Desde este blog quiero agradecer el notable desfile de talentos que ha pasado ante nosotros, recientemente, y que ha motivado que sea extremadamente difícil definir quien ha sido rey de la Comedia y quien el Señor absoluto del más desolador drama.
Ante nosotros hay que reconocer que han actuado, a miles, banqueros sonrientes y amables que con su piel de cordero han interpretado un papel que poco dejaba entrever el pelaje de la hiena más carroñera. Esa interpretación ha merecido una enorme ovación por parte de millones de personas que han visto como sus empleos, sus negocios y sus casas quedaban a merced del olvido. ¡Loable y estudiada pantomima!
Hemos visto como la obra de una institución que tiene por objeto "evitar las crisis en los sistemas monetarios, alentando a los países a adoptar medidas de política económica bien fundadas; como su nombre indica, la institución es también un fondo al que los países miembros que necesiten financiamiento temporal pueden recurrir para superar los problemas de balanza de pagos. Otro objetivo es promover la cooperación internacional en temas monetarios internacionales y facilitar el movimiento del comercio a través de la capacidad productiva" Me refiero al Fondo Monetario Internacional o FMI. Sus sucesivos Directores Gerentes en este específico periodo (Michel Camdessus, 1987-2000; Horst Köhler, 2000-2004; Rodrigo de Rato Figaredo, 2004-2007 y Dominique Strauss-Kahn, 2007-hoy) han representado el papel que correspondía en esa extraña función del teatro surrealista que consiste en simular el control sobre quien no está por la labor de ser controlado. Su cuidada presencia en escena, su difícil trabajo consistente en ocultar con palabras, luces y niebla la escena hasta que cubra la maquinaria, la tramoya, nos ha permitido ver a todos cuan grandes maestros de la quimera teníamos sobre las tablas.
Yo, tal vez, me quedaría con los bufones que, para hacernos entrar en aquello de la risa boba, esa de la que uno se ríe sin encontrarle sentido, han tomado como suyos los dineros públicos y han decidido regalarse unos bonos. Porque hay que ser cachondo de narices, tener la coña siempre en la mente, para recibir ayudas del Estado (el que sea) y fundirse la pasta inflando sus nóminas hasta que al más serio de sus empleados, accionistas, clientes o auditores, se le escapa la risa contenida y estalla en rotunda explosión festiva. Esos grandiosos payasos del absurdo, de la mofa inmisericorde que empapa todo cuanto tocan, se han reído de nosotros hasta que la mandíbula estuvo al borde de la luxación. No es que supieran parar, porque los pararon, pero es que de tanto reir, se les había ido la mano. A la cartera ajena. ¡Cachondos, los tíos!
Permítanme que les diga que El Golpe fué una buena película. Se llevó también al teatro. Pero nadie había retado a Newman y a Redford como lo han hecho Maddof y sus colaboradores necesarios. Porque el estilo, la casta y el porte de estos histriones ha dado una de las mayores joyas de la escena moderna. La platea y los palcos (en este teatro el gallinero resulta inapropiado) han permanecido durante años atentos al proscenio, sin apenas parpadear, embriagados por la ilusión que emanaba de cuanto cuento veían. Hasta el último momento nadie ha imaginado el increible desenlace que, apoyado por las evoluciones evasivas de los actores secundarios (imprescindibles, en esta obra), ha llegado inesperado para todos. ¡Brutal! La emoción que se vivía en ese último acto ha colmado las mayores expectativas de cualquier amante de la escena. En ese último instante la alegría perpetua, la sonrisa tonta del musical, se ha trocado en profundo drama alcanzando un clímax que desborda corazones, lágrimas, ira y rabia contenida.
En las cárceles de toda España tenemos actualmente a recaudo un atajo de guiñoles, títeres, monigotes y marionetas. También algunos titiriteros y otras suertes de manipuladores. Estarán rato en un lugar sombrío donde a buen seguro los ajará la polilla del tiempo. Porque algunos politicos, constructores, promotores, especuladores y amigos de lo ajeno han montado con lo privado y con lo público una suerte de farsas que a todos nos han tenido con el alma en vilo. No hay día que no tengamos función, que no se entere uno que en tal o cual sitio han montado un circo. Pero el problema es que el público está harto de esos espectáculos, cutres y casposos en el que se les ve tanto el plumero que deja de tener la obra ningún salero. Así que, por estas, esos muñecos retorcidos y quienes ponen voz y dan vida a sus movimientos, acaban podridos, solos, asquerosos. Ni siquiera quienes les crearon les quieren y miran a otro lado, fingiendo.
Acabo esto diciendo que aún queda rato, que es pronto. Aún no ha caído el telón que cierra la última representación. Así, me abstengo de hacer quiniela, de montar una porra. Porque esto que está pasando promete y aún puede descender del firmamento una estrella del enredo.
Este es el Día Mundial del Teatro. ¡Y el año!