Sin pecar de pretencioso hoy me gustaría recomendaros una lectura interesante de un libro que invita a la reflexión; “La sociedad de coste marginal cero”. El libro nos describe el nuevo paradigma de sociedad que ya está emergiendo, lo que el autor (Jeremy Rifkin) denomina el procomún colaborativo. Según el autor, esto es un nuevo paradigma económico que se está arraigando en detrimento de los modelos anteriores como el capitalismo y el socialismo surgidos a principios del siglo XIX. Este nuevo mundo, está cambiando la manera de organizar nuestra vida económica, ofreciendo la posibilidad de democratizar la economía mundial, reducir la desigualdad y crear una sociedad más sostenible.
Rifkin considera una matriz imprescindible que se ha dado en las anteriores revoluciones industriales, energía, comunicaciones y transporte. Estos tres factores son los que han determinado la evolución de las sociedades en el pasado. La convergencia del internet de la energía, comunicaciones y el transporte ha dado lugar al internet de las cosas, un espacio en el que la productividad se incrementa hasta el punto de que el coste marginal de muchos productos y servicios es nulo, permitiendo que se puedan ofrecer de manera gratuita sin estar sometidos a las fuerzas de oferta y demanda.
Todo esto está dando lugar a una economía híbrida en la que millones de personas se conectan al internet de las cosas creando y compartiendo su información, su energía y porque no, sus productos creados a partir de impresoras 3D con un coste marginal muy reducido, casi nulo. La sociedad de hoy también comparte automóviles, viviendas, prendas de vestir y otros artículos mediante redes sociales, apps de venta de cosas de segunda mano con una creciente presencia. Tengamos en cuenta que cada vez un mayor número de estudiantes se matriculan en cursos abiertos y masivos de internet, (Massive Open Online Course, MOOC) que funcionan con un coste marginal cercano a cero. Muchos emprendedores sociales recurren al micromecenazgo para financiar la creación de sus empresas y crear monedas alternativas en la incipiente economía colaborativa. En este nuevo mundo el capital social va a ser tan importante como el capital financiero, la libertad de acceso triunfa sobre la propiedad, la sostenibilidad se impone al consumismo, la cooperación sustituye a la competencia y el valor de cambio del mercado capitalista representado en la compra venta de bienes y servicios se sustituye por el procomún colaborativo.
El hecho de que la conexión de todas las personas con todas las cosas en una red mundial impulsada por la productividad extrema nos acerca cada vez más nos acerca cada vez más a una era de bienes y servicios casi gratuitos, y con ello, a la contracción del capitalismo en el próximo medio siglo y al auge del procomún colaborativo como modelo dominante para organizar la vida económica. La lógica operativa del internet de las cosas es optimizar la producción horizontal entre iguales, el acceso universal y la inclusión, las mismas cualidades que son esenciales para generar y cultivar capital social en la sociedad civil. Los mercados van cediendo terreno ante las redes, la propiedad pierde importancia frente al acceso, el interés personal se amplía hasta abarcar el interés común, y el sueño de vivir en la riqueza está siendo reemplazado por el sueño de una calidad de vida sostenible.
Tras la gran recesión de 2008, el PIB mundial ha ido creciendo a un ritmo cada vez menor, lo que algunos economistas llaman estancamiento secular. Se señalan factores como la energía, los factores demográficos, el lento crecimiento del empleo, la deuda pública y privada, la creciente proporción de renta que va a parar a los más ricos, y la prudencia del consumidor que se traduce en no gastar. Puede que haya otro factor subyacente de gran alcance, que aunque todavía sea incipiente explique al menos esa desaceleración del PIB. El hecho de que cada vez más bienes y servicios sean prácticamente gratuitos hace que se compre menos en el mercado.
Parte de la razón de que nos cueste tanto imaginar la vida después del capitalismo se debe a que no entendemos el papel fundamental que han desempeñado en su nacimiento las tecnologías de comunicación, las fuentes de energía y las modalidades de transporte. Las grandes transformaciones se han llevado a cabo a lo largo de la historia se han basado en el descubrimiento de nuevas formas de energía y nuevos medios de comunicación. En el siglo XX la telefonía, y más adelante, la radio y la televisión, se convirtieron en los medios de comunicación que permitieron conectar y gestionar una época y una sociedad de consumo geográficamente dispersa y marcada por el petróleo, el automóvil y las comunidades residenciales suburbanas. Y en el siglo XXI, Internet se está convirtiendo en el medio de comunicación que permite gestionar unas energías renovables distribuidas y unos sistemas de logística y de transporte automatizados en un procomún mundial cada vez más interconectados.
