Limpieza étnica en Tierra Santa
Escribía la pasada semana sobre la aspiración humana de las personas de convertirse en hijoputas. Al igual que los individuos también los colectivos aspiran a alcanzar dicho estatus. Un ejemplo paradigmático lo constituye el estado de Israel.
Desde la antigüedad los judíos han sido un pueblo oprimido, ya fuera por los babilonios, los egipcios, los romanos y otros. Sus profundas convicciones religiosas (una de las más antiguas religiones monoteístas) hizo que mantuvieran sus creencias a pesar de las sucesivas ocupaciones. Esto les hacía un pueblo incómodo para sus conquistadores, lo que les provocó exilios y expulsiones (diáspora) a lo largo de la historia. Ello les llevó a tener que asentarse en otros territorios cuyas religiones mayoritarias, cristianismo e islamismo, provienen del judaísmo (son consideradas las tres religiones monoteístas del Libro). Su convivencia con cristianos y musulmanes fue difícil (particularmente los cristianos los consideraba deicidas, cuando curiosamente Jesucristo era también judío). El culmen se alcanzó con la aniquilación sistemática llevada a cabo por el régimen nazi (solución final).
Concluida la II Guerra Mundial en 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la división de Palestina (entonces bajo dominación británica) en dos Estados, uno judío y otro palestino. Se les concedió a los primeros el 54% del territorio y a los palestinos el 46% restante. Teniendo en cuenta que a principios de la década de los años 30 la población musulmana quintuplicaba a la judía en el territorio, dicho reparto parece, cuanto menos, desproporcionado. Evidentemente fue claramente motivado por el creciente poder económico de la comunidad judía en EE. UU. (actualmente la población judía norteamericana supera a la israelí) y el complejo de culpabilidad de Europa. Este reparto, con reticencias, fue aceptado por los judíos pero no así por el mundo árabe lo que ha llevado a numerosas guerras y conflictos desde entonces.
En estas guerras el claro vencedor ha sido el Estado de Israel y como consecuencia ha provocado lo que se podría denominar una diáspora palestina. El propio fundador del sionismo, a principios del siglo XX, cuando aún no existía el estado de Israel, aconsejó la discreta expulsión de los árabes. Los 800.000 palestinos que quedaron en los territorios adjudicados a Israel tras la resolución de 1.947 y los posteriormente anexionados tras la guerra de 1.948, quedaron reducidos a 160.000, cifra más asumible por el Estado judío. La cifra actual de refugiados palestinos, expulsados de sus tierras, asciende a unos cuatro millones de personas, que en muchos casos sobreviven en campos de refugiados en condiciones infrahumanas. Estas son las sucesivas y nefastas consecuencias de las guerras árabe-israelíes para los palestinos.
Se han llevado a cabo diversos procesos de negociación, Los Acuerdos de Oslo de 1.993 fueron los que concitaron mayores esperanzas y en ellos se establecieron claras cesiones por parte de la OLP. Los líderes de entonces fueron Yasser Arafat, por parte palestina, e Isaac Rabin del lado israelí. El asesinato de este último por Yigal Amir, estudiante judío de extrema derecha, truncó toda esperanza. Las siguientes elecciones fueron ganadas por Benjamin Netanyahu en 1.996 y ni él ni el resto de dirigentes israelitas que han ocupado el poder han tenido la misma altura de miras que Rabin.
Resulta curioso observar como en Occidente, y especialmente en EE. UU., existe una equidistancia cuando no simpatía hacia Israel en el conflicto. Causa de ello puede ser
el enorme poder económico judío en EE.UU. que les lleva a controlar gran parte de los principales medios de comunicación. Esto hace que la información que recibe el pueblo norteamericano sea parcial (llegan a maximizar las víctimas judías y minimizar las palestinas). De modo que todos los presidentes norteamericanos (sean republicanos o demócratas) saben que, para llegar a serlo, han de apoyar incondicionalmente a Israel. Por tanto Israel es de facto el sexto país del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que los otorga la impunidad. Su poder de veto real llega a superar al de Reino Unido y Francia.
La población judía, que era minoritaria en la región en 1.947, a base de inmigración judía y marcha de refugiados palestinos es ahora mayoritaria en Israel. Israel ha procedido a realizar lo que cuando sucedió en Kosovo se calificó de limpieza étnica. A través de sus victorias militares ha expulsado a la población palestina dejándola reducida a su mínima expresión (un 19%) en Israel. Impide el retorno de los refugiados y no sólo eso, llega incluso a negar la posibilidad de uniones entre palestinos y musulmanes de nacionalidad israelí, en cuyo caso desposeerían a estos de la nacionalidad. Todo ello con el claro objetivo de mantener la superioridad demográfica.
Cuando las autoridades palestinas acceden a establecer negociaciones de paz, ellos continúan con los asentamientos de colonos en Cisjordania. A los palestinos les quitan las tierras y se ven obligados, para subsistir, a trabajar para los colonos por salarios de miseria en lo que antes eran sus propiedades.
Evidentemente un pueblo que se considera el pueblo elegido por Dios, al cual éste le concedió la tierra prometida se ve divinamente legitimado a tomar posesión de ella. El objetivo de Israel es claro, anexionarse definitivamente al menos Cisjordania, expulsando a los palestinos de la misma. Para ello el procedimiento también es claro, desposeer de sus tierras a los palestinos y humillarlos para de esta manera fortalecer a movimientos como Hamás.
Consideran que las acciones terroristas de Hamás les legitima para llevar a cabo acciones militares. Eso sí, no contra un ejército regular. Si un palestino se convierte en bomba humana y muere junto con varios judíos es un terrorista (habrá que ver el grado de desesperación que lleva a una persona a inmolarse, no todo se justifica con el fanatismo). Si un misil acaba con una familia, donde pudiera vivir un supuesto activista, son “daños colaterales” donde solo se pretendía efectuar una “ejecución extrajudicial”. Evidentemente en Occidente tenemos un doble rasero para medir un mismo hecho, desposeer de la vida a seres humanos, dependiendo de quien lo haga.
Algunos periodistas consideran que un estado democrático como Israel tiene derecho a defenderse. España se defendió ante el atentado del 11-M llevando a los responsables ante la justicia. Si solo quisiera defenderse debiera empezar por dejar de provocar, humillar y expoliar. El hecho de que sea democrático solo empeora las cosas, ya que ello significa que la responsabilidad es atribuible al pueblo israelí, que es el que mayoritariamente vota a dirigentes para que ejecuten esta política.
Siempre la historia la han escrito los vencedores y las potencias hegemónicas. Esto es lo que sucede con EE.UU. y sus protegidos; pero lo que sucede actualmente en Palestina tiene el nombre de limpieza étnica y de crímenes de guerra sobre la población civil según los propios parámetros norteamericanos.