Ayer viví una situación surrealista. Nunca me había ocurrido algo similar y puede que nunca vuelva a ocurrir.
Un albañil nos solicitó un seguro de responsabilidad civil para su actividad. No lo necesitaba, nos comentó, pero se lo exigían los dueños de la casa. Tras mucho pensar habían llegado a un acuerdo y este consistía en que el albañil podía acabar causando daños en la casa de sus promotores y por tanto suscribiría un seguro. Calculando, calculando, llegaron a la conclusión de solicitarme un seguro de responsabilidad civil para la actividad de contrucción con una suma asegurada de 1.500 €. Sí, han leído bien: ¡el seguro debía cubrir siniestros de hasta 1.500€!
Me dí cuenta, entonces, de que el pensamiento minimalista abunda entre los consumidores y, sin llegar a este extremo por lo general, también en el del consumidor de seguros.
Así, me pude imaginar la vida de un consumidor minimalista, aquel que sólo piensa en lo que le van a costar las cosas y no en el provecho que le pueden proporcionar.
Esa persona se levantará por la mañana en su chabola "¿para qué quiero más casa, si con esta no me mojo y vivo solo porque una pareja trae gasto?", saldrá a la calle y cogera su Dacia "Es el más barato del mercado" Irá al todo a cien "de los chinos" a comprar sus trajes prêt-a porter confeccionados en China por personal semiesclavizado y ,después, compará un tetrabrik de vino tinto para celebrar con los compañeros de la empresa su cumpleaños "¡Por todo lo alto, que un día es un día!"
El seguro, del todo a cien de los seguros, claro: "No voy a regalarle unas perras a un imbecil para que me lo venda, si total todos son iguales. Además las llamadas las paga la empresa..."