para sacar dinero, o sea, con una finalidad egoísta, y premiamos a los que mejor hacen sus trabajos dándoles más dinero. Y que así tenemos buenos y abundante alimentos. Y no nos preocupamos lo más mínimo por su egoísmo.

Pues lo mismo pasa en Política, o mejor dicho, debiera pasar. Lo que debemos buscar y premiar no es a los políticos buenos bondadosos, teresacalcutianos, sino a los buenos políticos. A los que persiguiendo su propio interés por perpetuarse en el poder, se ven obligados para satisfacer sus egoístas intereses a gestionar mejor la "cosa pública".

Dicho de otro modo, en un sistema político competitivo -como por cierto lo debería ser  un sistema democrático bien regulado-, la competencia entre políticos egoístas es similar a la competencia entre empresarios egoístas en un mercado, y redunda en la satisfacción del interés general  de los consumidores/ciudadanos. Habría también, pues, en un sistema democrático una suerte de "mano invisible" que reorientaría los intereses egoístas o particulares de los políticos hacia el interés general o colectivo.

No sé si Pedro Sánchez es un buen o mal político. Y eso, además no es el asunto de esta entrada en el blog.  Pero lo que sí que sé es que acusar  a Pedro Sánchez de ser un mal político por ser un político "malo", malvado, egoísta y demás lindezas o juicios morales descalificadores es una tontería, un absurdo, una estupidez. Pues su bondad o maldad como político es independiente de  que sea  un político "malo" o "bueno" moralmente hablando. Acusar a Pedro Sánchez de ser un mal político por su -supuestamente inmoral-  apego al puesto de Presidente del Gobierno sería algo así como "acusar" a Amancio Ortega de que su objetivo creando el imperio de Zara ha sido el obtener beneficios y que, por eso, es un "mal" empresario. Una cretinez.

Y ademas y finalmente, y por supuesto, hay que descreer y desconfiar de los políticos que, acusando a otros de querer perpetuarse en el poder, de ser egoístas, tratan farisaicamente de aparecerse ante los ojos de los demás  como  políticos buenos, no-egoístas, pues está claro que lo que buscan es lo mismo: el poder. Pero lo están haciendo desleal e ineficazmente desde el punto de vita del bienestar general. O sea,  no por el mejor camino desde el punto de vista del interés general, o sea, demostrando que son unos buenos políticos sino presentándose como políticos buenos, o sea, "moralmente" mejores que, por seguir con el ejemplo, Pedro Sánchez . Exactamente igual que las gentes tan moralmente "buenas" que llenaron la Iglesia y el Estado gestionaron monopólicamente (o sea, dictatorialmente) de un modo tan malo por tan ineficaz el mundo occidental desde que se aliaron acabando con Roma y a lo largo de toda la Edad Media, sin contar por supuesto n su maldad moral .
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