Dentro de una caja totalmente opaca e insonorizada, existe un mecanismo que detecta la radiación. Cuando se activa, libera un gas terriblemente venenoso. Imagina que introducimos un gato con un collar radioactivo en esa caja y que sabemos que existe un 50% de probabilidad de que el mecanismo detecte la radiación del collar. Cerramos la caja.
Hasta que la abramos de nuevo no podremos asegurar si el gato está vivo o muerto. Así, podríamos afirmar que el gato existe en una superposición de estados, vivo y muerto a la vez. Tan sólo cuando abramos la caja y observemos al gato, podremos asegurar si está vivo o muerto, prevaleciendo un estado sobre el otro tras observarlo.
Este experimento imaginario popularizado por la serie Big-Bang (y que yo descubrí gracias al genial número 67 USA del siempre gamberro cómic Gen-13), es tan sólo una variante algo más comprensible del que fue propuesto en el año 1935 por el físico austríaco Erwin Schrödinger para describir la desconcertante realidad del mundo cuántico de la dualidad onda-partícula.
Y estoy pensando en él porque en la pasada temporada de resultados, escuché en la radio a un experto que se quejaba de la reacción negativa del mercado tras la publicación de los resultados de una compañía. Este tipo de quejas el algo común en temporadas de resultados: que si el mercado no tiene ni idea, que si es un casino, bla, bla, bla. La empresa, que no recuerdo cuál era, pero sí recuerdo que era una de las grandes, había publicado bien pero por debajo del consenso. El experto, con tono malhumorado, aseguraba que conocía perfectamente la compañía y que era una empresa excelente y que el mercado se equivocaba.
No tengo ni idea de si el experto entendía bien o no la compañía. Lo que está claro que no entendía es cómo funciona el mercado. Y, lamentablemente, tampoco entendía la enorme diferencia que existe entre valor y precio. Ni la diferencia entre empresa e inversión. No entendía que una magnífica empresa, correctamente valorada (o sobrevalorada), puede ser una inversión mediocre.
Y es que los mercados financieros descuentan cada día expectativas. La actividad conjunta de los inversores pondera las expectativas y las pone en precio en el mercado. Cada día la empresa, como el gato, es a la vez una ganadora y una perdedora. El día que presenta una noticia confirmado o desmintiendo las expectativas, o que presenta resultados, es cuando se abre la caja y podemos observar si la empresa vale lo que esperábamos o no.
Si fuera un concurso de belleza, en el que también hubiera premio para quien acierte el ganador del concurso, si optásemos a ese premio (porque lo que es a lo de la belleza, no tendría muchas posibilidades), no consistiría en elegir a la persona más guapa, sino a la que los demás piensan que será la más guapa. Esto es, la decisión depende de las decisiones de los demás.
Si coincide el precio que se había formado en base a unas expectativas con el valor generado por la compañía, entonces la empresa no se moverá en bolsa porque está correctamente valorada. Si teníamos unas expectativas ruinosas para una compañía, y luego presenta unos resultados malos pero muchísimo mejores de lo que se esperaba, la empresa subirá, porque el precio ya descontaba que era una empresa muy mala cuando en realidad era sólo mala. Muchas empresas malas, a base de presentar resultados menos malos, terminan siendo buenas. O no.
Si pensábamos que una compañía excelente va a publicar unas ventas excelentes, pero en realidad publica unas ventas sólo buenas, entonces el precio caerá. Se ajustará a la nueva realidad. Y eso no significa nada, ni dice nada sobre la compañía. Si en el futuro sigue presentando por debajo de las estimaciones, quizá se termine convirtiendo en una empresa no tan buena. O no.
El movimiento de precios en temporadas de resultados no dice nada sobre si una empresa es buena o mala, sino si estaba o no correctamente valorada. Que una empresa es buena o mala es lo que dirá el precio en el largo plazo.
El precio en términos absolutos no nos dice nada sobre una compañía (si está barata o cara, si es una buena compañía o no, etc). El precio sólo nos dice algo cuando lo ponemos en relación a diferentes realidades de la empresa (ventas, beneficios, cash flows, etc).
Hay buenas empresas que, por ejemplo, por su carácter cíclico, pueden hacerlo muy mal en determinados momentos de mercado. Y empresas malas que pueden hacerlo bien si factores externos les apoyan.
También hay empresas que parecen buenas pero que no saben adaptarse al entorno, y se convierten primero en malas inversiones y después en malas empresas.
En el mercado, todo es relativo. Por ejemplo, que un sector sea defensivo, cíclico o agresivo no significa que todas las acciones que lo componen también lo sean (que el sector salud sea defensivo no significa que una farmacéutica que depende de un sólo producto sea una compañía defensiva). Que un mercado sea bajista no significa que todos los valores que lo forman sean bajistas.
En cualquier caso, por suerte, al final todo vuelve a los fundamentales, le lleve más o menos tiempo, y una empresa que los tiene robustos y cuyo management los cuida, antes o después genera valor. Pero el camino es siempre largo, y no es la única forma de hacer dinero de forma consistente.