El Banco Central Europeo ha llegado al final de su ciclo de tipos y se ha visto atrapado en los mismos problemas a los que ha contribuido de forma significativa. En Sintra, todo esto quedó oculto tras una fachada de utopía de banqueros centrales.
La conferencia anual de Sintra, al oeste de Lisboa, sirve al BCE tanto como Jackson Hole a la Reserva Federal. Es un momento para hacer balance, mirar hacia el futuro y vincular la política monetaria del año pasado a una narrativa política más amplia. Para la presidenta del BCE, Christine Lagarde, esa narrativa se resume fácilmente: tras ocho recortes, los tipos se sitúan ahora en el dos por ciento; la inflación ronda el objetivo del dos por ciento; el empleo en toda la zona euro se mantiene estable; y no se vislumbra una nueva crisis de deuda.
Esa es la esencia del discurso de Lagarde en Sintra, diseñado para transmitir un mensaje: todo está bajo control. Se dice que ni siquiera incertidumbres como la volatilidad comercial de la era Trump, las convulsiones geopolíticas o el colapso de la industria alemana harán descarrilar el rumbo fijado por el BCE. Tras la inundación del mercado durante los bloqueos, ahora las cosas se consideran normales: los mercados «oscilan» en torno a su equilibrio. En la jerga de los bancos centrales: han encontrado el «tipo neutral».
El «tipo neutral» es el santo grial de la mística de la banca central. Cuando los responsables políticos se sienten seguros y las campañas mediáticas enmascaran con éxito la erosión de la moneda fiduciaria, se convierte en el mantra. En esta visión del mundo, el tipo de interés oficial del BCE y algún tipo de mercado teórico consolidado coinciden, no por casualidad, sino por diseño. Incluso antes de los comentarios finales de Lagarde, los miembros del Comité Ejecutivo del BCE Joachim Nagel y Philip Lane habían sentado las bases durante todo el mes de junio, enviando repetidamente el mensaje del «tipo neutral».
¿El mensaje? Que han equilibrado las fuerzas inflacionistas y deflacionistas y han reconducido la eurozona hacia una trayectoria de crecimiento. Dejémonos de debates sobre estadísticas de inflación manipuladas y cifras de desempleo dramáticamente infravaloradas. Estos discursos sobre los tipos neutros no son más que cuentos de hadas de las Mil y una Noches de los bancos centrales: comunicados de prensa preparados para evocar la soberanía. Los procesos económicos no se reducen a marcos tan simplistas. Pero esa no es precisamente la cuestión: la historia de los tipos neutros es un sedante, tanto para los gobiernos como para los mercados.
El pecado original fiscal.
La historia del BCE como guardián de la estabilidad monetaria es una reliquia de los tiempos del Bundesbank. Esa época ya pasó. Los bancos centrales de todo el mundo, arrastrados a enredos político-fiscales durante la última crisis de deuda hace 15 años, se han vuelto dependientes desde entonces. Sólo durante los bloqueos, el PEPP del BCE absorbió 1,85 billones de euros de deuda soberana de la eurozona, y hoy sigue manteniendo aproximadamente un tercio de esa montaña de obligaciones.
En la actualidad, el único objetivo del BCE es mantener la liquidez de esos montones de deuda soberana, comprando bonos rechazados por el mercado para mantener la ilusión de que la deuda pública, el bienestar generoso y el intervencionismo keynesiano son reconciliables de forma sostenible.
Los gobiernos de la eurozona llevan mucho tiempo dependiendo de la liquidez externa. Con una deuda pública media del 100% del PIB, muchos estados miembros serían insolventes sin el respaldo del BCE. Esto tendría consecuencias, no sólo para los mercados, sino también para la cohesión social, la estabilidad interna y la imagen de sí misma de una UE-Europa construida sobre motores de bienestar sobredimensionados que ofrecen a los ciudadanos una falsa sensación de seguridad y equivocan peligrosamente la capacidad pública.
Una retirada del BCE de este nexo de irresponsabilidad fiscal, apoyo monetario y extralimitación política es, por tanto, impensable. El banco central ya no es sólo un guardián de la moneda: es el estabilizador de un modelo social que se erosiona. De forma indirecta y por la puerta de atrás, financia las pensiones, los presupuestos sociales, los engranajes burocráticos y oculta la fragilidad de todo el edificio.
El BCE es la última argamasa que mantiene unida esa estructura en ruinas. Si se retira, el castillo de naipes se derrumba al instante. Por eso Lagarde y su cohorte deben mantener la ilusión de una eurozona gobernable.
Los hechos cuentan otra historia
Más allá del brillo de Sintra, en el mundo real de los datos, la eurozona atraviesa una grave crisis. La industria sigue contrayéndose y la construcción se encuentra en una profunda recesión. Más del 50% de las empresas alegan falta de pedidos. Desde 2021, sólo la industria alemana ha suprimido 217.000 empleos, y a finales de año perderá otros 100.000. La desindustrialización avanza. La desindustrialización avanza. La producción se traslada al extranjero. El capital huye y la productividad lleva estancada ocho años seguidos.
El resultado: las bases impositivas de los países se erosionan. Los ingresos caen y los costes sociales aumentan, lo que incrementa la carga de la deuda. Sin verdaderas reformas, la eurozona corre el riesgo de sufrir una crisis de deuda que obligue de nuevo al BCE a actuar como prestamista de última instancia.
Años de interés cero han sumergido a la eurozona en el dulce veneno del crédito barato. Ahora, las empresas dependientes de subvenciones se hunden bajo tipos reales positivos. Eso es «economía zombi». Y la última víctima de la planificación industrial verde -Northvolt- es sólo la última en cerrar sus puertas, consecuencia de la política económica de gestión centralizada.
La Reserva Federal se mantiene firme.
Para empeorar las cosas: al otro lado del Atlántico, la Reserva Federal se mantiene firme en su senda de consolidación, manteniendo los tipos en el 4,5%, muy por encima de otros grandes bancos centrales. Estados Unidos está claramente dispuesto a aceptar un tipo de mercado positivo, dando a su economía margen para purgar elementos improductivos. Esto permite al capital productivo reposicionarse y alimentar un nuevo ciclo de inversión. Con los recortes fiscales, la desregulación energética y el retroceso de las agendas ecologistas, Estados Unidos se está convirtiendo en un imán de capital, algo que las economías europeas sólo pueden envidiar. En Washington, la visión es clara: un periodo de dolor trae mayores recompensas. Mientras Estados Unidos se equipa administrativa, técnica e innovadoramente para la era digital, la UE-Europa compite en planes de bienestar cada vez más amplios: topes a los alquileres, ayudas sociales, subvenciones ecológicas: consumo decretado y regulado para sustituir a la maquinaria productiva de generación de ingresos.
Europa se ha vuelto adicta a la subvención del Estado del bienestar, aferrándose a un modelo hiperestatista para aplazar el dolor social y económico. Y siempre entre bastidores: el BCE y su fatal prensa monetaria. El tiempo dirá cuánto puede durar todo esto. Pero las tensiones en los mercados van en aumento. El día en que esas tensiones desencadenen un cambio sísmico, sacudiendo las placas tectónicas de la economía para alinearlas de nuevo, está cada vez más cerca.
Las miserias de Europa descritas en el artículo son ciertas, pero las maravillas de Estados Unidos están descritas con muy poco sentido crítico. En fin, es Zerohedge ... Abajo les dejo
información sobre el autor del artículo, el alemán Thomas Kolbe.