Este verano me propuse leer varios libros de economía y bolsa de los calificados como “fundamentales”. Por una cosa u otra, permanecían en los primeros puestos de mi lista de libros pendientes, y veía como otros títulos menos célebres que ni siquiera aparecían en ella llegaban y adelantaban a los demás sin respetar su turno. Quizá fuera el respeto que provocan las obras de este tipo lo que estaba retrasando el momento de ser leídas, pues no son libros fáciles de leer. Se requiere cierta paciencia, constancia, concentración y tiempo libre para leer las más de 800 páginas de, por ejemplo, La Riqueza de las Naciones, por nombrar uno de ellos. Al fin me apliqué a ello, y es de este libro del que he anotado alguno de los párrafos y frases que me han resultado interesantes, y que quiero compartir aquí.
Esta primera entrada es muy apropiada ahora que se han cumplido diez años del estallido de la crisis subprime y de la quiebra de Lehman Brothers:
“Negociantes y otros empresarios pueden, indudablemente y con toda corrección, llevar adelante una parte muy considerable de sus operaciones con dinero prestado. Sin embargo, para ser justos con sus acreedores, su propio capital debería en estos casos ser suficiente para asegurar, si se me permite la expresión, el capital de estos acreedores, o para volver extremadamente improbable el que estos acreedores padezcan pérdidas, incluso si el éxito de sus empresas resulta muy inferior al que esperaban. Incluso con esta precaución, el dinero que es pedido en préstamo y que no se va a devolver hasta después de varios años no se debería pedir a un banco sino que debería ser obtenido mediante un título o una hipoteca de aquellas personas que se proponen vivir del interés de su dinero, sin tomarse la molestia de invertir su capital ellas mismas, y que por ello están dispuestas a prestar ese capital a personas solventes que lo requieren durante varios años. Es evidente que un banco, que presta su dinero sin el coste del papel sellado, ni minutas de notarios por la formalización de los títulos y las hipotecas y que acepta la devolución con tantas facilidades como los bancos de Escocia, será un acreedor muy cómodo para esos negociantes y empresarios. Pero también está claro que tales negociantes y empresarios serán deudores muy incómodos para ese banco.”
(2. Del dinero, considerado como una rama especial del capital general de la sociedad o del gasto de mantenimiento del capital nacional, Libro II, pág. 397)
Las dos últimas frases no lo pueden resumir de forma más clara. Operando de esta forma, el banco será un acreedor muy cómodo para los prestatarios, pero éstos serán deudores muy incómodos para el banco. Lo que Adam Smith intenta resaltar, y que más adelante plasmaré con más párrafos de la obra, es que la extensión de los negocios mediante la expansión crediticia no puede sobrepasar lo que la economía puede absorber y emplear de forma natural. ¿Y qué es lo que la economía puede absorber de forma natural? Entiende que aquella situación que no sobrepase lo que sea posible financiar con el propio capital del empresario o con los créditos que pudiesen ser concedidos por personas individuales a empresarios solventes.
Aplicado al caso real de un empresario actual, que las ampliaciones o extensiones de sus negocios sean financiadas con su propio capital, o, al menos, que cuenten con un capital que respalde de forma suficiente el que su empresa no tenga éxito o éste sea inferior al esperado. En caso de recurrir a prestamistas, que se trate de personas dispuestas a ceder su capital a empresarios solventes que lo requieran durante varios años, ya que será ésta su fuente principal de ingresos. Aquí nos está exponiendo varias ideas. En primer lugar, la idea de acumulación, de reunir una cantidad suficiente de capital como para poder responder de forma solvente ante una disminución en las expectativas iniciales de ingresos del negocio. En segundo lugar, la idea de prudencia unida a alineación de intereses, pues en el caso de la persona que decida prestar su capital a un empresario para desarrollar un negocio, se asegurará de que dicho empresario sea solvente y que su proyecto tenga probabilidades reales de producir los ingresos esperados, pues deseará que su capital le sea restituido y le produzca unos intereses a largo plazo. De lo contrario, decidirá no arriesgar su capital y el empresario no podrá llevar a cabo su proyecto de dudoso éxito.
¿Son los bancos los culpables de que no haya ni acumulación ni prudencia ni alineación de intereses? No. Según Adam Smith, el generador de esta situación es el afán de los empresarios por hacer crecer sus empresas muy por encima de lo que su propio capital o el de prestamistas prudentes puede soportar. Sin embargo, encuentran un cómplice ideal para sus pretensiones en los bancos imprudentes.
Se puede entender mejor con el siguiente extracto:
“Habían hecho incluso algo más. Habían exagerado sus negocios un poco y habían incurrido en esa pérdida, o, al menos, esa disminución del beneficio que dicho negocio sistemáticamente recoge del más pequeño grado de exceso en su actividad. Los empresarios, al obtener tanta ayuda de los bancos, aspiraron a tener todavía más. Parecían creer que los bancos podían extender sus créditos hasta cualquier suma que se les demandase sin incurrir en coste alguno, aparte de unas pocas resmas de papel. Se quejaron de la estrechez de miras y actitud pusilánime de los directivos de los bancos que, según decían, no ampliaban sus créditos en proporción a la extensión de la economía del país; sin duda, cuando hablaban de extensión de la economía del país se referían a la extensión de sus propios negocios más allá de lo que era posible con su propio capital o con los créditos que obtuviesen de personas individuales en la forma usual de títulos e hipotecas. Parecen haber pensado que los bancos tenían la obligación moral de suplir esa deficiencia y suministrarles todo el capital que necesitan.“
(2. Del dinero, considerado como una rama especial del capital general de la sociedad o del gasto de mantenimiento del capital nacional, Libro II, pág. 397 y 398)
Los empresarios idearon un sistema denominado “peloteo de letras”, para conseguir el capital adicional que necesitaban para expandir sus empresas. Cuando el Banco de Inglaterra, los principales banqueros de Londres y hasta los más prudentes bancos escoceses se percataron de ello, advirtieron a los empresarios de los problemas que esto podría conllevar. Pero éstos enfurecieron, culpándoles de que “los problemas del país se debían exclusivamente a la ignorancia, pusilanimidad y mala gestión de los bancos, que se resistían a ayudar con la suficiente generosidad a los inspirados proyectos de quienes se afanaban para embellecer, mejorar y enriquecer el país. Parecían pensar que el deber de los bancos era prestarles todo lo que pedían y por el tiempo en que lo pedían.”
