Caso Grifols: El flagrante conflicto de intereses que marca la actuación de los analistas
Hoy día, cuanto peor es la compañía, más comisiones se pueden generar a través de ampliaciones de capital o emisiones de bonos
Madrid -
19 ene 2024 - 05:15 CETLa reciente situación de
Grifols pone de manifiesto cómo funcionan los mercados de valores, en los que he trabajado durante cuatro décadas distintas. Esto me ha permitido participar en experiencias lo suficientemente interesantes como para escribir un libro y que, de no haberlas vivido, serían difíciles de creer. La salida a Bolsa de Bankia, en la que participé, por ejemplo, fue un espectáculo bochornoso. Una versión de
El lobo de Wall Street protagonizada por Torrente.
Como dice Jason Zweig en su versión comentada de
El inversor inteligente, “Wall Street puede tener estándares éticos más altos que algunos negocios (como el contrabando, la prostitución o los lobbies del Congreso), pero
el mundo financiero tiene suficientes mentirosos, tramposos y ladrones como para mantener ocupados a los recepcionistas de Satán durante décadas”. Cuando al obtener mi licencia de bróker en Estados Unidos me fichó de forma preventiva el FBI, tuve un baño de realidad acerca del mundo en que me había metido. Que le tomen las huellas a uno y le preavisen de que cualquier desliz será considerado delito federal impresiona bastante.
El primer punto interesante es que
ni uno solo de los 24 analistas encargados de Grifols tiene una recomendación de “vender” sobre las acciones de la compañía. No tengo ni la más mínima idea de si las acciones de Grifols, a los precios actuales, son buenas, malas o regulares. Y no tengo una opinión cualificada al respecto, así que me abstengo de valoración alguna.
De lo que sí tengo una opinión muy cualificada es de cómo funciona el análisis. He sido analista durante casi 30 años (y bróker registrado en el US Stock Exchange). Las
recomendaciones de “vender” en Wall Street son un rara avis en peligro de extinción como el pájaro Dodo. Dichas recomendaciones y la capacidad de poner comida en la mesa no suelen ir alineadas. Y sé muy bien de lo que hablo, ya que mantuve una recomendación de vender en todos los bancos españoles durante más de 12 años consecutivos.
Hoy día, cuanto peor es la compañía, más comisiones se pueden generar a través de ampliaciones de capital, emisiones de bonos y similares. Pero
los gestores de las empresas no suelen ser muy receptivos con aquellos que cuestionan su trabajo. El conflicto de intereses no puede ser más flagrante. Por eso, el mismísimo Benjamin Graham impulsó durante décadas la creación del programa CFA (analista financiero certificado) del que formo parte y que me permite firmar este artículo con esas iniciales tras mi nombre.
El segundo punto a tener en cuenta es el lenguaje con el que se refieren las compañías y la mayoría de los medios de comunicación a los hedge funds especializados en las ventas en corto de aquellas compañías que consideran tienen problemas.
Fondo buitre, carroñero o especulador son los adjetivos más suaves. Y, sin duda, hay muchos inversores de estas características que llevan a cabo prácticas cuanto menos dudosas y, en algunos casos, ilegales.
Tampoco he oído ni una sola vez referirse a planes de negocio que daban vergüenza ajena como “patrañas”. El plan de negocio original de Sareb me viene a la cabeza. Por no mencionar la conclusión del primer test de estrés emitido por el Banco de España: “Ningún banco español necesitará más capital”, unos meses antes de que el sistema financiero cayera como un castillo de naipes. Asimismo, la Autoridad Bancaria Europea y el Banco Central Europeo determinaron que ninguna de las 15 entidades españolas estudiadas en 2014 necesitarían ampliar capital. Lo que no dijeron es que el 40% de esas entidades quebrarían en los meses subsiguientes.
George Orwell ya nos advirtió en 1984 acerca de
la perversión del lenguaje con fines políticos o, en este caso, económicos. Modificar el lenguaje es un objetivo para dominar el pensamiento con el que convencer de que “la guerra es paz y la libertad es la esclavitud”. Quién no se acuerda de Pravda, el diario oficial del Partido Comunista Soviético. Pues el mismo nombre lo dice todo. Pravda quiere decir La Verdad en ruso. En las décadas de 1960 y 1970 se pusieron de moda las Nifty Fifty en Estados Unidos. Un grupo de 50 empresas de calidad excepcional y crecimiento constante de beneficios que representaban
una oportunidad de inversión bursátil segura y que eran recomendadas por todos los analistas independientemente del precio al que cotizasen (la lista incluía empresas como Coca-Cola, IBM o General Electric, pero también otras que parecían excepcionales como Polaroid o Xerox que quebraron posteriormente). Nadie llamó buitres o especuladores a los que recomendaron las Nifty Fifty. Muchas de esas compañías eran efectivamente grandes empresas con retornos sobre el capital por encima del 22% de media, pero la valoración importa y mucho y tras la crisis de 1973 ese grupo de empresas maravillosas cayó entre un 60% y un 90% desde sus máximos.
El último punto no menos interesante a tener en cuenta es la proliferación por parte de las empresas de métricas como ebitda (beneficios antes de intereses, impuestos, depreciaciones y amortizaciones) y similares para que los participantes las analicen como si tuviesen alguna relevancia. Yo, por mi parte, prefiero seguir los consejos de Warren Buffett al respecto: “Me asombra lo extendido que está el uso del ebitda. ¿Se creen los gestores que el Ratoncito Pérez paga los gastos de capital?”. Charlie Munger, con su vehemencia habitual, lo expresaba aún mejor: “Piense en la deshonestidad intelectual que surge cuando empiezan a hablar de ebitda. Casi estás anunciando que eres un imbécil…cada vez que oiga hablar de ebitda sustitúyalo por “beneficios de m****a”.