Un poco de historia:
Hubo un tiempo, tras la guerra de la independencia, en el que conservadores y liberales se alternaban en el poder y en matarse mutuamente. Llegó un momento en que concluyeron que no hacia falta matarse, que podian alternarse en el poder sin matarse: fue el periodo de la restauración de Cánovas y Sagasta, tiempos del famoso caciquismo.
Funcionarialmente, era el tiempo de los cesantes. Cada partido en el poder tenia sus funcionarios, de forma que cuando llegaba al poder un partido cesaba a todos los funcionarios (que eran del otro partido) y ponia a los suyos. Naturlamente, esto tenia algunos problemas, pues causaba mucha inestabilidad, entre ellos:
- los funcionarios cesantes, del partido contrario al que entraba, les dejaban todo tipo de trampas administrativas. (unas por orden de los politicos y otras no)
- los criterios de trabajo de unos eran distintos de los de otros, y muchos tramites en marcha tenian que ser reiniciados.
Pero eso no era lo peor. Lo peor era que el acceso a la función publica no era por merito y capacidad, sino por afinidades politicas y familiares (como cualquiera reconocerá, todavia queda mucho de esto en nuestros ayuntamientos, y es que la historia no pasa así como así).
Otra cuestión fundamental: el funcionario no servia al ciudadano, no servia a la ley, servia al politico que le habia "apadrinado" en su entrada a la administración. Así que, dijera lo que dijese la ley, si el padrino pedia que hicies algo, se hacia, fuese en contra de la ley o no, pues se le debias el puesto, que no se había conseguido por méritos sino por su generosidad.
Esto, que le venia muy bien al partido cuando estaba en el poder, le venia fatal cuando estaba en la oposición, y entonces pensaba que la función publica no debia ser polizada sino que debia ser profesional (¡que cosas, 150 años despues siguen diciendo lo mismo!).
Pero bueno, a partir de principios del siglo XX comenzó a instaurarse, poco a poco (sin pasarse, no nos vayamos a marear) una profesionalización de la función publica, en la que como medida para que no se pudiese mediatizar las decisiones de los funcionarios, se crearon los conceptos de permanencia y de inamobilidad: que no se pueda despedir ni quitar del cargo salvo por motivos disciplinarios.
Esto tuvo sus mas y sus menos. Durante y tras la guerra civil hubo una purga de funcionarios. Todo aquel que hubiese servido fielmente al régimien anterior o no se hubiese alineado claramente con el franquismo fue expulsado de la administración. Luego vieron que se les pasó la mano, se rehabilitó a aquellos que pudieron pasar un escrupuloso examen de "limpieza de sangre", de no haber colaborado con el régimen republicano has allá de lo imprescindible y se readmitieron algunos.
En los años 50 el regimen franquista vio que el ser camisa vieja no solucionaba sus problemas, que necesitaba gente mas cualificada y repuperó parcialmente el sistema anterior, aunque siempre eran necesarios los certificados de ser "buen cristiano" por parte del señor cura, y el de "buena conducta" por parte del jefe del puesto de la guardia civil mas cercano. El haber sido "rojo" o pariente de "rojo" era suficiente para que se negasen esos certificados.
Esto hizo que la administración fuese profesionalizandose poco a poco, según la tasa de quienes habian entrado por méritos aumentaba respecto a la de los que habian entrado por ser adictos al régimen, si bien las mas altas instancias seguian estando copadas por adictos incondicionales al régimen.
Y en esto que llega la democracia. Entonces se crean las CCAA y se da autonomia a los ayuntamientos. Aunque el gobierno central continuo con las buenas practicas que habia iniciado el franquismo, las CCAA, y sobre todo los ayuntamientos, recuperaron el sistema caciquil de los tiempos de la Restauración de Cánovas y Sagasta, de forma que en muchos ayuntamientos la forma mas normal de entrar a su servicio es con el apadrinamiento del Sr. alcalde o algún otro político.