Los elevados costes iniciales de crear empresas de integración vertical en la primera y segunda revolución industrial, exigían unas inversiones en capital muy elevadas. Pero lo irónico es que esta misma integración vertical hizo que en cada sector aparecieran algunos líderes que monopolizaban el mercado, impidiendo que otras empresas introdujeran innovaciones tecnológicas para reducir el coste marginal y el precio de sus bienes y servicios y lograran una cuota de mercado suficiente para poder competir.
Está naciendo una nueva matriz de comunicación, energía y transporte y con ella una nueva infraestructura pública inteligente. El internet de las cosas conectará todas las personas y todas las cosas en un nuevo paradigma económico mucho más complejo que los de la primera y la segunda revolución industrial, con una arquitectura distribuida en lugar de centralizada y de índole colaborativa en vez de jerárquica. Más importante aún, la nueva economía optimizará el bienestar general mediante reglas de integración horizontal en el procomún colaborativo, no mediante empresas de integración vertical en el mercado capitalista. El efecto de esto es que la infraestructura incipiente del internet de las cosas plantea una amenaza de proporciones incalculables a los monopolios empresariales del siglo XXI.
El nivel óptimo de productividad se daría se daría cuando el coste de producir una unidad adicional de producto o servicio se aproximara a cero. Si examinamos a fondo las dos primeras revoluciones industriales veremos que los aumentos de la productividad y del crecimiento fueron posibles gracias a la matriz de comunicación, energía y transporte y a la infraestructura correspondiente que conformaba la plataforma tecnológica de uso general en la que se basaban las empresas.
El libro nos expone con casos concretos como se van a producir las transformaciones en el futuro en el ámbito de la famosa matriz (energía, comunicación y transporte), así como tratar asuntos tan importantes como un nuevo modelo de educación, la evidencia sobre la desconexión entre el crecimiento del PIB y reducción de empleo, es decir, el supuesto clásico de que la productividad genera más puestos de trabajo de los que destruye ha dejado de ser creíble. Aborda otros temas interesantes como el auge del procomún colaborativo y explica una contradicción obvia de la globalización, privatizar recursos humanos y naturales del planeta poniéndolos en manos de un puñado de empresas. Esto no paso desapercibido para un puñado de expertos y activistas cuya idea de globalización iba en dirección contraria: conseguir que las multitudes marginadas y privadas de derechos pudieran participar mucho más de la generosidad de la tierra.
Las grandes revoluciones económicas a lo largo de la historia son revoluciones de las infraestructuras, y lo que hace que esas grandes revoluciones de las infraestructuras sean transformativas es la convergencia de nuevos medios de comunicación y nuevos regímenes de energía. Cada revolución energética de la historia ha ido acompañada de una revolución similar en las comunicaciones. Las revoluciones energéticas cambian el alcance temporal y espacial de la sociedad y hacen posible que la vida se organice de manera más compleja, lo que precisa medios de comunicación nuevos para gestionar y coordinar las nuevas oportunidades.
La lucha por la gestión de los tres internets que forman el internet de las cosas se está librando con agresividad entre estados, empresas capitalistas y partidarios de la naciente economía social del procomún, y cada parte tiene sus propias ambiciones para definir la nueva era que está naciendo. Cuando la mayoría de las cosas son prácticamente gratuitas, toda justificación del capitalismo como mecanismo para organizar la producción y la distribución de bienes y servicios carece de sentido. La noción de organizar la vida económica en torno a la abundancia y el valor derivado del uso y del compartir, no en torno a la escasez y al valor del intercambio, es tan ajena a nuestra manera de concebir la teoría y la práctica económica que somos incapaces de imaginarla.
Para entender plenamente los enormes cambios económicos, sociales, políticos y psicológicos que probablemente se darán con la transición de un mercado capitalista a un procomún colaborativo, sería conveniente situar este momento decisivo de la aventura humana en el contexto de los cambios igualmente disruptivos que acompañaron las transiciones de la economía feudal a la economía de mercado a finales de la edad media, y de la economía de mercado a la economía capitalista en la edad moderna.
Un libro que no pretende adivinar el futuro ni mucho menos sino reflexionar sobre las tendencias actuales que van a definir la economía y la sociedad del futuro y no recomendable no tenerlas en cuenta para poder seguir evolucionando por el camino correcto.
Javier Flórez
@FlorezJav