"En medio del clamor y la angustia se estableció un nuevo banco en Escocia, con el objetivo expreso de aliviar la penuria del país. El propósito era noble pero la ejecución fue imprudente. (…) Este banco fue más abierto que ningún otro, tanto en la concesión de cuentas de caja como en el descuento de letras de cambio. (…) Merced sin duda a su generosidad en la concesión de cuentas de caja y en el descuento de letras de cambio, emitió una caudalosa cantidad de sus billetes. Pero como el grueso de esos billetes estaba por encima de lo que la circulación del país podía absorber y emplear sin dificultades, hubo un reflujo de los mismos hacia el banco para ser cambiados por oro y plata tan rápido como eran emitidos. Sus cajas fuertes nunca estuvieron adecuadamente llenas. (…) Es indudable que el banco proporcionó un alivio temporal a esos empresarios y les permitió continuar con sus negocios por dos años más de lo que hubiesen podido en otra circunstancia. Pero lo que hizo fue dejar que se endeudaran todavía más, y así cuando llegó la ruina, se desató con más violencia sobre ellos y sobre sus acreedores. En consecuencia, las operaciones de este banco, en lugar de aliviar, en última instancia realmente agravaron los problemas que esos empresarios se habían creado a sí mismos y a su país. Habría sido mucho mejor para ellos, sus acreedores y su país si la mayoría de ellos se hubiesen visto obligados a cerrar sus negocios dos años antes.”
(2. Del dinero, considerado como una rama especial del capital general de la sociedad o del gasto de mantenimiento del capital nacional, Libro II, pág. 403 y 304)
El ansia de grandeza a toda costa de los empresarios encontró en la imprudencia de los bancos su mayor aliado, y los resultados no fueron ninguna sorpresa. No se trata más que de un proceso de prueba y error, en el que se pudo comprobar que estas políticas no llevan a nada bueno. Lo preocupante, y que parece ya una constante en economía, es que estamos hablando de un libro publicado en 1776, y la actualidad nos muestra, cada vez que tiene la ocasión, que seguimos sin aprender absolutamente nada de la historia.
En el relato de Adam Smith, se englobaría dentro del título de empresario a cualquier persona que disponga de un capital para invertir y una idea en la cabeza con la que ordenar medios materiales y/o personales con los que obtener un retorno. Por hacerlo más entendible para los menos familiarizados con la economía y la inversión, además del tipo de empresario ya descrito, se podría incluir otra figura más extendida en la sociedad, y de la que casi todo el mundo tiene un ejemplo cercano. Esta sería aquella persona que adquiere un inmueble, ya sea como vivienda o como inversión. Su proyecto supone extender su empresa para obtener mayores beneficios, entendiendo por beneficios el obtener rendimientos por arrendamiento (o por disfrute en el caso de segundas viviendas) o simplemente conseguir ser propietario de un activo que ahorre el pago de un alquiler mensual. Dicho “empresario”, debería contar con un capital suficiente que le cubriera en caso de que su proyecto no tuviera éxito o no produjese los ingresos esperados (sobrecostes, averías, demoras o dificultad para encontrar inquilino, pérdida total o parcial de la renta o ingresos con los que pretendía ir pagando la hipoteca del inmueble,…). En otras palabras, debería tener suficiente capital acumulado.
En el otro lado están los prestamistas, que deberían asegurarse de la solvencia del “empresario” al que ceden su capital a cambio de su restitución, más un interés a largo plazo. En otras palabras, deberían destacar por su prudencia y alineación de intereses con el “empresario”, pues de lo contrario será más aconsejable que rechacen ceder su capital.
¿Esto realmente ocurre? Si casi 250 años después se siguen produciendo crisis y desequilibrios por culpa de la expansión crediticia por encima de lo que la economía es capaz de absorber, es que ni los unos están acumulando el suficiente capital con que financiar sus proyectos, ni los otros están siendo lo suficientemente prudentes como para financiar únicamente aquellos proyectos en los que sus intereses estén verdaderamente alineados con los del “empresario”.
Siempre me ha gustado la comparación que leí una vez entre ciencias como la química, y otras ciencias como la economía. Y es que, mientras los nuevos avances de la química se sustentan necesariamente en todo el conocimiento preexistente, en la economía ese conocimiento preexistente se olvida con pasmosa facilidad, pareciendo que cada nuevo suceso jamás hubiera tenido lugar en la historia de la humanidad. Muchos se sorprenderían al saber que no hay nada nuevo en ello, y que no son más que las mismas dinámicas pintadas de diferente color.
Así, ante la pregunta de si volverá a producirse otra crisis provocada por la expansión crediticia por encima de la capacidad de absorción del mercado, cuesta mucho encontrar una respuesta que no sea un sí.